Un tanque del ejército norvietnamiita irrumpe en el palacio presidencial del antiguo Saigón el 30 de abril de 1975. La guerra había terminado.
El calor, la humedad y, sobre todo, el miedo nos impedían dormir. Y eso que entonces no sabíamos que 24.000 cañones rodeaban la ciudad y que los mandos del Norte estaban decididos a destruir Saigón para dar al mundo una lección histórica. Apenas si podíamos contar con información fiable. El aeropuerto estaba cerrado y por carretera sólo conseguíamos movernos, entre millones de refugiados que huían hacia ninguna parte, por la ruta que llevaba hasta el puerto de Vung Tao.
Las emisoras de radio internacionales emitían boletines apocalípticos. En la embajada americana una funcionaria joven nos había reunido para hablar del gran secreto que todos conocían: la evacuación final. «No habrá más que una oportunidad. En la radio de las fuerzas americanas (¿se acuerdan de Good Morning Vietnam?) escucharán la canción Navidades blancas y el locutor dirá... hace una temperatura muy elevada y el termómetro sigue subiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario