Es seguro que el presidente Mejía usará todos los recursos a su alcance, incluidos los del Estado, para domeñar al buey en su propósito reeleccionista
En medio de una crisis económica y financiera sin precedentes, Hipólito Mejía ha salido a las calles en busca de la reelección, un fenómeno que no se producía desde 1994, cuando Joaquín Balaguer arrastró al país, en el intento, a una crisis electoral de serias consecuencias políticas. Hasta el momento las acciones proselitistas del mandatario han producido cuatro hechos principales en la opinión pública y en su propio partido: una fórmula con plebiscito ideada para sacarlo de la carrera reeleccionista; una propuesta del presidente al Comité de los Siete, que al parecer incluye una consulta a las bases para eliminar a los de baja popularidad; un polémico recorrido por las calles de varios sectores de la Capital, y una homilía incendiaria en la iglesa de San Bartolo, en Gurabo.
La fórmula del plebiscito ha sido ideada como un recurso extremo por quienes se reconocen en desventaja ante el Presidente, y en realidad busca la derrota del principio de antireelección. La propuesta a los siete (Milagros Ortiz, Rafael Suberví Bonilla, Hatuey De Camps, Enmanuel Esquea Guerrero, Ramón Alburquerque, José Rafael Abidaner y Rafael Flores Estrella), es una celada, y lo es porque se puede suponer que en cualquier escenario que los precandidatos citados se enfrenten con el Presidente Mejía van a ser derrotados, no importa las condiciones.
En cuanto tiene que ver con la rechifla que se produjo el 19 de agosto en La Ciénaga, Villa Juana y otros barrios de la Capital, las cacerolas tuvieron una fuerte repercusión a pesar de que el Presidente dice que no las escuchó, y también la tuvo la marcada presencia de militares y policías de alto rango; es improbable, empero, que estos dos detalles afecten en gran medida el 30 por ciento que necesita para ganar dentro de su partido. El cacerolazo y las señoras con todas las marcas de la miseria que mostraron algunos noticiarios de televisión y las páginas de los periódicos (véase Hoy, página 6 del miércoles 20 de agosto) mientras se quejaban de la carestía de la vida son la consecuencia del error del Presidente, que se expone ante todo el país a la caza de los votos de un nicho tan bien definido como lo es el PRD. Y si de lo que se trata es de empezar la campaña por la Presidencia con anticipación, el error es mayor.
La homilia de Gurabo, en la que el cura Milton Amparo Tapia le sacó la tusa de su conuco, es apenas un adelanto de lo que le espera al Presidente en una campaña electoral con la opinión pública en contra, aun antes de que el país sea sometido al feo espectáculo de una convención al estilo PRD, si es que ésta finalmente se produce, y a las presiones y constreñimientos que son de esperar una vez se ponga en práctica el anunciado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
ATRAPADOS
Examínese la composición del Comité de los Siete y diga si no es un milagro que alguien allí derrote al Presidente, que cuenta con los recursos del Estado, y los usará, y cuenta con recursos de organismos internacionales –como el BID y el Banco Mundial– y amenaza con usarlos. Para empezar, Suberví Bonilla es uno de los que se encuentra mejor posicionado, pero recuérdese que es secretario de Turismo y hasta el momento en que se escribe este artículo no ha presentado la renuncia de su puesto y mantiene el mismo tono cauto que cuando firma en su condición de secretario general del PRD un documento con la propuesta del plebiscito para decidir el asunto de la reelección, parece un hombre del Presidente.
También es tímida la beligerancia del profesor Abinader y Esquea Guerrero se muestra dispuesto a discutir, camino que sólo lleva a un lugar frente al bloque PPH–Presidente–Gobierno: descrétido y derrota.
Los puntos fuertes de la oposición al Presidente Mejía dentro del PRD los constituyen De Camps, Flores Estrella y Alburquerque, en ese orden. Aparte se encuentra Ortiz Bosch, que tiene tres factores en contra: es vicepresidenta de la República, es secretaria de Educación y es mujer (educada, por demás). La Vicepresidencia es un condicionante que la coloca en una posición de debilidad a pesar de su arrojo, y es que la desmesura la obligaría a un rompimiento con el Presidente, que a mediados del mes que viene sale hacia Europa y Oriente Medio, y desde que se monte en el avión la deja a cargo del Poder Ejecutivo por mandato constitucional.
La Secretaría de Educación es una de las carteras más importantes, por su carácter social y por el presupuesto, y es improbable que desde esa institución se haya realizado una labor social al margen del gobierno u organizativa en el partido al margen del poder. La condición de mujer educada la obliga a guardar las formas y a mantener el enfrentamiento en un nivel técnico, que es en sí una complicación para un miembro del gabinete (y cuadro importante de los planes sociales del gobierno) en vista de que el Presidente no debate conceptos con nadie y cuando ve lo inevitable llama a Calderón, porque él no es ningún pendejo.
Como lo demuestra el esfuerzo que precede para separar en partes, el Comité de los Siete puede ser atomizado en el papel y en la práctica con relativa facilidad. El resultado es: dos del gobierno, tres de oposición dura y dos moderados. En las tertulias y en los corrillos se cree que Suberví Bonilla juega a la presión hasta el último momento, pero que al final se va con el Presidente Mejía. Su vida pública muestra una habilidad de barahonero para manejarse en condiciones difíciles: estuvo dos veces en el Ayuntamiento del Distrito Nacional con el Poder Ejecutivo en contra y no provocó un solo conflicto que valga la pena recordarlo, ni siquiera en el caso de los terrenos del hipódromo Perla Antillana. Los casos del secretario de Salud Pública, José Rodríguez Soldevila, y el secretario de Interior y Policía, Pedro Franco Badía, ilustran el camino que se le abre a Suberví Bonilla, en primer término, y a Ortiz Bosch a continuación.
MENTIRA Y VERDAD
La única posición verdaderamente firme en el PRD es la de los principios, pero vista la circunstancia parece una postura que se muere en las trincheras. El antireeleccionismo fue en sí una de las formas que adoptó la oposición a Balaguer, pero si se recuerda la pasión hacia el jefe reformista desatada en los últimos siete años en las cúpulas del PRD y del PLD se estará en condiciones de entender el descrédito de éste y de cualquier otro principio del pasado perredeísta. Lo que ha recibido la opinión pública, y la base del PRD en mayor medida, ha sido un obús lanzado contra todos los valores levantados contra el caudillo de Navarrete. Esa opinión pública y esas bases perredeístas fueron estremecidas con la reivindicación de la moral del caudillo que significó la exaltación en 1998 como “padre de la democracia”; la reforma de 2002 a la Constitución, en la que se incluyó la reelección por primera vez de manera expresa en el Estatuto Político y la apoteosis a la hora de su muerte, ocurrida el mismo año en que la reelección entró a la Constitución.
Es posible que la crisis por la que atraviesa en estos días el Partido Revolucionario Dominicano se hubiera producido con reelección o sin ella, toda vez que desde 1962 la elección de candidatos de cualquier nivel ha sido causa de escándalo, mangoneo y arrebatiñas a cualquier nivel, excepto cuando una figura de gran autoridad, como Juan Bosch, fue escogida para la consulta de 1966 preparada por la Organización de Estados Americanos, o cuando tras una división fue escogido Peña Gómez para la elección de 1990 y cuando se impuso por la razón de la autoridad para las elecciones de los años 94 y 96.
El hecho cierto es que en estos momentos nadie tiene autoridad por méritos personales dentro del PRD del tipo que la tuvieron Bosch y Peña ni existe en ese partido un programa ideológico que justifique la permanencia, no digamos de una persona ni siquiera del partido en sí, para la consecusión de metas. La de estos dos líderes, cada uno en su momento, descansaba en el carisma, en los méritos intelectuales y en los programas que tenían comprometidos, uno con el proyecto socialdemócrata y el otro con el proyecto socialista. Ante la ausencia de la meritocracia tradicional, el vacío está siendo ocupado por la fuerza.
Si estas apreciaciones son correctas, de lo que se trata es de un partido ante una nueva circunstancia que está siendo manejado por dos corrientes contrapuestas. Una de ellas tiene en estos momentos su epicentro en el Proyecto Presidencial Hipólito (PPH). La otra, que tiene su base principal en la presidencia de la organización, tiende a la conservación de unos principios y un modo de operación que han sido fuente de forcejeos históricos, en algunos casos, y depositorio de excrementos desde que Balaguer fue convertido en fetiche a partir de 1996.
La Convención del PRD
Duración: Más de 3 meses y menos de 4.
Responsable: (Comisión Organizadora, que será escogida por la Comisión Política y ratificada por el Comité Ejecutivo Nacional (CEN).
Integrantes: 11 miembros.
Soporte: Departamentos Electoral y de Organización.
Subcomisiones: Una por cada municipio y las zonas del PRD.
Padrón: Un millón 600 mil militantes.
Centros de votación: Cuatro mil
Mesas electorales: Más de 11 mil
Representación: Un delegado en cada mesa por cada precandidato.
Control: Un centro de cómputos que funciona en la calle Doctor Delgado, en Santo Domingo.
Procedimiento: Proceso de inscripción de nuevos militantes
y depuración del padrón.
Entrega: Una copia del padrón a cada precandidato.
Sólo cenizas
A Hipólito Mejía no se le reconocen méritos académicos ni empíricos en el área de las ciencias sociales. En consecuencia, la carga que ha iniciado contra un principio considerado cardinal por siete aspirantes a la candidatura presidencial no responde a que haya identificado la necesidad de un cambio en la organización política para adaptarla a los tiempos modernos, sino a una necesidad de hacer tabla raza de reglas y tradición ante el hecho empírico de la ausencia de un líder y ante la debilidad orgánica de la alta dirección perredeísta, condiciones propicias para el establecimiento de un período de autoritarismo, al que se le ve inclinado cuando habla y cuando actúa.
Por Miguel Febles
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