Cuando los soldados norteamericanos se encontraron con los soviéticos en el río Elba al fin de la Segunda Guerra, se vieron unos a otros como extraños… casi como extraños de otro planeta. Los Estados Unidos y la Unión Soviética no tenían experiencias compartidas, ni lazos que los unieran. Eran aliados en el sentido militar, pero su alianza se limitaba esencialmente al objetivo único de derrotar a la Alemania nazi.
Una vez terminada la guerra, esa alianza incómoda se disolvió rápidamente, dejando a las dos potencias mundiales como enemigas durante buena parte de lo que restaría del siglo.
Sin embargo, cuando la Guerra Fría terminó con el colapso de la Unión Soviética hacia el fin del siglo, Rusia se encontró volviendo a una alianza con los Estados Unidos. Y cuando el gobierno soviético del Kremlin cedió en la década de 1990 a una incipiente democratización, los Estados Unidos se convirtieron en uno de los más firmes sostenes de Moscú.
Otros ex enemigos de la Unión Soviética se convirtieron en firmes amigos políticos de Rusia al término de la Guerra Fría. Alemania, anclada en la alianza militar occidental (OTAN), gastó miles de millones de dólares para financiar la construcción de viviendas y otras instalaciones para millones de soldados soviéticos convocados a Rusia al concluir la Guerra Fría. Del mismo modo, Francia, Gran Bretaña y Canadá, miembros decisivos de la alianza antisoviética durante toda la Guerra Fría, se cuentan hoy entre los mejores amigos de Moscú. Washington y Moscú iniciaron la Guerra Fría como "camaradas". Hoy, tras la caída de la Cortina de Hierro, su relación es mucho más amplia y más profunda que lo que era en la década de 1940.
El último presidente soviético, Mijail Gorbachov, se unió a los Estados Unidos a comienzos de la década de 1990 en el Medio Oriente para oponerse, militarmente, a la invasión de Kuwait por Iraq. Esa cooperación fue la piedra fundamental sobre la que una coalición militar y política sin precedentes revirtió la agresión de Saddam Hussein.
Tras la breve Guerra del Golfo de 1991, la Casa Blanca y el Kremlin mantuvieron su alianza, estableciendo un proceso de paz árabe-israelí sin precedentes y copatrocinando la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, donde árabes e israelíes encararon una amplia gama de negociaciones que incluyeron la paz, cuestiones ambientales, cooperación económica y otras cuestiones. La colaboración entre Moscú y Washington contribuyó sustancialmente a la histórica reconciliación de Israel con los palestinos en 1993 y al segundo tratado de paz de Israel con un estado árabe, Jordania, en 1995.
Moscú y Washington desarrollaron lazos tan estrechos que un director de la CIA fue invitado al cuartel de la KGB, donde subrayó que era la primera vez que veía el lugar desde el nivel del suelo. Técnicos de ambos bandos trabajaban para desmantelar miles de armas nucleares que las superpotencias habían acumulado durante la Guerra Fría.
Hacia mediados de la década de 1990, Washington y Moscú estaban unidas en otra alianza militar, esta vez en e corazón de Europa. Soldados rusos de primer nivel, alguna vez entrenados para derrotar al enemigo capitalista norteamericano, patrullaban junto a las fuerzas norteamericanas en Bosnia, para mantener una endeble paz entre serbios y musulmanes en los Balcanes. Uno de los más respetados generales del Kremlin compartía un puesto de mando con el comandante de la OTAN, algo que habría resultado inaudito durante la Guerra Fría. Políticamente, los rusos desempeñaron un papel crucial en el manejo de la crisis en la ex Yugoslavia al tratar con sus históricos compatriotas étnicos. Aunque los tratos de Rusia con los serbios nunca fueron vistos como un aporte a la paz en los Balcanes, la historia probablemente hará notar que sin el respaldo ruso, la misión de paz de la ONU --más tarde asumida por la OTAN-- en Bosnia habría fracasado.
En otros lugares de Europa, la nueva cooperación entre Rusia y la alianza occidental está dando resultados impensables incluso una década atrás. Hacia finales de la Guerra Fría, cuando soviéticos y norteamericanos negociaban el futuro de Alemania, los líderes del Kremlin insistieron en un principio en que una Alemania reunificada debía ser "neutral". Pero un intenso esfuerzo negociador --y las promesas financieras de Alemania Federal al Moscú-- persuadieron al Kremlin de permitir que Alemania permaneciera en la OTAN. Aun cuando la OTAN se ha expandido para incluir a ex satélites soviéticos como Hungría, la República Checa y Polonia, Moscú ha cooperado. Hoy el Kremlin mantiene una oficina de enlace militar y política permanente en la sede de la OTAN en Bruselas.
Pero mientras se desarrollaba la cooperación militar y política, la quebrada economía rusa legada por los soviéticos marchaba hacia el desastre. Los dirigentes rusos, poco familiarizados con el sistema de mercado libre, pidieron a los Estados Unidos soporte financiero para el corazón del viejo imperio soviético. Como resultado, al terminar el siglo XX los Estados Unidos y los aliados occidentales están sosteniendo a los mismos científicos, soldados, intelectuales y políticos rusos que fueron entrenados para destruir a Occidente en la Guerra Fría.
Pero la gravedad de los problemas económicos rusos no permite resolverlos con una simple fianza. Casi una década de colaboración entre Washington y Moscú no ha logrado mejorar la suerte del pueblo ruso en su conjunto. El optimismo sobre el futuro de una Rusia democrática ligada por amistad a Occidente está en serio entredicho, en la medida en que los políticos rusos parecen inclinarse hacia la única economía que conocen: la de la era soviética.
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