MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

lunes, 29 de septiembre de 2014

La Izquierda que queremos

Ánalisis desde la Izquierda Ciudadana (IC)




Si no puedo bailar, tu revolución no me interesaEmma Goldman

Partamos por lo obvio. El Chile del 2014 no es el mismo país que el de hace unos años atrás. Ese lugar común repetido hasta volverse cliché se enuncia en diversos discursos de las izquierdas y el progresismo; nos convoca a comprender que a través de la irrupción de nuevos actores socioculturales se desmontaron y reordenaron los encuadres que hasta entonces delimitaban las estrechas fronteras de la deliberación pública. Nuevos o silenciados discursos atiborraron la escena público/mediática, abriendo importantes posibilidades de transformación social y política. En un sentido inmediato, se cambió la agenda y, en un sentido de más largo aliento, se produjo una ruptura o giro epistemológico que reordenó las cartografías cognoscitivas que diagramaban lo posible y lo imposible y, por tanto, dibujaban los límites de la acción política. En breve, lo que ayer se hubiese signado como poco realista o incluso demencial, hoy muchas veces aparece como lo razonable.
Si bien estas transformaciones en el plano de lo deliberativo por sí mismas no aseguran los cambios en la textura social, no cabe duda de que el hecho que se pongan en circulación nuevos “sentidos políticos” resulta positivo para quienes apuestan por transformar el país.
No obstante, ante la irrupción de esta nueva escena, las izquierdas lamentablemente han tenido dificultades tanto para diagnosticar como para actuar en un territorio que se les ha revelado ignoto y plagado de incertidumbres. Aún, y es sano reconocerlo, nos encontramos a tientas, palpando y asimilando las profundidades de las nuevas grietas. Sin duda, esta situación se ve reforzada por el crónico conservadurismo de nuestras identidades , por la tozudez de querer leer al nuevo Chile con las herramientas teórico-políticas de tiempos pretéritos y porque aún no somos capaces de leer, primero, la hondura y, segundo, las lógicas de los cambios. Y, como es obvio, difícilmente lo haremos con las herramientas de siempre cuando se trata de un paisaje distinto. El nuevo Chile también exige nuevos marcos de comprensión. Y las izquierdas parecen moverse como un péndulo entre dos polaridades. Una, inscrita en la comodidad “y pureza” de la política de minoría, que tratando de eludir todo riesgo, lee todos estos nuevos fenómenos desde una desconfianza destructiva y, con ribetes de pesadilla Orweliana, imaginan que todo lo nuevo sería una reedición del viejo orden sistémico. Y otra, aquellos que en la borrachera del entusiasmo, simplifican lo complejo, aplicando viejas claves de aproximación a la contingencia y, desde una perspectiva celebratoria del nuevo ciclo político, se conforman con ser una mayoría electoral y no una mayoría político-cultural; o, en el paroxismo de la ingenuidad, sostienen que la mera acumulación de movilización y desconfianza hacia el sistema lo derrumbará.
Más allá de las diferencias que pueden haber entre estas dos polaridades, unos y otros comparten la vieja matriz de representación: la idea de hablar/representar a otros, al pueblo; que deviene en una noción de soberanía delegada, tanto el que piensa que el cambio se producirá (sólo) por un pacto electoral “desde arriba”, como el que piensa que la revolución la hará la vieja vanguardia leninista, es decir, un pequeño grupo de iluminados que “se pone el proyecto transformador en el hombro” y que “conduce” al pueblo, a pesar de su “ignorancia”, hacia la victoria.
A pesar de lo anterior, los demócratas sabemos que cuando algo no sirve, hay que cambiarlo. Y debemos partir de una vez por hacer los esfuerzos de imaginar una izquierda con vocación de mayorías que supere lo meramente testimonial, que dibuje un plan de poder que no sólo la limite a influenciar, que entienda la heterogeneidad como una característica a relevar y no como un peso a cargar, que supere los anclajes culturales derrotados por la violencia reaccionaria de las décadas pasadas (¡que asuma la derrota!), que no caiga en el mesianismo que conllevan las verdades cerradas, sino que interpele y dialogue críticamente con la ciudadanía, que no sólo conecte con quiénes ya sabemos están con nosotros sino justamente con quiénes sin tener intereses en contra de una sociedad distinta no se muestran a favor. Es momento de superar la vieja fraseología izquierdista y salir a convencer, más que sólo a vencer. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en una estructura organizativa y estratégica que pueda articular trabajo de base y eficacia, movimiento ciudadano y dirección, sin perder nunca el espíritu radicalmente democrático que guía a los socialistas del siglo XXI.
Señalar qué izquierda queremos, presupone una pregunta anterior: ¿Qué es la izquierda? Como dice Frédéric Lordon “ser de izquierda es una situación en relación con el capital. Ser de izquierda es situarse de cierta manera respecto del capital. Y más exactamente, de una manera que, habiendo planteado la idea de igualdad y democracia verdadera, habiendo reconocido que el capital es una tiranía potencial, y que la idea no tiene ninguna posibilidad de adquirir alguna realidad, entiende que su política consiste en rechazar la soberanía del capital. No dejar que el capital reine, eso es ser de izquierda”. Por tanto, una política de izquierda busca colocar las decisiones que monopoliza el capital en manos de la ciudadanía, es decir, democratizar la democracia, y desmercantilizar la vida, dar contenido material al ser ciudadanos. Pablo Iglesias, líder de la reciente formada organización española Podemos, lo expresa así: “la democracia es un movimiento expropiatorio que busca quitar poder a quienes lo ostentan, para repartirlo entre quienes carecen de él”. Mejor dicho, imposible.
La izquierda que queremos, esta situada en un contexto de crisis de la democracia representiva en manos del capitalismo neoliberal. En una trama de alto distanciamiento de la política y la “gente común”, diagnóstico que la “izquierda tradicional” realiza muchas veces, pero sigue reproduciendo esa separación desde sus estructuras orgánicas (y creencias políticas trascendentales), arguyendo una inflexión naturalizada entre formas y fondos. No obstante, como lo demostró contundentemente el siglo XX, las estéticas enuncian las éticas. Lo que no quiere decir, por supuesto, que construir mayorías no implique cabalgar en las contradicciones. Pero, y a estas alturas, es ineludible para una fuerza política, como lo es la (nueva) izquierda, que pretende democratizar profundamente la sociedad, articularse internamente de una sola manera: la más democrática.
La izquierda que queremos no puede convertirse en una estructura político-orgánica más que generé esa división entre los que hacen política y el conjunto de los ciudadanos, tenemos que esforzarnos (y mucho) en dotarnos de instrumentos de participación que aseguren alto niveles de protagonismo ciudadano, que no desconozcan las actuales tecnologías de la información y comunicación, las redes sociales, la telemática, el papel de la televisión en la construcción de las identidades y textos sociales, el de la sociedad civil no organizada, de los nuevos actores y movimientos sociales.
No sólo debe abordar las luchas por la redistribución, sino también reconocer desde nuevas construcciones no coloniales ni patriarcales, todos los tránsitos políticos disidentes al monólogo del capital. Las izquierdas deben defender y darle valor a las diferencias y pulsiones diferenciadoras; la izquierda que queremos atiende a las experiencias de América Latina y la originalidad de las mismas. Comprende que nuestros procesos no deben ser “calco ni copia” de los proyectos metropolitanos.
Sabemos que la política es demasiado importante para que esté en manos de una autodenominada clase política. De la política depende que haya hospitales y escuelas que funcionen, las condiciones materiales en las cuales se trabaja o estudia, en rigor de la política depende la estrategia de sobrevivencia de un colectivo humano, por lo mismo decimos que todo es política. Debemos convencernos de que el cambio en nuestro país, aprendida las lecciones de los últimos años y las distintas irrupciones sociales tiene su ritmo puesto “desde abajo” y va a dibujarse en directa relación con el aumento de los niveles de protagonismo ciudadano, por lo mismo la noción de soberanía delegada es insuficiente y no va en la dirección del progreso societal y espiritual que se requiere. Debemos ser una izquierda que valore los esfuerzos reformistas del actual gobierno, que dispute el carácter de las reformas, ampliando las convocatoria detrás de las mismas, por lo tanto, que las entiende en un horizonte de más largo aliento, que inscriba en un país con una cultura “institucionalista” como el nuestro, una dialéctica de poderes constituyentes y constituidos. La izquierda que queremos debe ser capaz de construir una voluntad colectiva nueva que se vuelva institución, cotidianidad.
La izquierda que queremos defiende la fiesta como una acción política y el afecto como la mejor estrategia orgánica, supera el desprecio por las formas de “expresión de las masas” incluyéndolas a su orden del día, una izquierda que no lee como “alienación” la risotada desbordada o las estéticas “kitsch”, que disputa la palabra p/matria, y potencia los métodos movimientistas. Entiende que lo atractivo no es monopolio de la derecha o de la sociedad del espectáculo. Facilita las formas de participar en política, de acceder a ella. Prefigura en su vida interna elementos del futuro, constituye nodos de presencia de lógicas sociales otras en la contingencia, maneja herramientas políticas configurativas y reconfigurativas. Otorga más autonomía e independencia a las regiones (es regionalista), mayores márgenes de maniobra, sin rebasar los criterios lógicos de coordinación, coherencia y responsabilidad en una comunidad de escala nacional.
La propuesta es muy humilde, estamos convencidos de que la clave para que cambien muchas cosas en un país que (informe Auditoría a la Democracia del PNUD) “explica su desigualdad socioeconómica producto de las desigualdades políticas”, pasa por la ciudadanización de la política, por el protagonismo de la gente. Las condiciones para proponer un nuevo programa de empoderamiento ciudadano -de relaciones entre las personas e instituciones- están, fueron abiertas y empujadas estos últimos años por la movilización tanto de movimientos sociales, como de presencias colectivas. Una revolución ciudadana para Chile es posible; un carnaval democrático que subvierta las jerarquías e imprima una energía refundacional de/en los cuerpos, un rito de renovación de lo público que tenga su fuente originaria en la restitución del poder en el soberano y la hechura de una nueva constitución vía una asamblea constituyente.
Parafraseando a nuestra Gabriela Mistral, la izquierda que queremos es un proyecto con voluntad de ser.
Matías M Valenzuela Comisión Política de la IC y Francisca Muñoz Presidenta CNJ de la IC
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

La izquierda en América Latina

Debate entre Juan Carlos Monedero y Mike González
La Hiedra



Pensamos que hoy es más importante que nunca aprender de los aciertos y desaciertos de la izquierda latinoamericana por las similitudes en el contexto en que surgió (de crisis económica y política y de grandes movimientos sociales) y por su experiencia dentro de las instituciones –algo deseado por varios proyectos interesantes a lo largo del Estado español.
Hemos preguntado qué se puede aprender de las experiencias latinoamericanas a dos expertos en la materia: Juan Carlos Monedero -@MonederoJC- y Mike González, ambos intelectuales inmersos en la realidad política latinoamericana y activistas en sus respectivos ámbitos. Hemos dejado que cada uno desarrollara sus ideas en paralelo, primero introduciendo sus propias visiones personales y luego respondiendo a las del otro. El intercambio subsiguiente reveló confluencias, pero también contrastes, como no podía ser de otra manera con un tema tan amplio y tan complejo.
Primera ronda: Mike González


Mike González, autor de una nueva biografía sobre Hugo Chávez (Pluto Press, 2014), Catedrático Emérito de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Glasgow y miembro de la corriente internacional de En Lucha / En Lluita.
El gran pensador marxista peruano, José Carlos Mariátegui, decía que había aprendido a ver y conocer su propio país en Italia entre 1919-1923. Allí participó en la política revolucionaria al lado de Gramsci. Se podría decir que en los noventa, después del desmoronamiento del llamado “bloque socialista”, Europa dirigió su mirada hacia América Latina, para plantearse la cuestión del método revolucionario. Desde Chiapas, donde las y los zapatistas se levantaron en enero de 1994, llegó un grito de protesta y rebeldía y una crítica feroz al neoliberalismo desde las márgenes. Como demostró el MST brasileño en los ochenta, los sin tierra tenían visión y capacidad de lucha, desde la conciencia y el conocimiento. El grito zapatista –¡Ya basta!– se oía en las calles de Europa –desde los y las Tute Bianche de Italia, hasta “los camioneros y las tortugas” que asediaron la Organización Mundial de Comercio en Seattle a finales de 1999 y desenmascararon los mecanismos de explotación detrás de la globalización.
La década de los noventa empezó con un triunfalismo encarnado de Fukuyama, que pronunciaba “el fin de la historia” y la victoria del capitalismo global. El fin de la historia, según él, era el fin de la resistencia, pues el derrumbe del muro de Berlín dejó en los escombros el sueño de un mundo auténticamente democrático, justo y humano. Para principios del siglo XXI, Fukuyama se tragaría sus palabras.





El nuevo siglo empezó con muestras claras del impulso revolucionario que estaba presenciando América Latina. En Cochabamba la llamada “guerra del agua” del 2000 generó prácticas y formas de organización que señalaron el resurgir de la posibilidad de un mundo sin explotación ni opresiones. Desde las bases se formó un frente de lucha que abarcaba a obreros, comunidades, vecinos, grupos de mujeres, vendedores ambulantes, escolares y comunas indígenas. La misma experiencia, aunque menos conocida, marcó la extraordinaria lucha de los pueblos indígenas del Ecuador. Tumbaron tres veces a gobiernos que intentaron imponer las prioridades neoliberales. El Argentinazo de diciembre de 2001 produjo una nueva consigna –“que se vayan todos”– y se crearon allí nuevos organismos de resistencia y autonomía, como las asambleas populares en los barrios, al igual que en Bolivia los “cabildos abiertos” –asambleas del pueblo en plazas públicas. Cada caso tenía su particularidad, sus expresiones locales. Pero los valores que encarnaban atravesaban fronteras y hacían eco de las reivindicaciones que lanzaba, desde Gotemburgo a Génova, el movimiento anticapitalista.
Desde ambos lados del mundo, en aquellos años de principios del nuevo siglo se reclamaba democracia, solidaridad, justicia social, respeto al planeta, solidaridad con la gente oprimida y un sistema económico-social que produzca para el bien de las mayorías. Eran los principios fundamentales del socialismo que Marx propuso en los albores del capitalismo. Ahora, aunque había producido los medios capaces de satisfacer las necesidades de todos, el mundo estaba más lejos que nunca de la soñada igualdad.




La fuerza moral de esos nuevos valores era avasalladora; pero no se traducía en fuerza política. Para eso había que tratar la cuestión del poder y de quién lo manejaba y ejercía para que siguieran beneficiándose los reducidos sectores de los dueños del capital. Era cierto que la caída del muro había revelado la realidad del “socialismo realmente existente” cuyo motor era la explotación y cuyos dirigentes constituyeron una clase que se enriqueció a expensas de las y los trabajadores y reprimía al pueblo en cuyo nombre reinaban. Y tanto como la clase dirigente occidental, ellos disponían de la violencia del estado.
¿Era posible otro tipo de poder? Otra vez América dio respuesta –o más bien dos. Desde Chiapas el reto era (según John Holloway) “cambiar el mundo sin tomar el poder” –realizar una transformación moral y cultural sin necesidad de enfrentar el poder del capital. Los movimientos sociales y las ideas revolucionarias son, o pueden ser, una fuerza material. Pero desde Cochabamba, Ecuador y Oaxaca se decía que había que transformar también el poder, que los estados debían estar bajo el control y la autoridad de los movimientos de masas que habían arrasado con los viejos poderes. Se veía surgir en América embriones de ese poder alternativo.
Parecía que quien más representaba esta nueva propuesta era Hugo Chávez. La revolución bolivariana y la personalidad de su máximo dirigente sedujeron a la izquierda del mundo entero. Su irreverencia, su celebración de la cultura popular y su manejo de los símbolos del proceso independentista sumaron un nuevo discurso político que parecía fundir en una visión nueva las demandas de las resistencias de Europa y América Latina. Un nuevo mundo es posible, decía, apropiándose la consigna central del Foro Social Mundial. En el Foro de enero de 2005, Chávez presentó su nuevo concepto y cautivó a un público mundial:
“Cada día estoy más convencido, sin ninguna duda en mi mente […] de que es necesario trascender el capitalismo. Pero no puede ser trascendido desde dentro del propio capitalismo, sino a través del socialismo, el verdadero socialismo, con igualdad y justicia. Pero también estoy convencido de que es posible hacerlo bajo la democracia, pero no el tipo de democracia impuesta desde Washington”.




Los hechos en Venezuela respaldaban esa posibilidad. En 2002-03 un intento de golpe fue derrotado por la movilización en masa del pueblo venezolano. De diciembre de 2002 hasta marzo de 2003 la huelga empresarial, el llamado “paro petrolero”, intentó destruir la industria petrolera, cuyos ingresos, en el proyecto chavista, financiaban el bienestar de las mayorías. Derrotada en aquel momento, la derecha seguiría empleando su poder económico para minar el proyecto –con la especulación sobre todo. La respuesta eran las Misiones, programas en cierto sentido asistencialistas pero anclados en el control y la administración desde las bases, que parecían ejemplos de un nuevo tipo de poder, respaldadas a su vez por un ejército progresista y un nuevo sistema latinoamericano de cooperación –el ALBA.
Las palabras de Chávez resonaron a través de América. Nuevos dirigentes de izquierda llegaron a los palacios presidenciales bajo el impulso de los movimientos sociales. Fue el caso de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay y, de hecho, Lula en Brasil (aunque el proyecto de Lula resultó ser básicamente neoliberal). Las nuevas constituciones de esos países defendían la democracia, el control nacional de los recursos de cada país y su distribución equitativa, además de la base plurinacional de los nuevos estados, imitando la nueva Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999.
Hasta allí se podía hablar del éxito del proyecto de la conquista de la soberanía, de la independencia nacional. El ALBA daba la posibilidad de crear un bloque antiimperialista que rompía con la dependencia de EEUU. El proyecto bolivariano ocupaba el primer lugar en ese proceso. Pero quizás por eso no se atendía a las señales de sus contradicciones internas. A finales de 2006 Chávez creó un nuevo partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela. Se convirtió de la noche a la mañana en un partido de masas –bastaba la convocatoria de Chávez. Pero ¿qué tipo de socialismo representaría el nuevo partido? Sus estructuras eran absolutamente centralizadas, su creación no fue producto de una discusión en las masas, ni lo fueron sus reglas y estatutos. Se parecía mucho más al partido comunista cubano que a un nuevo tipo de organización donde el pueblo ejerciera su poder democrático directamente sobre el estado. Y no era simplemente una cuestión organizativa. Sin la intervención directa de los órganos de democracia directa, ¿cómo se podía asegurar que las prioridades del estado siguieran siendo las de la mayoría? ¿Y cómo impedir que surgiera en su seno una dirección del partido y del estado que se alejara de las bases y empezara a defender su poder y no el poder popular?
La verdad es que no se hablaba lo suficiente ni dentro ni fuera de Venezuela sobre el carácter del socialismo bolivariano. La experiencia de aquel otro socialismo obsoleto rendía más que suficientes lecciones sobre lo que podía significar el capitalismo de estado (específicamente descartado por Chávez en Porto Alegre). En años recientes se ha visto que el capital nunca descansa en sus esfuerzos por subvertir este proyecto, sea militarmente (como en Honduras) o económicamente (como en Venezuela). Hoy Venezuela está en una crisis profunda tanto económica como social precisamente porque la ausencia de esa democracia auténtica hizo posible que se estableciera en el poder una burocracia que al no enfrentar esta amenaza y buscar su propio enriquecimiento, torció y traicionó las promesas del socialismo del siglo XXI (aun si nunca se definieran realmente). Han puesto en jaque no sólo su estado sino todo el proyecto socialista para América y el mundo.
¿Qué hacer? Lo primero es rescatar el proyecto socialista, aclarando por qué hoy en día los gobiernos de izquierda del continente están tratando de nuevo con las multinacionales petroleras y mineras, y cómo la corrupción ha podido aparecer en el seno de un proyecto arraigado en un proyecto de poder popular y democrático. Que de la soberanía nacional a una propuesta revolucionaria internacionalista hay todavía un gran salto. Pero para que este se realice, será la clase trabajadora en toda su multiplicidad la protagonista de cualquier proceso que se llame socialista. Es a ella a la que hay que apoyar y defender y no a quienes se arrogan el derecho de representarla. Nuestra democracia es participativa, diversa, opuesta a todo imperialismo y enemiga a ultranza del capitalismo, cualquiera que sea la forma que toma.
Juan Carlos MonederoJuan Carlos Monedero, profesor de ciencia política de la Universidad Complutense de Madrid, fundador de Podemos y asesor del gobierno venezolano dirigido por Hugo Chávez entre 2005 y 2010.
Uno de los principales rasgos del capitalismo es su voluntad global. Por su propia lógica, no puede dejar de pedalear sin caerse, de manera que la expansión más allá de las fronteras de los países europeos donde se inició está inscrita en su código genético. Es importante entenderlo porque nos da una clave: lo que ha ocurrido en otros países puede igualmente ocurrir en los nuestros. Es cierto que las estructuras sociales son distintas, como distintos son sus estados y la fortaleza de su sociedad civil. Esto no permite comparaciones simples, pues las bases compartidas para ejemplarizar no están dadas. Pero las tres grandes autopistas que nos han traído hasta la actualidad –el Estado nacional, el desarrollo capitalista y el pensamiento de la Modernidad– se caracterizan por su carácter homogeneizador. Cuando las lógicas de estas tres autopistas tienen dificultades para reproducirse (por culpa de una crisis económica, por protestas sociales o por tensiones de cualquier tipo que también pueden provenir de fuera), las herramientas para volver a recuperarse son las mismas en todos sitios.
Por eso se parecen tanto las guerras, los ajustes y los recortes, el papel de la ciencia, el machismo o el trato a los inmigrantes sin papeles. Hay una suerte de “macdonalización” del mundo que tiene que ver con la hegemonía occidental desde, al menos, el siglo XIX. Al final, el comportamiento capitalista es muy similar en Venezuela, España o China; un inmigrante considerado ilegal tiene una suerte similar en Ceuta, Texas, Argentina o Libia (donde las diferencias van a estar en virtud de la magnitud de la crisis en cuestión y la fortaleza del estado de derecho) y el estado responde igual cuando la razón última de su existencia (la defensa de la propiedad privada) se ve amenazada. De la misma manera se parecen los procesos de toma de conciencia, las herramientas que usan los desposeídos para salir de su postración, las movilizaciones populares a la búsqueda de la exigencia de derechos, los procesos constituyentes, el papel de la policía o del ejército o el comportamiento de los medios de comunicación cuando los intereses de los poderosos se ven desafiados.
Con todas estas salvedades hechas, claro que se pueden sacar enseñanzas de la manera en que América Latina entró y salió de la fase neoliberal de la que ayer se benefició el norte (y que hoy sufre cuando la lógica capitalista ha hecho del territorio europeo un lugar de garantía de la tasa de ganancia empresarial que tiene más dificultades para realizarse en otros lugares del mundo). La lógica neoliberal es idéntica en todos sitios, si bien no se va a aplicar de la misma manera en todos los rincones del planeta. De la misma manera que en todos lados cobra contornos parecidos la crisis del Estado nacional (desafiado por la globalización) y los problemas ligados a la modernidad (en especial el eurocentrismo, el machismo, el productivismo y la confianza ciega en la idea de progreso que tan contraria es al respeto medioambiental). Pero no se van a expresar de la misma manera en todos sitios. Es conocida la conversación entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet donde la primera ministra inglesa le respondía al dictador chileno que pareciéndole muy apropiadas las decisiones tomadas tras el golpe contra Salvador Allende con la izquierda política y sindical, ella no podía hacer lo mismo en Inglaterra al ser diferentes las condiciones sociales, políticas y constitucionales (aunque cuando vemos que en España se vuelve a encarcelar a trabajadores por defender el derecho a la huelga, debemos entender el retroceso que está sufriendo la democracia en el continente europeo).
Hay al menos cinco enseñanzas que la izquierda europea debiera aprender de la izquierda latinoamericana.
1. La construcción de un nuevo sujeto político y un nuevo marco ideológico El encarcelamiento, represión y prohibición de los partidos políticos de la izquierda en América Latina (especialmente de los más fuertes en todos los países que sufrieron procesos autoritarios, incluso bajo situaciones formalmente democráticas, como fue el caso de Venezuela), obligaron a buscar otros sujetos para enfrentar los ataques a la democracia. De la misma manera, lo que se llama “cartelización de los partidos políticos” y su conversión en empresas políticas señalaba el agotamiento de la democracia representativa para, efectivamente, representar a la ciudadanía. De esta manera surgieron sujetos plurales ajenos a las discusiones tradicionales en la izquierda acerca del papel a desempeñar por el reformismo, la revolución o la rebeldía. Apareció en el lugar tradicional del “proletariado” el “pobretariado” (en expresión del brasileño Frei Betto). Los indígenas pudieron emerger como actor político (véase el caso de México o Bolivia), al igual que las mujeres, los movimientos sociales o los militares. La propia pluralidad del Foro Social Mundial, nacido en Porto Alegre en 2001, era una señal de la nueva configuración política que empezaba a desplegarse por el continente a partir de la victoria de Chávez en 1998. El discurso “izquierda-derecha” dejaba paso a una discusión “arriba-abajo” de mayor capacidad de inclusión. ¿A qué espera Europa para poner en marcha su Foro Social Mediterráneo o de los países del Sur?
2. La puesta en marcha de procesos constituyentes participados popularmente Ni la fase postneoliberal (puesta en marcha en Brasil, Argentina, Uruguay o, de manera más tímida, en Chile) ni la fase postcapitalista (intentada inicialmente en Venezuela, Bolivia o Ecuador, aunque sus resultados sean más bien magros en esa dirección) eran posibles sin unas nuevas reglas del juego. Estas pasan de manera clara o bien por un proceso constituyente que establezca la superación del modelo (que siempre será gradual y más moderado que radical) o por decisiones claras en el ámbito de la justicia, la propiedad de los hidrocarburos y las riquezas nacionales y el comportamiento de los medios de comunicación. Si las principales fuentes de riqueza están al margen de la gestión pública no son posibles los procesos de distribución de la renta (nótese que ni siquiera hablamos de “redistribución” de la renta). Sin una justicia que aplique los elementos de justicia social que siempre incluyen las constituciones es imposible ir más allá del gobierno de las oligarquías. Si los medios de comunicación imponen la hegemonía de esas oligarquías rompiendo todas las reglas deontológicas con el fin de provocar una salida violenta del gobierno de las fuerzas de cambio, es imposible mantener el apoyo de las mayorías. Jueces imparciales, medios de comunicación democráticos y capacidad fiscal y económica del gobierno son garantías para que no se posea únicamente el “poder” estatal al tiempo que se carece del poder real. O un proceso constituyente que garantice esos ámbitos.
3. Democracia participativa La frase “sólo el pueblo salva al pueblo” no es solamente un mantra movimentista. Se trata de implicar a las mayorías sociales en la solución de sus propios problemas, rompiendo con la lógica de delegación propia de la democracia representativa. Eso implica crear instancias de deliberación y decisión populares que salgan de la lógica burocrática de los partidos políticos. Pero como bien ha expresado el vicepresidente boliviano García Linera, el experimentalismo democrático no es posible si se carece del aparato del Estado, pues es la garantía de, en caso de fracasar los experimentos, no pagarse un precio demasiado alto que cierre la posibilidad de la transformación.
4. Apuesta decidida por los derechos sociales y por el mundo del trabajo El apoyo electoral a la izquierda latinoamericana no va a ningún lado si las mayorías no experimentan mejorías en sus condiciones de vida. En Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina los éxitos en sacar a millones de personas de la pobreza es garantía del posterior apoyo electoral. Aunque no hay que caer en la tentación de pensar fórmulas fáciles de “importación” de modelos. Hay más socialismo en la seguridad social de corte europeo –que es fruto de cien años de luchas obreras y ciudadanas exitosas– que en todas las misiones venezolanas, esenciales para rebajar a la mitad las tasas de pobreza y llevar educación, sanidad, vivienda y alimento a las mayorías empobrecidas pero que hay que pensar en el contexto de un Estado débil y en el ámbito americano sometido a las presiones del imperialismo norteamericano, del comportamiento excluyente de las élites y de la debilidad de la esfera pública en el conjunto del continente latinoamericano.
5. Nuevas alianzas continentales y mundiales regidas por otros principios El presidente Chávez entendió que era imposible la democracia en un solo país, de manera que buscó el desarrollo de democracias soberanas en todo el continente. De la misma manera, cambió la Organización de Estados Americanos, controlada por EEUU, por la UNASURi y la CELACii, donde por vez primera los países del sur eran soberanos. Igualmente desarrolló el ALBAiii y están en proceso de hacer del MERCOSURiv algo más que un ámbito de intercambio mercantil. Esto debiera servir en Europa para pensar fórmulas que revirtieran el modelo neoliberal impulsado desde el Acta Única (1986) y el Tratado de Maastricht (1992), pensando en formas de unión de los países del Sur y, al tiempo, pensando en alianzas mundiales que rompan la dependencia de la OTAN y EEUU.
Estos asuntos no agotan el aprendizaje que la izquierda europea puede sacar de la experiencia latinoamericana pero, es evidente, que sirven, por la función de espejo que significan, para darnos cuenta del agujero histórico en el que estamos en el viejo continente.
Notas
1 Unión de Naciones Suramericanas.
2 Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
3 Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.
4 Mercado Común del Sur.

Segunda ronda: Mike González Respuesta a Juan Carlos MonederoEs alentadora la coincidencia en muchas cosas que tenemos. Innegable ese fenómeno de la ‘macdonalización’ del mundo, si dondequiera que uno vaya la gran ‘M’ te sigue como una maldición. La globalización de la economía, pero además de la cultura, la experiencia social, los patrones de consumo y sus implicaciones son elementos comunes.
En mi colaboración quería hacer hincapié, sin embargo, en las particularidades de las sociedades, un poco para contrarrestar la sensación que mucha gente expresa de una u otra forma de que el capitalismo global lo acapara todo, penetra hasta en nuestras vidas más íntimas, nos desarma y apacigua. Lo uniforme de un mundo donde hay un Burger King en cada esquina (para variar las marcas) nos podría hacer pensar que la contradicción fundamental, aquella lucha de clases, se ha resuelto –y que lo que queda es una diferencia cuantitativa: tener más o menos.
Por eso yo cuestionaría el concepto del “pobretariado”. En los debates de la década pasada creo que existía el peligro de caer en definiciones sociológicas del sujeto global –“multitudes”, “precariado”, etc.– en vez de caracterizaciones políticas. Pero es esta última la que permite desarrollar instrumentos de lucha, basados en la fuerza de estos sectores. Es decir, “proletariado” se refería no solamente a una ubicación social sino a un papel esencial en la reproducción del capital, aunque este papel cambiara mil veces de apariencia y comportamiento –del mono a la bata blanca, de la fábrica a la oficina virtual, por ejemplo.
Creo, con Juan Carlos, que el Foro Social Mundial desempeñó un papel importantísimo en el proceso de definir el nuevo sujeto. Tuve el privilegio de asistir tres veces y era imposible evitar la sensación de que allí pasaba algo trascendente, empezando por el hecho de que en Porto Alegre se reunían comunidades y organizaciones que hasta entonces nunca se habían encontrado en un acto político –y en términos de igualdad. Sin embargo, el Foro descartaba explícitamente la política –aun si en el acto de clausura en 2005 se izaba la bandera “Otro mundo es posible” con una tela añadida que decía “pero sólo bajo el socialismo”. Fue una inspiración para Europa, justo en el momento en que, a pesar de la resistencia global, el imperialismo había logrado destruir Irak. Y además no era una simple consigna, era una referencia clara a nuevas prácticas políticas, cuya importancia radicaba en que se podían aplicar a los distintos sectores de la lucha y a la lucha en general.
Ese era el momento de ahondar en lo que se entendía por “el socialismo del siglo XXI”. Aun si el proceso político debía pasar por la etapa de establecer soberanía, control nacional sobre los hidrocarburos y los recursos minerales y la redistribución del ingreso, ¿hacia dónde iba dirigido a la larga? Aquí yo haría eco de los comentarios de Juan Carlos sobre el “proceso constituyente”. Es una experiencia que todas y todos debemos procesar y repensar a fondo. La ocupación de la nueva izquierda de los palacios presidenciales indudablemente representaba un salto hacia la independencia.
Pero, si como García Linera comenta en sus varios escritos y discursos, había que pasar por esa etapa ¿cuál era la garantía de que ella diera lugar a una fase socialista? Porque hemos visto como, en muy poco tiempo, los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Cuba tuvieron que buscar un lugar –un nuevo lugar por cierto– en el comercio capitalista global. Y ante las presiones de los nuevos compañeros de viaje –China, Rusia, Irán– se ha presenciado una sutil redefinición del proyecto del socialismo del siglo XXI en capitalismo de Estado con algunas nuevas variantes. Y lamentablemente, eso ha tenido una consecuencia siniestra: la criminalización de la protesta, contradiciendo los proyectos democráticos que los llevaron al poder.
Aquí es donde cobra su importancia lo que hemos llamado el proceso constituyente. Su tarea no es simplemente escribir constituciones. La constituyente, cobre la forma que cobre, es una expresión de la “imbricación de las mayorías populares en la solución de sus propios problemas, rompiendo con la lógica de delegación de la democracia representativa” (como dice Juan Carlos). Sus formas pueden variar, según la historia y cultura de cada sociedad, pero lo fundamental es que tenga absoluta independencia del Estado y un papel de vigilancia y crítica ante sus acciones. No puede tener representación permanente, ni exclusiones. En la asamblea para escribir la nueva constitución boliviana, por ejemplo, se impuso la regla de que todas y todos los delegados debían pertenecer a partidos políticos –excluyendo de esa manera a movimientos indígenas, comunales, etc. La constituyente puede en un momento ser asamblea nacional con delegados, en otro momento funcionar a nivel local, planteándose cuestiones que tengan que ver con el comportamiento del Estado, pero también creando espacios para enfrentar cuestiones como el machismo, el racismo, el medioambiente, el buen vivir.
Al mismo tiempo, la política, e inclusive los partidos políticos, deben tener el derecho de participar activamente. Desde luego hablar de política, en este nuevo contexto, rebasaría temas de ganar escaños o direcciones sindicales para plantearse qué tipo de sociedad queremos, cómo debían ser las relaciones humanas en una sociedad justa, cómo se realiza el buen vivir. Pero tarde o temprano eso nos enfrentará con el problema del poder, del Estado nacional que funciona al interior de un sistema internacional capitalista. Su transformación, por desgracia, sigue siendo la condición de una verdadera revolución, y habrá que prepararse para esto. Y más allá del internacionalismo concebido como la relación entre Estados, está aquel otro internacionalismo de base. Mientras el ALBA pueda servir como plataforma e instrumento de negociación en el mundo actual, Chávez siempre hablaba de la solidaridad como su motor fundamental. No se ha avanzado mucho más allá de la retórica en esa materia –pero un proceso constituyente partiría de allí.
Surgirán propuestas políticas no asociadas solamente con tomar el relevo del poder sino de ahondar en el proceso de transformación de todos y todas al luchar por el cambio en todos los niveles. Marx decía que la revolución es la coincidencia de la transformación del ser y la transformación de las circunstancias. Las dos van de la mano. En eso estamos.
Juan Carlos Monedero Respuesta a Mike GonzálezLa queja de Lenin a Kautsky en 1920 recordándole que los bolcheviques se habían hecho con el poder del Estado pero no con el poder real aún resuena en cualquier lugar donde las clases subalternas quieran revertir quinientos años de dominación capitalista y doscientos años de dominación política sobre la base de la democracia representativa liberal. Puede tenerse acceso al poder del Estado, pero las oligarquías siguen teniendo los medios de comunicación, el dinero, los jueces, los militares, las relaciones internacionales, los funcionarios, las universidades, la iglesia. Y siempre –siempre– el apoyo de las potencias hegemónicas que van a toda costa evitar el contagio de un poder popular que ponga en riesgo todos esos poderes concentrados en unas minorías.
En 1871, cuando estalló la Comuna de París, Bismarck decidió soltar a los soldados franceses presos para que pudieran combatir a los comuneros. En su lectura, eran más peligrosos quienes reclamaban “asaltar los cielos”, hacer revocatorios de mandatos, garantizar los bienes comunes, frenar el poder de la iglesia o echar a los reyes y a los banqueros que los sostenían, que los soldados que combatían por la burguesía de otro país. Alemania tuvo más miedo al contagio y decidió suspender la lógica de la guerra para ayudar a su un día antes enemigo a que combatiera a los insurrectos.
Este escenario –que en el siglo XIX determinó la discusión acerca de la lucha de clases– estuvo muy presente en la URSS y terminó justificando el estalinismo. En los gobiernos de cambio en América Latina, la lucha por la crítica, por la existencia de facciones, por la autogestión, por medios de comunicación que confrontaran, incluso desde el sector público, la tarea de los gobiernos, es una necesidad raramente cumplida. Desde que Chávez ganó las elecciones de 1998, los poderes tradicionales tanto venezolanos como latinoamericanos, estadounidenses y europeos empezaron a conspirar para desoír el resultado. En Venezuela se probaron todas las estrategias que habían resultado exitosas en otros lugares durante el siglo XX: desabastecimiento, huelgas, cierre patronal, manifestaciones, lucha callejera, intentos de inhabilitación jurídica, incitación al odio en los medios, magnicidio, golpe de estado por las fuerzas armadas. Y de todas resultó victoriosa.
Pero el comportamiento golpista de la oposición –como en tantos otros sitios en el continente– terminó enrocando al gobierno y haciéndose impermeable a las críticas. La universidad, los medios de comunicación y la oposición parlamentaria tienen como función construir una esfera pública virtuosa. Pero al entregarse a la mera desestabilización, incumplen su función y pasan a ser parte de las nuevas formas de golpismo que tienen una importante baza previa en la deslegitimación de los gobiernos.
Este comportamiento terminó por equiparar a todas las críticas como si provinieran de un mismo ánimo desestabilizador. Y eso ha debilitado mucho a los gobiernos de la izquierda latinoamericana. El primero, Cuba, pero después todos los países que no han asumido que la crítica es el oxígeno que alimenta los procesos de cambio y que revitaliza la savia revolucionaria de la ciudadanía (mientras que el ahogamiento de la crítica genera el resultado contrario).
Todos los gobiernos de cambio en América Latina durante los últimos diez años han cosechado enormes resultados en la lucha contra la pobreza. Han sacado a millones de personas de situaciones terribles de postración económica. Han ascendido en los índices de desarrollo humano de Naciones Unidas gracias, sobre todo, al gasto social desplegado en sanidad, educación, vivienda, alimentación, etc. Pero su agenda “postneoliberal” no ha pasado de ser eso. Dicho en otros términos, no han desarrollado una agenda genuinamente socialista, teniendo siempre abierta la posibilidad de, al no haber desterrado de manera definitiva las amenazas neoliberales, volver a caer en los mismos vicios de los noventas que cometieron los gobiernos a los que vinieron a sustituir. Los gobiernos de la izquierda latinoamericana han distribuido la renta, pero no la han redistribuido, pues los ricos cada vez son más ricos, pese a que se ha sacado a mucha gente de la pobreza.
Hacer una agenda socialista habiéndose asumido que la vía al poder es electoral (y no la lucha armada) detiene la posibilidad de hacer planes a medio y largo plazo que no reciban apoyo electoral en el corto. La única manera de que los gobiernos de la izquierda, urgidos por la necesidad de recursos, no caigan en esa trampa (por ejemplo, haciendo políticas extractivistas que resuciten la trampa de la dependencia de la exportación de recursos energéticos sin ningún valor añadido) pasa por mantener la tensión popular de manera que sea el propio pueblo, en su conjunto, quien reclame otro modelo. Y eso no es nada sencillo.
La única manera de no fracasar, en cualquier caso, pasa por construir un doble vector. Por un lado, un vector representativo que arme un Estado fuerte (no olvidemos que el neoliberalismo desmontó el Estado social desde el propio aparato del Estado). Ese vector hay que controlarlo con transparencia, limitación de mandatos, referéndum revocatorio y un tejido social denso y vivo. Al mismo tiempo, hay que armar un vector experimental, asambleario, horizontal, autogestionado que solvente los problemas históricos ligados a la forma estado. Los estados modernos, como bien vieron Marx y Engels, tienen el problema de que son “representativos”, es decir, que unos pocos siempre van a representar al conjunto. Y eso genera el riesgo, incluso en el mejor de los casos –donde haya una voluntad realmente democrática–, de que una minoría termine sustituyendo al conjunto y, por la propia estructura representativa del Estado, acabe siendo rehén de las oligarquías que tienen más facilidad para representarse a sí mismas (al Estado siempre le es más fácil reunirse con poca gente que con mucha).
Los gobiernos de la izquierda latinoamericana para poder llevar a cabo su tarea necesitan tener una base económica que sólo puede obtenerse bien por el control público de las riquezas nacionales –algo evidente en el caso de hidrocarburos, pero también de otros tipos de bienes– o por una base fiscal que cobre impuestos a los detentadores de la riqueza. El fracaso en la construcción de una base económica para llevar a cabo las transformaciones sociales implica caer, tarde o temprano, en las redes neoliberales, bien en forma de recursos en el FMI, en el Banco Mundial o en sectores financieros internacionales, Tratados de libre comercio, insistencia en el extractivismo, endeudamiento con países que demanden materias primas (es evidente el caso de China) o incrementos del déficit público y de la deuda pública que no sean manejables. En conclusión, la verdadera vacuna para poder superar el marco neoliberal pasa por sacar la conciencia neoliberal de las cabezas de la ciudadanía. Esa fue, principalmente, la tarea que se marcó el Presidente Chávez en Venezuela. Pero esa tarea reclama los lapsos de dos generaciones. Y ese tiempo no siempre se tiene.
Fuente: http://lahiedra.info/la-izquierda-en-america-latina-debate-juan-carlos-monedero-y-mike-gonzalez/

Del Imperio Romano a la NSA: la historia del espionaje internacional

Anthony ZurcherBBC

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El escándalo de la NSA es el último capítulo de una larga historia de espionaje.

Las revelaciones de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, (NSA, por su siglas en inglés) ha provocado la ira de muchos gobiernos a nivel mundial.

Sin embargo, el espionaje gubernamental no es nada nuevo.

El general chino Sun Tzu, famoso por su libro "El arte de la guerra", escribió: "Los dirigentes brillantes y los buenos generales que sean capaces de conseguir agentes inteligentes como espías asegurarán grandes logros".

Robar cartas, interceptar comunicaciones, escuchas clandestinas: he aquí algunos ejemplos de espionaje a lo largo de la historia, algunos brillantemente ejecutados, otros, no tanto.

Lea también: Cómo espía EE.UU., según Snowden
Los espías del César

En la antigua Roma, los principales políticos tenían su propia red de vigilancia, la cual les proveía información acerca de las intrigas en las distintas escalas del poder en el imperio.

El famoso orador Cicerón se quejaba frecuentemente de que sus cartas eran interceptadas.

Una gran red de espionaje no salvó a Julio César de ser asesinado.

"No puedo encontrar un mensajero leal", le escribió a su amigo Ático. "Son muy pocos los que son capaces de llevar una carta sin caer en la tentación de leerla".

Julio César también construyó una red de espionaje que lo tenía al tanto de los complots en su contra. De hecho, es posible que él supiera acerca de la conspiración en el Senado que acabó con su vida.

Muchas veces, ni siquiera la mejor red de espionaje puede detener un cuchillo.
Información en la Inquisición

En la Edad Media, la Iglesia Católica tenía mucho más poder que algunos gobernantes. Y, por supuesto, una poderosa red de vigilancia.

El obispo francés Bernard Gui fue un escritor notable y uno de los arquitectos de la Inquisición durante los siglos XII y XIV.

Durante 15 años, Gui sirvió como jefe de inquisidores en Toulouse, donde juzgó a por lo menos 900 personas por herejía.

Como escritor detalló en el libro "La conducta de la Inquisición dentro de la depravación de la herejía", de 1324, la forma en que se identificaba, interrogaba y castigaba a los herejes.
Isabel I, un paso adelante

La corte de Isabel I fue un campo fértil de intrigas y el trabajo de Francis Walsingham fue el de tener a la monarca un paso adelante de sus adversarios.

En mayo de 1582, Walsingham logró interceptar correspondencia del embajador de España en Inglaterra, Bernardino de Mendoza, en la que se describía una conspiración para invadir la isla e instalar en el trono a María, la reina de Escocia.


Los caballeros no leen los correos de los demásHenry Stimson, Secretario de Estado de EE.UU., 1929-1933

Mientras María estaba confinada en Chartley Manor, Walsingham logró una manera de probar lo que ya sabía, pero sin ponerse en evidencia.

Le hizo creer a María que tenía una correspondencia secreta con sus aliados a través de cartas que él mismo escribía y le hacía llegar escondidas en un barril de cerveza.

De ese modo, Walsingham logró obtener la evidencia de que María estaba conspirando para asesinar a Isabel I y provocar una rebelión. La reina de Escocia fue juzgada y sentenciada a muerte.
Los vigilantes de Robespierre

Durante la Revolución Francesa, Maximiliano Robespierre y sus colaboradores vigilaban con atención a la gente y reprimían con violencia cualquier disidencia interna.

En 1793, el gobierno revolucionario estableció 12 "comités de vigilancia" por todo el país. Estos comités estaban autorizados para identificar, monitorear y arrestar a cualquier sospechoso, ya fuera un antiguo noble, un extranjero, un francés que hubiera llegado hacía poco al país, funcionarios públicos suspendidos y muchos más.

Los historiadores calculan que al menos medio millón de personas en Francia fueron objetivos de los comités de vigilancia, que fueron bastante crueles en algunos pequeños poblados del país.

Criptógrafos de EE.UU. interceptaron conversaciones diplomáticas en 1922.

Cuando los vecinos tienen el poder de espiar, los resultados pueden ser trágicos.

En los siglos XVIII y XIX, algunos gobiernos dieron nivel burocrático a la vigilancia. En Europa se establecieron departamentos oficiales llamados "cámaras negras" (del francés, cabinet noir) para leer las cartas de individuos sospechosos.

Las oficinas, ubicadas en los edificios del servicio postal, empleaban diversas técnicas para abrir, copiar y volver a cerrar las misivas, para reenviarlas a las direcciones sin dejar un rastro de sospecha.

Esta práctica provocó un escándalo en el gobierno británico cuando en 1844 fue revelada la forma en que el personal de la cámara negra estaba leyendo de forma secreta la correspondencia del escritor italiano exiliado en Londres, Giusseppe Mazzini.

Algunos británicos culparon al gobierno de pasar información a los napolitanos, que la usaron para ejecutar a compañeros revolucionarios de Mazzini.

En Europa, la Revolución Industrial también significó una reingeniería en las técnicas del espionaje.

Negociación con espionaje

En 1922, EE.UU. acogió una conferencia de desarme naval en Washington, en la que estuvieron incluidos Reino Unido, Francia, Italia y Japón.

En medio de las conversaciones, se espiaron a los japoneses y otros equipos de negociación, mediante la interceptación de comunicaciones entre los delegados y sus países de origen.


La inteligencia de Alemania Oriental, la Stasi, tuvo archivos sobre 10 millones de ciudadanos.
Gracias a este conocimiento, provisto por la Oficina de Criptografía del gobierno, fundada en 1919, EE.UU. fue capaz de lograr acuerdos que le permitieron ponerse al frente de la carrera armamentística naval.

En 1929, la Oficina de Criptografía fue clausurada por el Secretario de Estado, Henry Stimson, quien dijo: "Los caballeros no leen los correos de los demás".

Después de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses decidieron que los caballeros necesitaban una red de vigilancia permanente.

Detrás de la Cortina de Hierro durante la denominada Guerra Fría, la vigilancia de la población fue parte de la vida diaria.

En ninguna parte se notó más que en Alemania Oriental. Durante 40 años, el servicio de inteligencia del ministerio de Seguridad (conocido como la Stasi, por su abreviatura en alemán) monitoreó y registró las actividades de sus ciudadanos, usándola para sofocar revueltas y posibles disidencias.

Por el tiempo de la caída del muro de Berlín, la Stasi tenía 91.000 efectivos con una red de informantes cercana a las 200.000 personas.

Alemania Oriental utilizaba tecnología moderna junto una enorme cantidad de personal para expandir el espionaje del gobierno a una escala nunca antes vista.

EE.UU. entró de lleno en estas prácticas inmediatamente después de que finalizó la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a revisar cada telegrama que entraba o salía del país, como parte del proyecto Shamrock.

También creó una lista de vigilancia de ciudadanos estadounidenses sospechosos de actividades subversivas, archivadas bajo el proyecto Minaret.

Ambas actividades fueron recogidas por la NSA, que colabora con el FBI y la CIA. Los proyectos fueron cerrados por el Congreso en 1975.

Casi 28 años después, la NSA ha reconstruido el proyecto Shamrock, pero utilizando la tecnología de la nueva era.

Y el resto, como dicen, es historia.

¿Cómo era la economía mundial en el siglo I?

El Imperio Romano dominaba la economía mundial en el siglo I.

La economía global del siglo I, dominada por el Imperio Romano, tenía un sistema bancario, una moneda que se usaba tanto en Italia como en la península ibérica o Britania y un sistema legal unificado.

Los documentos históricos son escasos, pero un estudio del alemán Deutsche Bank calcula que Roma controlaba el 25% de la producción mundial y que su sombra imperial se extendía por gran parte del planeta.

Según el estudio, sus principales rivales eran Parthia –aproximadamente lo que hoy es Irán – y los bárbaros de Alemania, que apenas generaban un 2% y 1% de la producción mundial, respectivamente.

Peter Temin, economista emérito de la Universidad de Massachusetts y autor de The Roman Market Economy (La economía de mercado romana), opina que la economía del imperio romano en el siglo I era similar a la del siglo XVII y XVIII, justo antes de la gran revolución industrial.


El sistema bancario era mucho más rudimentario que el actual, pero servía para financiar el consumo y la producciónPeter Temin, Universidad de Massachusetts

“Desde luego que la industria y agricultura eran mucho más rudimentarias que lo que tenemos hoy, pero había una economía de mercado y una distribución del ingreso tan desigual como la actual en Estados Unidos”, indicó a BBC Mundo.

Y, según los expertos, el imperio era “la columna vertebral de esa economía”.
El imperio sin fin

En “La Eneida”, Virgilio caracteriza a Roma como el imperium sine fine.

Y es que, hasta donde daban los conocimientos de la época, el imperio abarcaba prácticamente el mundo entero: casi toda Europa Occidental, el norte de África, partes de Medio Oriente. Más allá, la barbarie o lo desconocido.

Si se suman tanto los miembros plenos como los estados tributarios, el cálculo del Deutsche Bank –en un estudio que no incluyó a China, India y América- es que el Imperio Romano 
representaba el70% de la economía global.

Virgilio caracterizó a Roma como el imperio sin fin.

Este imperium sine fine tenía entre 50 y 100 millones de habitantes y una red de carreteras tan avanzada que se siguió usando hasta el siglo XIX.

“El sistema bancario era mucho más rudimentario que el actual, pero servía para financiar el consumo y la producción. Los préstamos tenían tasas de interés y usaban colaterales para garantizarlos como, por ejemplo, la propiedad de los viñedos”, señaló a BBC Mundo Peter Temin.
Roma la esplendorosa

Durante mucho tiempo los historiadores caracterizaron a Roma como una economía que giraba en torno a una agricultura de subsistencia, con ínfima innovación tecnológica y un desarrollo que, para muchos, era un virtual estancamiento.

Sin embargo, según Willem M. Jongman, de la Universidad de Groningen, Holanda, y autor de The Economy and Society of Pompey (La economía y sociedad de Pompeya), el imperio fue una de las cimas del crecimiento pre-industrial.Según cálculos recientes, Roma copaba el 25% de la economía mundial durante el Imperio.

“El problema era que los ingeniosos cálculos que hacían los historiadores del PIB de Roma se basaban en muy pocos documentos. Era el equivalente a reconstruir el PIB de Estados Unidos con los recibos del precio de una hamburguesa en Kentucky en los años 30, de un coche en Virginia en los 60 y del salario de un electricista en San Luis en los 70”, señaló a BBC Mundo.

Con los avances de la investigación arqueológica, los historiadores pudieron superar este obstáculo al poder reconstruir la sociedad de una manera mucho más precisa a partir del análisis exhaustivo de la tierra, las ciudades, las ruinas, los utensilios y adornos.

“Esta nueva metodología nos ha permitido ver que el imperio romano tuvo un gran aumento poblacional y que experimentó un fuerte incremento del consumo y la producción. Desde ya que no era una economía como la moderna que crece a un 1,5% anual y tiene grandes avances tecnológicos, pero sí una economía que se expandió y permitió un mejoramiento sostenido del nivel de vida”, indicó Jongman a BBC Mundo.

Los hallazgos de osamenta animal y de criaderos de pesca han permitido constatar un aumento del consumo de carne y el pescado en una población en continuo aumento.

La existencia de viñedos y la comercialización del vino por buena parte del imperio es otra muestra de una importante industrialización agrícola.


Roma era una ciudad de un millón de habitantes. Recién en el siglo XIX Londres llega a tener este volumen de gente. Como puede ver cualquier turista hoy en día, no se trataba de una ciudad de chozas construidas en medio del barroWillem M. Jongman, Universidad de Groningen

“Roma era una ciudad de un millón de habitantes. Recién en el siglo XIX Londres llega a tener este volumen de gente. Como puede ver cualquier turista hoy en día, no se trataba de una ciudad de chozas construidas en medio del barro.

"El nivel de edificación era tan sofisticado que no sólo asombró al Renacimiento sino que nos sigue enmudeciendo hoy. En esta ciudad tan sofisticada las necesidades de sus consumidores eran atendidas por este continuo excedente de la producción agrícola o vitivinícola o ganadera”, indicó Jongman.
La pax romana

La mayor parte del comercio se hacía en el interior de este vasto imperio dividido en provincias, como se llamaba a los territorios conquistados que poseían un altísimo nivel de autonomía.

Pero a Roma llegaba arroz importado de India y seda de China.

El imperio usó más hierro y metales que todas las sociedades previas.

En España, Galia, Bretaña y las provincias del Danubio se abasteció de oro, plata, cobre, carbón y bronce usados en la construcción edilicia y en la fabricación de armas, llaves, sellos y carros de combate.

Los estudios arqueológicos permiten reconstruir cómo funcionaba la sociedad romana.

“Había una pax romana. Roma proveía una seguridad que ninguna sociedad pre-industrial podía tener respecto al pillaje y la piratería. A cambio los países pagaban tributo. La conquista era cruel, pero una vez pasada esta etapa, los romanos mostraron un gran talento para el gobierno.

"Si Roma se beneficiaba, lo cierto es que también había progreso en las regiones que incorporaba como se veía en el aumento de la población, consumo y producción de esos territorios”, señala Jongman.

Una de las tres regiones en que estaba dividida la península ibérica, la hispania Baetica –actual Andalucía– se convirtió en una gran exportadora de aceite de oliva: su mayor cliente fue la misma Roma.

Las ánforas halladas en Monte Testacio, Roma, son uno de los “documentos arqueológicos” del volumen de esta exportación: contenían unos 580 mil metros cúbicos de aceite.

El cálculo es que solamente esa zona del Monte Testacio en Roma importaba más de 7 millones de litros anuales.

“El otro gran poder de la época, China, era un estado replegado sobre sí mismo. Es la gran diferencia con Roma, que era una potencia en permanente expansión.

"Por eso, en la medida en que se puede, si hablamos de la economía mundial del siglo I, estamos hablando del Imperio Romano”, destacó a BBC Mundo Peter Temin.

A 170 AÑOS DE VIDA REPUBLICANA TODAVÍA: Cruz Roja alerta 40 % de la población vive en situación vulnerable

ESTA SITUACIÓN REPRESENTA UN SERIO PELIGRO PARA LOS HABITANTES DE ESOS NÚCLEOS, SEÑALÓ EL FUNCIONARIO. 
Tenemos o no razón en el Frente Progresista Juan Bosch de plantear como alternativa un cambio de modelo mas equitativo e inclusivo, donde los dominicanos puedan vivir y morir con dignidad, como era el propósito y razón de lucha del Profesor Bosch.  


EFE
Santo Domingo

El 40 % de la población dominicana vive en situación de vulnerabilidad, porque gran parte de las ciudades y pueblos están orillas de ríos y los barrios marginados de estos en la ribera de cañadas y arroyos, dijo hoy el director general de la Cruz Roja Dominicana (CRD), Gustavo Lara Tapia.

Esta situación representa un serio peligro para los habitantes de esos núcleos, señaló el funcionario.

"Hemos estado dando grandes y firmes pasos para integrar a todos los actores, tanto comunitarios como de los gobiernos nacional y locales, para reducir los riesgos, pero necesitamos de la colaboración de los medios de comunicación para reducir esos niveles de riesgos, logrando que los mensajes lleguen cada vez a más personas", subrayó en un comunicado enviado por la CRD.

De acuerdo con Lara Tapia, el riesgo en que viven miles de personas en los centros urbanos tiene su origen en el ordenamiento territorial y subrayó que al menos 10,000 comunidades están en esa situación.



domingo, 28 de septiembre de 2014

Domingo Nuñez Polanco junto al Prócer y Apóstol Juan Bosch.

El  Profesor Bosch y Domingo Nuñez Polanco

Esta foto fue tomada, nosotros junto al Profesor Juan Bosch, por allá por la década de los 90s.

Con el maestro y  apóstol, ademas de los nexos y relaciones políticas, nos unían lazos de afectos y amistad con mi  familia. Claro, estas relaciones de cariño y afectos, tienen su origen por allá por los años en que Diomedes  entro al circulo de los íntimos del Profesor, tanto en la política como en su familia.    Don Juan y Doña Carmen siempre tuvieron un afecto especial para la Familia Nuñez Polanco, sobre todo a Diomedes, que a demás de ser su asistente especial, en la familia Bosch-Quidiello lo trataban  como un hijo.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Células madre y desinformación


Santo Domingo
Leí con asombro lo que un funcionario de Conabios decía sobre el tema de las células madre, en una entrevista concedida por él al periódico LISTÍN DIARIO.
Voy a responder cada una de sus informaciones, que no son ciertas, o lo son en algunos casos, y él generaliza de forma irrespetuosa.
1 El uso de células madre, que se regula por los organismos de salud, son las embrionarias, o sea, las que se forman en los primeros 5 días de la concepción; también se regulan las fetales, que son aquellas que se forman desde ese quinto día hasta el día 35 después de la concepción. Las fetales son las únicas que pueden reproducir un órgano completo, tales como un corazón, un riñón, etc. Y en el caso de las embrionarias, pueden formar un ser humano. Por tanto, para usar estas células madre hay que  interrumpir un embarazo. De ahí viene el rechazo por la Iglesia y la desinformación que mucha gente aún tiene sobre las células madre. Siguen pensando que células madre son solo las embrionarias O las fetales. Siguen creyendo que todo uso tiene esas implicaciones religiosas o éticas. Actualmente esto no es necesario. Desde hace más o menos 6 años, se pueden usar las células madre adultas de la grasa. Repito, solo las células embrionarias o fetales se regulan; además, se regula el uso de células madre adultas de un donante, o sea, de una persona a otra. Por ejemplo, un hijo que done sus células madre a su padre, a un hermano o viceversa. Grandes universidades de mucho prestigio en el mundo hacen investigaciones con embriones y fetos, esto sí está regulado por los gobiernos; en EUA, específicamente por la FDA.
Este funcionario habla de células madre sin especificar la gran diferencia que implica lo anteriormente dicho. La ignorancia de nuevo me preocupa cuando este doctor habla de que las únicas terapias que son inocuas y efectivas, según él, son las usadas en enfermedades como la leucemia, que sí son controladas y no son inocuas. Al ser dadas por un donante pueden ser rechazadas por el paciente que las recibe, y esto ocasionó por 12 años muchas muertes.
En el 1956 se empezaron hacer estos transplantes de médula ósea, no recientemente, como afirma dicho funcionario, y fue en el 1968 cuando las reacciones mortales se pudieron disminuir. Esto no pasa con las células madre adultas que se obtienen del mismo individuo para ser usadas por el mismo individuo, en cuyo caso no existe el rechazo, ni han ocasionado la muerte de los pacientes que la han recibido. Estas sí son realmente inocuas, o sea, no hacen daño. Por esta razón no son reguladas por la FDA en EUA. De hecho en EUA cualquier médico con licencia puede realizar dichos procedimientos.
2 En EUA y otros países, se están haciendo estudios con células madre en la fase I,  II y III. La  fase IV difícilmente sea posible, al menos en EUA está prohibido patentar algo natural, por lo que ninguna farmacéutica va a entrar en esta etapa de comercialización.  Se han realizado y se siguen realizando diferentes estudios en etapa I, II y III. Si dicho funcionario no me cree, puede ir al II Congreso de Solcema, que se llevará a cabo del 16 al 18 de octubre en Punta Cana, donde asistirán eminentes científicos del globo terrestre, entre ellos el cirujano japonés más famoso en el mundo que realiza cirugía de senos, glúteos y piernas con células madre, el Dr. Kotaro Yoshimura. Además el respetado doctor Diego Correa y el doctor y eminente profesor Fernández Viña, entre otros, que están investigando y trabajando con células madre adultas.
3 Pero lo que más me molesta, y no le voy a permitir a dicho funcionario, es su falta de respeto al generalizar y meter en el mismo zapato a los maleantes con la gente seria, cuando afirma que todos los que estamos relacionados con las células madre estamos estafando a la gente y cobrando tratamientos carísimos, que pueden hacer daño y son peligrosos.... Parece que este país está mejor organizado en medicina que EUA, Europa, etc. en donde, repito, esta práctica ni siquiera es regulada. En lo único que estoy de acuerdo con usted es que hay muchos malandros y gente que ni sabe nada sobre esto haciendo barbaridades.
Atte.
Dra. Nancy Álvarez



jueves, 25 de septiembre de 2014

EE.UU : LA INVASIÓN A REPÚBLICA DOMINICANA







EE.UU : LA INVASIÓN A REPÚBLICA DOMINICANA

Después de 30 años de
dictadura trujillista, las elecciones de diciembre de 1962 dieron la victoria a
un intelectual nacionalista.
Pero el 25 de septiembre de 1963 fue derrocado por un Golpe de estado a Juan
Bosch, un complot del gobierno de EEUU y viejos trujillistas.
Uno más en la cadena de golpes de Estado que EEUU promovió o apoyó por toda
América Latina en los primeros años 60, que implantaron dictaduras "de
seguridad nacional".
Un Triunvirato civil gobernó el país hasta que en abril de 1965 estalló la
rebelión constitucionalista lidereada por el coronel Francisco Camaño y algunos
oficiales jóvenes. Ellos y los comandos populares combaten y vencen la
resistencia de los militares golpistas, y llaman al presidente Juan Bosch.

Resultado:


El presidente Lyndon B. Johnson ordenó la invasión a República Dominicana,
realizada por 42 000 marines yanquis, a partir del 29 de abril. Con la aprobación
de la OEA, a pesar de la heroica resistencia popular es instalado en el
gobierno el trujillista Joaquín Balaguer. La consigna de "evitar una nueva
Cuba" sirvió para violar la soberanía dominicana y el derecho
internacional, reprimir a un pueblo entero y hacer más completa la dominación
yanqui sobre América Latina y el Caribe.


Consecuencias:



Miles de dominicanos son asesinados por los ocupantes.


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EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...