MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES
Mostrando entradas con la etiqueta República Dominicana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta República Dominicana. Mostrar todas las entradas

miércoles, 22 de marzo de 2017

Recuerdan expedición perdida de cubanos 1959 para tumbar a Trujillo

cuba-republica-dominicana

La inmensa mayoría de los cubanos y dominicanos desconoce hoy que jóvenes humildes que derrochaban fervor por Cuba y América ofrendaron la vida en la llamada Expedición perdida de 1959.
Así lo aseveró el director del Instituto de Historia de Cuba, René González Barrios, quien disertó anoche en el capitalino Archivo General de la Nación, como parte de una visita de una semana que realiza a la República Dominicana.
Al referirse a aquel suceso, explicó que un grupo de rebeldes cubanos que intentó apoyar la lucha contra la dictadura trujillista desembarcó por error en Haití y fue diezmado por fuerzas de la tiranía duvalierista.
Como antecedente del suceso citó primero a la expedición antitrujillista liderada por el capitán dominicano Enrique Jiménez Moya y el comandante del Ejército Rebelde Delio Gómez Ochoa, quien desembarcó en República Dominicana en junio de 1959.
De ese hecho quedó para la historia, entre otros, el magnífico testimonio de Delio Gómez Ochoa en su libro “La victoria de los caídos: Constanza, Maimón y Estero Hondo”, publicado primero en Dominicana y años después en Cuba, dijo.
Reconoció que historiadores y protagonistas dominicanos de estos hechos han sido más que enjundiosos en su estudio que sus homólogos cubanos.
Explicó que pocas veces los historiadores se sumergen en explicar la historia de los fracasos y las indisciplinas cuando éstos deberían investigarse y explicarse con lujo de detalles para sacar las enseñanzas necesarias.
Manifestó que al conocerse la noticia en Cuba de la partida del comandante Gómez Ochoa a la patria de Máximo Gómez, un grupo de combatientes del cuarto Frente Simón Bolívar del Ejército Rebelde, que combatió al dictador Fulgencio Batista, bajo sus órdenes decide apoyarlo.
“Lo cierto es que el 10 de agosto de 1959, en una embarcación sustraída de la bahía de Puerto Padre, actual provincia de Las Tunas, zarparon rumbo a República Dominicana 29 combatientes. Ninguno era dominicano”, afirmó.
La dirigían Henry Fuerte, apodado “El argelino”, aunque de origen colombiano, y el mexicano Rangel Guerrero. También formaba parte de la expedición el argentino Jean Pasel Chivichimo, apodado “El gaucho”. El resto de los expedicionarios eran cubanos de la región de Las Tunas y de Holguín, explicó el historiador.
Narró que luego de una seria avería en el puerto de Moa, cambiaron la embarcación y tres días después, faltos de práctico, desembarcaron erróneamente en Haití.
Relató que tan implacables y represivas como fueron las huestes de Rafael Leónidas Trujillo contra los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo, fueron las del dictador Francois Duvalier, quien denunció ante la Organización de Estados Americanos (OEA) lo que llamó “la invasión cubana”.
La persecución a los expedicionarios se transformó en verdadera cacería, solo cinco sobrevivieron y tras múltiples gestiones diplomáticas fueron devueltos a Cuba, explicó González Barrios.
“Fueron almas solidarias llevadas por el impulso de auxiliar a su jefe o morir con él, en pos de una causa justa: derrotar al régimen de Trujillo”, aseveró.
Precisó que recientemente, en el último Congreso Nacional de Historia, en la ciudad de Holguín, en Cuba, por acuerdo general de los historiadores cubanos se reivindicó esta expedición y a los participantes como héroes cubanos.
Aseguró que aunque aún no existe un análisis integro al de la academia, Maria Antonia Bofill Pérez, maestra jubilada e hija de uno de aquellos héroes (José Antonio Bofill Carbonell), escribió el libro “La olvidada expedición a Santo Domingo, 1959”.
Se trata de un noble homenaje a aquellos apasionados y temerarios revolucionarios que en pos de un bello ideal no calcularon el alcance de sus sueños, indicó.
González dijo que en el 2015 el Archivo General de la Nación de República Dominicana publicó ese libro que pronto también será editado en Cuba.
Manifestó que los hombres de agosto de 1959 avivaron la leyenda, no murieron en vano, pertenecen a la misma estirpe de los que cayeron con el Che en Bolivia o combatieron en Angola, Etiopía y otras misiones gloriosas internacionalistas cubanas.
(Con información de Prensa Latina)

domingo, 22 de enero de 2017

Cuba en perspectivas literarias desde "Casa de las Américas"




Descolonización de la Lectura: El Legado de La Casa
Por: Silvio Torres-Saillant

Buenos días. Agradezco a los astros, las circunstancias y las voluntades que se han alineado para propiciar mi participación en esta significativa edición 58 del Premio Literario Casa de las Américas. Es un privilegio venir a la Casa a compartir labores con distinguidas figuras del arte literario, el pensamiento y la erudición procedentes de toda la anchura del hemisferio—Norte, Centro, Sur y Antillas—además de España. Por ese privilegio, quedo endeudado con el Presidente de la Casa, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, y con el Consejo de Dirección por haber tenido a bien invitarme a formar parte del jurado y asignarme estas palabras de apertura. Doy infinitas gracias a los dirigentes en los distintos estamentos organizativos de la Casa con quienes he tenido mayor comunicación, especialmente al director del Centro de Investigaciones Literarias Jorge Fornet Gil y a colegas como Yolanda Alomá Reyna y Juan Mesa Díaz, quienes han puesto cuidadosa atención a los detalles logísticos esenciales para traerme a esta Sala Che Guevara tan colmada de historia y de memoria.

Al pueblo cubano hay que agradecerle que protagonizara aquella gesta libertaria que todavía, a la vista retroactiva de seis décadas después, sigue pareciendo inconcebible. Con sus barbudos al frente, este pueblo la logró y con ella dió al resto del hemisferio razón para soñar la utopía de una sociedad igualitaria como meta factible. El contacto con esa epopeya comenzó temprano para mí. De niño en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, veía a mi madre Aida juntarse con vecinas en el cuarterío donde vivíamos a escuchar noticias de los barbudos en una de las viviendas que tenía un radio equipado para recibir trasmisiones desde Cuba. Aida no llegó a un alto nivel escolar. Dudo que terminara la primaria. Pero algo le inducía simpatía por lo que hacían los barbudos. No era pequeño el número de vecinos y vecinas de origen humilde que compartían esa simpatía por la rebeldía que efervecía en Cuba.

El número de simpatizantes se fue achicando, sin embargo, en la medida en que se intensificaba la campaña difamatoria contra esa Cuba cundida por el “comunismo ateo y disociador”. La nueva Cuba lucía demoníaca en los relatos ofertados por los medios de prensa nacional, la Iglesia, el gobierno y la potente radioemisora internacional La Voz de los Estados Unidos de América, que se sintonizaba diariamente en la zapatería de mi tío Pompo, donde comencé a trabajar desde los diez años. De una revista de historietas, o “munequitos” como entonces les llamábamos, que se distribuía gratis en una campaña de alfabetización, en particular un número que traía el relato de un lanzador en el marco del béisbol cubano durante el gobierno revolucionario. Se trataba de un lanzador exitoso cuya carrera se interrumpe debido a una enfermedad grave que lo aflige de repente, dejándolo al borde de la muerte. La familia es pobre y muy devota en su fe cristiana. En el hospital, los médicos se desentienden del paciente y en esa coyuntura el hijo del lanzador, un chiquillo de alrededor de diez años, deseperado, busca la manera de metérsele en la oficina al director del hospital. Con amabilidad burocrática, el señor director escucha el angustioso drama que vive la familia y le pregunta al niño si la familia ha hecho algo para ayudar al enfermo. El interpelado le habla de los rezos y la súplica a Dios para que le devuelva la salud, a lo cual el director responde recomendándole que regrese a casa y que con su familia repitan la petición religiosa y que vuelva al día siguiente a su despacho a contarle el resultado antes de considerar medidas alternativas. El diligente niño sigue el consejo del director, regresando al otro día a contarle frustrado que la salud de su padre seguía grave no obstante los padrenuestros y las avemarías que la familia había entonado. Entonces, con teatral empatía, el señor director sugiere al niño volver a repetir la operación pero esta vez dirigiendo su pedido no a Dios, sino a Fidel. Consciente de que el chiquillo seguiría el consejo, el director dispone de inmediato que el lanzador sea recluido de nuevo en el hospital y sometido al más esmerado cuidado médico, tras lo cual el paciente da visos de recuperación, y, en poco tiempo, puede regresar al montículo y retomar su exitosa carrera de béisbol. Discursiva y gráficamente la citada edición de los muñequitos hace ver que al final el hijo del deportista termina convencido de que Fidel puede más que Dios. También se suponía que yo, como lector infantil del texto, quedara indignado por las argucias de que eran capaces las autoridades cubanas con el fin de separar a la población de su fe religiosa.

Quizás debido debido al éxito de campañas como la que dramatizaba el relato sobre el lanzador enfermo, para los años de mi adolescencia ya tenía uno que haberse politizado y haber aprendido a reconocer la lógica de la injusticia y la desigualdad en su enorno inmediato para tener la simpatía por el proyecto cubano que mi madre, sin esa formación, había valorado desde los momentos de la Sierra Maestra y la entrada triunfal a La Habana en enero del 59. Pero, en términos generales, los dominicanos han preservado la solidaridad con la Cuba revolucionaria. Supongo que ello se deberá a los muchos momentos en que nuestros dos pueblos se han echado una mano en la lucha contra la opresión, cooperación que viene desde el siglo XVI con la resistencia del líder taíno Hatuey, quien combatió la invasión española en Santo Domingo y, luego, al enterarse de que el conquistador Diego Velázquez allá preparaba la avanzada hacia Cuba, se le adelantó, viniendo con su contingente de correligionarios a alertar a la población y junto a ella montar la resistencia. Su muerte acá, como la cuenta Bartolomé de las Casas, dejó un ejemplo imperecedero de dignidad. Siglos después, el libertador Antonio Maceo encontraría en la ciudad de Puerto Plata y en el brazo del líder anticolonialista dominicano Gregorio Luperón, un refugio importante ante la persecución tenaz de las fuerzas del gobierno colonial español. Se recuerda la participación de los hermanos Marcano y de Máximo Gómez en la Guerra de los Diez Años, e igual perdura en la memoria aquella evocadora reunión de 1895 entre Gómez y José Martí en la ciudad dominicana de Montecristi, donde acordaron la logística, y redactaron el Manifiesto que anunciaría al mundo la visión liberadora detrás de la guerra independentista cubana que arrancaría a partir de ahí.

El Movimiento 26 de Julio y el gobierno cubano que comenzó en enero del 1959, fueron alicientes importantes para los dominicanos que resistían la cruenta, genocida y espeluznantemente corrupta dictadura del estuprador y cleptócrata Rafael Leónidas Trujillo. La frustrada expedición antitrujillista que zarparía en el 1947 desde Cayo Confites, una isla en la geografía de Camagüey, no solo contaba con el apoyo decisivo de revolucionarios cubanos sino que Fidel mismo figuraba entre los expedicionarios que intentarían derrocar el funesto régimen trujillista. La expedición conocida por el nombre de Constanza, Maimón y Estero Hondo, la cual sí zarpó el 14 de junio de 1959 y que sufrió una derrota lamentable en el encuentro con el ejército de Trujillo, se había entrenado en Cuba, principalmente en Pinar del Río, y contaba entre los combatientes al Comandante Delio Gómez Ochoa, un integrante del Movimiento 26 de Julio que traía experiencia guerrillera de la Sierra Maestra. La Revolución Cubana operó como una constante fuente de inspiración para los dominicanos en los años posteriores al ajusticiamiento de Trujillo, especialmente durante los sesenta y los setenta cuando los sectores que aspiraban a la transformación social siguieron activos y altivos en la esperanza de extirpar las rémoras del trujillato que siguieron tronchando el anhelo de los sectores populares de tener una sociedad con un mayor grado de inclusión, justicia e igualdad, es decir, una sociedad donde ellos cupieran.

Ya yo tenía uso de conciencia en abril de 1965 cuando se dió la gesta libertaria contra los golpistas que dos años antes habían derrocado el gobierno de Juan Bosch, un personaje muy valorado en el hemisferio pero que en Cuba goza de un aprecio especial. Aparte de su prestigio literario, Bosch había hecho credenciales en la lucha antitrujillista durante los años de su largo exilio político. Cuando la caída del régimen, el activismo nacional y la presión internacional posibilitaron el regreso de los disidentes y la apertura del mercado electoral, Bosch se elevó como el candidato presidencial en quien los sectores populares cifraban las mayores esperanzas de cambio benéfico para ellos. En el exterior había fundado el Partido Revolucionario Dominicano, y en su prédica había abogado por una reforma agraria que diera control a los campesinos de la tierra que ellos trabajaban. El uso frecuente de la palabra “revolución” en el léxico de su campaña y las medidas de reivindicación social que prometía en su plataforma política lo enemistaron con la Iglesia, cuyos prelados procedieron a acusarlo de “marxista-leninista”. Después, disputas varias, incluyendo un debate televisado de tres horas con un jesuita derechista, la iglesia consintió en retirarle a Bosch el peligroso epíteto, y el candidato pudo derrotar a su contrincante conservador. Una vez en el Palacio Nacional, Bosch comienza a levantar nuevas sospechas. Durante su gobierno se registran cambios preocupantes: una nueva Constitución que ofrecía garantías a la case obrera, un cierto grado de secularización en la sociedad, la acreditación de partidos de izquierda y la reducción del latifundismo. A los 7 meses, ya la vieja oligarquía no podía soportar más. Así, prelados, empresarios, militares y la Embajada de los Estados Unidos unieron esfuerzos para deponer al presidente constitutional.

El derrocamiento de Bosch, la sucesión de gobiernos militares y civiles, cada uno con menor interés en las libertades civiles de la ciudadanía, el levantamiento de abril de 1965 – o la Revolución de Abril, como le llaman los patriotras -, el casi triunfo revoluicionario y la inviasión enviada por Estados Unidos para impedir “otra Cuba”. La solidaridad cubana en todo el proceso.

Cuando los dominicanos de buena voluntad quieren momentáneamente curarse del drama social imperante que los desalienta en su país, miran a la Revolución de Abril, fijándose no en la derrota sino en lo que podría haber sido de habérsele permitido llevar a feliz término la lucha contra la lógica, la ideología, la violencia y la ética trujillista. La herencia trujillista se ha seguido manifestando en fraudes electorales, corrupción administrativa, delincuencia proliferada, brutalidad policial y esperpentos tales como una sentencia judicial cruel que en el 2013 le retiró la ciudadanía a cientos de miles de dominicanos de ascendencia haitiana, reduciéndolos a la más inenarrable indefensión. Con todo eso, la memoria de ese importante capítulo de nuestra historia ha hecho posible que los dominicanos tengan hoy un relato alternativo de lo que somos, distinto de la narrativa trujillista que siguió vigente durante los veintidós fraudulentos años de Joaquín Balaguer, y de los gobiernos liberales intercalados y posteriores.

A un cubano, el cura jesuita José Antonio Moreno, le debemos el imprescindible estudio El pueblo en armas:Revolución en Santo Domingo (1973), la traducción del original Barrios in Arms publicado originalmente en 1970. Dicha obra se basa en la tesis doctoral defendida por Moreno en la Universidad de Cornell. El jesuita había llegado a Santo Domingo 4 meses antes de estallar la insurrección con fines de colectar datos para su tesis doctoral. Cuando estalló el movimiento, Moreno se identificó con los rebeldes y, aparte de brindarles auxilio, convirtió el levantamiento en su tema de disertación. Otra importante obra surgida de la fragua donde se daban los hechos, vino de la pluma del sociólogo dominicano Franklin J. Franco bajo el título República Dominicana: Clases, crisis y comandos. El texto ofrece una aguda interpretación geopolítica de los eventos que dieron pie al levantamiento revolucionario y a las fuerzas que se combinaron para aplastarlo. Ganador del Premio Casa de las Américas en 1966, el libro se publicó en La Habana en la Coleccion Premio en el mismo año, meses antes de que las fuerzas militares estadounidenses desocuparan el territorio dominicano. Franco luego pasaría a hacerse una voz indispensable entregada por cinco décadas ininterrumpidas al esfuerzo por desmontar lo que el historiador Roberto Cassá llamara “la mentira oficial” en el discurso sobre la historia, la cultura, el origen y la identidad de la población dominicana.

Entre las figuras que se hicieron venerables en la gesta de Abril, difícil se hace omitir al poeta domínico-haitiano Jacques Viau Renaud. A los 7 años vino de Port-au-Prince a Santo Domingo con sus padres, exiliados por haber caído en desgracia con el gobierno de su país. Se educó en escuelas de Santo Domingo, y cultivó su inclinación poética escribiendo en español e integrándose al activismo literario de su generación en la capital. Al estallar la insurrección de Abril, se unió a uno de los comandos rebeldes, combatiendo con valentía y mostrando dotes de dirigencia hasta que, el 15 de junio, a la edad de 23 años, cayó víctima de un estallido de mortero disparado por las tropas de ocupación. Da gusto notar que la valoración de Jacques Viau ha ido creciendo en la literatura dominicana no solo por la fuerza sobrecogedora de sus versos, sino también por haber entregado su vida a la lucha por la dignidad del pueblo dominicano. Vale decir, que antes de que arrancara el afán actual por difundir la obra de Jacques, acá ya Roberto Fernández Retamar se había fijado en ella y la había destacado en su antología Poemas de una isla y dos pueblos: Jacques Roumain,Pedro Mir y Jacques Viau publicada por la Casa en 1974 dentro de la Colección La Honda. La selección de los versos que componen la antología es insuperable y merece ponderarse la previsión de ilustrar la creación poética de los dos pueblos de Quisqueya a través de Roumain, haitiano, Mir, dominicano, y Jacques Viau, dominico-haitiano. Con la inclusión de Jacques, el editor subvierte la binariedad y así se aparta del relato que concibe la nacionalidad haitiana y la dominicana como entidades puras, blindadas contra la hibridación, no obstante su contacto intenso desde finales del siglo XVII. Poemas de una isla y dos pueblos ayudó indudablemente a carburar el interés de la comunidad literaria dominicana en promover la obra de Jacques.

La valoracion de que disfruta hoy el legado de Jacques me convence de que, aunque no pudiera derrotar la herencia trujillista en el terreno político ni institucional, los rebeldes de Abril tuvieron un impacto sustancial que ha dejado su huella más discernible en las artes visuales y dramáticas, la literatura, el folklore y la música. ¿Quién va a olvidar ese evento sin igual llamado “Siete Días Con el Pueblo,” que en el 1974 reunió en Santo Domingo a todo un “who is who” internacional de los intérpretes de música popular con conciencia social, cubriendo la Nueva Trova, la Nueva Canción y la Canción de Protesta en sentido general? Allí estuvieron Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Los Guaraguos, Ana Belén y Sonia Silvestre para mencionar solo algunos. Montado en el segundo cuatrenio del gobierno represivo de Balaguer, el evento trasclució la unidad de sentimiento social y anhelo de justicia de Nuestra América. No creo que Siete Días Con el Pueblo hubiese podido concebirse en Santo Domingo antes de la sociedad contar con la infusión de rebeldía suministrada por la gesta de abril en la década anterior. Igual se puede rastrear la producción de pensamiento social, el estudio de la historia cultural y las prácticas religiosas y llegar a similar conclusión. El énfasis en la cuestión racial, la herencia cultural africana y la crítica de la opción Católica como norma espiritual exclusiva de la ciudadanía se ha expandido entre los estudiosos serios no obstante el implícito enfrentamiento con la epistemología trujillista—adherida al Eurocentrismo negrofóbico y a la herencia colonial—de la que nunca se han liberado nuestros gobiernos fueran de extrema derecha o liberales. La claridad moral que refleja el análisis social de Pablo Mella y la búsqueda estética atrevida en la ficción de Rey Andújar, ambos compatriotas y miembros del jurado aquí presentes, tendrán más de un origen genealógico, pero yo apuesto a que la gesta de Abril figura entre ellos.

Por lo tanto, podemos especular que las fuerzas que impidieron la transformación social que podría haberse dado en la sociedad dominicana de haber triunfado la insurrección de Abril y el surgimiento potencial de algo así como “otra Cuba”, también troncharon el posible advenimiento de la trasformación intelectual a través de algo así como otra Casa de las Américas. La transformación de la sociedad requiere un gran proyecto de deseducación y desaprendizaje que ayude a la ciudadanía a distanciarse de las fuerzas y las herencias responsables del estado de cosas que nos pone a desear el cambio. Me explico evocando mi propia experiencia. Yo crecí en un hogar donde no me faltó el contacto con la erudición. Mi padre era un gran lector y siempre nos comentaba sus lecturas. Me crié escuchando sus disquisiciones acerca de la relación del Rey Saul con David, y despotricando contra Salomón por haber derrochado el imperio que su padre David le había dejado. Los nombres de Sófocles y Esquilo se hicieron familiares desde que tuve uso de razón. Mi padre se gloriaba de que nadie en toda la región del Cibao, es decir, el norte de la República Dominicana, tenía mayor dominio de la lengua española que él. Agradezco a la influencia de mi padre, pues, el interés en el conocimiento y la pasión por entender cosas que pasaron hace muchísimo tiempo o en lugares remotos que probablemente nunca llegue a visitar.

Lo que no puedo agradecerle, porque no me lo dió, porque el mismo no lo tuvo, es una noción crítica de la política del conocimiento. Para la generación de mi padre, uno leía para superarse y se aproximaba a las obras de los grandes escritores antiguos o modernos con una suerte de veneración. Haber leído los escritos de conocidos filósofos, novelistas, ensayistas, historiadores, estadistas, teólogos y poetas—sobretodo los europeos y sus pares latinoamericanos—le merecía a uno el epíteto de culto, lo que le confería respeto y hasta le podía servir de vehículo para adquirir prestancia en la sociedad. Aprender el contenido de los textos y absorber las enseñanzas de sus autores era estudiar. Como no había expectativa de que uno pudiera querellarse con los textos, lo cual hasta podría verse como irrespeto a la eminencia de aquellas plumas sapientes, se podía encontrar en la Poética de Aristóteles aquel juicio sobre la impropiedad de poner en una pieza teatral un personaje femenino brillante o valiente por tratarse de algo incongruente con la naturaleza y no quejarse de tal aberración misógina. Mucho menos iba uno a criticarle la pésima lectura. Cuando uno lee las obras del teatro ateniense a las que Aristóteles mismo se refiere, salta a la vista lo contrario: el arrojo y el ingenio de las mujeres: Medea, Antígona, Lisístrata, en fin.

De igual manera podía uno leer en la Filosofía de la historia de G. W. F. Hegel aquello de los defectos congénitos que hacen a los negros inelegibles para formar parte de la narrativa de la experiencia humana sin fijarse en la pobreza conceptual que sustenta su aserto. ¿Cómo iba uno a cuestionar el mérito intelectual de un gigante del pensamiento occidental? O menos que no se percate uno del problemita que tienen los gigantes según explicó el poeta Pedro Mir, refiriéndose precisamente a Hegel, o sea, que al tener la cabeza tan lejos del suelo, no siempre les resulta fácil saber en que pie están parados. Entre los defectos que merman en los negros el rango de humanos está su carencia total de valentía, según Hegel. Pero, como estaba escribiendo a principios del siglo 19, cuando todavía las invasiones de dominación colonial europeas estaban muy lejos de poder cantar victoria ante la resistencia campal de innúmeras naciones africanas, las noticias que venían del frente contradecían al gigantezco pensador. Entonces, Hegel admite a regañadientes que, ciertamente a ellos se les ve enfrentando aguerridamente a la fuerza europea que los supera en tecnología militar, a veces continuando la avanzada a costo de pérdidas incontables. Pero, cuidado, nos advierte el excelso Hegel, no vayáis a confundir eso con valentía. Allí se refleja, más bien, su “desprecio a la humanidad” y su “falta de respeto por la vida”.

Como se puede ver, el recurso argumentativo del cual se vale el gran filósofo deja mucho que desear. Se trata de una falacia indefensible que seguramente Quintiliano no sabría en que categoría retórica ubicarla. Pero a quienes crecimos en barrios marginados se nos hace bastante familiar. Es el argumentum ad palo si boga y palo si no boga, un recurso que utilizábamos los carajitos para apabullar al adversario en la trifulca verbal, mudando la dirección del discurso sin miramiento alguno por separar la verdad de la mentira, inventando datos sobre la marcha y apartándonos de las normas del razonamiento lógico puesto que lo único que importaba era ganar. Ganar quería decir sacar al otro de sus cabales y arrinconarlo, así fuese hablando simplemente más duro que él. Recuerdo una porfía a final de los sesenta en la esquina cercana a mi casa entre un admirador de Sandro de América y un fanático de Raphael de España en el que el raphaelista, quien había puesto atención en la escuela y manejaba términos como notas, timbre, vocalizacion y afinar, parecía llevar la delantera. El sandrista, sin forma de igualar la sapiencia de su adversario, atinó a sacarse de las mangas un argumento demoledor, diciendo, “además, cómo va a cantar mejor que Sandro, si todo el mundo sabe que Raphael es maricón”, lo cual enmudeció al raphaelista y suscitó el aplauso del resto de nosotros en la concurrencia. No se nos ocurrió medir cuán cierto era que eso de “todo el mundo” lo sabía, ni tampoco poner bajo el lente la relación lógica que pudiera existir entre la orientación sexual y el talento musical. Hegel descarta la humanidad de los negros valiéndose de recursos retóricos como los que usábamos nosotros en la adolescencia cuando no sabíamos un carajo ni nos preocupaba eso de la seriedad intelectual.

Cuando me llegó a las manos el texo de Hegel todavía no sabía mucho de los grandes filósofos anteriores, pero en la medida en que fui entrando en materia entendí que la chapucería conceptual del alemán no era excepcional. Recuerdo un pasaje de David Hume donde afirma que el negro es capaz de vender a su hija y a su esposa por una botella de ron, juicio que el filósofo escocés no se molesta en probar dándonos por lo menos una nota al calce contando como arribó a tal hallazgo científico. Ese desdén por la evidencia, sin embargo, en nada preocupó al filósofo alemán Enmanuel Kant, quien posteriormente aventura la misma afirmación, citando como fuente fidedigna—claro está—al pasaje medalaganario de Hume. Después de ponerle atención a la conducta retórica en los escritos de esa caterva de pensadores, desde Juan Ginés de Sepúlveda, Thomas Jefferson, Joseph Arthur de Gonibeau, Juan Bautista Alberdi, Raimundo Nina Rodrigues, hasta llegar a Joaquín Balaguer, encontré que tenían algo en común. Al proponerse descalificar la herencia ancestral o el fenotipo de amerindios, africanos o asiáticos, ninguno de ellos lograba ascender conceptualmente ni un nanómetro por encima del exabrupto epistémico desplegado en las pugnas verbales entre adolescentes que se libraban en mi barrio como aquella entre el sandrista y el raphaelista.

Entender la pobreza intelectual en que se sustenta el racismo importa para combatirlo major y protegerse de él. Poder desenmascarar la autoridad de quienes lo predican me ha sido util sobretodo en el aula para guiar a jóvenes a quienes les confunde el enigma de este sin sentido cuyo impacto en las relaciones sociales y las condiciones materiales de diversas poblaciones desde el comienzo de la transacción colonial hasta el presente ha sido catástrofico. Dudo, de veras, que hubiese podido llegar a la comprensión que hoy poseo sin adquirir antes la capacidad de descolonizar mi acercamiento a la lectura, para lo cual hacía falta sentirme con derecho a juzgar a los llamados grandes pensadores cuando los pezcaba delinquiendo intelectualmete. Sin el aporte de la Casa de las Américas, no veo cómo habría podido adquirla. La Casa ha sido una iniciativa sin parangón en la historia intelectual, el único proyecto con apoyo del Estado que ha tenido como meta la rehabilitación del alma de los pueblos de nuestro hemisferio, todos víctimas de la vileza heredada de la transacción colonial.

Nuestras repúblicas provienen de un pasado colonial caracterizado por la normalización del abuso como factor regulador de las relaciones sociales. La lógica del maltrato operó como ideario básico de socialización colectiva. Los colonizadores y sus vástagos instalaron un dogma del fenotipo y un fundamentalismo de la herencia ancestral que asignaba grados de valor distintos según la provenencia de la persona en la geografía de la familia humana. Aquí civilizar fue humillar, fue ultrajar, fue deshumanizar. Lamentablemente, ninguna de las repúblicas que surgieron durante del período de las independencies en el siglo 19 se planteó como meta inmediata adecentar las relaciones sociales y rehumanizar a las poblaciones subalternas—amerindios, africanos o asiáticos —cuyo sudor había construido lo que son hoy las sociedades latinoamericas y caribeñas. El liderazgo independentista, compuesto mayormente por descendientes de los jefes coloniales, no mostró urgencia por forjar un nuevo ethos regularizador del trato de los unos para con los otros. En algunas ocasiones, a las poblaciones de origen no europeo les fue peor después de la independencia que durante la colonia. La intelligentsia republicana, beneficiaria de la desigualdad estructural, apostó a la igualdad simbólica, inventándose el subterfugio del mestizaje como zona de contacto entre todas las etnias y los orígenes de la población latinoamericana a la vez que mantenía en funcion el orden patriacal, la exclusión de clase y la supremacía caucásica. Un ensayo nocivo titulado La raza cósmica (1925) adquirió rango de biblia no obstante vislumbrar un estado de cosas en que “las razas inferiores” quedarían, por “extinción voluntaria”, absortas dentro del marco civilizador de la raza blanca. Y su prestigio no mermó aun después de José Vasconcelos, su autor, terminar como dirigente del Partido Nazi en México y predicador del escarnio en las páginas de su revista Timón.

Bajo el liderazgo inicial de Haydeé Santamaría, continuado por Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas quiso apartarse de esa historia y lo logró con creces, afirmándose además como el más eficaz antídoto contra la fragmentación que históricamente ha impedido a los pueblos del hemisferio conocerse entre si. Para el Caribe, la Casa ha sido vital. Aunque dominicano, yo me descubrí caribeño solo después de entrar en contacto con los textos clave del pensamiento, la literatura, las artes, la cultura y la historia del mundo antillano de distintas zonas lingüísticas de la región que Casa se dedicó con difundir. Antes de intentar conocerlos en su lengua original, yo tuve mi primer contacto con escritores del Caribe francófono y del Caribe neerlandés a través de traducciones al español publicadas cor la Casa, desde la selección de la obra del gran poeta y pensador martiniqués Aimé Césaire titulada Poesías del 1969 hasta la aparición en 1981 de Nosotros, esclavos de Surinam, un ensayo de Anton de Kom de crítica anti-colonialista que, como Discurso sobre el Colonialismo de Césaire (1955), hacía ver con claridad hasta qué punto las naciones de la Europa cristiana que regentaron la dominación del hemisferio habían descivilizado las sociedades que invadieron.

Para mí fue todo un despertar. Fue caer en la cuenta de que leer requería estar en guardia por si acaso había que entrar en pugna epistémica con lo libros. Es decir, estar dispuesto a hacer aquello que hace Fernández Retamar con el presunto pensamiento civilizador de Domingo Faustino Sarmiento. Yo conocía a Sarmiento a través de la veneración que le prodigaba el de otra manera preclaro Pedro Henríquez Ureña, pero después de mirarlo de nuevo bajo el influjo de una lectura menos veneradora de la tradición, como la adelanta el autor del imprescindible ensayo Calibán, ya no podía pensar que la mera lectura de su orbra y la de otros como él me ayudaria a superarme. Ahora me quedaba claro que había que leer a Sarmiento para descodificar su prejuicio con el fin de ayudar a los jóvenes a rehabilitar el discurso cultural latinoamericano, extrayéndole el veneno del racismo y los demás dogmas de exclusión que él y otros en la gran tradición. Si hoy siento que puedo hacer ese trabajo se debe al provecho que he sacado del proyecto rehumanizador de Casa de las Américas. Por eso, con estas palabras, he querido celebrar el legado de la Casa de las Américas y decir, sinceramente, di core, ¡Muchas gracias!




22 enero 2017 | +
22 enero 2017 | +
21 enero 2017 | 2
19 enero 2017 | 35
18 enero 2017 | 1

TOMADO DE CUBA DEBATE

sábado, 11 de julio de 2015

Revelan carta de Juan Bosch de 1943 sobre el drama de Haití


juan-bosch
La escritora dominicana Chiqui Vicioso nos hizo llegar a Cubadebate una carta del patriota y ex presidente de República Dominicana, Juan Bosch, enviada a los intelectuales Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui y Ramón Marrero Aristy, en la que les reclama dar trato digno a los haitianos: “Creo que Uds. no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds. el derecho de vivir…”
La Habana,
14 de junio de 1943.
Mis queridos Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui y Ramón Marrero Aristy:
USTEDES SE VAN MAÑANA, creo, y antes de que vuelvan al país quiero escribirles unas líneas que acaso sean las últimas que produzca sobre el caso dominicano como dominicano. No digo que algún día no vuelva al tema, pero lo haré ya a tanta distancia mental y psicológica de mi patria nativa como pudiera hacerlo un señor de Alaska.
En primer lugar, gracias por la leve compañía con que me han regalado hoy; la agradezco como hombre preocupado por el comercio de las ideas, jamás porque ella me haya producido esa indescriptible emoción que se siente cuando en voz, en el tono, en las palabras de un amigo que ha dejado de verse por mucho tiempo se advierten los recuerdos de un sitio en que uno fue feliz. Acaso para mi dicha, nunca fui feliz en la República Dominicana, ni como ser humano ni como escritor ni como ciudadano; en cambio sufrí enormemente en todas esas condiciones.
Hoy también he sufrido…Pues de mi reunión con Uds. he sacado una conclusión dolorosa, y es ésta: la tragedia de mi país ha calado mucho más allá de donde era posible concebir: La dictadura ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer; si es que puede vencerse alguna vez. No me refiero a hechos concretos relacionados con determinada persona; no hablo de que los dominicanos se sientan más o menos identificados con Trujillo, que defiendan o ataquen su régimen, que mantengan tal o cual idea sobre el suceso limitado de la situación política actual en Santo Domingo; no, mis amigos queridos: hablo de una transformación de la mentalidad nacional que es en realidad incompatible con aquellos principios de convivencia humana en los cuales los hombres y los pueblos han creído con firme fe durante las épocas mejores del mundo, por los que los guías del género humano han padecido y muerto, han sufrido y se han sacrificado. Me refiero a la actitud mental y moral de Uds. – y por tanto de la mejor parte de mi pueblo – frente a un caso que a todos nos toca: el haitiano.
Antes de seguir desearía recordar a Uds. que hay una obra mía, diseminada por todo nuestro ámbito, que ha sido escrita, forjada al solo estimulo de mi amor por el pueblo dominicano. Me refiero a mis cuentos. Ni el deseo de ganar dinero ni el de obtener con ellos un renombre que me permitiera ganar algún día una posición política o económica ni propósito bastardo alguno dio origen a esos cuentos. Uds. son escritores y saben que cuando uno empieza a escribir, cuando lo hace como nosotros, sincera, lealmente, no lleva otro fin que el de expresar una inquietud interior angustiosa y agobiadora. Así, ahí está mi obra para defenderme si alguien dice actualmente o en el porvenir que soy un mal dominicano. Hablo, pues, con derecho a reclamar que se me oiga como al menos malo de los hijos de mi tierra.
Los he oído a Uds. expresarse, especialmente a Emilio y Marrero, casi con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno; cómo es posible querer a los hijos de uno al tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, sólo porque son hijos de otros. Creo que Uds. no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds. el derecho de vivir…
Pero creo también – y espero no equivocarme – que Uds. sufren una confusión; que Uds. han dejado que el juicio les haya sido desviado por aquéllos que en Haití y en la República Dominicana utilizan a ambos pueblos para sus ventajas personales. Porque eso es lo que ocurre, amigos míos. Si me permiten he de explicárselo: El pueblo dominicano y el pueblo haitiano han vivido desde el Descubrimiento hasta hoy – o desde que se formaron hasta la fecha – igualmente sometidos en términos generales. Para el caso no importa que Santo Domingo tenga una masa menos pobre y menos ignorante. No hay diferencia fundamental entre el estado de miseria e ignorancia de un haitiano y el de un dominicano, si ambos se miden, no por lo que han adquirido en bienes y conocimientos, sino por lo que les falta adquirir todavía para llamarse con justo título, seres humanos satisfechos y orgullosos de serlo. El pueblo haitiano es un poco más pobre, y debido a esa circunstancia, luchando con el hambre, que es algo más serio de lo que puede imaginarse quien no la haya padecido en sí, en sus hijos y en sus antepasados, procura burlar la vigilancia dominicana y cruza la frontera; si el caso fuera al revés, sería el dominicano el que emigraría ilegalmente a Haití. El haitiano es, pues, más digno de compasión que el dominicano; en orden de su miseria merece más que luchemos por él, que tratemos de sacarlo de su condición de bestia. Ninguno de Uds. sería capaz de pegar con el pie a quien llegara a sus puertas en busca de abrigo o de pan: y si no lo hacen como hombres, no pueden hacerlo como ciudadanos.
Ahora bien, así como el estado de ambos pueblos se relaciona, porque los dos padecen, así también se relacionan aquéllos que en Santo Domingo igual que en Haití explotan al pueblo, acumulan millones, privan a los demás del derecho de hablar para que no denuncien sus tropelías, del derecho de asociarse políticamente, para que no combatan sus privilegios, del derecho de ser dignos para que no echen por el suelo sus monumentos de indignidad. No hay diferencia fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la masa; No hay diferencia fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la clase dominante.
Pero así como en los hombres del pueblo en ambos países hay un interés común – el de lograr sus libertades para tener acceso al bienestar que todo hijo de mujer merece y necesita -,  en las clases dominantes de Haití y Santo Domingo hay choques de intereses, porque ambas quieren para sí la mayor riqueza. Los pueblos están igualmente sometidos; las clases dominantes son competidoras. Trujillo y todo lo que él representa como minoría explotadora desean la riqueza de la isla para sí; Lescot  y todo lo que él representa como minoría explotadora, también. Entonces, uno y otro – unos y otros, mejor dicho – utilizan a sus pueblos respectivos para que les sirvan de tropa de choque: esta tropa que batalle para que el vencedor acreciente su poder. Engañan ambos a los pueblos con el espejismo de un nacionalismo intransigente que no es amor a la propia tierra sino odio a la extraña, y sobre todo, apetencia del poder total. Y si los más puros y los mejores entre aquéllos que por ser intelectuales, personas que han aprendido a distinguir la verdad en el fango de la mentira se dejan embaucar y acaban enamorándose de esa mentira, acabaremos olvidando que el deber de los más altos por más cultos no es ponerse al servicio consciente o inconsciente de una minoría explotadora, rapaz y sin escrúpulos, sino al servicio del hombre del pueblo, sea haitiano, boliviano o dominicano.
Cuando los diplomáticos haitianos hacen aquí o allá una labor que Uds. estiman perjudicial para la República Dominicana, ¿saben lo que están haciendo ellos, aunque crean de buena fe que están procediendo como patriotas? Pues están simplemente sirviendo a los intereses de esa minoría que ahora está presidida por Lescot como ayer lo estaba por Vincent. Y cuando los intelectuales escriben – como lo ha hecho Marrero, de total motu proprio según él dijo olvidando que no hay ya lugar para el libre albedrío en el mundo – artículos contrarios a Haití están sirviendo inconscientemente – pero sirviendo – a los que explotan al pueblo dominicano y lo tratan como enemigo militarmente conquistado. No, amigos míos… Salgan de su ofuscación.
 Nuestro deber como dominicanos que formamos parte de la humanidad es defender al pueblo haitiano de sus explotadores, con igual ardor que al pueblo dominicano de los suyos. No hay que confundir a Trujillo con la República Dominicana ni a Lescot con Haití. Uds. mismos lo afirman, cuando dicen que Lescot subió al poder ayudado por Trujillo y ahora lo combate. También Trujillo llevó al poder a Lescot y ahora lo ataca. Es que ambos tienen intereses opuestos, como opuestos son los de cada uno de los de sus pueblos respectivos y  los del género humano.
Nuestro deber es, ahora, luchar por la libertad de nuestro pueblo y luchar por la libertad del pueblo haitiano. Cuando de aquél y de este lado de la frontera, los hombres tengan casa, libros, medicinas, ropa, alimentos en abundancia; cuando seamos todos, haitianos y dominicanos, ricos y cultos y sanos, no habrá pugnas entre los hijos de Duarte y de Toussaint, porque ni estos irán a buscar, acosados por el hambre, tierras dominicanas en qué cosechar un mísero plátano necesario a su sustento, ni aquéllos tendrán que volver los ojos a un país de origen, idioma y cultura diferentes, a menos que lo hagan con ánimo de aumentar sus conocimientos de la tierra y los hombres que la viven.
Ese sentimiento de indignación viril que los anima ahora con respeto a Haití, volvámoslo contra el que esclaviza y explota a los dominicanos; contra el que, con la presión de su poder casi total, cambia los sentimientos de todos los dominicanos, los mejores sentimientos nuestros, forzándonos a abandonar el don de la amistad, el de la discreción, el de la correcta valoración de todo lo que alienta en el mundo. Y después, convoquemos en son de hermanos a los haitianos y ayudémosles a ser ellos libres también de sus explotadores; a que, lo mismo que nosotros, puedan levantar una patria próspera, culta, feliz, en la que sus mejores virtudes, sus mejores tradiciones florezcan con la misma espontaneidad que todos deseamos para las nuestras.
Hay que saber distinguir quién es el verdadero enemigo y no olvidar que el derecho a vivir es universal para individuos y pueblos. Yo sé que Uds. saben esto, que Uds., como yo, aspiran a una patria mejor, a una patria que pueda codearse con las más avanzadas del globo. Y no la lograremos por otro camino que por el del respeto a todos los derechos, que si están hoy violados en Santo Domingo no deben ofuscarnos hasta llevarnos a desear que sean violados por nosotros en lugares distintos.
Yo creo en Uds. Por eso he sufrido. Creo en Uds. hasta el hecho de no dolerme que Marrero mostrara a Emilio el papelito que le escribí con ánimo de beneficiarlo y sin ánimo de molestar ni por acción ni por omisión a Emilio. En todos creo, a todos los quiero y en su claro juicio tengo fe. Por eso me han hecho sufrir esta tarde.
Pero el porvenir ha de vernos un día abrazados, en medio de un mundo libre de opresores y de prejuicios, un mundo en que quepan los haitianos y los dominicanos, y en el que todos los que tenemos el deber de ser mejores estaremos luchando juntos contra la miseria y la ignorancia de todos los hombres de la tierra.
Mándenme como hermano y ténganme por tal.

Juan Bosch.
(En: Para la historia, dos cartas, Santiago, República Dominicana. Editorial el Diario, 1943, pp. 3-8)
Juan Emilio Bosch y Gaviño (La Vega, 30 de junio de 1909 – Santo Domingo 1 de noviembre de 2001). Ensayista, cuentista, novelista y político dominicano. Fue el primer Presidente Constitucional de la República Dominicana elegido democráticamente luego de la muerte del dictador Rafael Trujillo en 1961. Fundó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en 1939 y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 1973.460

jueves, 29 de enero de 2015

José Martí en Montecristi: Noticias que cambiaron la Historia

Por: Carlos Rodríguez Almaguer

José Martí y Máximo Gómez
LOS HECHOS
El martes 26 de febrero 1895, es recibida en la casa del General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez, en Montecristi, República Dominicana, la noticia del alzamiento de los patriotas cubanos contra el dominio colonial de España. José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano, había llegado a esa ciudad el día 7 del mismo mes para reunirse con el viejo soldado a fin de recomponer los hilos del entramado conspirativo que habían sido destrozados en parte por los sucesos de La Fernandina, dejando a los revolucionarios sin los recursos allegados durante tres años de trabajo sigiloso y fecundo.
El levantamiento había tenido lugar el 24 de febrero simultáneamente en varios lugares del país, según lo acordado por los dirigentes de la insurrección y reflejado en la orden de alzamiento firmada el 29 de enero en Nueva York, por el Delegado y los generales José María Rodríguez y Enrique Collazo.
Al conocerse la noticia el general Gómez convoca a una reunión urgente de los patriotas que se encontraban con él. Acuerdan que Gómez, Francisco Borrero, José María Rodríguez, Ángel Guerra, Enrique Collazo y ocho o diez hombres más se embarcaran hacia Cuba, y que el Delegado regresara a Nueva York para fortalecer la contienda militar de la isla con el envío constante de pertrechos y hombres, además del apoyo propagandístico en favor de la revolución, labores que pocos como él podrían realizar con tanta diligencia y acierto. Martí luego de oponerse con vehemencia a esta decisión que consideraba injusta e impolítica, terminó acatándola para no socavar el principio de autoridad y disciplina tan necesarios en esa hora decisiva. Consideraba no solo útil, sino imprescindible, su presencia en las filas de la insurrección, pues esto contribuiría a satisfacer su interés principal de ayudar con su autoridad y visión política a dar forma viable y eficaz a la República que habría de llevar dentro y sin estorbo la revolución armada y, al mismo tiempo, deshacer los reproches de quienes veían en él a un político verboso incapaz de hacer acto de presencia en los campos del honor una vez sonada la hora de la contienda.
Dando una muestra superior de dominio de su carácter, Martí asumió contra su voluntad la decisión de la mayoría y se dio a la tarea de acopiar recursos y armas para la expedición. Con este objeto, había previsto su viaje a Santo Domingo para el sábado 9 de marzo, pero el periódico dominicano Listín Diario de este día publicó una nota en la que reseñaba, variando ligera y al cabo catastróficamente su significado,una noticia aparecida en el New York Herald del 2 del propio mes, donde se aseguraba que Martí y Gómez eran los caudillos del alzamiento insurreccional en Cuba y que ambos jefes se encontraban ya en la isla.
Demás está decir la vehemencia con que Martí defendió en este nuevo contexto lo imperioso que resultaba, desde el punto de vista moral y político, su arribo a los campos de Cuba. No pudo el general disuadirlo otra vez, y fue incluido desde entonces como un miembro principal de la expedición que finalmente llevaría únicamente a seis de ellos, cuatro cubanos: José Martí, Francisco Borrero, César Salas y Ángel Guerra; y dos dominicanos: Máximo Gómez y Marcos del Rosario. Solo sobrevivirían a la contienda los dos quisqueyanos, cayendo lo cuatro cubanos en distintas operaciones combativas durante la guerra, el primero sería el propio Martí.
LAS NOTICIAS DEL HERALD
En su edición del sábado 2 de marzo de 1895, el diario New York Herald publicaba varias noticias sobre la situación de la guerra de Cuba, muchas de ellas contradictorias teniendo en cuenta lo prematuro de la insurrección y el énfasis del gobierno colonial en desfigurar los hechos para restarles importancia ante la opinión pública. Junto a las noticias sobre apresamientos, deserciones y enfrentamientos entre rebeldes y tropas del ejército ocurridas en sitios como Ibarra, Colón, Pinar del Río, La Habana y Santiago de Cuba, aparece un despacho fechado el día anterior en La Florida donde se asegura que Martí llegaría a los campos de la guerra:
MARTÍ DESEMBARCARÁ
Exhortación a los patriotas de La Florida por los líderes de Nueva York.
(Por el Telégrafo del Herald)
Tampa, Florida, Marzo 1, 1895.—El coronel Figueredo, jefe cubano aquí, recibió hoy un telegrama desde Nueva York firmado por Guerra y Quesada, que dice:–“Hemos recibido noticias las cuales nos aseguran la fortaleza del movimiento, y garantizamos el arribo de Martí, Gómez y Collazo.”

Conociendo bien los esfuerzos de España por desacreditar o eliminar toda noticia sobre la rebelión, los cubanos aquí leen entre líneas y creen que su revolución es fuerte y pujante. Poseen cartas privadas confirmándolo. Un caballero dice:–“Noticia de Santiago es que el general La Chambre perdió un número de hombres en su encuentro con los insurgentes dirigidos por Brooks y estos son mucho más numerosos que lo que los despachos han hecho parecer. Henry Brooks es natural de Boston y dueño de grandes minas de cobre y oro, donde trabajan cerca de cuatro mil hombres muchos de ellos americanos, y se cree que la mayoría lo acompaña.”
El Dr. Valdés Domínguez, de Tampa Occidental, quien se exilió desde Santiago hace seis meses debido a su fuerte sentimiento patriótico, conoce bien a Brooks, y dice que sus movimientos han estado dirigidos por el Dr. Ramos.
Otras cartas dicen que las cárceles y prisiones están llenas de cubanos, arrestados por sospecha simplemente, muchos de ellos son ricos. Ellos probablemente compartirán la suerte de los cuatrocientos cubanos ricos lanzados a prisión por sospecha en 1869. Los españoles finalmente cambiaron la tortura de los prisioneros cubanos por la muerte en vida en Fernando Poo, fortaleza militar española en el Golfo de Guinea.
Se cree que los arrestos de cubanos prominentes, forzará a muchos de ellos a salir al campo para evitar ser arrestados.
Un periódico español publica un llamado hecho a Martí y Gómez, a deponer las armas en ocho días, o les pondrán precio a sus cabezas. El País, el periódico conservador y oficialista español, dice de Maceo, el general mulato con rango próximo a Gómez en habilidad y destreza:–“España debe vigilar mucho a Costa Rica y a Maceo, porque si se le permite desembarcar, Cuba está perdida.”
Las noticias revolucionarias están despertando la generosidad entre los tabaqueros cubanos aquí, eso es maravilloso. Con dos mil dólares han contribuido hoy en una sola fábrica, y los fondos levantados esta semana para Cuba alcanzarán treinta o cuarenta mil dólares para mañana en la noche. Un hombre hoy se comprometió a entregar mil dólares —todo lo que posee— a la causa, y otro que gana cuatro dólares al día ha prometido vivir con veinticinco centavos hasta que pueda irse a Cuba a pelear, el resto será para contribuir a la causa.
MARTI 3
LAS NOTICIAS EN EL LISTÍN DIARIO
Por su parte, el principal periódico dominicano con el subtítulo de “La insurrección en Cuba” reseñaba ese día ampliamente la noticia de la muerte del patriota Manuel García , hombre de controversial trayectoria conocido como “El Rey de los campos de Cuba”, alzado y muerto el mismo 24 de febrero en la región de Matanzas.
La noticia sobre el desembarco de Martí y Gómez, sin embargo ocupa un pequeñísimo, casi invisible, espacio en la sección de Avisos y expresa textualmente:“El “NewYork Herald” dice que don José Martí y el general Máximo Gómez son los jefes de la actual insurrección en Cuba, y que ambos se encuentran en aquella Isla.”Como puede verse la información del periódico norteamericano, que anuncia esto como una posibilidad más o menos inmediata, ha sido “interpretada” por los redactores del diario dominicano, quienes dan como un hecho la presencia de Gómez y Martí en las filas de los insurrectos cubanos. Esta nota afirmativa, categórica, es la que el Apóstol lee en Montecristi y la que determina finalmente su inclusión en la expedición de Gómez, que sale de esta ciudad de la costa norte quisqueyana, protegida por la lobreguez de la noche y el beneplácito de las autoridades locales , el 1 de abril de 1895para, luego de varios contratiempos, desembarcar en la Playita, al pie de Cajobabo, en la costa sur de Guantánamo, el 11 de abril a las 10 y 30 de otra noche tormentosa y oscura.
EN TORNO A LOS HECHOS
El artículo del Herald dice claramente que el coronel Figueredo ha recibido un telegrama de Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada, el tesorero del Partido Revolucionario Cubano y el secretario del Delegado, respectivamente; los dos hombres a quienes Martí confió elmanejo de los hilos conspirativos desde Nueva York, así como la edición del periódico Patria, entre otras tareas. Según el cable, que reproduce textualmente el diario, ellos dicen haber recibido información que les permite “garantizar” el arribo de Martí, Gómez y Collazo. ¿De dónde recibieron esa información tan categórica? Ninguna comunicación de las conocidas hasta hoy enviadas por Martí desde la República Dominicana en los días previos a la publicación de estas noticias, en uno u otro diario, nos permite entrever que el Apóstol haya indicado tal “estrategia”para obligar a Gómez a llevarlo con él. De manera que solo la necesidad de aumentar el crédito de las acciones combativas, lo cual nos parece irresponsable e improbable en esos dos patriotas, o acaso fuera la ambigüedad del telegrama enviado a Figueredo lo que permitió a su vez una “interpretación” de los redactores del Herald tal como lo hicieran a todas luces los del Listín Diario, lo que provocó la cadena de sucesos que conllevaron al desenlace fatal aquel mediodía del 19 de mayo de 1895 en los potreros de Dos Ríos.
El propio Máximo Gómez, al referirse a estos acontecimientos, el 22 de agosto de 1895, en carta a Tomás Estrada Palma, confiesa: “Seis días antes de embarcarnos lo había yo decidido a quedarse, pero un aviso publicado imprudentemente en Patria lo hizo volver atrás, y ya a mí no me fue posible convencerlo y nos echamos a la mar. Pudiera decirse que los amigos de Martí, que alocados lo endiosaban, lo empujaron a ocupar un lugar que no era el suyo y donde pereció sin beneficio para la patria y sin gloria para él.” Evidentemente esta opinión absoluta del amigo y compañero dolido tiene un peso relativo en la historia, pues los sucesos posteriores demuestran que, aun cuando su vida hubiera sido sin duda más valiosa a la causa y al porvenir de Cuba, su muerte a destiempo contribuyó desde entonces y de forma creciente a unir el espíritu cubano y a fortalecer el sentimiento de amor a la sufrida isla antillana.
Tal fue el sino trágico de estas breves noticias que cambiaron el rumbo del Apóstol de Cuba y también el de la historia.

Juan Bosch. Carta a Gabriel García Márquez.

El Camino Real de Aureliano Buendía

La casa natal de Gabriel García Márquez en Aracataca convertida en Museo. Foto: El País.
La casa natal de Gabriel García Márquez en Aracataca convertida en Museo. Foto: El País.
“¿Qué hace usted, Gabriel García Márquez, viviendo entre los hombres comunes?” Profesor Juan Bosch. Carta a Gabriel García Márquez. Santo Domingo, 3 de julio de 1972.
Era 18 de noviembre de 1958, y en el Auditorio de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela, el escritor dominicano Juan Bosch, ya para entonces uno de los más reconocidos cuentistas de América Latina, comenzaba a impartir el cursoIdeas Generales sobre el arte de escribir cuentos. A sus conferencias asistía un joven periodista “venezolano” de apellido Márquez, que trabajaba en la revista Momento de Caracas. Según el propio Bosch, este joven “no había faltado a una sola de las conferencias, tomaba nota de todo lo que yo decía y después que yo terminaba de hablar comenzaba él a hacer preguntas.”
Diez años después, en marzo de 1968 y ya en Santo Domingo, el otrora maestro de narraciones breves y ex presidente de la República Dominicana, Juan Bosch, estaba a punto de partir hacia Barcelona adonde era llamado para impartir algunas conferencias sobre problemas de América Latina, cuando llega a sus manos una carta. Cuenta el propio Bosch que solo atinó a leer el final de la firma del remitente, “Márquez”, pues estaba imbuido en la elaboración de un artículo que debía despachar de inmediato. Y se dijo: “Es Márquez, el periodista venezolano”. Tres días más tarde despertó sobresaltado en la madrugada. Al sentirlo, doña Carmen le preguntó qué sucedía, a lo que él respondió: “Es que creo que tengo ahí una carta de Gabriel García Márquez”, y corrió a revisar sus papeles. Efectivamente, la carta era del escritor colombiano a quien la pareja dominicana consideraba, desde que conocieron su obra La Hojarasca, “un nombre sagrado”.
Cuando ocurrió su nuevo encuentro en Barcelona, donde vivía el Gabo, dice Bosch que efectivamente reconoció en él a aquel joven periodista a quien había creído venezolano porque el apellido Márquez era muy común en la patria de Bolívar. Preguntado sobre si era él quien asistió a aquellos cursos en Caracas, García Márquez respondió que sí, y que aún guardaba las notas de aquellas conferencias “y las releo cada vez que escribo un cuento, porque antes de escribir una novela me hago la mano escribiendo cuentos”. Y Bosch, enfatiza este hecho porque en cada uno de esos breves relatos iba acumulando ideas que luego desarrollaba en sus novelas, de manera que el gran colombiano no era un improvisador sino  un trabajador que elaboraba su obra concienzudamente, “y es bueno que eso se sepa en la América Latina, donde se ha improvisado tanto, y fuera de América Latina, donde corre la leyenda de que aquella es la tierra del “mañana, mañana” y del “ya veremos””.
Estas anécdotas y apreciaciones sobre la obra del Nóbel de Literatura 1982, las escribe Juan Bosch a solicitud de la revista norteamericana New York Book Review, el 7 de noviembre de 1968, desde Benidorm, España, cuando daba los toques finales de suComposición Social Dominicana. Historia e interpretación, cuyo preámbulo está fechado 16 días más tarde.
La amistad que uniría para siempre a estos dos grandes narradores tuvo, como se ve, un origen literario. Sin embargo, en su arraigo y profundización influyó mucho el hecho de que ambos eran apasionados defensores de la condición latinoamericana, de la historia de gloria y de dolor de nuestros pueblos artísticos y originales en los que la naturaleza misma se presta a convertir en mágico o milagroso el acto cotidiano, avivado por la imaginación sin límites del ser que habita en estas tierras.
Ejemplo de lo anterior es la participación de ambos en las sesiones del Tribunal Russell Segundo, en 1975 y 1976, convocados para juzgar los golpes de estado, las tiranías, las violaciones de derechos humanos y las agresiones imperialistas en América Latina. También fueron activos participantes de los Encuentros de Intelectuales en Defensa de la Soberanía y la Paz, así como la activa militancia de ambos en defensa de la Revolución cubana y la amistad invariable con su líder Fidel Castro.
Algo se ha dicho sobre la relación Maestro-Discípulo entre Bosch y el Gabo; pero en honor a la verdad ambos fueron discípulos y maestros de la mejor tradición de la cultura del Caribe y de nuestra América, en la que una parte puede representar al todo pero solo el todo podría colocar en su justa grandeza a cada una de las partes. Así, el creador del Coronel Aureliano Buendía dedica, en 1975, su libro El otoño del patriarca a “mi maestro Juan Bosch”; y el autor de Camino Real dirá, en el trabajo a que hemos hecho referencia, que “La lengua de García Márquez no manifiesta un estilo personal; el estilo de García Márquez está en lo que dice, no en la manera de decirlo, y lo que él dice no puede ser descrito y no puede ser explicado.”

EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

DANIEL BALCÁCER: EL DUARTE DE MIGUEL NÚÑEZ

De  Juan Pablo Duarte  solo se conoce una fotografía hecha en  Caracas  en 1873 cuando el patricio contaba con 60 años de edad.  A...