Juan Bosch
Publicado:Política, teoría y acción, Año II,
N° 20, Santo Domingo, 1981
El Estado es una maquinaria de poder y
como todas las máquinas tiene un plano en el cual se describe su
funcionamiento, pero lo mismo que sucede con la generalidad de las máquinas, un
plano que describa cómo funciona el aparato de un Estado no llega a tomar en
cuenta la existencia de ciertas fuerzas que actúan en él y por tanto
contribuyen a su acción.
Veamos el caso del Estado dominicano, que
en cierto sentido es representativo de los Estados de países que se hallan en
su nivel de desarrollo, o para decirlo con más propiedad, en su nivel de escaso
desarrollo.
¿Cuál es el plano en que se describe el
funcionamiento del Estado dominicano?
Es la Constitución de la República, en
cuyas páginas podemos ver en qué forma
está organizado ese Estado; pero además de lo que dice la Constitución, el
Estado dominicano tiene obligaciones que no figuran en ella, a las cuales ni
siquiera se hacen alusiones en ese
documento.
Una gran parte de tales obligaciones son
de carácter político y fueron contraídas con organizaciones internacionales,
como las Naciones Unidas y sus dependencias, y las hallamos en publicaciones como
la Carta de la ONU; otras, especialmente las de carácter económico y técnico
nos atan, mediante compromisos de ese tipo, con organismos como el Fondo
Monetario
Internacional o el G.A.T.T.
En lo que se refiere a esos casos
cualquier persona, aunque tenga pocos conocimientos de las fuerzas mundiales
que limitan los poderes de los Estados, puede comprender sin mucho esfuerzo
intelectual lo que estamos diciendo; ahora bien, no resulta tan fácil lo que
vamos a decir a continuación; y es que
además de esas obligaciones hay usos y
costumbres que no están escritos en documentos internacionales y que sin
embargo todo Estado debe respetar tal como respeta una persona la costumbre de
estrechar la mano de un desconocido a quien acaba de ser presentado o de
sustituir ese gesto con un
ligero movimiento de cabeza al tiempo que
dice: “Mucho gusto”, o “Es un honor para mí”, o “Mis respetos, señora”.
Esos usos y costumbres forman un conjunto
de reglas ceremoniales
que se conocen con el nombre de Protocolo
Internacional. Tal protocolo regula las relaciones de los Estados y entre sus
reglas las hay que corresponden a las situaciones de paz, y a seguidas vamos a
referirnos a algunas de ellas.
En una guerra se procura no darle muerte
al jefe del Estado enemigo, y como un embajador es el representante del jefe del
Estado al cual pertenece, el embajador y sus allegados, familiares y
funcionarios, reciben el trato que se le reserva al jefe de otro Estado, aunque sea un Estado con
el cual va a
iniciarse una guerra. De ahí partió el
uso, que el gobierno de Japón no cumplió al hacer su entrada en la Segunda
Guerra Mundial, de llamar a los embajadores
de los Estados que iban a ser atacados por el Estado ante el cual se hallaban
acreditados para entregarles una petición de abandono de los países atacantes,
petición que equivalía a una declaración de guerra
aunque era frecuente que esa declaración
fuera hecha también de manera directa a los gobiernos con los cuales se iban a
romper las hostilidades. Debemos suponer que como los armamentos modernos
requieren, para que sean realmente efectivos,
ser usados por sorpresa, la costumbre de declarar la
guerra desaparecerá aunque persista la de
usar toda clase de consideraciones con los diplomáticos de los países atacados.
En cuanto a respetar la vida del jefe de
un Estado enemigo, hay ejemplos bien conocidos, como el de Francisco I, rey de
Francia a partir de 1515, que perdió en 1525 la batalla de Pavía llevada a cabo
en ese lugar de Italia contra el ejército español de Carlos V. Hecho
prisionero, Francisco I fue llevado
a España donde se le hizo firmar el
tratado de paz conocido con el nombre de Madrid, después de lo cual se le dejó
en libertad para volver a Francia y recuperar su corona, que mantuvo hasta su
muerte, ocurrida en el año 1547.
En la Segunda Guerra Mundial se usaron,
por primera vez en la historia, armas atómicas, dos bombas que fueron lanzadas sobre
las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Una de ellas pudo haber sido
dirigida a Kyoto, residencia del emperador Hirohito, cuya muerte habría dejado
a Japón sin jefe de Estado.
¿Por qué no se escogió a Kyoto como sitio
adecuado para ser destruido por una
bomba atómica?
Porque la desaparición de Hirohito habría
significado la aniquilación de la única persona que tenía la autoridad
necesaria para ordenar que se aceptara la derrota del país, que se hiciera la
paz en los términos que impusiera Estados Unidos, y además la autoridad
necesaria para hacer cumplir el tratado
de paz en todas sus partes. Francisco I siguió
gobernando en Francia durante veintiún años después de haber firmado el tratado
de paz de Madrid e Hirohito ha seguido siendo jefe del Estado japonés treinta y
seis años después de haber terminado la guerra entre Estados Unidos y su país,
datos que ofrecemos
para que el lector se dé cuenta de la
utilidad que tiene para los países vencedores en las guerras el mantenimiento
de los usos y costumbres ceremoniales que forman el Protocolo Internacional.
Los jefes de dos tribus enemigas que se
hallaran en guerra podían matarse entre sí, o uno de ellos matar al otro, pero desde
que los pueblos comenzaron a quedar organizados en Estados pasó a ser un hábito
el respeto del vencedor por la vida del jefe vencido, y todo el que ha
estudiado la historia de Roma sabe que los emperadores romanos que cogían vivo
al jefe enemigo con quien llevaban a cabo una guerra lo hacían prisionero y lo
llevaban a Roma donde lo paseaban en el desfile llamado Triunfo con que se
celebraban todas las
victorias.
Cuando el jefe enemigo tenía herederos
estos acompañaban al jefe derrocado en su viaje a Roma, y en el caso de que los
herederos fueran jóvenes se les enseñaban la lengua, la historia y las tácticas
militares romanas a fin de que pudieran volver
a sus países a gobernar, si así convenía, pero como aliados
de Roma, no como sus enemigos.
Esas reglas han sido aplicadas desde hace
muchos siglos en las guerras contra Estados o pueblos enemigos, no en las
contiendas civiles. Carlos I de Inglaterra fue ahorcado en 1649; Francisco
Madero, presidente de México, fue asesinado en 1913, y Salvador Allende, el
jefe de Estado de Chile lo fue
sesenta años después, y la razón de esa
diferencia entre guerras de Estados y civiles será explicada en otra ocasión.
El asesinato de un jefe de Estado causa
conmoción entre los altos funcionarios de todos los demás Estados porque lo que
sucede en uno puede suceder en otros. Eso explica la presencia de numerosísimos
jefes de Estado en los funerales de John
F. Kennedy, y explica también el revuelo que causa en esos niveles la noticia
de que los servicios secretos o militares de un Estado han planeado o están
llevando a cabo un plan para asesinar a un jefe de Estado o de gobierno, aunque
se trate de uno que por razones ideológicas puede ser, o es considerado, como
enemigo, tal como podemos verlo en el caso de los intentos de asesinato de
Fidel Castro que ha tratado de poner en práctica la CIA. Lo que acabamos de
decir explica también que a pesar de tratarse de un jefe de Estado marxista, el
asesinato del presidente Allende provocaba que jefes de Estados capitalistas,
como era el de la República Dominicana, Dr.
Joaquín Balaguer, decretara tres días de
duelo oficial con suspensión
a media asta de la bandera nacional izada
en edificios públicos y cuarteles militares o de policía.
Esos honores tendrían que serle tributados
también al presidente
de la Unión Soviética, Leonidas Breznev,
en el caso de que nuestro país tuviera relaciones diplomáticas con el suyo y el
señor Breznev muriera, cualquiera que fuera la causa de su muerte; pero en
sentido opuesto, tales honores no se le pueden rendir a nadie que no sea jefe
de un Estado amigo y
reconocido por el Estado dominicano, lo
que equivale a decir con el cual
mantenga la República Dominicana relaciones diplomáticas. La persona a quien
disgustó el hecho de que el autor de este artículo explicara que a pesar de las
excelentes condiciones del general Torrijos y su amistad con nuestro país, fue
impropio decretar tres días de duelo oficial por su muerte debido a que él no
era jefe de Estado, será un líder carismático y todo lo que se quiera, pero al
mismo tiempo ignora lo que es el protocolo internacional y en qué medida los
gobiernos de la República Dominicana están obligados a cumplir sus regulaciones
tal como debe cumplirlas cualquier otro Estado.
¿Por qué para que un Estado exista con su
condición de soberano debe ser reconocido por otros Estados?
Porque de no ser así cualquier Estado que
sea militarmente más poderoso podría aniquilarlo arrebatándole su condición de
Estado y reduciéndolo al de una dependencia o colonia.
Con la existencia de las Naciones Unidas
esa posibilidad ha pasado a ser más
débil o lejana que lo que era antes, pero no debemos echar en olvido que las
Naciones Unidas no impidieron que Corea quedara dividida en Corea del Norte y Corea del Sur; que en vez de una China haya
ahora dos, una de ellas aliada del Vietnam del Sur para hacerle la guerra al Vietnam
legítimo, y que en nuestro país Estados Unidos formara en 1965 un gobierno, el
llamado de Reconstrucción Nacional, destinado a enfrentarlo al gobierno
revolucionario que presidía el coronel Caamaño, y un gobierno inventado por un poder
extranjero se convierte en el germen de un Estado como lo demuestran los casos
de Corea, de China y de Vietnam.
Septiembre de 1981.
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