MORAL Y LUCES

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lunes, 24 de abril de 2017

Neruda le canto a la epopeya histórica de abril de RD

Neruda universalizó en 1966 epopeya histórica de la patria quisqueyana, República Dominicana.

Prestigiosos poetas, escritores, músicos, compositores y pintores dominicanos y extranjeros plasmaron en sus obras su admiración por el pueblo dominicano enfrentado en su lucha por la constitucionalidad y la democracia al poder de los Estados Unidos, la potencia económica y militar más poderosa de la tierra.

Así como el español Francisco Villaespesa les cantó a los dominicanos en lucha por la desocupación de las tropas norteamericanas del país durante los años 1916 y 1924, con la invasión de 1965 se produjo un movimiento cultural de mayor envergadura cuyos trabajos merecen el conocimiento y la ponderación de las nuevas generaciones.

Mientras poetas nacionales como Pedro Mir, Manuel del Cabral, Abelardo Vicioso y René del Risco Bermúdez, por solo citar algunos, resaltaban el valor de los combatientes constitucionalistas frente a las tropas invasoras, en el plano internacional se destacó el chileno de fama universal Pablo Neruda, cuyo poema Versainograma a Santo Domingo, que para muchos no ha sido lo suficientemente valorado en los círculos políticos e intelectuales del país.

Un joven poeta haitiano residente en el país, Jaques Viaux Reneaud, dejó su vida en pleno combate contra las tropas de intervención. Sus versos también debieran ser valorados como parte del impacto cultural que tuvo la guerra patria en la región caribeña.

Neruda, militante del Partido Comunista Chileno, era más político y más intelectual que esos gurúes dominicanos que no reconocen el valor estético y humanístico de Versainograma a Santo Domingo, probablemente porque se sienten aludidos en los acusadores versos del bardo chileno.

Versainograma a Santo Domingo, como su título sugiere, es un canto popular a un pueblo en lucha. Los poetas populares chilenos cultivan la Versaina, que como los viejos juglares cantan de plaza en plaza, muchas veces acompañados de guitarras, las historias heroicas de las colectividades. Las versainas son comparables con las décimas y las coplas populares en República Dominicana.

Neruda quiso expresar su respeto y admiración a los dominicanos con un canto de pueblo, con metáforas y figuras que, aunque sencillas, tienen el sello de la expresión poética de quien, según el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, fue el poeta más grande del mundo de todas las épocas.

El autor de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada escribió el poema en su casa de Isla Negra, región de Valparaiso, precisamente en febrero de 1966, en momentos que República Dominicana debió celebrar su Mes de la Patria invadida por el ejército de los Estados Unidos.

Conspiración del silencio contra el Versainograma

En nuestros círculos literarios, cuando se quiere opacar una determinada obra o la vida de un escritor, sencillamente se le ignora con lo que se ha dado a llamar “la conspiración del silencio”. Los años que siguieron al poema nerudiano fueron en el país de gran represión gubernamental con una izquierda sectaria que controlaba importantes áreas de la actividad intelectual, especialmente las que se originaban en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Neruda, quien manifestó su interés en venir al país a conocer el pueblo que tanto admiraba, no pudo realizar ese deseo por la oposición rabiosa y desafiante de un grupo maoísta llamado Partido Comunista de la República Dominicana (Pacoredo), que acusó al poeta de ser “un agente del social imperialismo soviético”.

 Lo cierto es que Versainograma a Santo Domingo es la obra de un poeta universal en honor al pueblo dominicano, y como tal debe ser valorado por los hijos de esta tierra que se sienten orgullosos de su dominicanidad. Sería oportuno que volviésemos a leer reflexivamente, a seguidas, el poema en cuestión.

Versainograma a Santo Domingo

Perdonen si les digo unas locuras
En esta dulce tarde de febrero
Y si se va mi corazón cantando
hacia Santo Domingo, compañeros.

Vamos a recordar lo que ha pasado
Desde que don Cristóbal marinero
Puso los pies y descubrió la isla.
¡Ay mejor no la hubiera descubierto!
Porque ha sufrido tanto desde entonces
Que parece que el Diablo y no Jesús
Se entendió con Colón en este aspecto.

Estos conquistadores españoles
Que llegaron desde España con lo puesto
Buscaban oro y lo buscaban tanto,
Como si le sirviese de alimento.

Enarbolando a Cristo con su cruz
Los garrotazos fueron argumentos
Tan poderosos que los indios vivos
Se convirtieron en cristianos muertos.

Aunque hace mucho de esta historia amarga
Por amarga y por vieja se las cuento
Porque las cosas no se aclaran nunca
Con el olvido ni con el silencio.

Y hay tanta iniquidad sin comentario
En la América hirsuta que nos dieron
Que si hasta los poetas nos callamos
No hablan los otros porque tienen miedo.

Ya se sabe que un día declaramos
La independencia azul de nuestros pueblos
Uva por uva América Latina
Se derramó como un racimo negro
De nacionalidades diminutas
Con mucha facha y con poco dinero.

(Andamos con orgullo y sin zapatos
Y nos creemos todos caballeros.)

Cuando tuvimos pantalones largos
Nos escogimos pésimos gobiernos
(rivalizamos mucho en este asunto:
Santo Domingo se sacó los premios.)

Tuvo presidentes singulares
Déspotas sanos, déspotas enfermos,
Tiranos tontos y tiranos ricos,
Mandones locos y mandones viejos.

En esta variedad un tanto triste
Tuvieron a Trujillo sempiterno
Que gracias a un balazo se enfermó
Después de cuarenta años de gobierno.
Podríamos decir de este Trujillo
(a juzgar por las cosas que sabemos)
Que fue el hombre más malo de este mundo
(si no existiese Johnson por supuesto).

(Se sabrá quien ha sido más malvado
Cuando los dos estén en el infierno).

Cuando murió Trujillo respiró
Aquella pobre patria de tormentos
Y en un escalofrío de esperanzas
Subió la luna sobre el sufrimiento.

Corre por los caminos la noticia,
Santo Domingo sale del infierno,
Por fin elige un presidente puro:
Es Juan Bosch que regresa del destierro.

Pero no les conviene un hombre honrado
A los gorilas ni a los usureros.
Decretaron un golpe en Nueva York:
Lo echan abajo con cualquier pretexto,
Lo destierran con su Constitución,
Instalan a cualquier sepulturero
En el trono del mando y del castigo.
Y los verdugos vuelven a sus puestos.

“La democracia representativa
Ha sido restaurada en ese pueblo”
Dijo El Mercurio en su editorial
Escrito en la embajada que sabemos.

Pero esta vez las cosas no marcharon.
De un modo inesperado aunque severo
A norteamericanos y gorilas
Les salieron tornillos en el queso.
Y con voz de fusiles en la calle
Salió a cantar el corazón del pueblo.

Santo Domingo con su pueblo armado
Borró la imposición de los violentos:
Tomó ciudades, campos, y en el puente,
Con el pecho desnudo y descubierto,
Aplastó tanques, desafió cañones.
Y corría impetuoso como el viento
Hacia la libertad y la victoria,
Cuando el texano Johnson, el funesto,
Con la sangre de muchos en las manos,
Hizo desembarcar sus marineros.

Cuarenta y cinco mil hijos de perra
Llegaron con sus armas y sus cuentos,
Con ametralladoras y napalm
Con objetivos claros y concretos:
“poner en libertad a los ladrones!
Y a los demás hay que meterlos presos!”.

Y allí están disparando cada día
Contra dominicanos indefensos.

Como en Vietnam, el asesino es fuerte,
Pero a la larga vencerán los pueblos.

La moraleja de este cuento amargo
Se la voy a decir en un momento
(no se lo vayan a contar a nadie:
Soy pacifista por fuera y por dentro!).

Ahí va:
Me gusta en Nueva York el yanqui vivo
Y sus lindas muchachas, por supuesto,
Pero en Santo Domingo y en Vietnam
Prefiero norteamericanos muertos!

Pablo Neruda, Isla Negra (Chile),
Febrero, 1966.

domingo, 23 de abril de 2017

BOSCH: La Revolución Dominicana de abril no fue un hecho improvisado.






Los Estados Unidos, que en el mes de abril (1965) tenían en Vietnam 23 mil hombres, desembarcaron en Santo Domingo 42 mil. Para los funcionarios de Washington, los sucesos de la República Dominicana eran de naturaleza tan peligrosa que se prepararon como si se tratara de llevar a cabo una guerra de la que dependía la vida misma de los Estados Unidos. La fuerza de los Estados Unidos se usó en el caso de la Revolución Dominicana de una manera absolutamente desproporcionada. Un pueblo pequeño y pobre que estaba haciendo el esfuerzo más heroico de toda su vida para hallar su camino hacia la democracia fue ahogado por montañas de cañones, aviones, buques de guerra, y por una propaganda que presentó ante el mundo los hechos totalmente distorsionados.

La Revolución Dominicana de abril no fue un hecho improvisado. Era un acontecimiento histórico cuyos orígenes podían verse con claridad. En realidad, esa revolución estaba en marcha desde fines de 1959, y fue manifestándose gradualmente, primero con una organización clandestina de jóvenes de la clase media que fue descubierta a principios de 1960, después con la muerte de Trujillo en mayo de 1961, más tarde con las elecciones de diciembre de 1962 y por último con la huelga de mayo de 1964. El golpe de Estado de septiembre de 1963 no podía detener esa revolución. Fue una ilusión de gente ignorante en achaques de sociología y de política pensar que al ser derrocado el Gobierno que yo presidí la revolución quedaba desvanecida. Fue una ilusión creer, como consideraron los que formulan en Washington la política dominicana, que una persona de buena sociedad y de los círculos comerciales era el hombre indicado para dominar la situación dominicana.

Fueron precisamente el uso de la fuerza y la frivolidad del favorito de Washington —Donald Reid Cabral— los factores que aceleraron el estallido de la revolución de abril. 

La Revolución Dominicana tenía causas no sólo profundas, sino además viejas. La falta de libertades de los días de Trujillo y el desprecio a las masas del Pueblo volvieron a gobernar el país a partir del golpe de Estado de 1963; el hambre general se agravó con la política económica sin sentido del equipo encabezado por Reid Cabral, y la corrupción trujillista resultó a la vez más extendida y más descarada que bajo la tiranía de Trujillo. Se pretendió volver al trujillismo sin Trujillo, un absurdo histórico que no podía subsistir. La clase media y las grandes masas se aliaron en un mismo propósito; barrer ese pasado ignominioso que había renacido en el país y retornar a un estado de ley y de honestidad pública.

Veamos ahora el punto que toca al tiempo histórico. Lo que le da carácter peculiar a la historia de Santo Domingo es lo que en otras ocasiones he llamado su “arritmia”. Los acontecimientos dominicanos suceden en un tiempo que no corresponde al tiempo histórico general de la América Latina. El momento histórico en que se hallaba la República Dominicana en abril de 1965 era el equivalente de 1910 en México, y es curioso que los Estados Unidos actuaran sobre Santo Domingo, en cierto sentido, como lo hicieron sobre México en 1910, aunque alegaran para ello que en Santo Domingo estaba en marcha una segunda Cuba. Pero en Santo Domingo no podía estar en marcha en abril de 1965 una segunda Cuba como no podía producirse en México de 1910. Lo que había estallado en la República Dominicana en abril de 1965 era —y es— una revolución democrática y nacionalista; y el 1965 era el momento histórico exacto para que los dominicanos iniciaran su revolución democrática y nacionalista. En términos de 1965,  justicia económica.

Por otra parte, el nacionalismo es un sentimiento que se origina en la necesidad vehemente de hacer progresar en todos los órdenes el propio país, en la necesidad de afirmar la conciencia nacional en el campo económico, en el político y en el moral, y toda revolución verdadera, sobre todo si es democrática, tiene un alto contenido de nacionalismo. Para no equivocarse en el caso de la Revolución Dominicana de 1965 bastaba con situarla en su tiempo histórico. Eso hubiera servido también para evitar el costoso error político de considerar que era una revolución comunista o en peligro de derivar hacia el comunismo. 

El precio que pagarán los Estados Unidos por ese error será alto, y a mi juicio lo veremos en nuestro propio tiempo. Un índice de la magnitud del error es el tamaño de la fuerza usada originalmente para embotellar la revolución. Los Estados Unidos, que en el mes de abril tenían en Vietnam 23 mil hombres, desembarcaron en Santo Domingo 42 mil. Para los funcionarios de Washington, los sucesos de la República Dominicana eran de naturaleza tan peligrosa que se prepararon como si se tratara de llevar a cabo una guerra de la que dependía la vida misma de los Estados Unidos. Siempre recordaré como un síntoma de esa enorme equivocación un detalle de la densa propaganda hecha por el departamento de guerra psicológica, el del famoso submarino ruso capturado en el puerto de la vieja capital dominicana. Ese submarino desapareció misteriosamente tan pronto llegaron a Santo Domingo los primeros periodistas norteamericanos independientes, pero sigue navegando en las aguas del rumor interesado. 

La fuerza de los Estados Unidos se usó en el caso de la Revolución Dominicana de una manera absolutamente desproporcionada. Un pueblo pequeño y pobre que estaba haciendo el esfuerzo más heroico de toda su vida para hallar su camino hacia la democracia fue ahogado por montañas de cañones, aviones, buques de guerra, y por una propaganda que presentó ante el mundo los hechos totalmente distorsionados. La revolución no fusiló una sola persona, no decapitó a nadie, no quemó una iglesia, no violó a una mujer; pero todo eso se dijo, y se dijo en escala mundial; la revolución no tuvo nada que ver ni con Cuba ni con Rusia ni con China, pero se dio la noticia de que 5 mil soldados de Fidel habían desembarcado en las costas dominicanas, se dio la noticia de que había sido capturado un submarino ruso y se publicaron “fotos” de granadas enviadas por Mao Tse-Tung. La reacción norteamericana ante la Revolución Dominicana fue excesiva, y para comprender la causa de ese exceso habría que hacer un análisis cuidadoso de los resultados que puedan dar la fe en la fuerza y el uso ilimitado de la fuerza en el campo político, y convendría hacer al mismo tiempo un estudio detallado del papel de la fuerza cuando se convierte en sustituto de la inteligencia. 

En el caso de la Revolución Dominicana, el empleo de la fuerza por parte de los Estados Unidos comenzó a tener malos resultados inmediatamente, no sólo para el Pueblo dominicano sino también para el Pueblo norteamericano. Con el andar de los días, esos resultados serán peores para los Estados Unidos que para Santo Domingo. Pero mantengámonos ahora dentro del límite estrecho de los daños causados a Estados Unidos en Santo Domingo. 

Por de pronto, la Revolución Dominicana, que hubiera terminado en el propio mes de abril a no mediar la intervención de los Estados Unidos, quedó embotellada y empezó a generar fuerzas que no estaban en su naturaleza, entre ellas odio a los Estados Unidos. Ese odio no se extinguirá en mucho tiempo. El nacionalismo sano de la revolución irá convirtiéndose a medida que pasen los meses en un sentimiento antinorteamericano envenenado por la frustración a que fue sometida la revolución. 

Y es una tontería insigne considerar que el nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres puede ignorarse, desdeñarse o doblegarse. La más poderosa de las armas nucleares es débil al lado del nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres. El nacionalismo es un sentimiento profundo, casi imposible de desarraigar del alma de las sociedades una vez que aparece en ellas, y ese sentimiento, según lo demuestra la historia, lleva a los hombres a desafiar todos los poderes de la tierra. Ahora bien, cuando el nacionalismo democrático es ahogado o estrangulado, pasa a ser un fermento, tal vez el más activo, para la propagación del comunismo. 

Estoy convencido de que el uso de la fuerza de los Estados Unidos en la República Dominicana producirá más comunistas en Santo Domingo y en la América Latina que toda la propaganda rusa, china o cubana. La fuerza, en su caso, fue empleada para impedirles que alcanzaran su democracia. Para muchos norteamericanos esto no es y no será cierto, pero yo estoy exponiendo aquí lo que sienten y sentirán por largos años los dominicanos, no las intenciones norteamericanas. Debido a que la fuerza nunca es tan fuerte como creen quienes la usan, los Estados Unidos tuvieron que recurrir en Santo Domingo a un expediente que les permitiera usar la fuerza sin exponerse a las críticas del mundo; y eso explica la creación de la junta cívico-militar encabezada por Antonio Imbert. Esa junta, como es de conocimiento general, fue la obra del embajador John Bartlow Martin, es decir, de los Estados Unidos; y pocas veces en la historia reciente se ha cometido un error tan costoso para el prestigio de los Estados Unidos como el que se cometió al poner en manos del señor Imbert parte de las fuerzas armadas dominicanas y al proporcionarles como justificación para sus crímenes el argumento de estar combatiendo el comunismo en Santo Domingo. Las matanzas de dominicanos y extranjeros —entre los últimos, un sacerdote cubano y uno canadiense— realizadas por las fuerzas de Imbert bajo el pretexto de que estaban aniquilando a los comunistas, quedarán para siempre en la historia dominicana cargadas en la cuenta general de los Estados Unidos y en la particular del señor Martin. 

Esas matanzas fueron hechas mientras estaban en Santo Domingo las fuerzas norteamericanas; y además el embajador Martin sabía quién era Imbert antes de invitarlo a encabezar la junta cívico-militar. La tiranía de Imbert fue establecida a ciencia y conciencia, y después de la tiranía de Trujillo no había excusa que pudiera justificar el establecimiento de la de Imbert. 

La revolución no fusiló a nadie ni decapitó a nadie; pero las fuerzas de Imbert han fusilado y decapitado a centenares, y aunque a esos crímenes no se les ha dado la debida publicidad en los Estados Unidos, figuran en los expedientes de la Comisión de los Derechos Humanos de la OEA y de las Naciones Unidas, con todos sus horripilantes detalles de cráneos destrozados a culatazos, de manos amarradas a la espalda con alambres, de cadáveres sin cabezas flotando en las aguas de los ríos, de mujeres ametralladas en los “paredones”, de los dedos destruidos a martillazos para impedir la identificación de los muertos. La mayor parte de las víctimas fueron miembros del Partido Revolucionario Dominicano, un partido reconocidamente democrático, pues la función de la llamada democracia de Imbert es acabar con los demócratas en la República Dominicana. Parece un sangriento sarcasmo de la historia que los crímenes que se le achacaron a la revolución sin haberlos cometido, hayan sido cometidos por un falso gobierno creado por los Estados Unidos sin que eso conmueva a la opinión norteamericana. La mancha de esos crímenes no caerá toda sobre Imbert, que al fin y al cabo es un ave de paso en la vida política dominicana; caerá también sobre los Estados Unidos y, por desgracia, sobre el concepto genérico de la democracia como sistema de gobierno. O yo no conozco a mi pueblo, o va a ser difícil que a la hora de determinar responsabilidades los dominicanos de hoy y de mañana sean indulgentes con los Estados Unidos y duros solamente con Imbert.

En general, va a ser difícil salvar a los Estados Unidos de responsabilidad en todos los males futuros de Santo Domingo, aún de aquellos que se hubieran producido naturalmente si la revolución hubiera seguido su propio curso. El Pueblo dominicano no olvidará fácilmente que los Estados Unidos llevaron a Santo Domingo el batallón nicaragüense “Anastasio Somoza”, el émulo centroamericano de Trujillo; que llevaron a los soldados de Stroessner, los menos indicados para representar la democracia en un país donde acababan de morir miles de hombres y mujeres del Pueblo, peleando por establecer una democracia; que llevaron a los soldados de López Arellano, que es para los dominicanos una especie de Wessin y Wessin hondureño.

 En todos los textos de historia dominicana del porvenir figurará en forma destacada el bombardeo a que fue sometida la ciudad de Santo Domingo durante 24 horas los días 15 y 16 de junio. Todos estos puntos a que me he referido a la ligera son consecuencias del uso de la fuerza como instrumento de poder en el tratamiento de los problemas políticos. Una apreciación inteligente de los sucesos de Santo Domingo hubiera evitado los males que ha producido y producirá el uso de la fuerza que se desplegó en el caso dominicano. 

Para la sensibilidad de los pueblos de la América Latina, para su experiencia como víctimas tradicionales de gobiernos de fuerza, todo empleo excesivo e injusto de la fuerza provoca sentimientos de repulsión. Desde el punto de vista de los latinoamericanos, los Estados Unidos cometieron en Santo Domingo el peor error político de este siglo. El presidente Johnson dijo que los infantes de marina de su país habían ido a Santo Domingo a salvar vidas, pero lo que puede asegurar el que conozca la manera de sentir de los latinoamericanos es que esos infantes de marina destruyeron en todo el Continente la imagen democrática de los Estados Unidos. Es que parece estar en la propia naturaleza de la fuerza destruir en vez de crear, y cuando se usa en forma excesiva e inoportuna, la fuerza tiende a destruir a quien la usa. Una revolución puede detenerse con la fuerza, pero sólo durante cierto tiempo.

En muchos sentidos, las revoluciones son terremotos históricos incontrolables, sacudimientos profundos de las sociedades humanas que buscan su acomodo en la base de su existencia. Y la Revolución Dominicana de abril de 1965 fue —y es— una revolución auténtica. Por lo menos eso creen los que tienen razones para conocer la historia, las fallas, las angustias y las esperanzas dominicanas, es decir los dominicanos que las hemos estudiado y estamos vinculados al destino de aquel pueblo por razones tan justas y tan honorables como puede estar vinculado el mejor de los norteamericanos al destino de los Estados Unidos.

Juan Bosch
Puerto Rico. 29 de junio de 1965

jueves, 28 de abril de 2016

Imágenes Guerra Patria de Abril


28ABR

El mes de abril, el mes de la heroicidad dominicana, puesto que el 24 de abril de 1965 se inicia la revolución de abril.
La Guerra Cívico-militar Dominicana de 1965 constituye uno de los hechos más relevantes en la historia reciente de la República Dominicana.
El conflicto se inicia cuando un movimiento de jóvenes oficiales de las distintas ramas de las fuerzas armadas dominicana, comprometido con un mejor destino para la patria, liderado por el Coronel Tomas Fernández Domínguez, se organizan con el propósito de restaurar el gobierno constitucional y democrático del profesor Juan Bosch del 1963.
Bajo la consigna “vuelta a la constitución sin elecciones”, el grupo de oficiales patriotas da inicio a unos de los episodios de mayor heroicidad del pueblo dominicano, tanto que tres días después de la revuelta militar ocurre por segunda ocasión en el siglo XX, la intervención de los Marines Norte Americanos, con el propósito de impedir que el pueblo eligiera su propio destino en democracia. La respuesta del pueblo en armas juntos a sus militares patriotas frente a la grosera y abusiva intervención militar de los Estados Unidos, fue una repuesta de heroicidad, resistiendo y enfrentado militarmente a unos de los ejércitos más poderosos del mundo.
El movimiento 30 de junio  considerando importante, para que no se pierda en el tiempo la memoria histórica de aquella gesta, donde el valor patriótico del dominicano se puso de manifiesto por tercera ocasión en cuanto defender la patria se trata, presentar varios reportajes en series donde se analiza en su justo contexto histórico lo que fue la revolución de abril y la intervención militar de los Estados Unidos en 1965.
Para la ocasión, el profesor Juan Bosch, analizando desde una perspectiva histórica la revolución de abril decía:
“Los hechos que tienen importancia en la vida de un pueblo no pueden verse aislados, y por esa razón no podemos hablar de la Revolución de Abril aislándola del resto de la historia dominicana como si ésta hubiera comenzado el día antes del 24 de abril de 1965.
Es más, la Revolución de Abril no puede analizarse ni siquiera a partir del 25 de septiembre de 1963, fecha en que se dio el golpe de Estado que derrocó el Gobierno constitucional de ese año.
Podemos decir que el golpe de 1963 fue el antecedente inmediato de la Revolución de Abril, pero para juzgar correctamente el estallido de 1965 habría que ir mucho más atrás porque todos los acontecimientos históricos tienen raíces múltiples y algunas de ellas nacen mucho tiempo antes de lo que se ve a simple vista.
Esto último es lo que explica que a la hora de analizar cada momento de la historia debemos partir del conjunto de los hechos anteriores.
Lo cierto es, y es lo mas importantes, que a la hora de analizar la guerra de abril y la segunda intervención militar Yanquis fue que el  28 de abril, la lucha tomó un giro diferente cuando el entonces presidente norteamericano Lyndon B. Johnson ordenó el desembarco de tropas estadounidenses en territorio dominicano con el pretexto de salvaguardar la vida de sus conciudadanos residentes en el país. Las tropas norteamericanas establecieron un “corredor de internacional” y una “zona de seguridad” con la cual cercaron a los constitucionalistas, quienes ya para el día 28 habían tomado la Fortaleza Ozama, que en aquella época era el asiento de la policía antimotines, y apresado a cientos de efectivos policiales.
Inmediatamente desembarcaron, los norteamericanos encontraron la oposición armada de los constitucionalistas, los cuales para tal fin crearon los llamados “comandos”, que no eran más que células de combatientes que también realizaban no sólo la vigilancia del sector ocupado por los constitucionalistas, sino que también funcionaban como una especie de policía civil. El 30 de abril llegó a Santo Domingo, John Bartlow Martin, enviado especial del presidente Johnson y otros asesores del gobierno norteamericano (Martin había estado en la República Dominicana anteriormente como embajadador del gobierno del presidente Kennedy). Los Constitucionalistas, reducidos al dominio de lo que se conoce como Ciudad Nueva (zona intramuros de Santo Domingo que comprende la parte más antigua de la misma), organizaron un gobierno el cual proclamaron como legítimo ya que había sido gratificado por el congreso de 1963, el cual, a su vez, había sido restaurado por la sublevación del 24 de abril. Ese mismo gobierno proclamó como su presidente al Coronel Francisco Alberto Caamaño. Desde luego que el Coronel Tomas Fernández  Domínguez es considerado como el verdadero héroe de la Revolución (Soldado del Pueblo y Militar de la Libertad) “… y aquí estoy, respondiendo con la frente en alto, el honor multiplicado y la vergüenza como estandarte. Que me juzguen la Historia y la República”* Rafael Tomás Fernández Domínguez Coronel E. N.


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