Sometidos
a una permanente erosión ideológica y cultural por la acción combinada de la
televisión, radio y casi todos los medios escritos, muchos chilenos parecen
vivir un pesado sopor respecto a sus derechos más elementales y en la más
absoluta ignorancia política. No parecen importar la desigualdad creciente
entre pobres y ricos, la concentración de la riqueza en pocas manos, el
imperio del lucro y el individualismo, el aumento acelerado del desempleo
como efecto de la crisis capitalista, la explotación y la discriminación
vergonzosa que sufren los pobres en general y sectores como el pueblo
mapuche, en especial.
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"Miguel sigue viviendo en el corazón y en la
mente del pueblo, de los estudiantes, de los profesionales, de los artistas, de
los intelectuales, de todos aquellos que quieren un mundo mejor y más justo
para todos, y no sólo y exclusivamente para un grupo de privilegiados." (Edgardo
Enriquez, padre de Miguel leyenda) |
Asistimos
a un gigantesco acto de prestidigitación política: los más agudos problemas
parecen desvanecerse mediante la parafernalia publicitaria que alienta un
loco consumismo y el circo embrutecedor de la política convertida en
espectáculo. Es cierto -reconocen todos- que hay sufrimientos y desigualdades
profundas, pero esos males no tienen remedio y pueden ser metabolizados por
el sistema de manera cínica, concediéndoles espacio en la farándula que
convierte la miseria, las carencias y el dolor en banalidades humillantes. El
mensaje de los medios es que debemos conformarnos con lo que hay, porque
pretender algo más es peligroso, y podría retrotraernos a la crisis de los
70. Todo el aparataje del sistema de dominación quiere convencernos que no
hay salida a esta situación, que no es posible una sociedad en que imperen la
armonía y la igualdad de derechos y deberes. Se nos ha convertido en un
rebaño de ovejas, cuya mansedumbre y conformismo están muy lejos de la
concepción del ciudadano participante y activo de una república democrática.
En este
clima avanza la campaña electoral. En menos de 150 días tendremos nuevo
presidente de la República y nuevo Congreso. El triunfo de la derecha es una
posibilidad que se avizora real. Por lo demás, esto ha estado a punto de ocurrir
en las dos elecciones presidenciales anteriores, en que tanto Ricardo Lagos
como Michelle Bachelet se salvaron raspando en segunda vuelta, sólo por
representar el “mal menor”. En la última elección presidencial los candidatos
de la derecha, Sebastián Piñera y Joaquín Lavín, acumularon en primera vuelta
3.376.302 votos, en tanto Bachelet consiguió 3.190.691 (y Tomás Hirsch,
candidato de humanistas y comunistas, recibió sólo 375.048 votos). En el
balotaje Bachelet obtuvo casi 500 mil votos adicionales, provenientes de la
Izquierda e independientes, lo que mantuvo a la Concertación en el gobierno
por un cuarto período.
Sin
embargo, parece que esta vez el factor del “mal menor” no jugará el mismo
rol. Tanto por el desgaste de la Concertación -acentuado por la corrupción y
el debilitamiento de sus partidos- como por el eclipse de toda diferencia
sustantiva entre el bloque de gobierno y la Alianza derechista. La
oligarquización de la política, que ha permitido nacer a una casta que
comparte privilegios y espacios exclusivos, ha cavado un abismo entre el
pueblo y la política. Votar por un candidato de la Concertación o de la
Alianza es jugar a una ruleta en que siempre gana la banca.
Desde hace
meses, el especulador financiero y dueño de medios de comunicación, Sebastián
Piñera, se mantiene a la cabeza de las encuestas, tanto de las serias como de
las otras. El escenario político parece ser cada vez más favorable a sus
pretensiones, debido a la descomposición de la Concertación y a que decenas
de millones de dólares -aportados por las grandes empresas que invierten en
influencia política- se gastarán en las elecciones de diciembre. Esos
recursos servirán para nublar todavía más la visión de los electores. Por
primera vez en más de 50 años, la derecha está en situación de llegar
democráticamente al gobierno, controlando lo poco que le queda por manejar.
Esto sería, sin duda, peor para los pobres. El posible triunfo de la derecha
será también consecuencia de lo que ha hecho la Concertación, que representa
un proyecto agotado tras veinte años de gobernar en coyunda con la derecha,
salvo en lo relativo a violaciones de los derechos humanos ya que hasta ahora
no ha aceptado la impunidad. La superexplotación de la clase trabajadora, en
cambio, ha aumentado -en especial durante el gobierno de Ricardo Lagos- a un
extremo que envidiaría el más conservador de los gobiernos. Mucha gente cree
que con Piñera las cosas no serían muy distintas a como lo serían con Eduardo
Frei. Y tienen razón. Así como tampoco lo serían con Marco Enríquez-Ominami.
Todos ellos -los candidatos favorecidos por las encuestas- se declaran
fervientes partidarios del transversalismo político, que con el eslogan
“gobernar con los mejores”, garantiza a cada cual una tajada de la torta
fiscal.
Existe, sin
embargo, un dilema que a pocos interesa poner al descubierto. O seguimos
siendo un rebaño de ovejas que marchan sumisas en la dirección que imponen
sus pastores, o nos asumimos de una vez y para siempre como ciudadanos, o sea
como personas responsables, críticas y libres, que entienden lo que está
pasando en Chile y en el mundo. Dispuestas a actuar para que las cosas
cambien y seamos capaces de construir un destino positivo para las mayorías,
que proponga metas y proyectos, que trace una gran tarea nacional en que el
principio orientador sea el bienestar general y no el lucro, la solidaridad y
no el egoísmo, la honestidad y no la sinvergüenzura. Un proyecto en el cual
la soberanía esté garantizada por el dominio nacional sobre las riquezas
fundamentales, renovables y no renovables, y en el cual el Estado actúe con
firmeza en busca de igualdad de oportunidades, educación de calidad, salud
digna, viviendas confortables y reales posibilidades de desarrollo humano. Un
país en que, como se exigía en los años de lucha contra la dictadura, haya
pan, trabajo, justicia y libertad.
Al
secuestrarnos la ciudadanía para mantenernos en condición de ovejas, se busca
deliberadamente liquidar nuestros sueños. Y favorecer así la supremacía
incontrarrestable de los sectores dominantes, de los únicos que tienen
posibilidades de soñar y materializar proyectos marcados por el lucro, el
desprecio por el medio ambiente y una visión chata del presente, y no por la
proyección de futuro.
Los temas
realmente importante están ausentes de la campaña presidencial. Ninguno de
los candidatos con opción de ser elegido se propone producir la gran
transformación de un Chile de temerosas ovejas a un país de valientes y
audaces ciudadanos. En esta campaña no hay debate de ideas sino monólogos
superpuestos y una que otra pirueta para ganar espacio en la TV. Ni Frei ni
Piñera hablan de la concentración de la riqueza, ni del poder asfixiante de
las multinacionales. Tampoco lo hace Marco Enríquez-Ominami. Nadie habla de
meter en cintura a las AFP que controlan decenas de miles de millones de
dólares de los trabajadores. Nadie hace propuestas concretas en materia de
educación para terminar con el negocio de los colegios privados y ordenar el
sistema de educación superior que perpetúa los privilegios. Ninguno de los
candidatos habla del cobre: el tema central de la economía chilena es un tabú
que ha durado todos los gobiernos de la Concertación. A lo más se saca a
colación para sugerir, como hacen algunos desfachatados, iniciar la
privatización de Codelco.
Cada vez
es mayor el número de personas, especialmente jóvenes, que se apartan del
sistema político. Esto es sumamente peligroso pero tiene explicación. El
sistema político, reducido a una participación electoral manipulada, está
desprestigiado porque se ideó para conducir un piño de ovejas. Los
ciudadanos, en cambio, requieren hacer oír su voz y ejercer su derecho a
participar en todos los ámbitos de la vida del país. El sistema político sólo
podrá atender esos anhelos mediante una nueva Constitución que proponga al
pueblo una Asamblea Constituyente. Para eso hay que juntar fuerzas desde
ahora, superando el desaliento y la resignación.
Todavía
pesa la dramática derrota de hace casi 40 años. La Izquierda fragmentada no
encuentra un camino propio. Una parte de ella ha suscrito un pacto electoral
con la Concertación y asume el riesgo -a cambio de conseguir espacio en la
Cámara de Diputados- de compartir su derrota. Hay, sin embargo, otras
salidas. Es cuestión de buscarlas y reanimar un entusiasmo que no ha muerto.
Debemos dejar de ser un rebaño que pastorean políticos sin principios para
transformarnos en colectivo. Debemos dejar de ser ovejas para convertirnos en
ciudadanos, superando la mediocridad, la arrogancia y la corrupción para
integrarnos a las grandes corrientes de cambio que hoy recorren América
Latina y que han surgido cuando ya parecía no haber esperanza.
(Editorial
de “Punto Final”, edición Nº 690, 24 de julio, 2009)
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