MORAL Y LUCES

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domingo, 10 de junio de 2012

BOSCH: NINGUNA DEMOCRACIA PUEDE SOSTENERSE SIN VALOR Y VIRTUD

BOSCH: NO HAY JUSTICIA PARA EL POBRE, Y TIENE QUE HABERLA.
(El Caribe, Santo Domingo, 13 de noviembre de 1962, p.2.)

Nuestra tierra es hermosa, es rica; nuestros hombres son trabajadores y bondadosos. Aquí lo que falta es justicia; justicia para que el que trabaja pueda recoger el fruto de su trabajo; justicia para que se acabe con el hambre; justicia y bondad; tratar al pueblo como el padre trata a sus hijos, con cariño y ayudándolos, no maltratándolos.
Nunca antes aquí se ha visto la democracia en función, y hay gente que le tiene tanto miedo a la democracia que quiere matarla antes de que nazca, como la están matando los que han rebajado la lucha política actual hasta colocarla, como está hoy, en un lodazal de insultos, infamias y mentiras.
Aquí hace muchos años  que se viene usando el poder para beneficio propio o de familiares y amigos; eso tiene que acabarse definitivamente en la República Dominicana, porque ninguna democracia  puede sostenerse… sin valor y virtud.
Valor para decir lo que se piensa cuando haya que decirlo; virtud para mantener una vida pública a los ojos del pueblo. Esas son las dos condiciones básicas de la democracia.
No hay justicia para el pobre, y tiene que haberla. Y si la  hay, en pocos años nuestro país será otro, porque todo país prospera cuando la mayoría de sus hijos trabajan, producen y pueden disponer del fruto de su trabajo para vivir mejor, para educarse, para tener buena salud.
En esto de la salud debemos referir una observación que se nos hiciera en días pasados. Nos hablaba un amigo, que no es dominicano, sobre el cuento, que hemos oído toda nuestra vida con indignación, de que el dominicano no es trabajador, que es haragán, que es vago. Nosotros respondíamos siempre a esos infundios diciendo que desde que éramos niños habíamos pensado en todo lo contrario, porque cientos de veces vimos salir a un campesino de madrugada, con una tacita de café en el estómago, si acaso, y un machetico por única ayuda y volver en la tarde a comerse dos o tres plátanos con un pedazo de arenque; y mientras tanto, entre el amanecer y la tarde, ese campesino había recorrido varios kilómetros y había estado él solito tumbando un monte o haciendo cercas para levantar un conuquito que a fin de cuentas le iba a dar ocho o diez pesos mensuales si tenía suerte. En Jarabacoa nos dijo un viejo campesino que él solo, sin ayuda de nadie, había levantado 47 conucos en su vida; y fueron tantos porque tumbaba y cercaba y preparaba la tierra y cogía un cocechito de maíz y el otro año tenía que hacerlo en otro sitio porque llegaban los dueños de la tierra y se la quitaban.
Ese tipo de hombre no es haragán, no es vago; es todo lo contrario. Cuando el dominicano no trabaja se debe a estas dos razones; o porque su trabajo no le rinde, y nadie trabaja por el gusto de estar cansado, o porque está enfermo. Ese amigo de quien hablábamos, que no es dominicano, nos hizo la siguiente explicación: “Cuando un señor del pueblo o de la Capital , y especialmente un tutumpote, se enferma un poquito y le da medio grado de calentura, se mete en la cama y manda a buscar el médico; ese día no trabaja por nada del mundo. Pues bien, la inmensa mayoría de los dominicanos viven enfermos de paludismo, de parásitos o de la anemia que produce el mal comer, ¿y cómo quieren que esos desdichados trabajen con el mismo entusiasmo que los hombres sanos y bien comidos?”.
Nuestra tierra es hermosa, es rica; nuestros hombres son trabajadores y bondadosos. Aquí lo que falta es justicia; justicia para que el que trabaja pueda recoger el fruto de su trabajo; justicia para que se acabe con el hambre; justicia y bondad; tratar al pueblo como el padre trata a sus hijos, con cariño y ayudándolos, no maltratándolos.
Cuando se traspasa la Cumbre, entre Arroyo Frío y Puesto Grande, en las sombras de la noche se ve Moca como si fuera un árbol de Navidad, y a la luz del día se contempla allá abajo el corazón del enorme, del rico, del impresionante valle de La Vega Real; y tiene uno que pensar en los españoles cuando llegaron a esta tierra, en Colón, cuando cruzó también las lomas y se dio de buenas a primeras con ese valle tan grande, cruzado de ríos; un valle como él no había visto nunca en su vida; un valle más rico que todos los de Europa; un valle de tierra negra, de tierra generosa, en medio del trópico, bajo el sol permanente, sin nieves, sin tigres, sin lobos. Era lógico que dijera lo que dijo: “Esta es la tierra más hermosa que vieron ojos humanos”. Y era lógico que pensara que esa tierra sería la más rica de todas las que estaban conquistando los españoles, pues él debió ver con su imaginación ese inmenso valle cultivado, produciendo de todo, poblado por un pueblo rico y feliz.
La injusticia, la maldad, la codicia, la ambición, han impedido que se realizara el sueño de Colón. Pero todo tiene su término en esta vida; y ya llega, ya se acerca la hora del término para la maldad, la codicia, la ambición; ya se ve el nuevo día de la República alumbrar sobre las lomas; ya viene la claridad. Y en esta tierra de injusticia, haremos que la justicia se asiente entre los dominicanos, para el bien de todos y para ejemplo de los que nos han mirado siempre como un pueblo sin destino.
Los dominicanos no se imaginan siquiera lo que es una democracia; no se dan cuenta, no pueden darse cuenta, de que en una democracia se respeta a todo el mundo; que a nadie se le obliga ni se le puede obligar a hacer lo que no quiera hacer ni a pensar como no quiera pensar; que la verdadera democracia es el único sistema político que garantiza de verdad la libertad del hombre: libertad para vivir sin miserias, libertad para educarse, libertad para pensar como le parezca mejor, libertad para ejercer la religión que le guste.
Nunca antes aquí se ha visto la democracia en función, y hay gente que le tiene tanto miedo a la democracia que quiere matarla antes de que nazca, como la están matando los que han rebajado la lucha política actual hasta colocarla, como está hoy, en un lodazal de insultos, infamias y mentiras.
 El Caribe, Santo Domingo, 13 de diciembre de 1962, p.24.


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