Domingo Nuñez Polanco
Antes de
entrar en materia y deslizarnos por las profundas lecturas que impregnan estos
temas de filosofía, dialéctica y materialismo es preciso que a modo de preámbulo
digamos algo en relación a los trabajos
de los padres del materialismo científico.
La obra teórica de Marx y Engels es
extensa y, como ocurre con casi todos los grandes pensadores, no está exenta de
una evolución. Queriendo decir con esto
que Marx a lo largo de su vida, en general, mantuvo una línea de pensamiento
coherente consigo misma, pero que con los años fue enriqueciéndola.
A lo largo de más de 150 años, han sido
muchos los intelectuales, defensores del gran capital, que han intentado
demostrar, sin éxito, que Marx se equivocó en sus planteamientos. Nosotros estamos entre los que tienen seguro que el conjunto de la obra legada
por Marx se encuentra en plena vigencia, y pensamos que así lo han ratificado en no pocos documentos, los
estudiosos de el materialismo histórico. Entre otras razones, porque Marx no
sólo se dedicó al estudio de la sociedad de su tiempo, sino al descubrimiento
de las leyes mismas que presiden la sociedad capitalista, cualquiera sea su
etapa de desarrollo. Sus análisis y conclusiones son tan actuales o vigentes
tanto en la etapa de los albores del capitalismo.
<<Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado
más o menos alto del desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de
las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias que actúan y se imponen
con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más
que poner delante de los países menos desarrollados el espejo de su propio
porvenir>> (K. Marx. Prólogo a la primera edición de “El Capital”).
Tanta es la vigencia de lo explicado por Marx, Engels y Lenin, que los escritos, con rigor científico, sobre la
realidad actual están plagados de citas de sus textos.
Los pensadores e intelectuales que han estudiado seria y responsablemente el tema del materialismo histórico sólo
han pretendido servir de muletas a
aquellos que buscan la verdad científica
a través del Materialismo dialectico. Un análisis desprejuiciado de los fenómenos del capitalismo obliga a
pasar necesariamente por el Materialismo Histórico.
De ahí la necesidad de comprender los
textos de Marx y demás clásicos del materialismo histórico, como condición de
su aplicación correcta a la realidad a transformar, y de una práctica política
efectivamente conducente a esa transformación. Es imprescindible familiarizarse
con la terminología y sus correspondiente conceptos utilizados tanto en
filosofía, como en política, historia y economía política; más aún, es
necesario abordar el estudio de las obras cumbres del pensamiento marxista,
como es el caso de “El Capital”
Nuestro gran maestro, el Profesor
Juan Bosch, sobre el materialismo
dialectico ha expresado lo siguiente: “(…) una cosa es la Dialéctica como
ciencia, tal como la describió Engels, y otra cosa es la Dialéctica como método
para investigar lo mismo los fenómenos naturales que la sociedad humana que
el pensamiento del hombre. Como método de investigación la Dialéctica es lo que nos permite identificar o descubrir
a los contrarios que luchan en cada proceso, o mejor dicho, en el caso
concreto de cada proceso. La Dialéctica como método de investigación es lo que
nos permite saber cómo llevan los contrarios su lucha hacia adelante, o como la
llevaron en un pasado histórico determinado. En pocas palabras, el método Dialectico si se usa correctamente, nos permite
comprender los acontecimientos histórico en toda su riquísima complejidad(…) nos permite, en fin, ver lo que se ve y ver lo
que no se ve, el método dialectico de investigación nos orienta con precisión hacia
la verdad”
RAZÓN Y
SINRAZÓN
Por Alan
Woods y Ted Grant
(Este
trabajo fue escrito por los autores antes de finalizar el siglo pasado y fíjense
ustedes parece escrito ayer)
Vivimos en un período de profundo cambio
histórico. Después de cuatro décadas de
crecimiento económico sin precedentes, la economía de mercado está alcanzando
sus límites. En sus inicios, el capitalismo, a pesar de sus crímenes bárbaros, revolucionó las fuerzas productivas, sentando
así las bases para un nuevo sistema de sociedad. La Primera Guerra Mundial y la
Revolución Rusa marcaron un cambio decisivo en el papel histórico del
capitalismo. Pasó de hacer avanzar las fuerzas productivas a ser un freno
gigantesco al desarrollo económico y social. El período de auge en Occidente
entre 1948 y 1973 pareció anunciar un nuevo amanecer. Incluso así, sólo se
beneficiaron un puñado de países capitalistas desarrollados; para el Tercer
Mundo, dos tercios de la humanidad, el panorama fue un cuadro de desempleo
masivo, pobreza, guerras y explotación a una escala sin precedentes. Este
período del capitalismo finalizó con la llamada “crisis del petróleo” de 1973-74. Desde entonces no han conseguido
volver al nivel de crecimiento y empleo logrado en la posguerra.
Un sistema social en declive irreversible se
expresa en decadencia cultural.
Esto se refleja de diversas formas. Se está
extendiendo un ambiente general de ansiedad y pesimismo ante el futuro,
especialmente entre la intelectualidad. Aquellos que ayer rebosaban confianza
sobre la inevitabilidad del progreso humano, ahora sólo ven oscuridad e
incertidumbre. El siglo XX se acerca a su fin habiendo sido testigo de dos
guerras mundiales terribles, del colapso económico en el período de
entreguerras y de la pesadilla del fascismo. Esto ya supuso una seria advertencia de que la fase progresista del
capitalismo había terminado.
La crisis del capitalismo no es simplemente un
fenómeno económico, impregna todos los niveles de la vida. Se refleja en la
especulación y la corrupción, la drogadicción,
la violencia, el egoísmo generalizado, la indiferencia ante el sufrimiento de
los demás, la desintegración de la familia burguesa, la crisis de la moral, la
cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los
síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante siente cada vez más que es un freno al desarrollo de la
sociedad. Marx señaló que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de
la clase dominante. En su época de esplendor, la burguesía no sólo jugó un
papel progresista al hacer avanzar las fronteras de la civilización, sino que
era plenamente consciente de ello. Ahora los estrategas del capital están
saturados de pesimismo. Son los
representantes de un sistema históricamente condenado, pero no pueden reconciliarse
con esa situación. Esta contradicción central es el factor decisivo que pone su impronta sobre la actual forma de
pensar de la burguesía. Lenin dijo en una ocasión que un hombre al borde de un
precipicio no razona.
Contrariamente a los prejuicios del idealismo
filosófico, la conciencia humana es en general extraordinariamente conservadora
y tiende siempre a ir por detrás del desarrollo de la sociedad, la tecnología y
las fuerzas productivas. Como decía Marx,
el hábito, la rutina y la tradición pesan como una losa sobre las mentes de hombres
y mujeres, quienes, en períodos históricos “normales” y por instinto de conservación,
se agarran con obstinación a los senderos bien conocidos, cuyas raíces se
hallan en un pasado remoto de la especie humana. Sólo en períodos excepcionales
de la historia, cuando el orden social y moral empieza a resquebrajarse bajo el
impacto de presiones insoportables, la mayoría de la gente comienza a cuestionar
el mundo en que nació y a dudar de las creencias y los prejuicios de toda la
vida.
Así fue la época del nacimiento del capitalismo,
anunciado en Europa por un gran despertar cultural y una regeneración
espiritual tras la larga hibernación feudal. En el período histórico de su
ascenso, la burguesía desempeñó un papel progresista no sólo por desarrollar
las fuerzas productivas, que aumentaron enormemente el control del hombre sobre
la naturaleza, sino también por potenciar la ciencia, la cultura y el
conocimiento humano. Lutero, Miguel Ángel, Leonardo, Durero, Bacon, Kepler,
Galileo y un sinfín de pioneros de la civilización brillan como una galaxia que ilumina el avance
de la cultura humana y la ciencia, fruto de la Reforma y el Renacimiento. Sin
embargo, períodos revolucionarios como ése no nacen sin traumas —la lucha de lo
nuevo contra lo viejo, de lo vivo contra lo muerto, del futuro contra el
pasado—.
El ascenso de la burguesía en Italia, Holanda y
más tarde en Francia fue acompañado por un florecimiento extraordinario de la
cultura, el arte y la ciencia.
Habría que volver la mirada hacia la Atenas
clásica para encontrar un precedente.
Sobre todo en aquellas tierras donde la
revolución burguesa triunfó en los siglos XVII y XVIII, el desarrollo de las
fuerzas productivas y la tecnología se vio acompañado por un desarrollo
paralelo de la ciencia y el pensamiento, que minó de forma decisiva el dominio
ideológico de la Iglesia.
En Francia, el país clásico de la revolución
burguesa en su expresión política, la burguesía llevó a cabo su revolución, en
1789-93, bajo la bandera de la Razón.
Mucho antes de derribar las formidables murallas
de la Bastilla era menester destruir en la mente de hombres y mujeres las
murallas invisibles pero no menos formidables de la superstición religiosa. En
su juventud revolucionaria, la burguesía francesa era racionalista y atea. Pero
una vez instalada en el poder se apresuró a tirar por la borda el bagaje
ideológico de su juventud, al verse enfrentada con una nueva clase
revolucionaria.
No hace mucho, Francia celebró el bicentenario de
su gran revolución.
Resultó curioso ver cómo incluso la memoria de
una revolución que tuvo lugar hace dos siglos provoca un hondo malestar en las
filas del establishment. La actitud de la clase dominante gala hacia su propia
revolución se parece a la de un viejo libertino que pretende ganar un pase a la
respetabilidad, y quizá la entrada en el reino de los cielos, arrepintiéndose
de los pecados de juventud que ya no está en condiciones de repetir. Al igual
que toda clase privilegiada establecida, la burguesía intenta justificar su
existencia no sólo ante la sociedad, sino también ante sí misma. La búsqueda de
puntos de apoyo ideológicos que le sirvieran para justificar el statu quo y
santificar las relaciones sociales existentes le llevó rápidamente a volver a
descubrir los encantos de la Santa Madre Iglesia, particularmente después del
terror mortal que experimentó en tiempos de la Comuna de París.
La iglesia del Sacré Coeur, en París, es una
expresión concreta del miedo de la burguesía a la revolución, traducido al lenguaje
del filisteísmo arquitectónico.
Marx (1818-83) y Engels (1820-95) explicaron que
la fuerza motriz fundamental de todo progreso humano reside en el desarrollo de
las fuerzas productivas: la industria, la agricultura, la ciencia y la
tecnología. Esta es una generalización teórica verdaderamente profunda, sin la
cual la comprensión de la historia de la humanidad resulta imposible. No
obstante, esto no significa, como han intentado demostrar los detractores
deshonestos o ignorantes del marxismo, que Marx “reduce todo a lo económico”.
El materialismo dialéctico y el materialismo histórico tienen plenamente en
cuenta fenómenos como la religión, el arte, la ciencia, la moral, las leyes, la
política, la tradición, las características nacionales y todas las múltiples
manifestaciones de la conciencia humana. Pero no sólo eso. También demuestran
el contenido real de estos fenómenos y cómo se relacionan con el auténtico
desarrollo social, que en última instancia depende claramente de su capacidad
para reproducir y mejorar las condiciones materiales para su existencia.
Sobre este tema, Engels escribe lo siguiente:
“Según la concepción materialista de la historia,
el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y
la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que
esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la
afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma
en una frase sin sentido, abstracta y absurda.
La situación económica es la base, pero las
diversas partes de la superestructura —las formas políticas de la lucha de
clases y sus consecuencias, las constituciones establecidas por la clase
victoriosa después de ganar la batalla, etc.—, las formas jurídicas —y, en
consecuencia, inclusive los reflejos de todas esas luchas reales en los
cerebros de los combatientes: teorías políticas, jurídicas, ideas religiosas y
su desarrollo ulterior hasta convertirse en sistemas de dogmas— también ejercen
su influencia sobre el curso de las luchas históricas y en muchos casos
preponderan en la determinación de su forma”.
A algunos les parecerá una paradoja la afirmación
del materialismo histórico de que en general la conciencia humana tiende a ir
por detrás del desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo encuentra una
expresión gráfica en Estados Unidos, el país donde los avances científicos han
alcanzado su más alto grado. El avance continuo de la tecnología es una
condición previa para el establecimiento de la verdadera emancipación de los
seres humanos, mediante la implantación de un sistema socioeconómico racional
en el que ejerzan el control consciente sobre sus vidas y su entorno. Aquí, el
contraste entre el desarrollo vertiginoso de la ciencia y la tecnología y el extraordinario
atraso del pensamiento humano se manifiesta de la manera más llamativa.
En EEUU, nueve de cada diez personas creen en la
existencia de un ser supremo, y siete de cada diez en la vida después de la
muerte. Cuando al primer astronauta norteamericano que logró circunnavegar la
Tierra en una nave espacial se le invitó a dar un mensaje a los habitantes del
planeta, hizo una elección significativa. De toda la literatura mundial eligió
la primera frase del libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y
la Tierra”. Este hombre, sentado en una nave
espacial producto de la tecnología más avanzada de toda la historia, tenía la mente
repleta de las supersticiones y los fantasmas heredados, con pocos cambios, desde
los tiempos prehistóricos.
Hace 70 años, en el notorio “juicio del mono”, un
maestro llamado John T.
Scopes fue declarado culpable de violar las leyes
de Tennessee por haber enseñado la teoría de la evolución. De hecho, el
tribunal confirmó las leyes antievolucionistas de dicho Estado, que no se
abolieron hasta 1968, cuando el Tribunal Supremo de EEUU dictaminó que la
enseñanza de la Creación violaba la prohibición constitucional de la enseñanza
de la religión en la escuela pública. Desde entonces, los creacionistas han
cambiado su táctica e intentan convertir el creacionismo en una “ciencia”. En
este empeño gozan del apoyo no sólo de un amplio sector de la opinión pública,
sino también de bastantes científicos dispuestos a ponerse al servicio de la
religión en su forma más cruda y oscurantista.
En 1981, los científicos estadounidenses hicieron
uso de las leyes del movimiento planetario de Kepler para lanzar una nave
espacial al encuentro con Saturno. El mismo año, un juez norteamericano tuvo
que declarar anticonstitucional una ley aprobada en Arkansas que obligaba a las
escuelas a tratar en pie de igualdad la mal llamada “ciencia de la Creación” y
la teoría de la evolución. Entre otras. Por razones de conveniencia, donde se cita la
misma obra varias veces seguidas hemos puesto el número de referencia al final
de la última cita. (1. Carta de Engels a
J. Bloch (21/9/1890), en Marx y Engels, Correspondencia, pp. 394-95.cosas, los
creacionistas exigieron el reconocimiento del diluvio universal como un agente
geológico primigenio. En el transcurso del juicio, los testigos de la defensa
expresaron una creencia ferviente en la existencia de Satanás y en la
posibilidad de que la vida hubiese sido traída a la Tierra a bordo de
meteoritos, explicándose la diversidad de especies por un tipo de servicio a
domicilio cósmico. Al final del juicio, N. K. Wickremasinge, de la Universidad
de Gales, afirmó que los insectos podrían ser más inteligentes que los humanos,
aunque “no sueltan prenda (...) porque les va estupendamente”
.El grupo de presión fundamentalista religioso en
EEUU tiene un apoyo masivo, senadores incluidos, y acceso a fondos ilimitados.
Embusteros evangelistas se hacen ricos desde emisoras de radio con una
audiencia de millones de personas.
Que en la última década del siglo XX y en el país
tecnológicamente más avanzado de toda la historia haya un gran número de
hombres y mujeres con educación, incluidos científicos, dispuestos a luchar por
la idea de que el libro del Génesis es cierto palabra por palabra —que el
universo fue creado en seis días hace
aproximadamente 6.000 años— es de por sí un ejemplo impresionante del
funcionamiento de la dialéctica.
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