(...) en La Vega, por ejemplo, ciudad que era centro de una zona muy católica, un sacerdote se negó a cantar una misa que querían dar los jóvenes del PRD “porque el PRD es comunista”. Los sacerdotes que habían desatado sobre el PRD la lengua sagrada de los salmos —una lengua que debería atenerse únicamente a la glorificación del Señor y a la propaganda de la religión— no habían dicho que los dominicanos debían votar por los cívicos o por los socialcristianos; habían afirmado que yo, el candidato del PRD, era comunista; y para hacer frente a esa acusación autorizada por los representantes de Dios en este mundo de miserias, yo tenía que demostrarle al Pueblo que los sacerdotes no decían la verdad. La tarea no era fácil. El Comité Ejecutivo Nacional del PRD se dirigió a la alta jerarquía católica pidiéndole que aclarara la situación; la alta jerarquía respondió con un comunicado que no aclaraba nada y, por tanto, confundía más a todo el mundo. La alta jerarquía de la Iglesia dominicana se lavaba las manos como Poncio Pilatos mientras un grupo de fariseos gritaba: “¡Suelta a Barrabás, queremos a Barrabás!”. Rápidamente, planeamos una estrategia de emergencia: yo me retiraría como candidato presidencial, y si a pesar de eso la Iglesia no desautorizaba al padre García, invitaría al padre a una polémica a través de la televisión; ahora bien, como era posible que el padre recibiera orden de no aceptar la polémica, mi invitación se haría a última hora, cuando ya la jerarquía católica tuviera conciencia de la responsabilidad que le cabría en caso de que el PRD no fuera a las elecciones. Salvador Pittaluga, que sostenía un programa de televisión, se dio cuenta de que tenía ante sí una oportunidad que difícilmente volvería a tener en años, y habló con el padre García. La idea de Pittaluga era escoger un intelectual de prestigio como moderador, pero yo le dije que debía ser él mismo. A través de Pittaluga, el sacerdote impuso una sola condición: que la polémica no se saldría en ningún caso del tema que la provocaba, es decir, su aseveración de que yo era marxista-leninista. Acepté, desde luego. El encuentro duró varias horas, con todo el país pendiente de sus resultados, pues al mismo tiempo que por televisión, se transmitía por radio. Probablemente más de un millón de dominicanos estuvieron hasta cerca de las dos de la mañana pegados a televisores y radios. Muchas mujeres ofrecieron promesas de ir al Santo Cerro y a Higüey —los dos santuarios dominicanos—, de vestir hábitos, pagar misas y velas y de hacer penitencia con tal de que el padre Láutico García no saliera vencedor esa noche; de donde resulta que la religión que los sacerdotes predicaban servía para que numerosos de sus fieles consolaran la pena que esos sacerdotes les causaban. El padre Láutico García era español, razón por la cual yo llevé al estudio de televisión un diccionario de la Real Academia Española seguro de que no lo rechazaría, y con ese diccionario se dilucidaría si el padre decía la verdad al acusarme de marxista-leninista, pues de la interpretación que él había hecho de los artículos en que basaba la acusación, yo había sacado en claro una cosa: el sacerdote había tomado las palabras en su valor callejero; no se había dado cuenta de que esos artículos eran de ciencia política y no tomó las palabras en su estricto sentido científico. Hasta ese momento, un número alto de gente de la pequeña y la mediana clase media se había negado a oír mis charlas de radio. Esa gente creía que yo era un demagogo. Ellos oían a los cívicos y a los partidarios de otros grupos decir que yo hablaba para “la chusma”, “la plebe”, que mi lenguaje era el del Pueblo. Pero esa noche me oyeron porque esperaban ver al padre Láutico García apabullarme con su sabiduría, la sabiduría tradicional de los jesuitas. Y esa noche, sin que me lo propusiera, tuve que hablar la lengua que exigían las circunstancias, la que me habían enseñado los distinguidos autores de tratados de ciencias políticas y sociales que había tenido que leer durante años. Esa noche, pues, unos cuantos miles de dominicanos descubrieron quién era el candidato del PRD; de manera que al terminar la polémica había quizá cincuenta mil perredeístas más que el día en que Monseñor Pérez Sánchez inició la ofensiva sacerdotal con la ingeniosa acusación de que Thelma Frías había hecho algo que equivalía a reemplazar el escudo de la bandera por la hoz y el martillo. El padre García se había resistido tenazmente a reconocer que yo no era comunista, pero yo sentía, allí en el estudio de televisión, que ya todo el Pueblo acusaba en su intimidad al sacerdote de negarse a decir algo que era evidente a sus ojos. El padre García no tenía argumentos con que mantenerse en su posición, pero no cedía. Y de pronto comenzó a leer párrafos de un libro. Cuando terminó le dije: “Yo no he escrito eso en mi vida, padre”. “No, no lo escribió usted; lo escribió Ángel Miolán”, respondió. El padre Láutico García había exigido, a través de Salvador Pittaluga, que la polémica se mantuviera en el terreno estricto de la acusación que él me había hecho a mí, sólo a mí, y yo había aceptado. Pero el padre Láutico García, quizá sin él mismo saberlo, servía la estrategia de “el golpe primero, las elecciones después”. Estábamos a una altura —era la noche del 18 al 19 de diciembre, y las elecciones serían el día 20— en que era imposible evitar las elecciones y con ellas la victoria del PRD; pero todavía era tiempo de echar las bases del golpe futuro, y en ese golpe iba a jugar un papel muy importante ese rumor de “Juan Bosch no lo es, pero Ángel Miolán sí es comunista”. Y resultaba que Ángel Miolán no había sido nunca comunista. Había sido aprista, en sus días de México; y toda persona versada en filiaciones políticas en América sabe que aprismo y comunismo son posiciones tan opuestas como lo eran años atrás evangelistas y católicos, y así como unos y otros tienen a Cristo por la base de sus creencias, así apristas y comunistas tienen en la filosofía de Carlos Marx su fuente de origen. El lenguaje socio-político de casi todos los partidos modernos del mundo occidental es parecido; socialistas de Europa, apristas del Perú, revolucionarios de México, acción democratita de Venezuela, liberales de Colombia, hablan de proletariado, lucha de clases, burguesía, imperialismo, revolución social. En aquellas páginas escritas por Ángel Miolán en el México de 1938 ó 1939, cuando todo México trepidaba bajo el impulso revolucionario, no había el menor asomo de comunismo. El padre Láutico García acabó admitiendo que yo no era comunista, pero dejó en el aire, flotando como un veneno, la idea de que Ángel Miolán lo era; en suma, el plan golpista era ya una semilla en la tierra, que no tardaría en germinar. “Golpe primero y elecciones después”. Y así se hizo, aunque a la vista del Pueblo parece que hubo elecciones primero y golpe después.
EL PAPEL DE LA IGLESIA EN EL GOLPE
El padre Láutico García admitió que yo no era comunista, pero los sacerdotes que habían tomado la vanguardia en la ofensiva contra el PRD no cejaron un paso; al contrario, pasadas las elecciones organizaron la lucha y no la abandonaron ni siquiera después de caído el Gobierno constitucional. Como me daba cuenta de que sería así, no recibí como señal de paz la admisión de que yo no era comunista, hecha por el padre García ante todo el Pueblo: “¿Insiste usted en no ser candidato presidencial?”, me preguntó el moderador en el último minuto de la entrevista. Y le respondí: “No quiero ser candidato porque sé que el PRD ganará las elecciones, y si las ganamos, el Gobierno que yo presida no podrá gobernar: será derrocado por comunista en poco tiempo”. Ya era imposible, sin embargo, renunciar a la candidatura. Afuera del estudio de televisión esperaba una multitud regocijada; en los barrios las calles estaban animadas como de día, a pesar de que eran las dos de la mañana; los centenares de millares de perredeístas que lanzaban a esa hora vivas entusiastas en todos los rincones del país, esperaban ir a votar treinta horas después. Yo tuve que aceptar esa presión de las masas, y si hay algo de que me arrepiento en la vida es de haber aceptado ir a la elección como candidato presidencial sabiendo, como lo sabía sin la menor duda, que el Gobierno que me iba a tocar encabezar sería derrocado quizá antes de que tomara el poder. “El mundo se divide en dos bandos: el de los que aman y edifican y el de los que odian y destruyen”, había dicho Martí. El odio de la casta de “primera” y de la alta clase media al Pueblo, operando sobre una clase media sin propósitos, sin principios, sin patriotismo, sin amor, iba a destruir en poco tiempo lo que el Pueblo había hecho con su fe democrática. Todo lo que la gente de “primera” había aprendido en la Universidad de Santo Domingo y en universidades extranjeras, los libros que habían leído, los títulos que habían obtenido, fue usado para esa tarea destructora. Uno de esos “líderes” de ventorrillos políticos lanzó a la calle esta peregrina teoría: “Las elecciones no son válidas porque Juan Bosch engañó al Pueblo”. Todavía estaba distante el día en que yo asumiría la Presidencia y ya se tergiversaba la doctrina democrática en forma tan increíble. Todo el mundo sabe que las doctrinas políticas son producto de pactos sociales, que se establecen sobre un acuerdo expreso o tácito de la sociedad, y que todas, sin excepción, reconocen que en cada una de ellas hay un punto de partida convencional y sin embargo dogmático en sus resultados —y yo diría que en su propia naturaleza de hecho que no admite discusión—, y que no hay forma humana de fundar un sistema político sin esa convención fundamental. El sistema democrático parte de un punto: la soberanía reside sólo en el Pueblo y lo que éste decide por voluntad mayoritaria es sagrado, y por tanto debe ser admitido sin un titubeo por todas las partes. En pocas palabras, no puede haber democracia representativa si no se acepta que la voluntad del Pueblo, expresada libre, legítima y limpiamente, es la base misma del sistema.
El Progresista: "Moral y luces", es un espacio para el estudio, análisis, refexion y propuestas en el ámbito político, económico, social y cultural desde una perspectiva histórica tomando como referente el pensamiento ético, humanista y patriótico de Duarte, Luperon y Bosch, las tres raíces del árbol de la patria
MORAL Y LUCES
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Excelente y oportuno ESTE DOCUMENTO ILUSTRA SOBRE EL PASADO RECIENTE Y HACE UN LLAMADO DE REFLEXIÓN Y ATENCIÓN AL PRESENTE HISTÓRICO QUE VIVIMOS, UN MOMENTO EN QUE EL PPH PRETENDE REPRODUCIR LAS MENTIRAS DE ESA BURGUESÍA ECLESIAL DE PRINCIPIO DE LA DÉCADA DEL 60. FELICITO LA INICIATIVA DE EDUCAR A NUESTRO PUEBLO PARA QUE CONOZCA LOS ORÍGENES Y MAQUINACIONES DEL PPH.
ResponderEliminarIndependientemente de que el golpe de estado constituyó una violación a nuestra Constitución, Juan Bosch era marxista leninista.
ResponderEliminarEse anónimo, es peor que el irraciocinio del padre Laútico, porque por lo menos el Padre admitió que se equivocó y pidió perdón. Y las consecuencias de ese error, las estamos viendo en el día a día. Lo que ello significa, es que la ignorancia ignomínia de muchos la han transmitido a la cruz que carga el pueblo dominicano sobre sus hombros y cuan largo es el camino bacho. Desde Madrid.
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