La situación de la América Latina
Comentando los informes preliminares sobre la economía de la
América Latina en 1968, ofrecidos por la Organización de Estados Americanos
(OEA), “Comercio exterior”, de México, D.F., (Ver “Modesta recuperación”, en El Caribe, Santo Domingo, 12 de abril de 1969, p.6-A), decía que “lo
cierto es que América Latina no sale del caos en su desarrollo industrial, no
puede programar sus inversiones y no alcanza, por consiguiente, una capacidad
suficiente de producción y de mercado propios”. Todas esas palabras significan
simplemente que la América Latina no avanza ni un paso hacia el desarrollo.
A fines de 1968, el Departamento de Publicaciones de las
Naciones Unidas distribuyó un libro de 268 páginas llamado Estudio económico de la América
Latina, 1967, y sus primeras
palabras son éstas: “La evolución económica de América Latina mostró en 1967
resultados insatisfactorios, que se resumen en un crecimiento del producto por
habitante de sólo 1,5 por ciento. Este incremento tan débil, unido al también
exiguo que se registró en 1966, anuló los avances relativamente apreciables que
se registraron en 1964 y 1965, y determinó que en lo que ha corrido de esta
década el promedio de aumento anual del producto por persona apenas llegue al
1,6 por ciento”.
Los pueblos latinoamericanos entenderán mejor ese párrafo
cuando se les diga en su propia lengua. En resumen, lo que quieren decir tantas
palabras técnicas y tantos números es que en los últimos doce años, a partir de
1955, la situación den la mayoría de los habitantes de América Latina no ha
mejorado; al contrario, ha empeorado. Y efectivamente, un latinoamericano del
pueblo, no un capitalista, podía esperar en 1955 que de cada 100 dólares —o
pesos, o bolívares, o cruceiros, sucres; la moneda de su país, en fin— que
aumentara la producción en 1956, a él le tocarían 2 con 20 centavos o céntimos;
pero resultó que lo que le tocó cada año, entre 1955 y 1960, fue sólo 1 con 80,
y al terminar el año de 1967 le tocó todavía menos, 1 con 50.
En el año de 1967 los países de la América Latina tuvieron que
pagar a los extranjeros 1,600 millones de dólares más que lo que recibieron por
la venta de sus productos, lo que quiere decir que cada latinoamericano —hasta
los recién nacidos— aportó ese año seis dólares para que una minoría comprara
cosas extranjeras. El origen de ese déficit de 1,600 millones de dólares en un
año nada más está en que cada vez tenemos que pagar más por lo que se compra en
el extranjero y al mismo tiempo cada vez los países extranjeros pagan menos por
nuestros productos, pero también está en que los fabricantes y los vendedores
de artículos norteamericanos y algunos de otros países han conseguido llevar
con su propaganda a una minoría de latinoamericanos, que no alcanza a más de 5
por cada 100 de nosotros, a comprar objetos de lujo, automóviles carísimos,
ropa de primera; todo lo mejor, en fin. Y eso hay que pagarlo en dólares. Pero
además de eso, los extranjeros que llevan dinero a nuestros países para montar
industrias y negocios sacan de la América Latina demasiados dólares. Así, en el
libro del padre Germán Guzmán C., Camilo,
el cura guerrillero (Segunda edición, Bogotá, Colombia, SEP, junio de 1967, p.50),
puede leerse lo siguiente:“En relación con la inversión norteamericana se debe
anotar:
a) Por cada dólar de inversión directa privada norteamericana
en Colombia, se extraen anualmente 2,27 dólares [2
dólares con 27 centavos] entre utilidades y dividendos.
b) Entre 1951 y 1961, por cada dólar que los norteamericanos
trajeron al país, obtuvieron cerca de 4 dólares por efecto de intercambio no
equivalente...
c) Sólo en 1965, por cada dólar que nos prestó Estados Unidos,
debió pagar Colombia 1.50 por amortización e intereses”. El padre Guzmán sacó
esos datos de informes publicados por la International Financial Statistics
(octubre de 1966, p.86); por las Naciones Unidas (El financiamiento externo de
América Latina, Nueva York,
1964, p.53) y por la Contraloría General de la República, revista Economía colombiana, Nº 82, p.35.
Pero hay otros muchos datos sobre los dólares que sacan Estados
Unidos de nuestros países. Una persona tan autorizada como Felipe Herrera,
presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, que es una institución
encargada de proporcionarles dólares a los gobiernos de la América Latina,
decía en su libro El
desarrollo de América Latina y su
financiamiento (Buenos Aires, Ediciones Aguilar, Argentina, S. A., 1967,
p.44), que “la deuda pública externa de América Latina, pagadera en divisas [deuda pendiente incluyendo saldos
no reembolsados], que en 1950
llegaba a 1.741 millones [de
dólares], y que en 1955 ya
alcanzaba a 3 mil 666 millones, se ha elevado en 1963 a un monto estimado de
9 mil 100 millones... En 1962 ya tenía América Latina que
destinar 1.200 millones al año para el servicio de la deuda
externa total. Se calcula que en 1965, sumados los servicios
de la deuda externa pública y privada significarán una
erogación anual de más de 2 mil 200 millones, suma
superior al total de la ayuda anual prevista en la Carta de Punta del Este”.
Efectivamente, lo que pagamos en dólar por el dinero que nos prestan es una
proporción muy alta de lo que producimos.
De cada 100 dólares que exportaba la América Latina en 1950,
tenía que destinar 3 dólares con 50 centavos a pagar principal e intereses por
los dólares que cogía prestados; cinco años después, en 1955, esos 3 con 50
habían pasado a ser 6; en 1962 pagábamos 16 de cada 100 que exportábamos. En
diciembre de 1967 habíamos pagado 734 millones de dólares por intereses
solamente sobre los préstamos de la Alianza para el Progreso, según explicó el
Dr. Sanz Santamaría, presidente de la Comisión Internacional de la Alianza para
el Progreso, en declaraciones publicadas en el Boletín de la Unión
Panamericana, número
correspondiente al mes de octubre de 1968. Esos préstamos de la Alianza habían
llegado al terminar el año 1967 a 5 mil 800 millones de dólares, de los cuales
nuestros países habían pagado 2 mil 100 millones del principal y los
mencionados 734 millones de intereses; en total, los pagos habían sido de 4 mil
543 millones y seguíamos debiendo 2 mil 966 millones. Por esos números podemos
ver que por los 5 mil 800 millones que prestó la Alianza para el Progreso hasta
diciembre de 1967 la América Latina tendrá que pagar 7 mil 509 millones.
El escritor francés Claude Julien presenta un cuadro en el que
se ve que con una inversión de 9 mil 371 millones de dólares hecha entre 1959 y
1965, los norteamericanos sacaron de la América Latina beneficios de 5 mil 297
millones (L’Empire Américain, Paris, Editions Bernard Grasset, 1968, p.228).
En la América Latina hay mucha gente equivocada por la
propaganda o engañada con mentiras, que cree de buena fe que los
norteamericanos van a nuestros países a llevar dinero; en realidad, a lo que
van es a sacar, y tal como lo dicen los números, la Alianza para el Progreso no
da nada; presta y cobra lo que presta con interés. Muy a menudo los dólares que
se sacan de nuestros países no figuran en las estadísticas porque son comprados
en bolsa negra y se llevan afuera sin que nadie lo sepa. Los dólares salidos
que más se notan son los que aparecen en los déficits comerciales, esto es, los
que se producen porque compramos en el extranjero más de lo que vendemos. Por
ejemplo, en los últimos años la República Dominicana tuvo los siguientes
déficits en dólares: 12 millones 990 mil en 1964; 24 millones 36 mil en 1966;
18 millones 515 mil en 1967; en total, una pérdida neta de 55 millones 542 mil
dólares en cuatro años (véase Comercio
exterior de la República Dominicana,
Santo
Domingo, D. N., Oficina Nacional de Estadísticas, Secretariado
Técnico de la Presidencia, 1968, p.1). Ateniéndonos sólo a los
déficits en dólares que figuran en cada balance anual, podemos anotar que de
acuerdo con América
en cifras, 1965 (publicado en
1966 con datos hasta 1964, la última de las publicaciones de una serie con el
mismo título que hace el Instituto Interamericano de Estadística, de la Unión
Panamericana), trece países de la América Latina tenían al terminar el año 1964
una balanza de pagos negativa, sólo cuatro la tenían positiva y uno, el Brasil,
no tenía datos de 1964. En 1966, el déficit total fue de 520 millones de
dólares y en 1967 aumentó a 1,600 millones. Entre los países que tienen déficit
no están sólo los más pequeños y los más pobres; se hallan también algunos tan
grandes, tan importantes y tan ricos como Argentina, México, Colombia y Chile.
Los dólares y el desarrollo
¿Qué importancia tiene para la América Latina esa pérdida
constante de dólares?
Tiene mucha importancia, pues el dólar, una moneda que
recibimos en pago de lo que vendemos en Estados Unidos, Canadá y Europa, nos
sirve para pagar lo que compramos en esos mismos países. Debe aclararse que
cualquier país de la
América Latina recibe dólares y paga en dólares aunque no
comercie con Estados Unidos; lo que pasa es que el dólar es la moneda con la
cual se hace el comercio internacional de la América Latina. Algunos países,
como Jamaica, Trinidad,
Barbados y Guayana, hacen su comercio a base de la libra
esterlina, que es la moneda inglesa.
Los latinoamericanos necesitamos dólares para comprar
maquinarias y otros productos industriales y también para adquirir capacidad
técnica, pues aquéllos y ésta son indispensables para el desarrollo de nuestra
riqueza; y resulta que en vez de acumular dólares lo que acumulamos son deudas
en dólares, lo que hace que cada vez sea más difícil para nosotros conseguir lo
que necesitamos para progresar.
En cuanto a capacidad técnica, la situación de la América
Latina es penosa. Está probado que no puede haber desarrollo de las riquezas de
ningún país si no se forman técnicos que dirijan y lleven a cabo el desarrollo,
y para formar un técnico en la América Latina hay que gastar el equivalente de
diez a veinticinco mil dólares. Pues bien, en el año 1965 salieron hacia
Estados Unidos 7 mil 804 técnicos latinoamericanos, de los cuales 973 eran
argentinos. (Ver cable de Buenos Aires publicado en El Nacional de Santo Domingo, 10 de noviembre,
1968, p.9). En el mismo diario, día 3 de noviembre, 1968,
pp.20-21, se publicó un estudio de Ernesto Saúl titulado
“América Latina: universidad y fuga”, en el cual se afirma que
en 1970 Chile tendrá un déficit de 5 mil 481 profesionales sólo en las ramas de
medicina, ingeniería, agronomía, odontología y arquitectura. El autor dice:
“Entre 1961 y 1965 emigraron a Estados Unidos 2 mil 515 médicos
latinoamericanos, lo que representa un promedio de 500 médicos anuales. Se
calcula que esta cantidad equivale a la producción de tres facultades de
medicina, que costarían a Estados
Unidos 60 millones de dólares por concepto de edificación y 15
millones de dólares anuales para su funcionamiento.
Estas sumas son superiores al total del aporte de Estados
Unidos a Latinoamérica por concepto de salubridad. La emigración de ingenieros
con el mismo destino alcanza también una cifra cercana a los 500 anuales”.
¿Qué quiere decir eso?
Quiere decir que además de tener cada año un déficit en
dólares, los latinoamericanos tenemos un déficit en técnicos.
Necesitamos técnicos y resulta que los que tenemos se van hacia
Estados Unidos, y sin técnicos no podremos desarrollar nuestros países,
aumentar nuestra riqueza y con ello mejorar el nivel de vida de nuestros
pueblos, garantizar su salud y ampliar su cultura.
Para comprender la importancia de la técnica en el aumento de
la producción vamos a copiar lo que dice el profesor francés M. Lewin en Introducción a los problemas de la
cooperación y el desarrollo, publicado por el Instituto Internacional de Administración
Pública (París, Francia), para el uso de sus estudiantes. En la página 20 del
trabajo del profesor Lewin puede leerse que según un estudio hecho por Gosplán,
que es el departamento encargado de hacer planes de desarrollo en la Unión
Soviética “un año de aprendizaje suplementario en una fábrica aumenta la
productividad de un obrero analfabeto de 12 a 66 por ciento, pero un año de
estudios primarios provoca un aumento de la productividad en 30 por ciento,
cuatro años de estudios provocan una mejoría de 79 por ciento y siete años de
asistencia escolar provocan 235 por ciento de progreso en la productividad
económica de ese trabajador y los estudios superiores, es decir, diez o quince
años de estudios, se reflejan en un 320 por ciento de aumento en la
productividad”.
Si la productividad de un trabajador, o lo que es lo mismo, su capacidad
para producir, aumenta de acuerdo con sus estudios, la situación de la América
Latina es mala. Según las apreciaciones de la UNESCO, en 1965 el 29 por ciento de la población que tenía más de 15
años no sabía leer ni escribir; pero eso no significa que supieran hacerlo los
que tenían menos de 15 años y más de 7, pues todos los años se quedan millones
de niños latinoamericanos sin escuelas. El padre Guzmán C. (op. cit., p.48) dice que en 1969, de 1 millón 886 mil niños campesinos
de Colombia, 1 millón 806 mil 732 se quedaron sin escuela, y que en 1965 no
hubo lugar en las escuelas del país para la mitad de la población escolar ni la
hubo para el 86 por ciento de la educación secundaria ni para el 97 por ciento
de la educación superior.
Y Colombia no es el único país de la América Latina donde
sucede eso o algo parecido.
¿Cómo se explica semejante situación? ¿Por qué hay en la
América Latina dinero para fabricar casas lujosas, edificios de apartamentos,
hoteles caros, para comprar automóviles que parecen palacios que ruedan, yates
y whisky, y no hay dinero para educar a los niños campesinos? ¿Qué pasa con los
dólares de la Alianza para el Progreso, que no alcanzan ni siquiera para dar
escuelas a los niños que las necesitan?
Los dólares de la Alianza para el Progreso no son dólares,
aunque a la hora de pagarlos tenemos que hacerlo en dólares; en su mayor parte
lo que recibimos a través de la Alianza son productos, y con frecuencia el
precio de esos productos es más caro que si hubieran sido comprados con dinero
en otros países, y por cierto una parte apreciable no nos llega ni siquiera en
productos sino en ayuda técnica, en estudios de obras y en proyectos. Esa ayuda
técnica resulta muy cara porque se nos cobra por ella al precio que se paga en
los Estados Unidos, un país donde todo cuesta mucho más que en la América
Latina; y se da la contradicción de que pagamos el trabajo de técnicos
norteamericanos y al mismo tiempo nuestros técnicos han estado yendo a darles a
Estados Unidos los conocimientos que adquirieron en nuestros países con dinero
y esfuerzo producidos por nuestros pueblos.
Texto tomado del libro del Profesor Juan Bosch"Frente de la Dictadura con Respaldo Popular"
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