El discurso de acontecimientos que terminaron en el juicio político express que logró reemplazar a Fernando Lugo por su ex vicepresidente se explica ante todo por la estrechez económico-cultural que sacude impiadosamente al Paraguay desde la Guerra de la Triple Alianza. Sobre el muñón humeante y atroz a que se redujo el país se alzó un Estado de capangas y devoradores de mensúes, que en lo esencial continúa hasta hoy. La pujante primera democracia campesina de América del Sur se redujo al latifundio, el obraje y el contrabando.
Con los años, el obraje desapareció y fue suplantado por unas escasísimas monedas a cambio de la exportación forzada de energía hidroeléctrica. La liquidación de los varones impuso la poligamia como una necesidad, y el otrora orgulloso país de los López y de Francia se convirtió en triste fuente de mano de obra barata para la Argentina y, en menor medida, Brasil.
El ciclo del obraje, que duró hasta mediados del siglo XX, fue el de dominación argentina sobre el Paraguay; los obrajeros, exportaban su producción por vía fluvial, es decir por vía de Buenos Aires. El fin del ciclo no produjo ningún avance significativo para el pueblo paraguayo, aplastado por el stronismo. A dueños de obrajes y capangas los reemplazaron latifundistas y contrabandistas.
En el siguiente acto del drama, Stroessner prostituye el origen popular del partido Colorado, que nace en lucha contra la oligarquía obrajera filoporteña, sella un acuerdo no escrito con el Brasil de los generales proyanquis, y preside la lenta pero incesante conversión de buena parte del latifundio paraguayo en latifundio brasilero.
Los errores cometidos por Fernando Lugo solo pueden entenderse dentro de este marco siniestro. Pero existieron. Mucho más importante, sin embargo, es señalar que argentinos y brasileños tenemos una inmensa cuota de responsabilidad histórica, como mínimo, en la destitución del ex sacerdote, y por lo tanto también en la búsqueda de soluciones que permitan revertir esta chirinada parlamentaria.
Simplemente, no se puede admitir un gobierno que pone a un masacrador de campesinos como jefe de policía… ¡en nombre de los mismos campesinos masacrados! Lugo llegó al gobierno con una alianza insostenible de demócratas formales, sombríos burócratas y oligarcas librecambistas. En su afán de sostenerse y al mismo tiempo contener los embates de un establishment que permanecía intocado, hizo tantas concesiones que no resolvió uno solo de los dilemas estructurales del Paraguay.
En particular, no cumplió con su promesa de iniciar una profunda reforma agraria. Cuánto habrá tenido que ver en esto la presión bandeirante no lo sabemos, pero no puede ser casualidad que el golpe parlamentario haya empezado cerca de la frontera brasileña.
Así, se le recrimina el diálogo con las organizaciones sociales (allí los opositores son tan “demócratas” como aquí), pero evitó adoptar medidas en beneficio de un campesinado agobiado y en detrimento de grandes propietarios ineficaces a la hora de construir riqueza nacional. Lugo no disciplinó a las fuerzas armadas y de seguridad, que quedaron bajo el paraguas protector de un Ministerio del Interior dirigido por los grupos más reaccionarios de la alianza con que llegó a la presidencia.
Su base de poder, los campesinos, quedaron a la espera de medidas que nunca llegaban. Y cuando se produjo el enfrentamiento de Curuguaty sólo pudieron atinar a transformar sus protestas contra la demora en repudio tardío de los hechos consumados que se sucedieron sin dar aliento. Ahora, si Argentina y Brasil no toman medidas drásticas, todo el edificio de la unidad americana queda cuestionado.
No se trata de defender la democracia. Se trata de defender la soberanía popular y la marcha hacia la unidad del Sur.
POR DOMINGO SCHIAVONI
(Fuente: Geógrafo, historiador y encumbrado dirigente de la Izquierda Nacional argentina, Néstor Gorojovsky, y periodista y profesor de Comunicación Social afiliado a la misma corriente, licenciado Gabriel Fernández).
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