SUSTITUTO DEL IMPERIALISMO
Juan Bosch, 1967.
Este libro fue presentado como tesis del autor a la Tercera Conferencia Interamericana de Ciencias Políticas y Sociales, que tuvo lugar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo —República Dominicana— en el mes de noviembre de 1967; sus postulados,a pesar de ser planteados hace 45 años, en el nuevo contexto histórico mundial, la tesis del "EL PENTAGONISMO sustituto del imperialismo" tienen mas vigencia que nunca.
(…) al
proporcionar armas “se abre el camino de la influencia en los militares y
también en la política de los países que las reciben. La experiencia ha
demostrado que cuando se hace una entrega de armas, el instrumento militar es
sólo el primer paso. Casi invariablemente, se necesita [enviar] una
misión militar de entrenamiento, y el país que recibe [las
armas] deviene dependiente del que las suple para los repuestos y
para otros equipos militares”.
Eso que
el senador Fulbright llama “complejo militar-industrial” es el núcleo del Pentagonismo;
la exportación de armas y equipos
militares a que se refiere el senador McCarthy es una operación que
correspondería a los procedimientos típicos del ya superado imperialismo, pues
también en la práctica imperialista había que comprar los repuestos de una
maquinaria al país que había vendido esa maquinaria. Pero ya en la venta de
armas entra a jugar el factor político pentagonista, pues el Pentagonismo usa las
misiones militares de adiestramiento, que son indispensables para enseñar el
uso de los equipos nuevos, con un fin de penetración política en el terreno militar,
sobre todo en los países económicamente dependientes de los Estados Unidos. En
cuanto a los países más desarrollados, cuyos ejércitos no pueden ser sujetos al
carro pentagonista, se persigue llevarlos al campo de la influencia
pentagonista.
Al decir
influencia no queremos decir colonizar, como apreciará el lector al leer el
libro. La colonia del Pentagonismo es el pueblo de su metrópoli. En cierto
orden de cosas, todos los países capitalistas contribuyen económicamente al
sostenimiento del Pentagonismo, aunque en forma indirecta; pero
no todos
están pentagonizados. Esto se explica porque donde hay inversiones de capital
norteamericano, los inversionistas cosechan beneficios que deben pagar —y
pagan— impuestos al Gobierno de los
Estados Unidos, y más de la mitad de todo lo que recauda el Gobierno de los
Estados Unidos se destina al
Campo
militar.
DOCTRINA Y MORAL
DEL PENTAGONISMO
El Pentagonismo no es el producto de una doctrina política o de
una ideología; no es tampoco una forma o estilo de vida o de organización del
Estado. No hay que buscarle, pues, parecidos con el nazismo, el comunismo u
otros sistemas políticos.
El Pentagonismo es simplemente el sustituto del imperialismo,
y así como el imperialismo no cambió las apariencias de la
democracia inglesa ni transformó su organización política, así el Pentagonismo
no ha cambiado —ni pretende cambiar, al menos por ahora— las apariencias de la
democracia norteamericana.
Lo mismo que sucedió con el imperialismo, el Pentagonismo fue
producto de necesidades, no de ideas.
El imperialismo se originó en la necesidad de invertir en territorios
bajo control los capitales sobrantes de la metrópoli, y para satisfacer esa
necesidad se crearon los ejércitos coloniales.
En el caso del Pentagonismo el fenómeno se produjo a la
inversa. Por razones de política mundial los Estados Unidos establecieron un
gran ejército permanente y ese ejército se convirtió en un consumidor
privilegiado, sobre todo de equipos producidos por la industria pesada, y al mismo
tiempo se convirtió en una fuente de capitales de inversión y de ganancias
rápidas; una fuente de riquezas tan fabulosa que la Humanidad no había visto
nada igual en toda su historia.
Ahora bien, como el imperialismo invertía capitales en los territorios
coloniales para sacar materias primas que eran transformadas en la metrópoli,
la colonia y la metrópoli quedaban vinculadas económica y políticamente en
forma tan estrecha que formaban una unidad. El imperialismo no llegó a
descubrir que podía obtener beneficios mediante la implantación de un sistema
de salarios altos en la metrópoli —y si alguno de sus teóricos alcanzó a verlo
debió callárselo por temor de que
los pueblos coloniales reclamaran también salarios altos—; el imperialismo
seguía aferrado al viejo concepto de que cuanto menos ganara el obrero más
ganaba el capital, y para mantener ese estado de cosas el imperialismo tenía en
sus manos el poder político tanto en la metrópoli como en las colonias.
Pero el Pentagonismo se dio cuenta de que los altos salarios contribuían
a ampliar el mercado consumidor interno y se dio cuenta de que no necesitaba
explotar territorios coloniales; le bastaba tener al pueblo de la metrópoli
como fuente de
capitales de inversión y como suministrador de soldados, pero reclamó
tener el control de la política exterior de la metrópoli porque a él le tocaba
determinar en qué lugar y en qué momento usaría los soldados, qué iban a
consumir esos soldados, en qué país del mundo debía crearse un ejército
indígena y qué productos se le entregarían.
Mucho tiempo después de estar operando, el imperialismo creó
una doctrina que lo justificaba ante su pueblo y ante su propia conciencia; fue
la de la supremacía del hombre blanco, que tenía la “obligación” de derramar
los bienes de su “civilización” sobre los pueblos “salvajes”. En los Estados
Unidos esa doctrina tomó un aspecto particular y se convirtió en la del
“destino manifiesto”: esto es, la voluntad divina había puesto sobre las
espaldas de los norteamericanos la obligación de imponerles a los pueblos
vecinos su tipo especial de civilización,eso que ahora se llama el american way of life.
Pero sucedió que Hitler atacó a los países imperialistas en
nombre de la superioridad de la raza germana, y esos países tuvieron que
defenderse bajo la consigna de que no había raza superior ni razas inferiores.
La batalla fue tan dura
que hubo que contar con la ayuda de las colonias y de los ejércitos
indígenas; de manera que la llamada doctrina de la supremacía del hombre blanco
quedó destruida; fue una víctima de la guerra.
Ahora bien, al formarse, y al pasar a ocupar el sitio que había
ocupado el imperialismo, el pentagonismo se dio cuenta de que tenía que seguir
los métodos del imperialismo en un punto: en el uso del poder militar. El Pentagonismo,
como
el imperialismo, no puede funcionar sin ejercer el terrorismo armado.
En ambos casos el eje del sistema está en el terrorismo militar. Luego, el Pentagonismo,
como el imperialismo, tenía que llevar hombres a la guerra y a la muerte, y
nadie puede hacer eso sin una justificación pública. Ninguna nación puede mantener
una política de guerras sin justificarla a través de una doctrina o una
ideología política. Esa doctrina o esa ideología puede ser delirante, como en
el caso del nazismo; pero hay que formarla y propagarla. En algunas ocasiones la
doctrina o ideología fue predicada antes de que se formara la fuerza que iba a
ponerla en ejecución, pero el Pentagonismo no estaba en ese caso; el Pentagonismo
se organizó sin doctrina previa, como una excrecencia de la gran sociedad de
masas y del capital sobredesarrollado.
Una vez creado el nuevo poder, ¿cómo usarlo sin una
justificación?
Los Estados Unidos son una sociedad civilizada, con
conocimiento y práctica de valores y hábitos morales. Al hallarse de buenas a
primeras con un poder tan asombrosamente grande instalado en el centro mismo de
su organización social y económica —y sin embargo fuera de su organización
legal y de sus tradiciones políticas—, los jefes del país tuvieron que hacer un
esfuerzo para justificar su uso. Ya se sabía, por la experiencia de las dos
guerras mundiales de este siglo, que cuando el país ponía en acción grandes
ejércitos la economía se expandía y el dinero se ganaba a mares. El gran
ejército había sido establecido y había que ponerlo en acción. Era necesario
nada más elaborar una doctrina, un cuerpo de ideas falsas o legítimas, que
justificara ante el pueblo norteamericano y ante el mundo la existencia y la
actividad extranacional de ese gran ejército.
Ya no era posible hablarle a la Humanidad de fuerzas ofensivas o
agresivas. Desde el asiático más pobre y el africano más ignorante hasta el
californiano más rico, todo el mundo sabía —después de la guerra de 1939-1945—
que cualquier agresión militar, sobre todo si partía de un país poderoso y se dirigía
contra uno más débil, era un crimen imperdonable, todo el mundo sabía que los
jerarcas nazis habían terminado en la horca de Núremberg debido a que la guerra
de agresión quedó catalogada entre los delitos que se castigan con la última pena,
y que esta innovación jurídica había sido incorporada al derecho internacional.
Había que inventar algo completamente opuesto a las guerras de agresión u
ofensivas.
Y como lo contrario de ofender es defenderse, la doctrina del Pentagonismo
tenía que elaborarse alrededor de este último concepto. Si los Estados Unidos
iban a una guerra en cualquier parte del mundo, y especialmente contra un país débil;
o si usaban sus ejércitos como un instrumento de terror internacional, sería
para defender a los Estados Unidos, no para agredir al otro país. Se requería,
pues, establecer la doctrina de la guerra defensiva realizada en el exterior.
Pero había un conflicto intelectual y de conciencia que debía
ser resuelto de alguna manera. Una nación hace una guerra defensiva para
defenderse de un enemigo que ataca su territorio, y jamás se conoció otro tipo
de guerra defensiva.
¿Cómo convertir en guerra defensiva la acción opuesta? ¿Cómo era
posible trastrocar totalmente los conceptos y hacerles creer al pueblo
americano y a los demás pueblos del mundo que defensa quería decir agresión y
agresión quería decir defensa?
Al parecer el conflicto no tenía salida, y sin embargo el Pentagonismo
halló la salida. La doctrina que justificaría el uso de los ejércitos
pentagonistas en cualquier parte de la Tierra, por alejada que estuviera de los
Estados Unidos, iba a llamarse la de las
guerras subversivas. Esta vino a ser
la doctrina del Pentagonismo.
¿Cuál es la sustancia de esa doctrina y cómo opera el método para
aplicarla?
La sustancia es bien simple: toda pretensión de cambios
revolucionarios en cualquier lugar del mundo es contraria a los intereses de
los Estados Unidos; equivale a una guerra de subversión contra el orden
norteamericano y en consecuencia es una guerra de agresión contra los Estados
Unidos que debe ser
respondida con el poderío militar del país, igual que si se
tratara de una invasión armada extranjera al territorio nacional.
Hasta hace pocos años esa doctrina se llamaba simplemente el
derecho del más fuerte a aplastar al más débil; era la vieja ley de la selva,
la misma que aplica en la jungla del Asia el tigre sanguinario al tímido
ciervo; había estado en ejercicio es de los días más remotos del género humano
en todos aquellos sitios donde el hombre se conservaba en estado salvaje y parecía
increíble que alguien tratara de resucitarla en una era civilizada. Pero a los
pentagonistas les gustó tanto —debido
a que era imposible inventar otra— que quisieron honrarla dándole
el nombre de uno de sus bienhechores, y la llamaron doctrina Johnson.
El método para aplicar la nueva ley de la selva o doctrina de
las guerras subversivas o doctrina Johnson es tan simple como su sustancia, y
también tan primitivo. Consiste en que el gobierno de los Estados Unidos tiene
el derecho de calificar todo conflicto armado, lo mismo si es entre dos países
que si es dentro de los límites de un país, y a él le toca determinar si se
trata o no se trata de una guerra subversiva. La calificación se hace sin oír a
las partes, por decisión unilateral y solitaria de los Estados Unidos. Como ya
hay precedentes stablecidos,
sabemos que una guerra subversiva —equivalente a una
agresión armada al territorio norteamericano— puede ser una
revolución que se hace en la República Dominicana para
restablecer el régimen democrático y liquidar treinta y cinco años de hábitos
criminales o puede ser la guerra del Vietcong que se hace para establecer en
Viet Nam del Sur un gobierno
comunista. Guerra subversiva es, en fin, todo lo que el Pentagonismo
halle bueno para justificar el uso de los ejércitos en otro país.
Cuando Fidel Castro declaró que Cuba había pasado a ser un país
socialista el Pentagonismo era ya una fuerza respetable, pero no era todavía un
poder con la coherencia necesaria para imponerse a su propio gobierno. Aun
después de haber alcanzado la coherencia que le faltaba, necesitaba una
doctrina que le proporcionara el impulso moral para actuar. El presidente Kennedy
titubeó en el caso de Bahía de Cochinos porque no tenía una doctrina en que
apoyarse, y tal vez se descubra algún día que ese titubeo colocó al gobierno de
Kennedy —es decir al poder civil del país— en una situación de inferioridad
frente al poder pentagonista que fue decisiva para los destinos
norteamericanos. No se conocen pruebas documentales de lo que vamos a decir,
pero cuando se dedica atención al proceso de integración del Pentagonismo se
intuye que su hora determinante, la de su fortalecimiento, está entre Bahía de
Cochinos y el golpe militar que le costó el poder y la vida a Ngo Dinh Diem.
Es fácil darse cuenta de que al elaborar la llamada doctrina
de las guerras subversivas estaba pensándose en Viet Nam, pero
tal vez más en Cuba y en Bahía de Cochinos. La idea de que Fidel Castro se
dedicaba a organizar guerrillas en la América Latina y que algún día habría que
invadir Cuba para eliminar a Fidel Castro palpita en el fondo de ese engendro denominado
doctrina de las guerras subversivas. La verdad es que Cuba comunista hizo
perder el juicio a los Estados Unidos; llevó a todo el país a un estado de
pánico inexplicable en una nación con tanto poder, y ese pánico resultó un
factor importante a la hora de crear la justificación doctrinal del Pentagonismo.
Los actos de los pueblos, como los actos de los hombres, son
reflejos de sus actitudes. Pero sucede que la naturaleza social es dinámica, no
estática, de donde resulta que todo acto provoca una respuesta o provoca otros
actos que lo refuercen.
Ningún acto, pues, puede mantenerse aislado. Así, la cadena de
actos que van derivándose del acto principal acaba modificando la actitud del
que ejerció el primero y del que ejecuta los actos-respuestas. Esa modificación
puede llevar a muchos puntos, según sea el carácter —personal, social o
nacional— del que actúa y según sean sus circunstancias íntimas o externas en
el momento de actuar.
(Tomado de un capitulo del libro "Pentagonismo sustituto del imperialismo" de Juan Bosch
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