MORAL Y LUCES

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jueves, 30 de octubre de 2014

JUAN BOSCH: EL CONFLICTO CON HAITÍ

JUAN BOSCH: EL CONFLICTO CON HAITÍ

EN SU 104 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO. ¡JUAN BOSCH UN HOMBRE DE SIEMPRE!



A continuación presentaremos la historia de un conflicto entre la República Dominicana y la República de Haití, precisamente en el gobierno del Profesor Juan Bosch,en el año 1963. El conflicto pudo devenir en una guerra entre los dos Estados. Dejemos al propio Profesor Juan Bosch que nos narre los pormenores de esa historia. 

TOMADO DEL CAPITULO XVII  DEL LIBRO: "CRISIS DE LA DEMOCRACIA DE AMÉRICA EN LA REPÚBLICA DOMINICA" 



XVII-- EL CONFLICTO CON HAITÍ


Hoy se le llama a Cuba la “Perla de las Antillas”; ese sobrenombre, sin embargo, había sido originalmente dado a la isla Española, antigua Santo Domingo o Saint-Domínguez.


En realidad, la altura de sus montañas, la densidad y la riqueza de sus bosques, la abundancia de aguas, la extensión, el número y la asombrosa fertilidad de sus valles justificaba que se le llamara así. Fue un hecho político lo que la degradó a los ojos de los viajeros y los estudiosos; y ese hecho político consistió en la división de la isla en dos países de historia, lengua y origen diferentes: Haití y la República Dominicana.


Cuando la isla quedó dividida, dejó de llamarse la “Perla de las Antillas”.


La presencia de Haití en la parte occidental de la isla Española equivalió a una amputación del porvenir dominicano. Lo que era el porvenir visto desde mediados del siglo XVI es, en la segunda mitad del siglo XX, un pasado de más de trescientos años. Así, los dominicanos no podemos escribir nuestra historia ignorando ese pasado, pues todo el curso de la vida de nuestro pueblo en las tres últimas centurias ha sido configurado por ese hecho: la existencia de Haití al lado nuestro, en una isla relativamente pequeña.



La existencia del Pueblo dominicano fue el resultado de la expansión española hacia el oeste; la de Haití, el resultado de las luchas de Francia, Inglaterra y Holanda contra el imperio español. De manera que al cabo de los siglos, los dominicanos somos un pueblo amputado a causa de las rivalidades europeas. Nuestra amputación no se refiere al punto concreto de que una parte de la tierra que fue nuestra sea ahora el solar de otro pueblo; es algo más sutil y más profundo, que afecta de manera consciente o inconsciente toda la vida nacional dominicana. Los dominicanos sabemos que a causa de que Haití está ahí, en la misma isla, no podremos desarrollar nunca nuestras facultades a plena capacidad; sabemos que un día u otro, de manera inevitable, Haití irá a dar a un nivel al cual viene arrastrándonos desde que hizo su revolución. En aquellos años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX, nadie quiso invertir un peso en desarrollar, por ejemplo, la industria azucarera dominicana, por miedo a las invasiones de Haití. El azúcar y el café de Haití habían dejado de fluir a los mercados de Europa y de los Estados Unidos, y aunque ninguna tierra era más apropiada para producirlos que la de Santo Domingo, los capitales para suplir la producción haitiana prefirieron ir a Cuba. El desarrollo de Cuba comenzó entonces; en cambio, el de nuestro país se estancó, primero, y descendió luego, pues la gente más capaz y más acomodada económicamente abandonó la parte española de la isla por miedo a la revolución haitiana.


La isla Española tenía frente a su costa noroccidental una pequeña isla adyacente, La Tortuga; el Gobierno colonial español abandonó La Tortuga porque le era costoso en hombres y en dinero defenderla de incursiones inglesas y francesas, y así fue como La Tortuga pasó a manos de piratas franceses y más tarde a manos del Gobierno francés. Desde La Tortuga, poco a poco, los blancos franceses fueron acomodándose en los pequeños valles fértiles de la parte norte del oeste de la Española; fueron llevando esclavos y organizando plantaciones de caña y de índigo, de manera que cuando España vino a darse cuenta, ya había en su colonia una población de franceses que se consideraban por derecho de conquista colonos franceses, parte del imperio colonial de Francia, sin deber de obediencia al Gobierno español. Al principio, esa colonia francesa de facto se llamaba Saint-Domínguez; después pasó a llamarse Haití. Al principio, España la dejó estabilizarse por indolencia; después, tuvo que reconocer su existencia, y al cabo, en el siglo XVIII, debilitada por su continuo guerrear en Europa, España admitió que Haití era de derecho colonia de un poder extranjero.


He contado con ciertos detalles lo que pasó en la colonia de Haití cuando los esclavos se rebelaron contra sus amos a consecuencia de la agitación que produjo en la colonia la Revolución Francesa; lo hice en mi libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo. No voy, pues, a repetirme; pero sucintamente explicaré que de esa rebelión surgió, al comenzar el siglo XIX, la República de Haití, y que ésta tenía ya dieciocho años de vida cuando los dominicanos se declararon independientes de España y protegidos de Colombia.


Menos de dos meses después de esa acción política dominicana, los ejércitos de Haití cruzaron la frontera y extendieron su gobierno a toda la isla. Así se explica por qué la República Dominicana, establecida en 1844, surgió en guerra contra Haití y no contra España, que había sido su metrópoli original.


Esa guerra, que en la historia dominicana se conoce con el nombre de “guerra de independencia” —aunque en los días en que se llevaba a cabo se llamaba, con mayor propiedad, “de separación”— fue la culminación de una lucha larga, que se había iniciado desde el siglo XVII, que se mantuvo prácticamente todo el siglo XVIII, y que tuvo a principios del siglo XIX páginas sombrías con las invasiones de Toussaint, de Dessalines y de Cristóbal. Los dominicanos, pues, formaron su sentimiento nacional peleando, primero contra los franceses de la región occidental, y después contra sus herederos, los haitianos.


Me veo en el caso de repetir ahora lo que dije en mi libro sobre Trujillo acerca de la revolución haitiana: ha sido la única revolución en la historia moderna que fue a la vez guerra de independencia —de colonia contra metrópoli—, guerra social —de esclavos contra amos— y guerra racial —de negros contra blancos—. La violencia de esas tres guerras en una resultó devastadora; en términos absolutos, no relativos, los antiguos esclavos destruyeron toda la riqueza acumulada en Haití durante la colonia, y esa riqueza era mucha. Sin embargo —y esto no lo dije en aquel libro porque estaba haciendo el análisis de un problema dominicano, no haitiano— sucede que en cierta medida, el aspecto destructor de la revolución haitiana ha sido continuo; de hecho, Haití ha seguido, a lo largo de su vida independiente, en guerra constante contra todo núcleo humano y social que pudiera convertirse, por cualquier vía, en sustituto de los colonos franceses.


Esa especie de guerra social perpetua, que en su origen fue de negros contra blancos —debido a que los negros eran los esclavos y los blancos los amos—, derivó después hacia la matanza de los mulatos y se ha conservado como lucha sin cuartel de los negros contra los mulatos. Las carnicerías de los tiempos de Soulouque, en que los mulatos eran las víctimas, encogen el ánimo del que estudia la historia de Haití. Ahora bien, sucede que los mulatos eran los que —tal vez por ser hijos de blancos, y por tanto disponían de más medios— se preparaban para ser burócratas, comerciantes, profesionales; formaban élites que al principio no tenían sustancia económica pero que al final adquirían bienes, con lo cual amenazaban convertirse en minorías con poder económico. Al mismo tiempo que esas matanzas, con sus naturales consecuencias de inestabilidad política, retardaban el desarrollo del país, los gobernantes usaban el poder para hacer negocios, para enriquecerse y sacar dinero hacia Europa o —más recientemente— hacia Estados Unidos; de donde resultaba que se expoliaba a un pueblo pobre, se le robaba a la miseria. Y al tiempo que eso iba sucediendo década tras década, la población haitiana crecía, su tierra se erosionaba, los medios del Estado eran cada vez menos de los que se necesitaban para darle al Pueblo educación y salud. Fue así como de manera natural, como rueda una bola por un plano inclinado, Haití vino a caer bajo la tiranía de François Duvalier, quien tenía ya años gobernando cuando se estableció en la República Dominicana el régimen democrático que me tocó presidir.


Duvalier corresponde a un tipo psicológico que se halla en las sociedades primitivas; el hombre que a medida que va adquiriendo poder de cualquier clase va llenándose por dentro de una soberbia que lo transforma día a día físicamente, lo envara, le da insensiblemente la apariencia de un muñeco que se yergue y se yergue hasta que parece que va a caerse de espaldas o que va a volar; al mismo tiempo, los párpados bajan, la mirada se torna fría y adquiere un brillo como de hechicería, el rostro se inmoviliza gradualmente y la voz va haciéndose cada vez más imperativa y sin embargo más baja y escalofriante. En esos seres, la conciencia del poder se traduce en transformaciones físicas; crean en torno suyo una atmósfera que es como una emanación de brujos, y como sucede que a esos cambios van correspondiendo otros en el seno de su alma, mediante los cuales se hacen gradualmente insensibles a todo sentimiento humano hasta llegar a ser puros receptáculos de pasiones sin control, esos hombres acaban siendo peligrosos porque se niegan a aceptar que son simples seres humanos, mortales y falibles, y no delegados vivos de las oscuras fuerzas que gobiernan los mundos.


El que desee comprobar la verdad de lo que acabo de decir no tiene sino que tomar una fotografía de François Duvalier hecha en 1955, por ejemplo, y otra hecha en 1964. Son dos hombres diferentes, versión haitiana de los dos Dorian Gray de Oscar Wilde.


En el lado sur de la frontera que divide a la República Dominicana de Haití se ven de tarde en tarde tipos a lo Duvalier; labriegos que eran gente corriente y moliente hasta la hora en que se sintieron poseídos por un poder que ellos llaman “religioso”, y empezaron a dictar recetas, a recomendar curaciones, a crear ritos propios, y con ello comenzaron a cambiar de aspecto hasta convertirse en estampas de caudillos de pueblos de la selva. Son locos con poderío, como en un nivel más alto lo fue Hitler.


Ignoro debido a qué, tan pronto resulté electo Presidente, Duvalier resolvió matarme. Tal vez soñó conmigo e interpretó el sueño como una orden de quitarme la vida; quizá en un acceso de hechicería vudú uno de sus espíritus protectores le dijo que yo sería su enemigo. Es el caso que escogió un antiguo agente del espionaje de Trujillo, que había sido Cónsul de Haití en Camagüey —Cuba— y le encargó mi muerte. Durante toda la campaña política, yo no me había referido ni una sola vez a Duvalier. La Unión Cívica hizo varias declaraciones acerca de su tiranía, y si no recuerdo mal el doctor Fiallo se refirió también a él. Pero yo no lo hice porque no me parecía prudente meter en Santo Domingo problemas ajenos y además, porque si yo resultaba elegido Presidente de la República, no era cuerdo que llegara a esa posición comprometido en el orden internacional por declaraciones hechas al calor de la campaña política. Yo no me había ganado, pues, enemistad de Duvalier; era gratuita, aunque debe presumirse que de origen extrahumano. Por todo lo que he dicho acerca de la actitud del Pueblo dominicano en relación con la existencia de Haití, y por lo que he relatado brevemente sobre las largas hostilidades entre dominicanos y haitianos, debe presumirse cuál fue la reacción de los dominicanos cuando de buenas a primeras llegó a Santo Domingo, dada a través de una estación de radio, la noticia de que fuerzas policíacas de Duvalier habían asaltado el local de nuestra embajada en Puerto Príncipe, capital de Haití. En una hora, el Pueblo estaba agitado, los partidos políticos se reunían, las estaciones de radio lanzaban boletines al aire y al Palacio Nacional llegaban montones de telegramas denunciando la agresión.


Hacía algunas semanas que en Haití se producían actos de terrorismo contra el Gobierno de Duvalier; éste había solicitado el retiro de la misión militar norteamericana; altos jefes militares eran depuestos y encarcelados; un señor Barbot, que había sido el fundador de la milicia armada de Duvalier —los tonton macutes, asesinos tenebrosos— daba asaltos aquí y allá, en los alrededores de Puerto Príncipe; civiles y militares perseguidos se asilaban en las representaciones diplomáticas de la América Latina, y la dominicana tenía varios asilados.


Un día llegó a la embajada de nuestro país un teniente haitiano de apellido Benoit y pidió asilo, que se le concedió, desde luego; al día siguiente, los hombres de Barbot dispararon contra el automóvil de Duvalier, que llevaba a los hijos del dictador a la escuela. La respuesta de Duvalier fue instantánea: mandó asaltar la Embajada dominicana y al mismo tiempo sus matones entraron en la casa de la familia de Benoit, dieron muerte a todos los que había allí —incluyendo la madre de Benoit y una niña— y quemaron la vivienda. Duvalier, pues, había agredido a la República Dominicana en su representación diplomática.


Ese día era domingo, y si no recuerdo mal, estábamos a principios de mayo. De súbito comenzaron a llegar noticias que daban indicios de que Duvalier tenía un plan: familiares de Trujillo estaban arribando a Haití, guardias haitianos armados rodeaban la Embajada dominicana, los correos diplomáticos dominicanos habían sido detenidos antes de llegar a la frontera, el Cónsul nuestro en la villa fronteriza de Belladere, estaba preso.


En la noche hablé por radio y televisión y denuncié ante el Pueblo todos esos actos de locura que estaba realizando Duvalier, y mientras en la Cancillería se trabajaba redactando cables a Puerto Príncipe y a la OEA y notas para la prensa, yo elaboraba, después de haber hablado, un plan de acción que podía librar a haitianos y a dominicanos de los peligros que podía desatar sobre ambos países un gobernante que no estaba en sus cabales. El plan era simple y no costaría una gota de sangre: la República Dominicana movilizaría tropas y las concentraría en la frontera del sur, en el punto más cercano a la capital de Haití, y la movilización se haría en tal forma que diera la impresión indudable de que esas fuerzas iban a avanzar por Haití; una vez creado el clima adecuado, la aviación militar dominicana volaría sobre Puerto Príncipe y dejaría caer hojas sueltas en francés pidiendo al Pueblo de la capital vecina que evacuara los alrededores del Palacio Presidencial, porque los aviones dominicanos iban a bombardear en un plazo de horas. Yo estaba seguro de que, dado el estado de agitación que había en Haití y la preparación del ambiente que estábamos haciendo en Santo Domingo, Duvalier huiría sin que hubiera necesidad de disparar un tiro.


Pero este plan tenía un punto débil: yo no podía confiárselo a nadie, ni siquiera a los jefes militares que iban a participar en él. Si le decía a alguien que todos los movimientos dominicanos serían aparentes, que no íbamos a llegar a la guerra, no tardaría en saberse, y había que contar con la irresponsabilidad de la mayoría de los líderes de la llamada oposición; uno de ellos, tal vez dos, quizás tres, se plantarían, con toda seguridad, frente a un micrófono y me acusarían de comediante y denunciarían el plan. De hecho, en medio de la crisis, uno de esos líderes dijo que todo aquello lo había inventado yo porque quería figurar en la historia como el conquistador de Haití, valiente majadería, pues el día que los dominicanos hagan la conquista de Haití —si ello fuere posible alguna vez— lo que harían sería comprar a precio alto los problemas de Haití para sumarlos a los problemas dominicanos.


Los campesinos dominicanos dicen, cuando algo no está completamente terminado, que “falta el rabo por desollar”, con lo cual aluden al rabo del cerdo muerto, y en el caso de mi plan había un rabo por desollar: ¿qué podía suceder si el dictador haitiano no emprendía la fuga? No había sino una respuesta: las tropas dominicanas debían avanzar sobre Haití; pero avanzar poco, unos kilómetros, lo suficiente para dar la sensación de que iban a atacar de veras. Yo estaba seguro de que la población haitiana de la región fronteriza no haría resistencia; si se hacía indispensable, la aviación dispararía dos o tres bombas en sitios donde no causaran bajas.


En ese punto, ocurrió un misterio: los generales dominicanos llegaron a decirme que los camiones del ejército no tenían repuestos de llantas, que no estaban en condiciones de transportar las tropas. ¿Quién les había aconsejado que usaran esa coartada? Hasta la noche antes habían estado muy entusiasmados con la movilización, y de pronto, “los camiones militares no servían”.


El embajador Martin fue a verme, alarmado, y era la primera vez que le veía alarmado. La posibilidad de una guerra domínico-haitiana lo había inquietado, sin duda porque había inquietado al Departamento de Estado. En esos mismos momentos, Moscú, Pekín, La Habana y el MPD en Santo Domingo me acusaban de ser un muñeco en manos del “imperialismo yanqui” para agredir a Haití. La situación era tristemente cómica, pues era precisamente el llamado “imperialismo yanqui” el que obstaculizaba la decisión dominicana de resolver el problema haitiano.


De pronto, unos días después, el embajador Martin me visitó en mi casa para decirme que su Gobierno esperaba en pocas horas la salida de Duvalier de Haití; me dijo que ya estaba en el aeropuerto de Puerto Príncipe un avión de la KLM en el cual Duvalier viajaría hasta Idlewild, de ahí a Amsterdam y de Ámsterdam a Argelia, donde Ben Bella le había ofrecido asilo. Le expresé mis dudas al embajador Martin.


“Duvalier no se va”, le dije; él me aseguró que sí. Durante el día me visitó otra vez, en la noche me telefoneó dos veces para mantenerme informado de lo que estaba sucediendo en Haití; por la mañana fue a verme a las cinco, convencido de que Duvalier se iría. En todos los casos le respondí lo mismo: “No se va”. Y no se fue.


Pocos días después, por un cubano exiliado me enteré de que en una zona militar, en el interior del país, oficiales dominicanos estaban entrenando haitianos. ¿Cómo era posible que estuviera haciéndose tal cosa sin mi conocimiento?


Llamé al Ministro de las Fuerzas Armadas, lo interrogué, me dijo que era verdad y le ordené disolver el campamento.


Una cosa era librarse de Duvalier en una coyuntura favorable, a la luz del sol, como debe operar siempre una democracia, y otra cosa era preparar fuerzas de haitianos para lanzarlos a una invasión; esto último era violar el principio de no intervención, lo cual podía quitarnos autoridad si en esa hora convulsa del Caribe algún Gobierno decidía hacer lo mismo con nosotros. A partir de ese momento, decidí esperar una oportunidad propicia para buscarle solución al problema que planteaba la presencia de Duvalier en el Gobierno de Haití.


Sin embargo, he aquí que un buen día, al leer la prensa en las primeras horas de la mañana me enteré de que el general León Cantave había invadido Haití por la costa norte.


El general Cantave había estado a verme para pedirme ayuda y yo le había respondido que el Gobierno dominicano no podía hacerlo. ¿De dónde salió la expedición de Cantave; quién la armó, quién la respaldó? Eso era un misterio que debía aclararse. Hice una reunión de jefes militares, les interrogué sobre todas las posibilidades que se me ocurrían; pedí detalles acerca de los tipos de armas que usó Cantave. Nadie sabía nada. De acuerdo con sus informes, Cantave no había salido de territorio dominicano, no había recibido la menor ayuda de las fuerzas armadas dominicanas, y en los depósitos dominicanos no había armas similares a las que había llevado Cantave a Haití.


Algo andaba mal. Si el general Cantave no había salido de Santo Domingo, había salido de alguna de las islas vecinas —Las Bahamas, de bandera inglesa—, y si había salido de esas islas, ¿quién lo ayudaba? Le hice la pregunta, de manera abierta, al embajador Martin. Me respondió que él no sabía, que su Gobierno no sabía, pero que algunos de sus ayudantes presumían que Cantave había contado con la ayuda de Venezuela. Eso me pareció imposible; primero, porque el presidente Betancourt tenía encima las guerrillas comunistas y no iba a autorizar, con esa acción, un acto parecido al de Fidel Castro contra su Gobierno; segundo, porque si Betancourt hubiera tenido que ver en la invasión de Cantave, me lo hubiera hecho saber. “¿Hay en la Florida algún lugar que se llame Venezuela?”, le pregunté riendo al embajador Martin. “No, no lo hay”, respondió él, riendo también.


Pocos días antes del golpe de Estado, quizá tres días antes, me hallaba en mi despacho del Palacio Presidencial cuando a eso de las seis de la mañana me dijo el jefe de los ayudantes militares que los haitianos estaban atacando Dajabón, villa dominicana en la frontera del norte. Efectivamente, en las calles de Dajabón caían balas que procedían del lado haitiano, de la Villa de Juana Méndez —Ouanaminthe, en el patois de Haití—, que queda frente a Dajabón, a menos, tal vez, de dos kilómetros. Cuando la situación se aclaró, unas horas después, se supo la verdad: el general Cantave había entrado en Haití de nuevo y había atacado la guarnición de Juana Méndez.


El combate fue bastante largo, con abundante fuego de fusilería y de ametralladoras. ¿De dónde había sacado Cantave, otra vez, armas y municiones?


Al día siguiente, con asombro de mi parte, vi en la prensa una foto de Cantave en un cuartel de Dajabón. Había cruzado la frontera, como la habían cruzado otros haitianos, algunos de ellos heridos; pero Cantave estaba vestido como quien iba a un baile de gala, no como quien llegaba de un combate; y eso indicaba que el general haitiano tenía ropa en Dajabón o en algún lugar cercano. Por primera vez, mis sospechas hallaban un hilo que podía seguirse hasta dar con el ovillo. Hice llamar al Ministro de Relaciones Exteriores y al de las Fuerzas Armadas. “Tenga la bondad de solicitar de la OEA que envíe una comisión para que pruebe sobre el terreno que la agresión a Haití no partió de la República Dominicana”, le dije al primero.


¿Tuvo esa decisión alguna parte en el golpe de Estado?


A menudo pienso que sí; pues si la OEA investigaba —y mi plan era que investigara a fondo— yo llegaría a saber qué mano oculta manejaba los hilos de una intriga que nos ponía en ridículo como Gobierno, que restaba autoridad al Presidente de la República, el responsable ante el país y ante los organismos internacionales de la política exterior dominicana, y que nos exponía a los dislates de un tirano que era capaz de todo.


Espero que algún día se aclare el misterio en que están envueltos los repetidos y extraños incidentes domínico haitianos de 1963.



Publicado por Domingo Nuñez Polanco en sábado, noviembre 16, 2013 No hay comentarios:


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MARTES, 12 DE NOVIEMBRE DE 2013



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martes, 28 de octubre de 2014

Perspectivas de la industria creativa

Margarita Cedeño De Fernández
En términos de creatividad, la sapiencia del dominicano, su capacidad para el “repentismo” y para solucionar sus problemas con creatividad, aún con carencia de recursos, es una ventaja comparativa frente a cualquier país desarrollado.
Esta creatividad del dominicano está alimentada por la mezcla de culturas que ha forjado al dominicano de hoy.
Desde el encuentro de culturas que suscitó el descubrimiento de América en 1492, la influencia de las intervenciones haitianas y norteamericanas, la inmigración de distintas razas, hasta el impacto de la diáspora dominicana en nuestra cultura; somos una mezcolanza de creatividad.
Lo bueno es que podemos aprovechar económicamente esta creatividad y utilizar sus beneficios para el desarrollo humano y social. La industria creativa o economía creativa ha surgido como el sector que involucra la generación de ideas y conocimiento para su aprovechamiento económico y social.
Nuestro país tiene grandes oportunidades de aprovechar las áreas que abarca la economía creativa. El arte, el entretenimiento, el diseño, la arquitectura, la publicidad, el cine, la gastronomía; son disciplinas donde nuestro país tiene oportunidades de desarrollo para mejorar la calidad de vida de los dominicanos.
En cuanto al área del conocimiento, que engloba las áreas de educación, investigación, alta tecnología, nanotecnología, robótica y otras más; nuestro país puede plantearse su inserción a mediano y largo plazo, si continuamos con la inversión en educación que nos hemos planteado como país.
La economía creativa también aporta al objetivo de preservar nuestra identidad cultural. La UNESCO afirma que la misma “actúa como elemento vehicular en la transmisión de la identidad cultural, aspecto esencial en la promoción y difusión de la diversidad cultural”.
Los beneficios de invertir en la economía creativa se confirman cuando evaluamos que alrededor del 40% del total del comercio de las industrias creativas se genera en países en vías de desarrollo, los cuales lo exportan a países desarrollados. Para aprovechar las oportunidades de la industria creativa, tenemos que definir e identificar los indicadores culturales que nos permitan conocer el comportamiento y la situación de la industria, de manera que podamos aprovechar mejor nuestras oportunidades.
Como ha establecido la UNCTAD en un documento reciente: “Los elementos esenciales para formar una estrategia a largo plazo, en este caso para la economía creativa, deben incluir acciones interministeriales concertadas para asegurar que las instituciones nacionales, marcos reguladores y mecanismos financieros apoyen el fortalecimiento de las industrias creativas.” La UNCTAD agrega que el mayor desafío está en la protección de los derechos de propiedad intelectual, la distribución de las utilidades, los gravámenes correspondientes y la regulación de las actividades. En el caso de nuestro país, estas son áreas donde los marcos regulatorios vigentes están actualizados y se implementan de manera correcta.
En cuanto a la función de integración social que se genera desde la economía de la creatividad o Economía Naranja, tenemos que resaltar las posibilidades que existen para que la misma responda a las demandas especiales de las comunidades en cuanto a educación, identidad cultural, desigualdades sociales y protección al medioambiente.
La capacidad de combate a la desigualdad social que se desprende de la industria creativa resulta, a nuestro juicio, razón suficiente para invertir en ella, toda vez que la creatividad es un bien del cual todos podemos beneficiarnos, sin distinción de razas, posición económica o social.
El talento y la creatividad son, sin dudas, uno de los principales activos e insumos de nuestro país, porque si algo nos sobra a los dominicanos es justamente eso, talento y creatividad.

TOMADO DEL LISTIN DIARIO

LA RESPONSABILIDAD.



Por Domingo Nuñez Polanco

Amigos y hermanos muy buenas tardes.
Antes de entrar  en materia permítanme confesarle algo.

Escuchando  a los colegas que me han antecedido en la palabra, por cierto han sido exposiciones brillantes y bien explicitas al alcance de ustedes, solo me resta decirle que mi tema, no mi turno, quedo suficientemente expuesto, tanto por los expositores como por la participación de ustedes en las preguntas y comentarios; de manera que mi turno  lo dedicare  a tratar otros aspectos, que si bien no tienen  relación  directa con  el tema  que me correspondía, no deja de tener cierta importancia y utilidad para lo que aquí se trata hoy.

Entiendo y pido disculpa por introducir una temática que no estaba en agenda, pero me veo en la obligación de pedirle y compartir con ustedes algunas reflexiones  sobre aspectos,  no normativo de la  teoría y práctica del cooperativismo, pero si tienen que ver  con fines  trascendentes con la identidad universal  de los valores  y principios cooperativistas.


(…) Hace un momentito hablamos de responsabilidad  y  quiero detenerme un poco  en este punto.

Desde el punto vista conceptual y práctico, responsabilidad  es capacidad de percibir la obligación tanto individual como colectiva.

Es la repuesta a cada situación  y esta va a depender  de la  amplitud del espíritu  de cada persona, al  rol individual que le toca cumplir, siempre en relación con la sociedad a la que pertenece; siempre la responsabilidad hace referencia a algo, o a alguien.

Los problemas sociales, familiares y mundiales, de alguna manera pueden ser considerados como parte de un problema personal, algo que corresponde a quien forma parte de un universo global. 

El hecho está  en cómo se aborda cada uno de esos problemas  para involucrarse  o no, y aceptar  sus consecuencias.


El cooperativismo o más bien la educación cooperativista  ayuda mucho  en este asunto de la responsabilidad en virtud de que la educación cooperativa  promueve la responsabilidad en cuanto que incluye saber enseñar como los otros deben ser responsables; hacerles comprender el valor  de la responsabilidad y todas las consecuencias  que se derivan de ello, por el hecho de vivir, convivir en una sociedad.

En la experiencia práctica, el valor de la responsabilidad, en el cooperativismo, va apareciendo y se va sociabilizando a través del tiempo, del paso de los años, al ir adquiriendo la madurez moral producto de la educación en el ámbito de los principios y valores del cooperativismo, esta misma experiencia puede ser emulada por la sociedad en su conjunto.                                   
En el cooperativismo, las dos dimensiones de este campo valorativo, responsabilidad individual y colectiva, pretende que el sujeto asuma su propia responsabilidad  de si, y al mismo tiempo corresponsable de los demás...” Los problemas de la humanidad, son también problemas míos, son mi corresponsabilidad.”

Ciertamente, esa otra responsabilidad  que entra al campo de lo existencial, la de pensar y sentir que los problemas de los otros también forman parte de los propios y aquí es donde está el punto de partida de los valores de solidaridad. Valor capital en el cooperativismo.

La educación de la responsabilidad como valor global, es pertinente precisar   que valores y actitudes se habrán de desarrollar  en los ciudadanos.

Además, la responsabilidad implica respeto por lo demás, Habrá que educar la sensibilidad  antes los problemas sociales  tanto a nivel regional como mundial.

La responsabilidad implica exigencia, esfuerzo personal para tomar iniciativas, para crear y producir ideas.

No hay tarea más digna que la de contribuir a humanizar, a hacer personas libres, autónomas, creativas, comprometidas críticamente en la elaboración de un proyecto  personal de vida valioso…

Señores, nos acercamos aceleradamente al fin de una era. Se trata de un proceso que ya se ha iniciado.

Las crisis financiera, alimentaria y ambiental están convirtiendo la vida de los seres humanos en una penuria constante. Hemos llegado al punto en el que la vida, lejos de disfrutarse, se sufre.

Y se sufre más allá de la posición económica de cada uno, no sólo sufre el pobre, sino también quien tenga conciencia de la realidad social y ambiental, pues es muy difícil ser plenamente feliz, siendo consciente de que miles de niños mueren cada hora por no poder acceder a unos pocos litros de agua potable, o que muchos millones padecen hambre crónica a lo largo de toda su corta vida.

A veces pienso que esta lucha de llevar estos temas trascendentes al alcance de las grandes mayorías, no pude ni debe cesar.

Me da miedo pensar  que muchos,  después  de tanto  batallar frente a la infinita injusticia de nuestra era, corremos el riesgo de perder nuestra sensibilidad, de acorazar demasiado nuestro corazón.

Corremos el riesgo de dejar de sentir amor por el prójimo, por la madre naturaleza, por la vida, de ahí que es necesario asumir con responsabilidad la tarea de una educación en valores.

Recientemente estaba leyendo un texto y me encontré con un párrafo que sinceramente me cautivo.

No hice más que memorizarlo.

Y lo voy a compartir con ustedes, ahí le va: “Abramos nuestra mente, volvamos a sentir la lluvia en la cara y el barro en los pies. El frío, el calor.

El canto de un pájaro, el perfume de una flor y el silencio.

Abramos nuestro corazón y volvamos a sentir el dolor de la injusticia, de los niños que mueren de hambre y sed.

Y luego volvamos a pensar cada cosa de las que como autómatas hacemos cada día. Volvamos a encontrar el sentido de nuestras vidas”

Señores, en esta  parte introductoria de mi exposición  o más bien podríamos decir de estas reflexiones que estoy compartiendo con ustedes, era necesario bordear aunque fuera de manera rápida eso de la educación y formación en valores y quiero que sepan que aquí hay mucha tela que cortar, pero eso será para otra oportunidad.
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sábado, 25 de octubre de 2014

Ho Chi Minh y Fidel Castro, vidas revolucionarias







Actualizado el 21/3/2011
http://principioesperanza.com/
El documental ´´Convergencia sobre las trayectorias revolucionarias de Ho Chi Minh y Fidel Castro´´ debutó el 13 de agosto en la televisión cubana, en ocasión del 84 cumpleaños del líder de la Revolución Cubana, 65 Día de la Independencia de Viet Nam y el 50 aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas bilaterales. La película de 60 minutos, del director cubano Carlos Manuel, fue realizada por el Mundo Latino del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y el Ministerio de Información y Comunicación de Viet Nam.

lunes, 20 de octubre de 2014

Dialéctica y Materialismo histórico

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Por   Domingo Nuñez Polanco. 

Antes de entrar en materia y deslizarnos por las profundas lecturas que impregnan estos temas de filosofía, dialéctica y materialismo es preciso que a modo de preámbulo  digamos algo en relación a los trabajos de los padres  del materialismo científico.

La obra teórica de Marx y Engels es extensa y, como ocurre con casi todos los grandes pensadores, no está exenta de una evolución.  Queriendo decir con esto que Marx a lo largo de su vida, en general, mantuvo una línea de pensamiento coherente consigo misma, pero que con los años fue enriqueciéndola.
A lo largo de más de 150 años, han sido muchos los intelectuales, defensores del gran capital, que han intentado demostrar, sin éxito, que Marx se equivocó en sus planteamientos.  Nosotros estamos entre los que tienen  seguro que  el conjunto de la obra legada por Marx se encuentra en plena vigencia, y pensamos que así lo han  ratificado en no pocos documentos, los estudiosos de el materialismo histórico. Entre otras razones, porque Marx no sólo se dedicó al estudio de la sociedad de su tiempo, sino al descubrimiento de las leyes mismas que presiden la sociedad capitalista, cualquiera sea su etapa de desarrollo. Sus análisis y conclusiones son tan actuales o vigentes tanto en la etapa de los albores del capitalismo.
<<Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto del desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias que actúan y se imponen con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más que poner delante de los países menos desarrollados el espejo de su propio porvenir>> (K. Marx. Prólogo a la primera edición de “El Capital”).
Tanta es la vigencia de lo explicado por Marx, Engels y Lenin, que  los escritos, con rigor científico, sobre la realidad actual están plagados de citas de sus textos.
Los pensadores e intelectuales que han estudiado seria y responsablemente  el tema del materialismo histórico   sólo han pretendido  servir de muletas a aquellos que buscan  la verdad científica a través del Materialismo dialectico. Un análisis desprejuiciado  de los fenómenos del capitalismo obliga a pasar necesariamente por el Materialismo Histórico. 
 De ahí la necesidad de comprender los textos de Marx y demás clásicos del materialismo histórico, como condición de su aplicación correcta a la realidad a transformar, y de una práctica política efectivamente conducente a esa transformación. Es imprescindible familiarizarse con la terminología y sus correspondiente conceptos utilizados tanto en filosofía, como en política, historia y economía política; más aún, es necesario abordar el estudio de las obras cumbres del pensamiento marxista, como es el caso de “El Capital”
Nuestro gran maestro, el Profesor  Juan Bosch, sobre  el materialismo dialectico ha expresado lo siguiente: “(…) una cosa es la Dialéctica como ciencia, tal como la describió Engels, y otra cosa es la Dialéctica como método para investigar lo mismo los fenómenos naturales que la sociedad humana que el  pensamiento del hombre. Como método  de investigación la Dialéctica  es lo que nos permite identificar  o descubrir  a los contrarios que luchan en cada proceso, o mejor dicho, en el caso concreto de cada proceso. La Dialéctica como método de investigación es lo que nos permite saber cómo llevan los contrarios su lucha hacia adelante, o como la llevaron en un pasado histórico determinado. En pocas palabras, el método Dialectico  si se usa correctamente, nos permite comprender los acontecimientos histórico en toda su riquísima complejidad(…)  nos permite, en fin, ver lo que se ve y ver lo que no se ve, el método dialectico de investigación nos orienta con precisión hacia la verdad”  Domingo Nuñez

RAZÓN Y SINRAZÓN
Por  Alan Woods y Ted Grant
(Este trabajo fue escrito por los autores antes de finalizar el siglo pasado y fíjense ustedes parece escrito ayer)
Vivimos en un período de profundo cambio histórico. Después de cuatro décadas  de crecimiento económico sin precedentes, la economía de mercado está alcanzando sus límites. En sus inicios, el capitalismo, a pesar de sus crímenes bárbaros,  revolucionó las fuerzas productivas, sentando así las bases para un nuevo sistema de sociedad. La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa marcaron un cambio decisivo en el papel histórico del capitalismo. Pasó de hacer avanzar las fuerzas productivas a ser un freno gigantesco al desarrollo económico y social. El período de auge en Occidente entre 1948 y 1973 pareció anunciar un nuevo amanecer. Incluso así, sólo se beneficiaron un puñado de países capitalistas desarrollados; para el Tercer Mundo, dos tercios de la humanidad, el panorama fue un cuadro de desempleo masivo, pobreza, guerras y explotación a una escala sin precedentes. Este período del capitalismo finalizó con la llamada “crisis del petróleo”  de 1973-74. Desde entonces no han conseguido volver al nivel de crecimiento y empleo logrado en la posguerra.
Un sistema social en declive irreversible se expresa en decadencia cultural.
Esto se refleja de diversas formas. Se está extendiendo un ambiente general de ansiedad y pesimismo ante el futuro, especialmente entre la intelectualidad. Aquellos que ayer rebosaban confianza sobre la inevitabilidad del progreso humano, ahora sólo ven oscuridad e incertidumbre. El siglo XX se acerca a su fin habiendo sido testigo de dos guerras mundiales terribles, del colapso económico en el período de entreguerras y de la pesadilla del fascismo. Esto ya supuso una seria  advertencia de que la fase progresista del capitalismo había terminado.
La crisis del capitalismo no es simplemente un fenómeno económico, impregna todos los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, la  drogadicción, la violencia, el egoísmo generalizado, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la desintegración de la familia burguesa, la crisis de la moral, la cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante siente cada  vez más que es un freno al desarrollo de la sociedad. Marx señaló que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. En su época de esplendor, la burguesía no sólo jugó un papel progresista al hacer avanzar las fronteras de la civilización, sino que era plenamente consciente de ello. Ahora los estrategas del capital están saturados de pesimismo.  Son los representantes de un sistema históricamente condenado, pero no pueden reconciliarse con esa situación. Esta contradicción central es el factor decisivo que  pone su impronta sobre la actual forma de pensar de la burguesía. Lenin dijo en una ocasión que un hombre al borde de un precipicio no razona.
Contrariamente a los prejuicios del idealismo filosófico, la conciencia humana es en general extraordinariamente conservadora y tiende siempre a ir por detrás del desarrollo de la sociedad, la tecnología y las fuerzas productivas. Como decía  Marx, el hábito, la rutina y la tradición pesan como una losa sobre las mentes de hombres y mujeres, quienes, en períodos históricos “normales” y por instinto de conservación, se agarran con obstinación a los senderos bien conocidos, cuyas raíces se hallan en un pasado remoto de la especie humana. Sólo en períodos excepcionales de la historia, cuando el orden social y moral empieza a resquebrajarse bajo el impacto de presiones insoportables, la mayoría de la gente comienza a cuestionar el mundo en que nació y a dudar de las creencias y los prejuicios de toda la vida.
Así fue la época del nacimiento del capitalismo, anunciado en Europa por un gran despertar cultural y una regeneración espiritual tras la larga hibernación feudal. En el período histórico de su ascenso, la burguesía desempeñó un papel progresista no sólo por desarrollar las fuerzas productivas, que aumentaron enormemente el control del hombre sobre la naturaleza, sino también por potenciar la ciencia, la cultura y el conocimiento humano. Lutero, Miguel Ángel, Leonardo, Durero, Bacon, Kepler, Galileo y un sinfín de pioneros de la civilización  brillan como una galaxia que ilumina el avance de la cultura humana y la ciencia, fruto de la Reforma y el Renacimiento. Sin embargo, períodos revolucionarios como ése no nacen sin traumas —la lucha de lo nuevo contra lo viejo, de lo vivo contra lo muerto, del futuro contra el pasado—.
El ascenso de la burguesía en Italia, Holanda y más tarde en Francia fue acompañado por un florecimiento extraordinario de la cultura, el arte y la ciencia.
Habría que volver la mirada hacia la Atenas clásica para encontrar un precedente.
Sobre todo en aquellas tierras donde la revolución burguesa triunfó en los siglos XVII y XVIII, el desarrollo de las fuerzas productivas y la tecnología se vio acompañado por un desarrollo paralelo de la ciencia y el pensamiento, que minó de forma decisiva el dominio ideológico de la Iglesia.
En Francia, el país clásico de la revolución burguesa en su expresión política, la burguesía llevó a cabo su revolución, en 1789-93, bajo la bandera de la Razón.
Mucho antes de derribar las formidables murallas de la Bastilla era menester destruir en la mente de hombres y mujeres las murallas invisibles pero no menos formidables de la superstición religiosa. En su juventud revolucionaria, la burguesía francesa era racionalista y atea. Pero una vez instalada en el poder se apresuró a tirar por la borda el bagaje ideológico de su juventud, al verse enfrentada con una nueva clase revolucionaria.
No hace mucho, Francia celebró el bicentenario de su gran revolución.
Resultó curioso ver cómo incluso la memoria de una revolución que tuvo lugar hace dos siglos provoca un hondo malestar en las filas del establishment. La actitud de la clase dominante gala hacia su propia revolución se parece a la de un viejo libertino que pretende ganar un pase a la respetabilidad, y quizá la entrada en el reino de los cielos, arrepintiéndose de los pecados de juventud que ya no está en condiciones de repetir. Al igual que toda clase privilegiada establecida, la burguesía intenta justificar su existencia no sólo ante la sociedad, sino también ante sí misma. La búsqueda de puntos de apoyo ideológicos que le sirvieran para justificar el statu quo y santificar las relaciones sociales existentes le llevó rápidamente a volver a descubrir los encantos de la Santa Madre Iglesia, particularmente después del terror mortal que experimentó en tiempos de la Comuna de París.
La iglesia del Sacré Coeur, en París, es una expresión concreta del miedo de la burguesía a la revolución, traducido al lenguaje del filisteísmo arquitectónico.
Marx (1818-83) y Engels (1820-95) explicaron que la fuerza motriz fundamental de todo progreso humano reside en el desarrollo de las fuerzas productivas: la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. Esta es una generalización teórica verdaderamente profunda, sin la cual la comprensión de la historia de la humanidad resulta imposible. No obstante, esto no significa, como han intentado demostrar los detractores deshonestos o ignorantes del marxismo, que Marx “reduce todo a lo económico”. El materialismo dialéctico y el materialismo histórico tienen plenamente en cuenta fenómenos como la religión, el arte, la ciencia, la moral, las leyes, la política, la tradición, las características nacionales y todas las múltiples manifestaciones de la conciencia humana. Pero no sólo eso. También demuestran el contenido real de estos fenómenos y cómo se relacionan con el auténtico desarrollo social, que en última instancia depende claramente de su capacidad para reproducir y mejorar las condiciones materiales para su existencia.
Sobre este tema, Engels escribe lo siguiente:
“Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda.
La situación económica es la base, pero las diversas partes de la superestructura —las formas políticas de la lucha de clases y sus consecuencias, las constituciones establecidas por la clase victoriosa después de ganar la batalla, etc.—, las formas jurídicas —y, en consecuencia, inclusive los reflejos de todas esas luchas reales en los cerebros de los combatientes: teorías políticas, jurídicas, ideas religiosas y su desarrollo ulterior hasta convertirse en sistemas de dogmas— también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas y en muchos casos preponderan en la determinación de su forma”.
A algunos les parecerá una paradoja la afirmación del materialismo histórico de que en general la conciencia humana tiende a ir por detrás del desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo encuentra una expresión gráfica en Estados Unidos, el país donde los avances científicos han alcanzado su más alto grado. El avance continuo de la tecnología es una condición previa para el establecimiento de la verdadera emancipación de los seres humanos, mediante la implantación de un sistema socioeconómico racional en el que ejerzan el control consciente sobre sus vidas y su entorno. Aquí, el contraste entre el desarrollo vertiginoso de la ciencia y la tecnología y el extraordinario atraso del pensamiento humano se manifiesta de la manera más llamativa.
En EEUU, nueve de cada diez personas creen en la existencia de un ser supremo, y siete de cada diez en la vida después de la muerte. Cuando al primer astronauta norteamericano que logró circunnavegar la Tierra en una nave espacial se le invitó a dar un mensaje a los habitantes del planeta, hizo una elección significativa. De toda la literatura mundial eligió la primera frase del libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la Tierra”. Este hombre, sentado en una  nave espacial producto de la tecnología más avanzada de toda la historia, tenía la mente repleta de las supersticiones y los fantasmas heredados, con pocos cambios, desde los tiempos prehistóricos.
Hace 70 años, en el notorio “juicio del mono”, un maestro llamado John T.
Scopes fue declarado culpable de violar las leyes de Tennessee por haber enseñado la teoría de la evolución. De hecho, el tribunal confirmó las leyes antievolucionistas de dicho Estado, que no se abolieron hasta 1968, cuando el Tribunal Supremo de EEUU dictaminó que la enseñanza de la Creación violaba la prohibición constitucional de la enseñanza de la religión en la escuela pública. Desde entonces, los creacionistas han cambiado su táctica e intentan convertir el creacionismo en una “ciencia”. En este empeño gozan del apoyo no sólo de un amplio sector de la opinión pública, sino también de bastantes científicos dispuestos a ponerse al servicio de la religión en su forma más cruda y oscurantista.
En 1981, los científicos estadounidenses hicieron uso de las leyes del movimiento planetario de Kepler para lanzar una nave espacial al encuentro con Saturno. El mismo año, un juez norteamericano tuvo que declarar anticonstitucional una ley aprobada en Arkansas que obligaba a las escuelas a tratar en pie de igualdad la mal llamada “ciencia de la Creación” y la teoría de la evolución. Entre otras.  Por razones de conveniencia, donde se cita la misma obra varias veces seguidas hemos puesto el número de referencia al final de la última cita.  (1. Carta de Engels a J. Bloch (21/9/1890), en Marx y Engels, Correspondencia, pp. 394-95.cosas, los creacionistas exigieron el reconocimiento del diluvio universal como un agente geológico primigenio. En el transcurso del juicio, los testigos de la defensa expresaron una creencia ferviente en la existencia de Satanás y en la posibilidad de que la vida hubiese sido traída a la Tierra a bordo de meteoritos, explicándose la diversidad de especies por un tipo de servicio a domicilio cósmico. Al final del juicio, N. K. Wickremasinge, de la Universidad de Gales, afirmó que los insectos podrían ser más inteligentes que los humanos, aunque “no sueltan prenda (…) porque les va estupendamente”
.El grupo de presión fundamentalista religioso en EEUU tiene un apoyo masivo, senadores incluidos, y acceso a fondos ilimitados. Embusteros evangelistas se hacen ricos desde emisoras de radio con una audiencia de millones de personas.
Que en la última década del siglo XX y en el país tecnológicamente más avanzado de toda la historia haya un gran número de hombres y mujeres con educación, incluidos científicos, dispuestos a luchar por la idea de que el libro del Génesis es cierto palabra por palabra —que el universo fue creado en seis  días hace aproximadamente 6.000 años— es de por sí un ejemplo impresionante del funcionamiento de la dialéctica.

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

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