MORAL Y LUCES

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domingo, 22 de enero de 2017

Cuba en perspectivas literarias desde "Casa de las Américas"




Descolonización de la Lectura: El Legado de La Casa
Por: Silvio Torres-Saillant

Buenos días. Agradezco a los astros, las circunstancias y las voluntades que se han alineado para propiciar mi participación en esta significativa edición 58 del Premio Literario Casa de las Américas. Es un privilegio venir a la Casa a compartir labores con distinguidas figuras del arte literario, el pensamiento y la erudición procedentes de toda la anchura del hemisferio—Norte, Centro, Sur y Antillas—además de España. Por ese privilegio, quedo endeudado con el Presidente de la Casa, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, y con el Consejo de Dirección por haber tenido a bien invitarme a formar parte del jurado y asignarme estas palabras de apertura. Doy infinitas gracias a los dirigentes en los distintos estamentos organizativos de la Casa con quienes he tenido mayor comunicación, especialmente al director del Centro de Investigaciones Literarias Jorge Fornet Gil y a colegas como Yolanda Alomá Reyna y Juan Mesa Díaz, quienes han puesto cuidadosa atención a los detalles logísticos esenciales para traerme a esta Sala Che Guevara tan colmada de historia y de memoria.

Al pueblo cubano hay que agradecerle que protagonizara aquella gesta libertaria que todavía, a la vista retroactiva de seis décadas después, sigue pareciendo inconcebible. Con sus barbudos al frente, este pueblo la logró y con ella dió al resto del hemisferio razón para soñar la utopía de una sociedad igualitaria como meta factible. El contacto con esa epopeya comenzó temprano para mí. De niño en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, veía a mi madre Aida juntarse con vecinas en el cuarterío donde vivíamos a escuchar noticias de los barbudos en una de las viviendas que tenía un radio equipado para recibir trasmisiones desde Cuba. Aida no llegó a un alto nivel escolar. Dudo que terminara la primaria. Pero algo le inducía simpatía por lo que hacían los barbudos. No era pequeño el número de vecinos y vecinas de origen humilde que compartían esa simpatía por la rebeldía que efervecía en Cuba.

El número de simpatizantes se fue achicando, sin embargo, en la medida en que se intensificaba la campaña difamatoria contra esa Cuba cundida por el “comunismo ateo y disociador”. La nueva Cuba lucía demoníaca en los relatos ofertados por los medios de prensa nacional, la Iglesia, el gobierno y la potente radioemisora internacional La Voz de los Estados Unidos de América, que se sintonizaba diariamente en la zapatería de mi tío Pompo, donde comencé a trabajar desde los diez años. De una revista de historietas, o “munequitos” como entonces les llamábamos, que se distribuía gratis en una campaña de alfabetización, en particular un número que traía el relato de un lanzador en el marco del béisbol cubano durante el gobierno revolucionario. Se trataba de un lanzador exitoso cuya carrera se interrumpe debido a una enfermedad grave que lo aflige de repente, dejándolo al borde de la muerte. La familia es pobre y muy devota en su fe cristiana. En el hospital, los médicos se desentienden del paciente y en esa coyuntura el hijo del lanzador, un chiquillo de alrededor de diez años, deseperado, busca la manera de metérsele en la oficina al director del hospital. Con amabilidad burocrática, el señor director escucha el angustioso drama que vive la familia y le pregunta al niño si la familia ha hecho algo para ayudar al enfermo. El interpelado le habla de los rezos y la súplica a Dios para que le devuelva la salud, a lo cual el director responde recomendándole que regrese a casa y que con su familia repitan la petición religiosa y que vuelva al día siguiente a su despacho a contarle el resultado antes de considerar medidas alternativas. El diligente niño sigue el consejo del director, regresando al otro día a contarle frustrado que la salud de su padre seguía grave no obstante los padrenuestros y las avemarías que la familia había entonado. Entonces, con teatral empatía, el señor director sugiere al niño volver a repetir la operación pero esta vez dirigiendo su pedido no a Dios, sino a Fidel. Consciente de que el chiquillo seguiría el consejo, el director dispone de inmediato que el lanzador sea recluido de nuevo en el hospital y sometido al más esmerado cuidado médico, tras lo cual el paciente da visos de recuperación, y, en poco tiempo, puede regresar al montículo y retomar su exitosa carrera de béisbol. Discursiva y gráficamente la citada edición de los muñequitos hace ver que al final el hijo del deportista termina convencido de que Fidel puede más que Dios. También se suponía que yo, como lector infantil del texto, quedara indignado por las argucias de que eran capaces las autoridades cubanas con el fin de separar a la población de su fe religiosa.

Quizás debido debido al éxito de campañas como la que dramatizaba el relato sobre el lanzador enfermo, para los años de mi adolescencia ya tenía uno que haberse politizado y haber aprendido a reconocer la lógica de la injusticia y la desigualdad en su enorno inmediato para tener la simpatía por el proyecto cubano que mi madre, sin esa formación, había valorado desde los momentos de la Sierra Maestra y la entrada triunfal a La Habana en enero del 59. Pero, en términos generales, los dominicanos han preservado la solidaridad con la Cuba revolucionaria. Supongo que ello se deberá a los muchos momentos en que nuestros dos pueblos se han echado una mano en la lucha contra la opresión, cooperación que viene desde el siglo XVI con la resistencia del líder taíno Hatuey, quien combatió la invasión española en Santo Domingo y, luego, al enterarse de que el conquistador Diego Velázquez allá preparaba la avanzada hacia Cuba, se le adelantó, viniendo con su contingente de correligionarios a alertar a la población y junto a ella montar la resistencia. Su muerte acá, como la cuenta Bartolomé de las Casas, dejó un ejemplo imperecedero de dignidad. Siglos después, el libertador Antonio Maceo encontraría en la ciudad de Puerto Plata y en el brazo del líder anticolonialista dominicano Gregorio Luperón, un refugio importante ante la persecución tenaz de las fuerzas del gobierno colonial español. Se recuerda la participación de los hermanos Marcano y de Máximo Gómez en la Guerra de los Diez Años, e igual perdura en la memoria aquella evocadora reunión de 1895 entre Gómez y José Martí en la ciudad dominicana de Montecristi, donde acordaron la logística, y redactaron el Manifiesto que anunciaría al mundo la visión liberadora detrás de la guerra independentista cubana que arrancaría a partir de ahí.

El Movimiento 26 de Julio y el gobierno cubano que comenzó en enero del 1959, fueron alicientes importantes para los dominicanos que resistían la cruenta, genocida y espeluznantemente corrupta dictadura del estuprador y cleptócrata Rafael Leónidas Trujillo. La frustrada expedición antitrujillista que zarparía en el 1947 desde Cayo Confites, una isla en la geografía de Camagüey, no solo contaba con el apoyo decisivo de revolucionarios cubanos sino que Fidel mismo figuraba entre los expedicionarios que intentarían derrocar el funesto régimen trujillista. La expedición conocida por el nombre de Constanza, Maimón y Estero Hondo, la cual sí zarpó el 14 de junio de 1959 y que sufrió una derrota lamentable en el encuentro con el ejército de Trujillo, se había entrenado en Cuba, principalmente en Pinar del Río, y contaba entre los combatientes al Comandante Delio Gómez Ochoa, un integrante del Movimiento 26 de Julio que traía experiencia guerrillera de la Sierra Maestra. La Revolución Cubana operó como una constante fuente de inspiración para los dominicanos en los años posteriores al ajusticiamiento de Trujillo, especialmente durante los sesenta y los setenta cuando los sectores que aspiraban a la transformación social siguieron activos y altivos en la esperanza de extirpar las rémoras del trujillato que siguieron tronchando el anhelo de los sectores populares de tener una sociedad con un mayor grado de inclusión, justicia e igualdad, es decir, una sociedad donde ellos cupieran.

Ya yo tenía uso de conciencia en abril de 1965 cuando se dió la gesta libertaria contra los golpistas que dos años antes habían derrocado el gobierno de Juan Bosch, un personaje muy valorado en el hemisferio pero que en Cuba goza de un aprecio especial. Aparte de su prestigio literario, Bosch había hecho credenciales en la lucha antitrujillista durante los años de su largo exilio político. Cuando la caída del régimen, el activismo nacional y la presión internacional posibilitaron el regreso de los disidentes y la apertura del mercado electoral, Bosch se elevó como el candidato presidencial en quien los sectores populares cifraban las mayores esperanzas de cambio benéfico para ellos. En el exterior había fundado el Partido Revolucionario Dominicano, y en su prédica había abogado por una reforma agraria que diera control a los campesinos de la tierra que ellos trabajaban. El uso frecuente de la palabra “revolución” en el léxico de su campaña y las medidas de reivindicación social que prometía en su plataforma política lo enemistaron con la Iglesia, cuyos prelados procedieron a acusarlo de “marxista-leninista”. Después, disputas varias, incluyendo un debate televisado de tres horas con un jesuita derechista, la iglesia consintió en retirarle a Bosch el peligroso epíteto, y el candidato pudo derrotar a su contrincante conservador. Una vez en el Palacio Nacional, Bosch comienza a levantar nuevas sospechas. Durante su gobierno se registran cambios preocupantes: una nueva Constitución que ofrecía garantías a la case obrera, un cierto grado de secularización en la sociedad, la acreditación de partidos de izquierda y la reducción del latifundismo. A los 7 meses, ya la vieja oligarquía no podía soportar más. Así, prelados, empresarios, militares y la Embajada de los Estados Unidos unieron esfuerzos para deponer al presidente constitutional.

El derrocamiento de Bosch, la sucesión de gobiernos militares y civiles, cada uno con menor interés en las libertades civiles de la ciudadanía, el levantamiento de abril de 1965 – o la Revolución de Abril, como le llaman los patriotras -, el casi triunfo revoluicionario y la inviasión enviada por Estados Unidos para impedir “otra Cuba”. La solidaridad cubana en todo el proceso.

Cuando los dominicanos de buena voluntad quieren momentáneamente curarse del drama social imperante que los desalienta en su país, miran a la Revolución de Abril, fijándose no en la derrota sino en lo que podría haber sido de habérsele permitido llevar a feliz término la lucha contra la lógica, la ideología, la violencia y la ética trujillista. La herencia trujillista se ha seguido manifestando en fraudes electorales, corrupción administrativa, delincuencia proliferada, brutalidad policial y esperpentos tales como una sentencia judicial cruel que en el 2013 le retiró la ciudadanía a cientos de miles de dominicanos de ascendencia haitiana, reduciéndolos a la más inenarrable indefensión. Con todo eso, la memoria de ese importante capítulo de nuestra historia ha hecho posible que los dominicanos tengan hoy un relato alternativo de lo que somos, distinto de la narrativa trujillista que siguió vigente durante los veintidós fraudulentos años de Joaquín Balaguer, y de los gobiernos liberales intercalados y posteriores.

A un cubano, el cura jesuita José Antonio Moreno, le debemos el imprescindible estudio El pueblo en armas:Revolución en Santo Domingo (1973), la traducción del original Barrios in Arms publicado originalmente en 1970. Dicha obra se basa en la tesis doctoral defendida por Moreno en la Universidad de Cornell. El jesuita había llegado a Santo Domingo 4 meses antes de estallar la insurrección con fines de colectar datos para su tesis doctoral. Cuando estalló el movimiento, Moreno se identificó con los rebeldes y, aparte de brindarles auxilio, convirtió el levantamiento en su tema de disertación. Otra importante obra surgida de la fragua donde se daban los hechos, vino de la pluma del sociólogo dominicano Franklin J. Franco bajo el título República Dominicana: Clases, crisis y comandos. El texto ofrece una aguda interpretación geopolítica de los eventos que dieron pie al levantamiento revolucionario y a las fuerzas que se combinaron para aplastarlo. Ganador del Premio Casa de las Américas en 1966, el libro se publicó en La Habana en la Coleccion Premio en el mismo año, meses antes de que las fuerzas militares estadounidenses desocuparan el territorio dominicano. Franco luego pasaría a hacerse una voz indispensable entregada por cinco décadas ininterrumpidas al esfuerzo por desmontar lo que el historiador Roberto Cassá llamara “la mentira oficial” en el discurso sobre la historia, la cultura, el origen y la identidad de la población dominicana.

Entre las figuras que se hicieron venerables en la gesta de Abril, difícil se hace omitir al poeta domínico-haitiano Jacques Viau Renaud. A los 7 años vino de Port-au-Prince a Santo Domingo con sus padres, exiliados por haber caído en desgracia con el gobierno de su país. Se educó en escuelas de Santo Domingo, y cultivó su inclinación poética escribiendo en español e integrándose al activismo literario de su generación en la capital. Al estallar la insurrección de Abril, se unió a uno de los comandos rebeldes, combatiendo con valentía y mostrando dotes de dirigencia hasta que, el 15 de junio, a la edad de 23 años, cayó víctima de un estallido de mortero disparado por las tropas de ocupación. Da gusto notar que la valoración de Jacques Viau ha ido creciendo en la literatura dominicana no solo por la fuerza sobrecogedora de sus versos, sino también por haber entregado su vida a la lucha por la dignidad del pueblo dominicano. Vale decir, que antes de que arrancara el afán actual por difundir la obra de Jacques, acá ya Roberto Fernández Retamar se había fijado en ella y la había destacado en su antología Poemas de una isla y dos pueblos: Jacques Roumain,Pedro Mir y Jacques Viau publicada por la Casa en 1974 dentro de la Colección La Honda. La selección de los versos que componen la antología es insuperable y merece ponderarse la previsión de ilustrar la creación poética de los dos pueblos de Quisqueya a través de Roumain, haitiano, Mir, dominicano, y Jacques Viau, dominico-haitiano. Con la inclusión de Jacques, el editor subvierte la binariedad y así se aparta del relato que concibe la nacionalidad haitiana y la dominicana como entidades puras, blindadas contra la hibridación, no obstante su contacto intenso desde finales del siglo XVII. Poemas de una isla y dos pueblos ayudó indudablemente a carburar el interés de la comunidad literaria dominicana en promover la obra de Jacques.

La valoracion de que disfruta hoy el legado de Jacques me convence de que, aunque no pudiera derrotar la herencia trujillista en el terreno político ni institucional, los rebeldes de Abril tuvieron un impacto sustancial que ha dejado su huella más discernible en las artes visuales y dramáticas, la literatura, el folklore y la música. ¿Quién va a olvidar ese evento sin igual llamado “Siete Días Con el Pueblo,” que en el 1974 reunió en Santo Domingo a todo un “who is who” internacional de los intérpretes de música popular con conciencia social, cubriendo la Nueva Trova, la Nueva Canción y la Canción de Protesta en sentido general? Allí estuvieron Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Los Guaraguos, Ana Belén y Sonia Silvestre para mencionar solo algunos. Montado en el segundo cuatrenio del gobierno represivo de Balaguer, el evento trasclució la unidad de sentimiento social y anhelo de justicia de Nuestra América. No creo que Siete Días Con el Pueblo hubiese podido concebirse en Santo Domingo antes de la sociedad contar con la infusión de rebeldía suministrada por la gesta de abril en la década anterior. Igual se puede rastrear la producción de pensamiento social, el estudio de la historia cultural y las prácticas religiosas y llegar a similar conclusión. El énfasis en la cuestión racial, la herencia cultural africana y la crítica de la opción Católica como norma espiritual exclusiva de la ciudadanía se ha expandido entre los estudiosos serios no obstante el implícito enfrentamiento con la epistemología trujillista—adherida al Eurocentrismo negrofóbico y a la herencia colonial—de la que nunca se han liberado nuestros gobiernos fueran de extrema derecha o liberales. La claridad moral que refleja el análisis social de Pablo Mella y la búsqueda estética atrevida en la ficción de Rey Andújar, ambos compatriotas y miembros del jurado aquí presentes, tendrán más de un origen genealógico, pero yo apuesto a que la gesta de Abril figura entre ellos.

Por lo tanto, podemos especular que las fuerzas que impidieron la transformación social que podría haberse dado en la sociedad dominicana de haber triunfado la insurrección de Abril y el surgimiento potencial de algo así como “otra Cuba”, también troncharon el posible advenimiento de la trasformación intelectual a través de algo así como otra Casa de las Américas. La transformación de la sociedad requiere un gran proyecto de deseducación y desaprendizaje que ayude a la ciudadanía a distanciarse de las fuerzas y las herencias responsables del estado de cosas que nos pone a desear el cambio. Me explico evocando mi propia experiencia. Yo crecí en un hogar donde no me faltó el contacto con la erudición. Mi padre era un gran lector y siempre nos comentaba sus lecturas. Me crié escuchando sus disquisiciones acerca de la relación del Rey Saul con David, y despotricando contra Salomón por haber derrochado el imperio que su padre David le había dejado. Los nombres de Sófocles y Esquilo se hicieron familiares desde que tuve uso de razón. Mi padre se gloriaba de que nadie en toda la región del Cibao, es decir, el norte de la República Dominicana, tenía mayor dominio de la lengua española que él. Agradezco a la influencia de mi padre, pues, el interés en el conocimiento y la pasión por entender cosas que pasaron hace muchísimo tiempo o en lugares remotos que probablemente nunca llegue a visitar.

Lo que no puedo agradecerle, porque no me lo dió, porque el mismo no lo tuvo, es una noción crítica de la política del conocimiento. Para la generación de mi padre, uno leía para superarse y se aproximaba a las obras de los grandes escritores antiguos o modernos con una suerte de veneración. Haber leído los escritos de conocidos filósofos, novelistas, ensayistas, historiadores, estadistas, teólogos y poetas—sobretodo los europeos y sus pares latinoamericanos—le merecía a uno el epíteto de culto, lo que le confería respeto y hasta le podía servir de vehículo para adquirir prestancia en la sociedad. Aprender el contenido de los textos y absorber las enseñanzas de sus autores era estudiar. Como no había expectativa de que uno pudiera querellarse con los textos, lo cual hasta podría verse como irrespeto a la eminencia de aquellas plumas sapientes, se podía encontrar en la Poética de Aristóteles aquel juicio sobre la impropiedad de poner en una pieza teatral un personaje femenino brillante o valiente por tratarse de algo incongruente con la naturaleza y no quejarse de tal aberración misógina. Mucho menos iba uno a criticarle la pésima lectura. Cuando uno lee las obras del teatro ateniense a las que Aristóteles mismo se refiere, salta a la vista lo contrario: el arrojo y el ingenio de las mujeres: Medea, Antígona, Lisístrata, en fin.

De igual manera podía uno leer en la Filosofía de la historia de G. W. F. Hegel aquello de los defectos congénitos que hacen a los negros inelegibles para formar parte de la narrativa de la experiencia humana sin fijarse en la pobreza conceptual que sustenta su aserto. ¿Cómo iba uno a cuestionar el mérito intelectual de un gigante del pensamiento occidental? O menos que no se percate uno del problemita que tienen los gigantes según explicó el poeta Pedro Mir, refiriéndose precisamente a Hegel, o sea, que al tener la cabeza tan lejos del suelo, no siempre les resulta fácil saber en que pie están parados. Entre los defectos que merman en los negros el rango de humanos está su carencia total de valentía, según Hegel. Pero, como estaba escribiendo a principios del siglo 19, cuando todavía las invasiones de dominación colonial europeas estaban muy lejos de poder cantar victoria ante la resistencia campal de innúmeras naciones africanas, las noticias que venían del frente contradecían al gigantezco pensador. Entonces, Hegel admite a regañadientes que, ciertamente a ellos se les ve enfrentando aguerridamente a la fuerza europea que los supera en tecnología militar, a veces continuando la avanzada a costo de pérdidas incontables. Pero, cuidado, nos advierte el excelso Hegel, no vayáis a confundir eso con valentía. Allí se refleja, más bien, su “desprecio a la humanidad” y su “falta de respeto por la vida”.

Como se puede ver, el recurso argumentativo del cual se vale el gran filósofo deja mucho que desear. Se trata de una falacia indefensible que seguramente Quintiliano no sabría en que categoría retórica ubicarla. Pero a quienes crecimos en barrios marginados se nos hace bastante familiar. Es el argumentum ad palo si boga y palo si no boga, un recurso que utilizábamos los carajitos para apabullar al adversario en la trifulca verbal, mudando la dirección del discurso sin miramiento alguno por separar la verdad de la mentira, inventando datos sobre la marcha y apartándonos de las normas del razonamiento lógico puesto que lo único que importaba era ganar. Ganar quería decir sacar al otro de sus cabales y arrinconarlo, así fuese hablando simplemente más duro que él. Recuerdo una porfía a final de los sesenta en la esquina cercana a mi casa entre un admirador de Sandro de América y un fanático de Raphael de España en el que el raphaelista, quien había puesto atención en la escuela y manejaba términos como notas, timbre, vocalizacion y afinar, parecía llevar la delantera. El sandrista, sin forma de igualar la sapiencia de su adversario, atinó a sacarse de las mangas un argumento demoledor, diciendo, “además, cómo va a cantar mejor que Sandro, si todo el mundo sabe que Raphael es maricón”, lo cual enmudeció al raphaelista y suscitó el aplauso del resto de nosotros en la concurrencia. No se nos ocurrió medir cuán cierto era que eso de “todo el mundo” lo sabía, ni tampoco poner bajo el lente la relación lógica que pudiera existir entre la orientación sexual y el talento musical. Hegel descarta la humanidad de los negros valiéndose de recursos retóricos como los que usábamos nosotros en la adolescencia cuando no sabíamos un carajo ni nos preocupaba eso de la seriedad intelectual.

Cuando me llegó a las manos el texo de Hegel todavía no sabía mucho de los grandes filósofos anteriores, pero en la medida en que fui entrando en materia entendí que la chapucería conceptual del alemán no era excepcional. Recuerdo un pasaje de David Hume donde afirma que el negro es capaz de vender a su hija y a su esposa por una botella de ron, juicio que el filósofo escocés no se molesta en probar dándonos por lo menos una nota al calce contando como arribó a tal hallazgo científico. Ese desdén por la evidencia, sin embargo, en nada preocupó al filósofo alemán Enmanuel Kant, quien posteriormente aventura la misma afirmación, citando como fuente fidedigna—claro está—al pasaje medalaganario de Hume. Después de ponerle atención a la conducta retórica en los escritos de esa caterva de pensadores, desde Juan Ginés de Sepúlveda, Thomas Jefferson, Joseph Arthur de Gonibeau, Juan Bautista Alberdi, Raimundo Nina Rodrigues, hasta llegar a Joaquín Balaguer, encontré que tenían algo en común. Al proponerse descalificar la herencia ancestral o el fenotipo de amerindios, africanos o asiáticos, ninguno de ellos lograba ascender conceptualmente ni un nanómetro por encima del exabrupto epistémico desplegado en las pugnas verbales entre adolescentes que se libraban en mi barrio como aquella entre el sandrista y el raphaelista.

Entender la pobreza intelectual en que se sustenta el racismo importa para combatirlo major y protegerse de él. Poder desenmascarar la autoridad de quienes lo predican me ha sido util sobretodo en el aula para guiar a jóvenes a quienes les confunde el enigma de este sin sentido cuyo impacto en las relaciones sociales y las condiciones materiales de diversas poblaciones desde el comienzo de la transacción colonial hasta el presente ha sido catástrofico. Dudo, de veras, que hubiese podido llegar a la comprensión que hoy poseo sin adquirir antes la capacidad de descolonizar mi acercamiento a la lectura, para lo cual hacía falta sentirme con derecho a juzgar a los llamados grandes pensadores cuando los pezcaba delinquiendo intelectualmete. Sin el aporte de la Casa de las Américas, no veo cómo habría podido adquirla. La Casa ha sido una iniciativa sin parangón en la historia intelectual, el único proyecto con apoyo del Estado que ha tenido como meta la rehabilitación del alma de los pueblos de nuestro hemisferio, todos víctimas de la vileza heredada de la transacción colonial.

Nuestras repúblicas provienen de un pasado colonial caracterizado por la normalización del abuso como factor regulador de las relaciones sociales. La lógica del maltrato operó como ideario básico de socialización colectiva. Los colonizadores y sus vástagos instalaron un dogma del fenotipo y un fundamentalismo de la herencia ancestral que asignaba grados de valor distintos según la provenencia de la persona en la geografía de la familia humana. Aquí civilizar fue humillar, fue ultrajar, fue deshumanizar. Lamentablemente, ninguna de las repúblicas que surgieron durante del período de las independencies en el siglo 19 se planteó como meta inmediata adecentar las relaciones sociales y rehumanizar a las poblaciones subalternas—amerindios, africanos o asiáticos —cuyo sudor había construido lo que son hoy las sociedades latinoamericas y caribeñas. El liderazgo independentista, compuesto mayormente por descendientes de los jefes coloniales, no mostró urgencia por forjar un nuevo ethos regularizador del trato de los unos para con los otros. En algunas ocasiones, a las poblaciones de origen no europeo les fue peor después de la independencia que durante la colonia. La intelligentsia republicana, beneficiaria de la desigualdad estructural, apostó a la igualdad simbólica, inventándose el subterfugio del mestizaje como zona de contacto entre todas las etnias y los orígenes de la población latinoamericana a la vez que mantenía en funcion el orden patriacal, la exclusión de clase y la supremacía caucásica. Un ensayo nocivo titulado La raza cósmica (1925) adquirió rango de biblia no obstante vislumbrar un estado de cosas en que “las razas inferiores” quedarían, por “extinción voluntaria”, absortas dentro del marco civilizador de la raza blanca. Y su prestigio no mermó aun después de José Vasconcelos, su autor, terminar como dirigente del Partido Nazi en México y predicador del escarnio en las páginas de su revista Timón.

Bajo el liderazgo inicial de Haydeé Santamaría, continuado por Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas quiso apartarse de esa historia y lo logró con creces, afirmándose además como el más eficaz antídoto contra la fragmentación que históricamente ha impedido a los pueblos del hemisferio conocerse entre si. Para el Caribe, la Casa ha sido vital. Aunque dominicano, yo me descubrí caribeño solo después de entrar en contacto con los textos clave del pensamiento, la literatura, las artes, la cultura y la historia del mundo antillano de distintas zonas lingüísticas de la región que Casa se dedicó con difundir. Antes de intentar conocerlos en su lengua original, yo tuve mi primer contacto con escritores del Caribe francófono y del Caribe neerlandés a través de traducciones al español publicadas cor la Casa, desde la selección de la obra del gran poeta y pensador martiniqués Aimé Césaire titulada Poesías del 1969 hasta la aparición en 1981 de Nosotros, esclavos de Surinam, un ensayo de Anton de Kom de crítica anti-colonialista que, como Discurso sobre el Colonialismo de Césaire (1955), hacía ver con claridad hasta qué punto las naciones de la Europa cristiana que regentaron la dominación del hemisferio habían descivilizado las sociedades que invadieron.

Para mí fue todo un despertar. Fue caer en la cuenta de que leer requería estar en guardia por si acaso había que entrar en pugna epistémica con lo libros. Es decir, estar dispuesto a hacer aquello que hace Fernández Retamar con el presunto pensamiento civilizador de Domingo Faustino Sarmiento. Yo conocía a Sarmiento a través de la veneración que le prodigaba el de otra manera preclaro Pedro Henríquez Ureña, pero después de mirarlo de nuevo bajo el influjo de una lectura menos veneradora de la tradición, como la adelanta el autor del imprescindible ensayo Calibán, ya no podía pensar que la mera lectura de su orbra y la de otros como él me ayudaria a superarme. Ahora me quedaba claro que había que leer a Sarmiento para descodificar su prejuicio con el fin de ayudar a los jóvenes a rehabilitar el discurso cultural latinoamericano, extrayéndole el veneno del racismo y los demás dogmas de exclusión que él y otros en la gran tradición. Si hoy siento que puedo hacer ese trabajo se debe al provecho que he sacado del proyecto rehumanizador de Casa de las Américas. Por eso, con estas palabras, he querido celebrar el legado de la Casa de las Américas y decir, sinceramente, di core, ¡Muchas gracias!




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TOMADO DE CUBA DEBATE

lunes, 11 de abril de 2016

Fidel y la Cuba de los 50s.

           Fidel Castro: El prólogo que me solicitaron

Publicado en: Historia de Cuba

libro georgina leiva
El hábito de cumplir los compromisos me llevó a recordar que le había prometido a Julio Camacho Aguilera, viejo y curtido luchador, escribir un prólogo al libro elaborado por su esposa Georgina Leyva Pagán, del que se imprimiría una nueva edición para la Feria del Libro en febrero de 2014, coincidiendo con el 90 aniversario de su natalicio en marzo del presente año. Gina es una mujer valiente y consagrada.
Lo peor es que no podía alegar que en el año del 55 aniversario del triunfo de la Revolución yo estaría saturado de trabajo porque, realmente, tanto Julio como Gina, me habían solicitado el prólogo hacía muchos meses. Cuando les dije que habían transcurrido más de 60 años desde el 26 de julio de 1953, me enviaron una copia editada en 2009, es decir, 56 años después. De modo que no me quedó más remedio que contar lo que recuerdo con total lealtad.
En el propio libro se muestra que éramos un pueblo pacífico que vivía en equilibrio con la naturaleza, intercambiando armoniosamente con ella. Apenas rebasábamos la cifra de ciento veinte mil habitantes.
El astuto navegante europeo que “nos descubrió” creyó realmente que había llegado a la India. Nadie sabe cuándo tomó conciencia de su error. Pese a tener la razón en torno a su teoría sobre la redondez de la Tierra, no es difícil comprobar, por el rumbo que llevaba, que no llegaría a la India, sino a China, donde ya en aquellos tiempos conocían la pólvora, la brújula, los metales duros, y disponían de ejércitos con decenas de miles de soldados de caballería, alimentos abundantes, especies y riquezas que Europa ignoraba.
Sin duda, Colón y sus marinos europeos habrían recibido un trato exquisito en China. Sus veleros cruzaban por el norte de Cuba y no lejos del actual territorio yanki, cuando los llamados indígenas hablaron de una isla mayor situada al sur. Girando hacia el suroeste llegan a nuestra Isla, toma posesión de ella y poco después, afirma: “es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron”.
Pero, qué tendrá que ver esto con Camacho Aguilera, se preguntarán algunos. ¡Mucho! La primera acción revolucionaria de este se produce en Guantánamo, donde los yanquis poseen una gran base naval, ocupada por la fuerza, cuatrocientos diez años más tarde, una de las zonas más importantes para el desarrollo marítimo de nuestro país y que, en la actual etapa, constituye un centro de tortura donde son hacinados ciudadanos de cualquier otra nacionalidad del mundo.
Hay que ver lo que en la actualidad se publica por las agencias de información más leídas del mundo. En ellas se pueden apreciar los gravísimos peligros que amenazan la supervivencia del género humano. Hay días que apenas hablan de otros temas.
Cuando en mi modesta lucha, como la de tantos otros jóvenes cubanos, tomé conciencia de la necesidad de un cambio radical en nuestro país, sumábamos ya más de 50 veces el número de personas que habitaban nuestra Isla, hablábamos el mismo idioma y éramos capaces de albergar sentimientos similares, aunque la mayoría no supiera leer ni escribir.
Al amanecer del 26 de julio de 1953, cuando llevamos a cabo la idea de tomar la fortaleza del Moncada y el cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo —16 meses después del golpe de Estado que llevó a Batista al poder por segunda vez el 10 de marzo de 1952, en vísperas de unas elecciones presidenciales donde sus posibilidades de triunfo se reducían a cero—, yo no tenía la menor noticia de la existencia de Camacho; él estaba igual que otros muchos jóvenes en cualquier parte del país cansados ya de soportar pobreza, desempleo, explotación e injusticia, que contrastaba con la vida privilegiada de una minoría asociada a los propietarios extranjeros. Quien no entendiera esto no entendería absolutamente nada.
Por mi cuenta había reclutado ya más de mil jóvenes, militantes del Partido Ortodoxo, que odiaban los abusos y horrores del régimen militar de Batista, quien tras el Golpe de los Sargentos el 4 de septiembre de 1933 usurpó, como sargento taquígrafo del Estado Mayor, la rebelión de los soldados que culpaban a los oficiales de los crímenes del “machadato”.
Gerardo Machado, antiguo y casi desconocido oficial del Ejército Libertador se convirtió, en virtud de los manejos intervencionistas y las costumbres de los yankis, en presidente del país, donde impuso un régimen sangriento.
Camacho y Gina, tal vez hasta el 26 de julio de 1953, ni siquiera habían oído hablar de mí; estudiante que concluía sus estudios como alumno de la Escuela de Derecho, y vencía también casi la totalidad de otras asignaturas de Ciencias Políticas y Diplomáticas de nuestra Escuela. Mis notas habían sido satisfactorias y debía además autosostenerme. Pero al circular las noticias que se expandieron rápidamente aquel 26 de julio de 1953, Camacho hizo todo lo posible para comunicarse conmigo, ofreciéndome sus conocimientos sobre las experiencias campesinas en el “Realengo 18”, de las que Pablo de la Torriente Brau había escrito un brillante relato antes de marchar a España para combatir el golpe traidor de Francisco Franco, el más fiel servidor de la Alemania nazi al desatarse la guerra genocida y criminal contra la URSS, primer Estado multinacional y socialista del mundo.
Pablo de la Torriente Brau murió en una trinchera de primera línea que defendía uno de los frentes de la República española, donde más de mil compatriotas cubanos se afirma que participaron en aquella guerra. Yo había leído varios de sus escritos que ayudaron a forjar una conciencia política. ¡Qué falta me habría hecho hablar con un hombre como Pablo de la Torriente, de cuyo libro sobre las luchas en el “Realengo 18”, ubicado en la región de Guantánamo, extraje conocimientos tan útiles!
Nadie creería que Camacho se convirtió en un dolor de cabeza adicional.
Quiéralo o no es una historia larga, y tal vez sin ella carecería de sentido lo que aquí escribo.
Cuando el Granma llegó a Cuba con 82 hombres a bordo, donde podían viajar con cierta comodidad 12 tripulantes, había tardado dos días más de lo previsto y por ello, de puro milagro, no se hundió a lo largo de más de mil millas, por los “nortes” tempestuosos de la época; o a 10 o 12 millas de la costa por las cañoneras de la tiranía. Un combatiente nuestro había caído al agua estando de guardia, nadie sabe si por casualidad o por cansancio, nos ocupó dos horas como mínimo a fin de salvarlo. Era de los que atendían el rumbo de la embarcación. El navegante principal, uno de los oficiales de la marina con el grado de Comandante, desplazado por Batista, se había ofrecido gustoso para acompañarnos. El problema es que en ese momento crítico del desembarco se olvidó de los faros que indicaban la ruta exacta de la entrada por aquella zona llena de riesgos, en las proximidades del faro ubicado en el extremo suroeste de la antigua provincia de Oriente.
El Granma había dado ya 3 vueltas y el exmilitar estaba solicitando una cuarta cuando ya amanecía e iba a salir el sol. Le dije con evidente irritación ¿tú estás seguro de que esa es la costa de Cuba?, más para fastidiar porque evidentemente era nuestro país: “Enfila a toda máquina hacia ese punto hasta que penetre la proa en la orilla”. Hecho esto, un viejo compañero, René Rodríguez Cruz, delgado y bajito, sin carga alguna, descendió por la proa. Tras él y confiado desciendo yo con fusil en mano, canana repleta en la cintura, y mochila en la espalda que pesaba más de 60 libras, incluyendo una pistola-ametralladora con muchas balas y otras cosas esenciales, pero a medida que me movía las piernas se enterraban más y más hasta que estuve a punto de ahogarme. Pude al fin salir auxiliado por otros compañeros, con fusil, canana, cantimplora, la dotación correspondiente, y comienzo a caminar. Raúl permanece en la nave hasta extraer la última arma que traíamos como alijo y comenzamos de inmediato a marchar. Dos horas tardamos en cruzar aquellos pantanos. Lo increíble es que estábamos a unos cuantos metros de un muelle, perfectamente visible, si la embarcación hubiese hecho el recorrido correcto.
Otro serio inconveniente fue que al producirse la sublevación de Santiago, dos días antes, los compañeros de aquella heroica ciudad no hubiesen cumplido la orden estricta de comprobar nuestra llegada a la costa antes de convocar al alzamiento, como estaba acordado y reiterado a una sola persona. Batista, que tenía sus fuerzas principales de aire, mar y tierra en La Habana, dispuso así de 48 horas para trasladar sus tropas élite a la provincia de Oriente y su aviación de combate al aeropuerto de Camagüey, desde donde tardaban apenas 20 minutos en llegar a la zona de operaciones.
Exploramos la zona más próxima al lugar donde habíamos arribado y no se habían reunido todavía todos los expedicionarios; los aviones enemigos volaban rasantes en busca nuestra. Al día siguiente, mientras marchábamos hacia el Este, fui observando bien el área, era llana a lo largo de varias decenas de kilómetros, propiedad de importantes empresarios azucareros de la alta burguesía, con caña en diversos estadios de cultivo que esperaban la próxima zafra que comenzaría en febrero. La zona cultivable estaba franqueada por una amplia faja de tierra rocosa cubierta por un bosque denso y tupido donde no podía sembrarse alimento alguno. Con anterioridad, nuestros hombres se habían ya reunido y contábamos con más de 50 fusiles con mira telescópica bien ajustados.
Las tropas élite fueron enviadas directamente a la región del desembarco y lo primero que hicieron fue ocupar la línea Niquero-Pilón con varios batallones para impedir nuestro acceso a la zona occidental de la Sierra Maestra a lo largo de la costa sur de la provincia de Oriente. A pesar de eso, el cuartel de Niquero era de madera y no habría podido resistir los disparos de 82 tiradores si hubiésemos desembarcado por el muelle que mencioné.
Tres días habíamos tardado en llegar a Alegría de Pío después que nos reagrupamos. Tras el rigor de las marchas por los terrenos pantanosos, después de un largo viaje, la fuerte tensión, el escaso alimento, y evadiendo los espacios donde la aviación podría descubrirnos y atacarnos, llegamos a un punto donde ubiqué los 82 combatientes.
Estaban tan agotados algunos compañeros que imaginé no podrían descansar en aquel terreno rocoso y decidimos ubicar la tropa en un pequeño bosque, a 100 metros aproximadamente, antes de llegar a ese punto.
De haber permanecido en el lugar escogido la noche anterior habríamos fusilado la unidad militar que nos perseguía por el rastro, pero era de noche y el enemigo no se movía a esas horas; por lo que di la instrucción de que el destacamento acampara a pocos metros de aquel lugar en un pequeño bosque de tierra cultivable, bordeada por caña.
Al día siguiente no fue inspeccionada la ubicación correcta de nuestra fuerza, y las postas en la retaguardia no estaban a la distancia correcta del resto del personal que seguía descansando. Nuestros hombres comenzaban a subestimar a un adversario demasiado cauteloso. Muchos dormían plácidamente. Nos faltaban a todos los conocimientos elementales de un sargento de pelotón.
Próximo al mediodía comenzó el juego aéreo del mando enemigo. Algunos aviones de combate pasaban por encima de nosotros a 500 metros aproximadamente, pero no disparaban. A medida que avanzaba la tarde iban volando a menos altura y aumentaban el número de vuelos. Era ya cuestión de esperar una hora más y dirigirse al bosque rocoso. No disponíamos de armas antiaéreas y, en tales circunstancias, habría sido lo más correcto introducirse en el bosque antes de que el enemigo comenzara el ataque. Pero no hubo ya tiempo, el enemigo atacó por aire y tierra tan pronto que los que nos perseguían chocaron con nuestra retaguardia, provocando una gran dispersión.
Yo, que estaba tendido con el fusil en la mano y la canana con todas sus balas me moví unos 15 metros, al iniciarse el ametrallamiento por aire y tierra me desplazo por el cañaveral que está a mi izquierda, desde la dirección que tomé, y me detengo apuntando hacia delante, pero ningún soldado enemigo penetró desde aquella dirección. Algunos compañeros cruzaban rápido por mi lado sin detenerse. Reconozco a uno de ellos, traía un fusil y varias balas en los bolsillos y se queda allí conmigo. Poco después llega Faustino Pérez, no trae arma alguna, pero sí noticias sobre el Che que estaba atendiendo, como médico, a un compañero mortalmente herido y después se había reunido con Almeida. La dispersión era total.
Cuando cesaron los disparos del cañaveral nos trasladamos al bosque que estaba, como dije, a menos de 100 metros. Había visto desaparecer abruptamente el trabajo de años. Quedaba conmigo un hombre con fusil, sin canana y varias balas. Tenía la esperanza de explorar el bosque donde suponía podría encontrar un número de compañeros bien armados y de buen temple, dispuestos a continuar la lucha. No hablé una palabra y me tiré a dormir en la paja de caña.
Bien temprano tuve una amarguísima experiencia. Le explico a Faustino, que era capitán como jefe de una organización aliada, la idea de explorar el bosque y él, que no llevaba ni su fusil, me responde tranquilamente: “¡No!, yo pienso que debemos seguir por aquí donde está la caña”. En ese instante me indigné tan profundamente que casi no podía articular palabra. Él provenía del Movimiento Nacional Revolucionario del profesor Bárcenas. Percibí casi instintivamente la enorme fuerza del “espíritu pequeño burgués” que en general era alérgico al marxismo, el leninismo y el socialismo. Aunque no lo manifestaran en voz alta sus acciones previas y posteriores lo demostraban así, a tono con esa mentalidad que los yankis habían extendido por el mundo desde el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, lo cual desde luego no le impedía a la pequeña burguesía oponerse al brutal golpe de Estado que era repudiado por el pueblo. Me apena decirlo porque Faustino era un hombre valiente, que se sentía feliz luchando en la clandestinidad. Cuánto aprendí al tener que tragar de un golpe aquella realidad.
Cuando tuvo lugar el movimiento de Paz Estenssoro en Bolivia, a raíz de la derrota del ejército boliviano por los mineros cargados de explosivos, y nosotros guardábamos prisión por los hechos del Moncada, Faustino se había convertido en barcenista, nombre derivado del apellido de un profesor de la Universidad, persona realmente sana, quien le había informado al profesor Agramonte, candidato sustituto de Eduardo Chibás en las elecciones presidenciales de 1942, que Batista realmente no estaba conspirando, porque todo marchaba bien entre los sargentos según sus noticias, pero desgraciadamente no tuvo en cuenta que esta vez la conspiración era con los capitanes y no con los sargentos.
Escribir la verdad siempre será una tarea amarga. Aquel mismo día, horas después de la acción enemiga en Alegría de Pío, lleno de indignación, hice lo que no debía mientras los aviones bombardeaban y ametrallaban el bosque, cuyas rocas de por sí a veces cortaban los zapatos de los caminantes como cuchillos afilados. Después que habíamos caminado tal vez una hora y media o dos, percibimos un avión civil de veinte o treinta pasajeros que daba vueltas en torno a nosotros que marchábamos a unos 600 metros del aparato por una caña recién sembrada. Años después yo, que recordaba la amarga experiencia, decidí observar desde un avión como aquel a esa distancia. Créanme si les afirmo que se veían hasta las gallinas y los pollitos caminando en las inmediaciones de las viviendas cercanas.
Aquella vez, 15 o 20 minutos más tarde, nos acercábamos a un punto situado aproximadamente a 25 metros, pero en este caso de un campo de caña quedada, alta y vigorosa, con una altura de no menos de tres metros, tras dos cayos de marabú, planta leguminosa pero espinosa y dura que es difícil de erradicar. Esta vez una avioneta de exploración daba vueltas en torno a nosotros, y en cuestión de segundos aparecieron varios aviones de combate de factura yanki, con cuatro ametralladoras calibre 50 en cada ala. Tres veces pasó la escuadrilla sobre nosotros cuando, tras cruzar el marabú, estábamos a pocos metros de la caña quedada. En cada ocasión yo llamaba a los otros dos compañeros para saber si estaban vivos o muertos.
Después del bombardeo, una avioneta ligera daba vueltas constantemente en torno a la caña donde nos ocultamos a pocos metros de la orilla y no podíamos movernos. Un sueño terrible me invadió en pocos minutos, fue entonces cuando coloqué la punta del cañón del fusil en la barbilla y en cuestión de minutos me dormí profundamente. No podía olvidar que después del Moncada, mientras amanecía, la patrulla de Sarría me había despertado con la punta de sus fusiles. ¿Tendría que soportar dos veces la misma escena? Había conocido ya aquella experiencia cuando tenía solo 26 años.
Todavía a estas horas no me explico por qué dejaron la avioneta vigilándonos y por qué sus soldados sedientos de sangre no registraron el lugar a pesar de las numerosas fuerzas que disponían.
Al penetrar en el bosque rocoso, Raúl, que era también capitán, se encontró con no pocos expedicionarios armados entre los cuales pudo reclutar 5 combatientes más, aumentando a 7 las armas, con las 2 que yo llevaba, el día que nos encontramos en Cinco Palmas. Entre los otros expedicionarios había excelentes combatientes, pero no habían logrado convencer a otros campesinos de creencias pacíficas, que por cuestiones de conciencia no podían acompañar a combatientes armados y, en tal caso, tomaron la decisión de esconder los fusiles y buscarlos después. En esas circunstancias llegaron sin armas a donde yo estaba; el enemigo se las había ocupado.
El adversario, dando por liquidada nuestra fuerza, se consagró a la búsqueda de nuestros restos en cualquier punto de la zona de combate. Sierra Maestra era el nombre del área occidental de aquella larga cordillera que se extiende al sur de la antigua provincia de Oriente, con alturas promedio aproximadas a mil metros, elevaciones de casi mil quinientos, e incluso de más de mil novecientos en el Pico Turquino. Varias de ellas se convirtieron en escenarios de emboscadas y reñidos combates entre las tropas de la tiranía y los jóvenes patriotas. Pero no era una cuestión de armas y recursos, era una batalla de ideas.
En aquel azaroso proceso, una tarde en la que el Che sufrió un fuerte ataque de asma, lo cual nos obligó a ocultarlo con la mayor seguridad posible y proseguir la marcha, arribamos a un punto en horas del mediodía donde era habitual escuchar las noticias en un radio de pilas que utilizaban comúnmente los campesinos. Ese día el general Tabernilla, viejo cómplice de Batista y Jefe de su Ejército, habló por radio tras la visita de Matthews, brillante y capaz periodista del New York Times que había reportado desde España noticias sobre la Guerra Civil. El grotesco mensaje del criminal jefe del ejército de Batista afirmaba: “Quedan doce y no les queda otra alternativa que rendirse o escaparse si es que pueden… Hay que darle candela al jarro hasta que suelte el fondo”. Se había encariñado con tal frase.
Pasé en ese instante la vista sobre los compañeros y estábamos 12 expedicionarios del Granma; ni uno más ni uno menos. El cínico general, que a pesar de su cargo nunca visitó a sus tropas en la Sierra Maestra, había dicho por azar la cifra exacta. En ese momento exclamé con fuerza: “¡Jamás intentaremos escapar y ninguno se rendirá nunca!”. Entre ellos estaban Raúl y Camilo.
Se comprenderá que no podemos olvidar que fue un privilegio y no un mérito haber vivido esta experiencia, que desentrañarla constituía una tarea ardua. Todos tenemos siempre una sed insaciable de comprender el sentido de la vida y cómo serán los tiempos venideros.
Gina, en su libro, me ayudó a recordar y comprender con más precisión el pensamiento que me impulsaba en aquellos intensos años que viví, aunque sí estoy consciente de que más que un prólogo estoy escribiendo un capítulo de la Historia de una gesta libertadora 1952-1958.
El Comandante de la Sierra Maestra, Julio Camacho Aguilera, y su esposa Georgina Leiva Pagan, autora y protagonistas del libro ¨Historia de una Gesta Libertadora 1952-1958¨, durante su presentación , en el Memorial José Martí, en La Habana, el 31 de enero de 2014. AIN FOTO/Marcelino VAZQUEZ HERNANDEZ/
El Comandante de la Sierra Maestra, Julio Camacho Aguilera, y su esposa Georgina Leiva Pagan, autora y protagonistas del libro ¨Historia de una Gesta Libertadora 1952-1958¨, durante su presentación , en el Memorial José Martí, en La Habana, el 31 de enero de 2014.
AIN FOTO/Marcelino VAZQUEZ HERNANDEZ/
Aquella dura guerra prosiguió a lo largo de dos años y 29 días. Fue nuestra escuela básica. La experiencia, el azar y la intensidad de nuestros sentimientos nos condujeron al triunfo. Aquella guerra fue la escuela donde aprendimos a combatir con eficiencia.
En la última Ofensiva Estratégica nuestras fuerzas no alcanzaban todavía 300 hombres con fusiles de guerra, contra los que la tiranía lanzó 14 batallones de infantería terrestre, vehículos pesados, obuses, morteros de 82 milímetros, bazucas, numerosos aviones caza y bombarderos B-26.
Las tropas enemigas sufrieron más de mil bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Las nuestras se incrementaron a cifras de más de mil combatientes armados, solo en el Frente número 1 de la Sierra Maestra.
Han transcurrido algo más de 56 años desde los primeros combates. Uno a uno he ido conociendo los nombres de los compañeros que desde el Moncada y el Granma fueron muriendo, y de otros muchos que sobrevivieron.
El comandante Raúl Corzo Izaguirre era uno de los cinco jefes que, bajo la dirección del general Eulogio Cantillo, dirigió la última ofensiva que lanzó el Ejército de Batista contra las fuerzas rebeldes que defendían la zona occidental de la Sierra Maestra y la estación radial de la jefatura revolucionaria, que jamás alteró un solo dato, pues era el vehículo de información de todo el país, norma que aplicaron la totalidad de las emisoras de nuestras columnas sin excepción alguna.
Entre los más importantes jefes de las tropas adversarias habían sufrido elevadas bajas, en dependencia de las misiones que les asignaban. El principal de ellos era Sánchez Mosquera, que comandaba los paracaidistas inicialmente con el grado de Primer Teniente. En aquella ocasión el experto oficial —después de nuestro primer combate victorioso en la Plata—, iba delante de cientos de soldados de un batallón a cumplir la misión de chocar primero con nosotros. Por esa razón varios de sus paracaidistas cayeron bajo los disparos certeros de nuestros tiradores e incrementamos nuestras armas de guerra.
Mi carta dirigida a Corzo el 10 de septiembre de 1958, escrita de puño y letra pero inteligible, ya fue publicada en el libro de Gina. No me queda otra alternativa que incluirla textualmente si realmente puede ayudar a comprender aquella coyuntura histórica:
Septiembre 10, de 1958, Sierra Maestra.
Estimado señor:

He sido informado al detalle de cada una de sus palabras. Creo poder hacerme un juicio bastante exacto de su pensamiento. Me gusta su franqueza. Habla, sobre todo, muy alto de usted, sin haberse dejado atolondrar por la propaganda interesada con que hubieran podido convertir en instrumento fácil a cualquier hombre vanidoso y sin carácter. Quisieron sustituir con Usted al primero de su curso, cuya fama, Usted sabe bien, la ganó con mucha ignominia y la perdió sin mucho valor. Lo que dice Usted del héroe verdadero es noble y justo de su parte. ¿Quién lo puede saber mejor que usted o nosotros? Yo lo aprecio a él también muy sinceramente, por la dignidad con que combatió y el cariño que supo ganar en sus hombres lo que dice mucho de un Oficial, aunque la fortuna le fue adversa y tal vez por eso con más razón obliga a nuestra caballerosidad. ¡Qué pena pensar con las intenciones de Jefes tan innobles y mucho menos considerados con el compañero al que sacrificaron vergonzosamente, que sus propios adversarios! De haberse visto Usted en situación similar habría trocado en infamia los hipócritas honores que les tributaron. Lo hemos retenido prisionero pensando precisamente en que lo iban a hacer víctima de alguna canallada. Ya lo fue bastante de los errores y la incapacidad del mando. Algún día se escribirá la verdad de todo esto. Lo que a él le pasó, además, ayudó para que se preocuparan algo más por Usted. También él tiene de Usted un alto concepto que me ha expresado reiteradamente.
Aunque lo que Usted propuso como solución buena (aquello del Señor C. M. S.) es algo totalmente inaceptable por nosotros, ello me revela que Usted se prevenga con sinceridad, y no lo mueven ambiciones que podrían estar al alcance de sus manos. Pues es muy cierto lo que Usted afirma de ser el único que cuenta con algo en este instante.
La mayor parte de sus compañeros que ostentan mandos han sido tan indolentes que ni siquiera se han preocupado del cariño de sus soldados. Y parece ser cierto también que usted es mucho más decidido. Eso, aparte de ser una apreciación personal es lo que dicen de Usted los que lo conocen, quienes añaden además, que Usted es hombre terco, lo que puede ser una virtud en determinadas circunstancias.
Mi poca fe en la mayor parte de los militares cubanos está en las vacilaciones que los caracteriza y la forma in gloriosa con que suelen caer de sus mandos. Tengo que hacer una excepción muy justa con el Capitán Ch. Aunque fue desprevenido en demasía. Después han tratado de cubrir su nombre de infamia con la táctica repugnante y odiosa de los que no respetan sentimiento alguno.
El papel de la oficialidad del Ejército no puede haber sido más triste. No me refiero a las campañas donde los fracasos no son más que consecuencias lógicas de defender tan funesta e impopular causa. Ningún Ejército con tradición, madurez y conciencia de su destino se habría dejado arrastrar a una situación semejante. Manteniendo la ascendencia en la tropa y el descrédito en los cuadros de oficiales que se saben sin influencia en los soldados, una Dictadura podía mantenerse indefinidamente mientras no se viera en la necesidad de librar una guerra; porque para librar una guerra hace falta algo más que un instrumento de opresión. La oficialidad no sé ha preocupado por contrarrestar esa política mientras con ausencia total de espíritu de cuerpo veían caer una tras otro sus mejores valores. Usted en cierto sentido, puede agradecernos a nosotros la oportunidad de haber hecho algo en ese sentido, porque es la guerra, compartiendo riesgos, privaciones y esfuerzos el ambiente idóneo para ello.
Ha sido Usted más previsor que otros.
Al hacerle estas líneas, ni con muchas ni con pocas esperanzas de que hayan de ser de alguna utilidad, deseo puntualizar algunas ideas y conceptos.
Nosotros estamos convencidos de que tenemos la razón en esta guerra.
Personalmente, no lucho por aspiración alguna. Esto casi huelga decirlo. Tengo, además, muy mala opinión de los hombres vanidosos y pienso como Martí ‘que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz’.
He vivido en esta lucha muy difíciles momentos sin perder la fe y momentos de triunfo sin perder la cabeza, desde cuando nos vimos solamente doce en pie de lucha y apenas podíamos resistir a un pelotón, hasta que fuimos suficientemente fuertes para rechazar uno tras otro a los mejores batallones del ejército. En cada una de las etapas de esta lucha, he procurado tener una idea muy exacta de nuestra situación y de la situación de los intereses que combatimos.
Soluciones que para nosotros habrían constituido un triunfo hace un año o más, hoy no pueden satisfacer a nadie, porque los hombres no mueren en vano.
Se llegó a la guerra por negársele a la Nación una parte de sus exigencias y hoy no se puede llegar a la paz si no se acceden a todas.
No se nos quiso dar cuartel cuando la suerte nos era adversa. Tabernilla dijo: ‘Quedan doce y no les queda otra alternativa que rendirse o escaparse si es que pueden…’. No puede esperarse de nosotros la menor disposición a darlo cuando todas las circunstancias nos son favorables.
Cuando la huelga fracasó no se pensó en ofrecer al país una paz honorable, sino que se lanzó contra nosotros todas las fuerzas para exterminarnos. La ofensiva terminó en desastre y los que propugnaron esa torpe e implacable política deben prepararse a cosechar sus amargos frutos.
¿Por qué hemos de tener la menor consideración con el Régimen que la propició, con los Jefes militares que la respaldaron? ¿Cree Usted que puede devolverse la vida a los cientos de campesinos asesinados sin razón, rectificación ni excusa posible?
La Revolución que es un propósito renovador, una aspiración de justicia en los pueblos, pudo haber sido aplastada hace dos años, si hubiera existido un poco de previsión, de inteligencia y de sentido histórico en Batista. Pudo haberlo cedido todo, hasta su cargo, que ya había disfrutado 5 años, con todos sus gajes y suculentos beneficios a cambio de un solo compromiso: la intangibilidad de los cuadros del Ejército. Nadie se habría podido oponer a esa solución, habría conservado toda su influencia política y militar en el país; no se le hubiera podido pedir cuentas de todas sus desvergüenzas pretéritas y presentes; con él se habría salvado hasta su propia camarilla; porque los pueblos en su afán de paz son capaces de perdonar muchas cosas; los que deseamos cambios más hondos en nuestra vida pública nos habríamos visto arrinconados y habríamos tenido que resignarnos a la podredumbre de la política tradicional, con la tristeza infinita de ver impunes tanto crimen, en espera de otra coyuntura.
Tal vez nos habríamos puesto viejos.
Hoy, es el reverso por completo. El Ejército ve en peligro su propia existencia; los soldados están despertando a la realidad; los que se decían sus amigos han preferido sacrificar los institutos armados antes de ceder un ápice de sus intereses, sus ambiciones bastardas, sus apetitos de poder; la paz se ha convertido en un clamor y si la paz no puede lograrse de otra forma que derrumbando el tambaleante edificio, nadie estará dispuesto a morir bajo sus ruinas para sostenerlo.
A pesar de que un acuerdo entre militares y revolucionarios, es lo que podría salvar al ejército todavía de su total desintegración, ello resulta muy difícil por carecer este de un líder de alta jerarquía con fuerza propia y moral suficiente para hablar a nombre del Cuerpo; y los militares más conscientes, pero de menor jerarquía, imposibilitados de vertebrar sus esfuerzos para actuar por su cuenta propia dentro del Cuerpo, no hacen causa común con la Revolución por invencibles a virar sus armas contra la tiranía. Como si Batista fuera el Ejército, como si los Tabernilla, Chaviano, Pilar García y demás Jefes criminales y ladrones fuesen el Ejército, se llama deslealtad conspirar contra ellos, se llama traición el derecho y el deber de revelarse contra la criminal y corrompida autocracia, aunque no fuese más que para salvar al Ejército de su desintegración y salvar la vida de tantos soldados que están muriendo y van a morir en aras de una innoble y vergonzosa causa, si es que no les interesa para nada el destino de la nación.
Batista está en un callejón sin salida y con él el Ejército. Esta verdad que hoy es patente lo será más cada día en la misma medida que vaya siendo cada vez más tarde para remediarla, sobre todo cuando la falta de previsión es completa y la ceguera absoluta.
El Ejército se desarticula a ojos vista, sin que nadie lo pueda impedir, por que los ejércitos nacionales se fundan para fines más nobles que el crimen, el pillaje y la represión; la actitud de la tropa es de absoluto desgano; pocos son los oficiales y cada vez menos, con ánimos de llevar sus unidades al combate, y no por falta de valor, sino por algo más doloroso e irremediable por falta de aliento moral, de razón para luchar, porque no puede haber valor sin convicción. Los nuevos reclutas desertan por cientos. La lucha sin embargo no ha entrado en su etapa más dura. Sin que ya se pueda impedir, las columnas rebeldes, se extenderán por todo el territorio y sabido es que donde quiera que llegan prosperan rápidamente. Sesenta hombres que partieron de la Sierra Maestra hace seis meses hacia el Norte de la provincia hoy ocupan un extenso territorio de miles de kilómetros cuadrados, que es modelo de organización, administración y orden, en cuyo seno se encierran las riquezas de diecisiete centrales azucareros, y las reservas de minerales más valiosas de Cuba. El 95 % de la producción de café se encuentra en territorio libre. No teníamos cuando empezamos nosotros morteros 81, ni bazookas, ni cientos de armas automáticas como las ocupadas en la última ofensiva. La necesidad nos enseñó a luchar con las manos vacías; pronto lucharemos con las manos llenas.
La Revolución progresa; la Dictadura retrocede.
El embargo de armas en E. U. se mantendrá; la compra de equipos a Israel ha sido impedida por nuestros amigos en el extranjero, después de estar depositado ya un millón de pesos; el Gobierno se ve obligado a adquirir armas sin autorización como vulgar contrabandista. El panorama no puede ser más desolador. Los días pasan, las garantías continúan suspendidas, la censura no se levanta, solo hablan los políticos más depravados cuyas voces nadie escucha, cuyos gritos impotentes de hombres sin pudor ni prestigio nadie atiende y solo contribuyen a ser más repugnante y asquerosa la asfixiante atmósfera.

Batista no tiene salida posible. ¿Decide quedarse? Tanto peor para él y para el Ejército; la rebeldía y la conspiración se triplicaría. Que decide irse, entregando el poder a la seudo-oposición que le hace el juego. ¿Cómo podría Batista entregarle el poder a Grau, en medio de una guerra civil después de haberles estado diciendo a los soldados durante siete años que el Golpe del 10 de Marzo fue una necesidad frente a la anarquía y las agresiones de los gobiernos auténticos a las Fuerzas Armadas? Y cómo Márquez Sterling tiene todavía menos votos que Grau. ¿Van a poner a los soldados a rellenar urnas a favor de Márquez Sterling? ¿No le parece a Usted que sería el colmo de la farsa en medio de tanta sangre derramada? ¿Para eso han hecho morir a los soldados?
El pueblo no aceptaría jamás el resultado de esas elecciones donde están ausentes las fuerzas políticas mayoritarias y sanas del país, por la falta de garantías, el terror y la desconfianza general. No hay derecho a condenar la nación al Gobierno de los peores; todos nuestros males se agravarían. Ninguno de esos políticos tendría autoridad para restablecer la paz en el país.
No reconoceremos el resultado de esas elecciones que constituyen una burla sangrienta. La revolución ofrece algo mejor y distinto para Cuba, como una esperanza a la que no pueden ser insensibles esos mismos soldados a los que han llevado a una guerra criminal e injusta.
Cuando los militares hablan de orden al oponerse a un cambio brusco piensan tal vez demasiado en la sangre que el pueblo en justa venganza pueda hacer derramar a la caída de la tiranía.
Todo espectáculo de muchedumbre enloquecida es deprimente y sirve para desacreditar y culpar de sus excesos a las revoluciones. Pero los culpables de que haya desordenes son los que propugnan la impunidad del crimen y el delito en general, y obligan a los pueblos a tomar venganza por sus propias manos. A muchos militares les preocupan ahora esos desordenes, pero no les ha preocupado nada impedir los asesinatos en masa de infelices campesinos, las torturas espantosas que sufren los revolucionarios en las cámaras de torturas policíacas, los crímenes cometidos en todas las ciudades y pueblos de la Isla por los esbirros del régimen y los gángsteres de Manferrer sujetos extraídos de las prisiones que para vergüenza de las Fuerzas Armadas están ejerciendo funciones de orden público. No hay derecho ahora a invocar el orden como un escudo entre la vindicta del pueblo y las cabezas de los culpables. Los hombres de orden no toleran el crimen. Y los que lo han tolerado por impotencia tienen que aceptar también como inevitable los desgarramientos dolorosos de la
Revolución que es una consecuencia del despotismo, la injusticia y el crimen.

A la hora de analizar Usted nuestros puntos de vista debe tener presente las siguientes consideraciones:
a) Nuestras Columnas tienen órdenes de continuar operando inalterablemente si se produce cualquier golpe de Estado que no este inspirado en un acuerdo entre militares y revolucionarios sobre las bases contenidas en el discurso que le adjunto.
b) No aceptaremos el resultado de las elecciones del 3 de Noviembre.
c) Estamos absolutamente seguros de que si la lucha prosigue hasta sus últimas consecuencias el país entero se revolucionará y los institutos armados serán impotentes para resistir.
Le hablo así porque sé que Usted me agradecerá mucho más la franqueza que la diplomacia. Para Usted esta comunicación es riesgosa y no sería en ningún sentido caballeroso de mi parte, ni natural en mí, ocultar lo que pienso. Así, Usted podrá resolver si considera conveniente o no proseguir el contacto.
Una entrevista es casi imposible para Usted. Por eso le escribo con amplitud mucho de lo que podría expresarle personalmente. Más, si lo considera imprescindible, podría idearse algo como la devolución de algún oficial prisionero (que no fuese el Comandante Quevedo), por su zona que facilitase la oportunidad.
Yo estimo que Usted no debe exponerse a actos que puedan hacer recaer la atención sobre su persona. Su amigo civil, que lo es también nuestro, no sería un buen contacto, pues está muy señalado y aunque sé que nunca lo traicionaría a Usted ni a nosotros, no estoy seguro de que no se deje llevar por la emoción y algo se filtre. Una mujer sería el contacto más seguro. Yo tendré sumo cuidado en velar por la seguridad de Usted y cualquiera que fuese el resultado puede Usted contar siempre con mi más absoluta discreción de adversario leal.
Si se decide a asumir la responsabilidad de un movimiento revolucionario en el seno del Ejército para lograr la paz sobre bases justas y beneficiosas a la patria, podría contar con varios comandantes de los que están al frente de los batallones, que Usted sabe bien quiénes pueden ser, como sabe también a los que debe arrestar sin darle tiempo a nada, los que por cierto cuentan con antipatía unánime de la tropa.
El nombre suyo es respetado y obraría como un resorte entre oficiales y soldados que solo esperan por un hombre resuelto. Podría asegurarse la ocupación de algunos blindados e incluso de aviones en tierra. Usted tendrá mejores informes que yo. Situadas las tropas después en lugares distintos a los habituales pueden desorientar la acción del resto de la Fuerza Área.
Una acción al anochecer le permitiría disponer de muchas horas para tomar disposiciones. Usted teme que ataquen con bombas cualquier ciudad. Si se ocupan varias ciudades en vez de una el peligro de ataque aéreo quedaría diluido.
Nosotros nunca hemos planteado que los militares se pasen a nuestras filas si no que desarrollen una acción revolucionaria en el seno del Ejército que contribuya a poner fin a la tiranía y a lograr la paz, en beneficio de la nación que es la única a la que deben lealtad los soldados.
El Ejército necesita, además, de un gesto que lo reivindique a los ojos de la nación de su complicidad con la Dictadura. La oficialidad sobre todo lo necesita más que nadie. Observe lo que ocurrió con la oficialidad del Ejército a la caída de Machado; los propios soldados los expulsaron pretextando que no tenían moral para mandarlos. Nadie sintió luego mucho respeto por aquellos hombres despojados de sus uniformes y sus grados. Y yo le aseguro que con esta etapa han ocurrido cosas mucho más graves que en el Machadato.
Aunque sé que Usted podría contar con otros Jefes y sus unidades si así lo desea, tengo la seguridad de que su batallón sería más que suficiente para apoderarse de la Jefatura de Operaciones. Todo es cuestión de sorpresa y rapidez. Nosotros podemos concentrar con alguna rapidez de uno a dos batallones en cualquier punto entre Manzanillo y Santiago de Cuba.
Yo en su lugar, haría contacto sólo con muy pocos jefes de los que me ofrecieran mayor seguridad y actuaría con las tropas directamente a mi mando para que los demás secundaran.
Podrán ocuparse en una noche casi todas las ciudades y pueblos situados entre los dos puntos anteriormente mencionados. Al otro día, tenga la seguridad de que los Generales han abandonado a Columbia.
Eso si: tome todas las precauciones y no se deje arrastrar por hombres que no tienen el valor, el carácter, ni la inteligencia suya. Ojalá sirvan de algo estas líneas. Yo, por mi parte, no dejaré de sentir alguna nostalgia cuando esta lucha haya concluido.
Fraternalmente. Fidel Castro.
Al publicar esta carta Gina explica:
Mientras en La Habana la marcha de las conversaciones con los militares se desarrollaba con bastante lentitud. En la Sierra Maestra, el Comandante en Jefe Fidel Castro, desplegaba toda su estrategia, haciendo llamados a la conciencia patriótica de los militares, en un documento que decía:
Sierra Maestra, octubre 23 de 1958. Hora: 10 a.m.
Estimados compatriotas:
He sido informado de los contactos, aunque tengo la impresión de que aun no han elaborado ustedes un plan concreto. Yo considero que lo importante es tener el sentido de las posibilidades. Casi todos los movimientos de ustedes han fracasado por carecer de ese sentido. Son descubiertos cuando intentan ampliarlos. Eso tendría más justificación cuando no había un proceso revolucionario tan avanzado. Hoy, una sola compañía que se rebele, media docena de oficiales que abracen la causa de la Revolución sería un golpe moral desastroso para la Dictadura que con el actual estado de descontento, no sería difícil que lo siguiera todo el Ejército en pocas semanas. Yo les puedo asegurar a ustedes que infinidad de militares están en disposición de unirse a la causa revolucionaria, pero esperan que otros den el primer paso.
Pero me temo que ustedes cometan el error de querer hacer un movimiento vasto y seguro, lo cual resulta muy difícil y no es la táctica correcta.
Los militares cubanos han vacilado mucho. Esa falta cometida por los oficiales del Ejército en el Régimen de Machado, les costó la pérdida total de su autoridad. Los mismos soldados después no querían perdonarles la pasividad con que aceptaron aquel estado de cosas.
Batista ha logrado controlar el Ejército con una docena de incondicionales y asesinos. Es vergonzoso que por un falso sentido del espíritu de cuerpo, hombres honorables hayan sido obligados a cumplir las órdenes de esos asesinos. Estoy seguro que no pensaban en eso cuando ingresaron en la Escuela de Cadetes. Un Militar realmente Honorable, si lo piensa bien, no combatiría jamás por un régimen que viola mujeres, tortura ciudadanos y asesina hasta los prisioneros de guerra heridos. Y cuando el Ejército, por inercia, por impotencia o por la razón que sea, tiene que defender ese régimen, lo correcto es abandonar sus filas. El Ejército ha sido convertido por Batista en una mancha nacional de vicio, de corrupción y de crimen. ¿Vale la pena sacrificar una sola vida joven y valiosa a una causa indigna? Los Jefes y Oficiales del Ejército pasan, pero la República queda. Lo permanente es la Patria; el Ejército se puede renovar, cambiar, depurar, porque su única función debe ser servir al País. ¿Qué esperan los oficiales jóvenes para revelarse? ¿Qué lazo histórico o moral los puede ligar a Batista, Tabernilla, Chaviano, Meroc Sosa, Ugalde Carrillo, Pilar García, Ventura y demás amos de los institutos armados? ¿No comprenden que los han convertido en instrumento del más estúpido y sanguinario régimen que ha sufrido Cuba y que ante el Pueblo y la Historia los están convirtiendo también en cómplices? ¿Por qué revolucionarios y militares honorables no podemos juntarnos? ¿Es qué no corre la misma sangre cubana por las venas de militares y rebeldes? ¿Es qué no nos hemos abrazado después de un combate victorioso como en El Jigüe? ¿Por qué no nos damos ese abrazo antes, salvamos vidas valiosas y combatimos juntos en bien de la patria, contra los malvados que la oprimen? ¿Censurará la Historia que los militares dignos den ese paso? ¿Censurará el Pueblo que los militares de honor viren sus armas contra la Tiranía? ¡¡NO!! Los militares que tengan la grandeza, en esta hora, de poner sus armas junto al Pueblo, merecerán gratitud especial de la Patria. No dejen de tener en cuenta la exhortación que les hago de que actúen dentro de las posibilidades reales con que puedan contarse, no dilaten la acción y sobre todo no se dejen arrestar sin ofrecer resistencia, para lo cual deben tomar todas las medidas provisorias que las circunstancias exigen. No pueden dejarse detener por Meroc Sosa y sus esbirros que no tienen el valor y la dignidad de ustedes.
Fraternalmente, Fidel Castro Ruz.
Guillermo García, joven campesino de la Sierra, audaz e inteligente, era un miembro del Movimiento 26 de Julio que prestó relevantes servicios a los restos del destacamento. Fue el primer contacto que hicimos. Su padre fue el primer campesino que nos visitó en pleno bosque, donde llevó comida humeante.
Le di cualquier nombre, pero él miraba insistentemente una gorra verde donde yo tenía una estrellita dorada, cuando no teníamos más que dos fusiles. Como es lógico, hizo algunas anécdotas sobre la estrellita, aún así, no recuerdo el nombre que le di y ¿qué hacía Guillermo? Era el mejor y más atento amigo de los militares, los atendía y les prestaba cualquier servicio. Él me pidió que no cruzara la línea enemiga la noche siguiente ya que los soldados estaban preparándose para retirarse al otro día. Yo le tenía realmente confianza pero, tan pronto se marchaba, me ubicaba en otro punto para vigilar sus pasos. Gracias a él logramos recuperar otras 11 armas adicionales, casi todas con mirilla telescópica. Nuestra primera victoria sobre un pequeño destacamento enemigo se realizó con 18 armas de las nuestras, y rescatamos en el primer combate 12 más, sin un solo rasguño en nuestras filas.
Casi exactamente 2 años más tarde, le ocupamos alrededor de cien mil armas a la tiranía. Fuerzas nuestras, con Camilo y el Che habían avanzado hasta el centro del país. El Primero de Enero, al llegar con el amanecer la noticia de la fuga del Tirano, ellos, que estaban enfrascados en la tarea de rendir las fuerzas de Santa Clara, recibieron instrucciones de avanzar rápidamente en vehículos de motor por la carretera central; el primero hacia el Campamento de Columbia en la capital y el segundo para la Fortaleza de la Cabaña, sin detenerse a combatir contra fuerzas enemigas aisladas en el camino. El estallido popular era tan fuerte que ninguna estaba en condiciones para combatir.
Ese propio día tomamos la ciudad de Santiago de Cuba, defendida por numerosos batallones enemigos, sin disparar un tiro, evitando una batalla alrededor y dentro de la ciudad que duraría 5 días de creciente intensidad. El adversario pidió parlamento y dejó de resistir.
Ni Camacho ni nadie podían imaginar que el pequeño ejército de la Sierra Maestra podría derrotar al poderoso ejército de la tiranía, preparado rigurosamente por los más expertos del mundo en materia de represión y espionaje.
Camacho Aguilera, conspirador valiente y constante, visitaba, en autos siempre manejados por mujeres, las discretas viviendas de oficiales en los que, según sus informes, podía confiar, situadas en el Cuartel General de Columbia.
De Lidia y Clodomira, que hacían contacto de alguna forma con oficiales del ejército, no quedó ni rastro después de ser detenidas, y durante muchos meses nos quedamos en las montañas sin noticias de ellas.
Solo me restaría contar que el 3 de enero, con un destacamento de solo 30 hombres que no había podido reducir más, me reuní en la ciudad de Bayamo con alrededor de 3 mil soldados y oficiales de la tropa élite del Ejército de Batista que portaban todas sus armas, ametralladoras, cañones pesados, carros de combate y tanques. En ningún lugar me habían recibido con tanto entusiasmo como en aquel punto. No estaban recibiendo a alguien que tomara el poder tras un golpe de Estado, ni un político que obtuviera la victoria en unas elecciones, sino a un combatiente de pensamiento muy distinto al de ellos, que, sin embargo, había curado a todos los heridos y respetado la vida a cientos de prisioneros, que nunca permitió la tortura de ninguno de ellos, a pesar de los repugnantes y odiosos crímenes que la tiranía de Batista había impuesto a las Fuerzas Armadas. Una gran parte de aquellos hombres eran oficiales graduados en academias o suboficiales bien entrenados. Me habría gustado que muchos hubieran podido incorporarse a la sociedad, pero habían ya dos tipos de cubanos que eran irreconciliables tras los asesinatos y las torturas cometidas por el aparato represivo del odioso régimen: los militares y los rebeldes. Era algo absolutamente insoluble.
Documentos esenciales que mencionan estos hechos estaban en los archivos de Batista y fueron ocupados por nuestras tropas en el propio Cuartel General de la tiranía.
Fidel Castro Ruz
Enero 20 de 2014
5 y 12 p.m.


Datos del libro: Historia de una gesta libertadora 1952-1958
Autora: Georgina Leyva Pagán
Prólogo: Fidel Castro Ruz
Editorial: Ciencias Sociales, La Habana, 2014
Segunda Edición
En la Comandancia de la Sierra Maestra. En el centro el Comandante en Jefe Fidel Castro y a su izquierda, con espejuelos, Julio Camacho Aguilera.Archivo de  Juventud Rebelde
En la Comandancia de la Sierra Maestra. En el centro el Comandante en Jefe Fidel Castro y a su izquierda, con espejuelos, Julio Camacho Aguilera.Archivo de Juventud Rebelde

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