(El Caribe, Santo Domingo, 13 de noviembre de 1962, p.2.)
Nuestra tierra es hermosa, es rica; nuestros hombres
son trabajadores y bondadosos. Aquí lo que falta es justicia; justicia para que
el que trabaja pueda recoger el fruto de su trabajo; justicia para que se acabe
con el hambre; justicia y bondad; tratar al pueblo como el padre trata a sus
hijos, con cariño y ayudándolos, no maltratándolos.
Nunca antes aquí se ha visto la democracia en función,
y hay gente que le tiene tanto miedo a la democracia que quiere matarla antes
de que nazca, como la están matando los que han rebajado la lucha política
actual hasta colocarla, como está hoy, en un lodazal de insultos, infamias y
mentiras.
Aquí hace muchos años que se viene usando el poder para beneficio
propio o de familiares y amigos; eso tiene que acabarse definitivamente en la
República Dominicana, porque ninguna democracia puede sostenerse… sin valor y virtud.
Valor para decir lo que
se piensa cuando haya que decirlo; virtud para mantener una vida pública a los
ojos del pueblo. Esas son las dos condiciones básicas de la democracia.
No hay justicia para el
pobre, y tiene que haberla. Y si la hay,
en pocos años nuestro país será otro, porque todo país prospera cuando la
mayoría de sus hijos trabajan, producen y pueden disponer del fruto de su
trabajo para vivir mejor, para educarse, para tener buena salud.
En esto de la salud
debemos referir una observación que se nos hiciera en días pasados. Nos hablaba
un amigo, que no es dominicano, sobre el cuento, que hemos oído toda nuestra
vida con indignación, de que el dominicano no es trabajador, que es haragán,
que es vago. Nosotros respondíamos siempre a esos infundios diciendo que desde
que éramos niños habíamos pensado en todo lo contrario, porque cientos de veces
vimos salir a un campesino de madrugada, con una tacita de café en el estómago,
si acaso, y un machetico por única ayuda y volver en la tarde a comerse dos o
tres plátanos con un pedazo de arenque; y mientras tanto, entre el amanecer y
la tarde, ese campesino había recorrido varios kilómetros y había estado él
solito tumbando un monte o haciendo cercas para levantar un conuquito que a fin
de cuentas le iba a dar ocho o diez pesos mensuales si tenía suerte. En
Jarabacoa nos dijo un viejo campesino que él solo, sin ayuda de nadie, había
levantado 47 conucos en su vida; y fueron tantos porque tumbaba y cercaba y
preparaba la tierra y cogía un cocechito de maíz y el otro año tenía que
hacerlo en otro sitio porque llegaban los dueños de la tierra y se la quitaban.
Ese tipo de hombre no
es haragán, no es vago; es todo lo contrario. Cuando el dominicano no trabaja
se debe a estas dos razones; o porque su trabajo no le rinde, y nadie trabaja
por el gusto de estar cansado, o porque está enfermo. Ese amigo de quien
hablábamos, que no es dominicano, nos hizo la siguiente explicación: “Cuando un
señor del pueblo o de la Capital , y especialmente un tutumpote, se enferma un
poquito y le da medio grado de calentura, se mete en la cama y manda a buscar
el médico; ese día no trabaja por nada del mundo. Pues bien, la inmensa mayoría
de los dominicanos viven enfermos de paludismo, de parásitos o de la anemia que
produce el mal comer, ¿y cómo quieren que esos desdichados trabajen con el
mismo entusiasmo que los hombres sanos y bien comidos?”.
Nuestra tierra es
hermosa, es rica; nuestros hombres son trabajadores y bondadosos. Aquí lo que
falta es justicia; justicia para que el que trabaja pueda recoger el fruto de
su trabajo; justicia para que se acabe con el hambre; justicia y bondad; tratar
al pueblo como el padre trata a sus hijos, con cariño y ayudándolos, no
maltratándolos.
Cuando se traspasa la
Cumbre, entre Arroyo Frío y Puesto Grande, en las sombras de la noche se ve
Moca como si fuera un árbol de Navidad, y a la luz del día se contempla allá
abajo el corazón del enorme, del rico, del impresionante valle de La Vega Real;
y tiene uno que pensar en los españoles cuando llegaron a esta tierra, en
Colón, cuando cruzó también las lomas y se dio de buenas a primeras con ese
valle tan grande, cruzado de ríos; un valle como él no había visto nunca en su vida;
un valle más rico que todos los de Europa; un valle de tierra negra, de tierra
generosa, en medio del trópico, bajo el sol permanente, sin nieves, sin tigres,
sin lobos. Era lógico que dijera lo que dijo: “Esta es la tierra más hermosa
que vieron ojos humanos”. Y era lógico que pensara que esa tierra sería la más
rica de todas las que estaban conquistando los españoles, pues él debió ver con
su imaginación ese inmenso valle cultivado, produciendo de todo, poblado por un
pueblo rico y feliz.
La injusticia, la
maldad, la codicia, la ambición, han impedido que se realizara el sueño de
Colón. Pero todo tiene su término en esta vida; y ya llega, ya se acerca la
hora del término para la maldad, la codicia, la ambición; ya se ve el nuevo día
de la República alumbrar sobre las lomas; ya viene la claridad. Y en esta
tierra de injusticia, haremos que la justicia se asiente entre los dominicanos,
para el bien de todos y para ejemplo de los que nos han mirado siempre como un
pueblo sin destino.
Los dominicanos no se
imaginan siquiera lo que es una democracia; no se dan cuenta, no pueden darse
cuenta, de que en una democracia se respeta a todo el mundo; que a nadie se le
obliga ni se le puede obligar a hacer lo que no quiera hacer ni a pensar como
no quiera pensar; que la verdadera democracia es el único sistema político que
garantiza de verdad la libertad del hombre: libertad para vivir sin miserias, libertad
para educarse, libertad para pensar como le parezca mejor, libertad para
ejercer la religión que le guste.
Nunca antes aquí se ha
visto la democracia en función, y hay gente que le tiene tanto miedo a la
democracia que quiere matarla antes de que nazca, como la están matando los que
han rebajado la lucha política actual hasta colocarla, como está hoy, en un
lodazal de insultos, infamias y mentiras.
El Caribe, Santo
Domingo, 13 de diciembre de 1962, p.24.
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