Una muerte envuelta en el misterio
El 23 de septiembre se cumplen 39
años de la muerte de Pablo Neruda. Su viuda, Matilde Urrutia, siempre negó que
hubiera fallecido producto del cáncer de próstata. La denuncia de su último
chofer, Manuel Araya, dio pie a una querella criminal presentada por el Partido
Comunista, que el ministro Mario Carroza investiga desde hace quince meses.
Pronto Carroza tendrá que resolver sobre la exhumación solicitada por el PC
para esclarecer la misteriosa muerte de Neruda. “Nosotros no matamos a nadie y,
si Neruda muere, será de muerte natural”, había anticipado, sólo una semana antes,
el general Augusto Pinochet.
El 19 de septiembre de 1973,
temprano en la mañana, Pablo Neruda se despidió para siempre de su hermosa casa
de Isla Negra. Tras las gestiones de su esposa, Matilde Urrutia, una ambulancia
le trasladó a la Clínica Santa María de Santiago, junto al cauce del Mapocho.
Enfermo de cáncer desde hacía varios años, postrado en cama a lo largo de aquel
invierno, el poeta se derrumbó física y moralmente la mañana del 11 de
septiembre cuando conoció por radio el golpe de Estado, el dramático bombardeo
de La Moneda y la inmolación de su amigo y compañero, el Presidente Salvador
Allende. Militante comunista desde 1945, hombre de izquierdas desde los días
luminosos del Madrid de la II República, el poeta que había dedicado a los
pueblos de América su monumental Canto general entendió muy pronto que se
cernía sobre su patria la noche del fascismo, de la que tanto había prevenido
desde su regreso a Chile a fines de 1972.
Tras un viaje tortuoso, con un
humillante registro por parte de carabineros a la altura de Melipilla, a media
tarde Neruda y Matilde Urrutia llegaron a la Clínica Santa María. Le aguardaban
“las sigilosas”, como él llamaba a las enfermeras, y el doctor Roberto Vargas
Zalazar, el urólogo que le trataba desde que sintió las primeras molestias en
la próstata a mediados de 1969. El Poeta quedó ingresado en la habitación 406 y
al día siguiente recibió la visita del embajador de México, Gonzalo Martínez
Corbalá, quien le transmitió la invitación del presidente Luis Echeverría para
trasladarse a su país. Neruda rechazó inicialmente aquel gesto solidario, pero
su esposa ya conocía la terrible devastación que había sufrido La Chascona.
“Entonces tuve miedo, mucho miedo por él”, declaró en 1976 Matilde Urrutia a la
revista española Por Favor. Fue en aquel momento, al explicarle lo sucedido en
la hermosa casa que hizo construir en 1952 en las faldas del cerro San
Cristóbal para cobijar su amor aún clandestino, cuando aceptó partir a México,
un país tan vinculado a su vida y a su obra (allí vio la luz la primera edición
del Canto general). En pocas horas, el embajador logró que su gobierno enviara
a Pudahuel un avión con capacidad para trasladar al poeta con las atenciones
médicas necesarias y de paso repatriar la colección de pintura Carrillo Gil.
En pocas horas, la embajada
también obtuvo de la Junta Militar la autorización y los pasaportes para que
Neruda y Matilde Urrutia salieran del país. Pinochet, que años más tarde
presumiría de que en Chile no se movía “una hoja” sin que él lo supiera, estaba
perfectamente al corriente del estado de salud y la ubicación del poeta. El 16
de septiembre, de hecho, había declarado a Radio Luxemburgo: “No, Neruda no ha
muerto. Está vivo y puede desplazarse libremente a donde quiere, igual que toda
persona que, como él, tiene muchos años y está enferma. Nosotros no matamos a
nadie y, si Neruda muere, será de muerte natural”.
Y el 17 de septiembre había
recibido al embajador español, Enrique Pérez-Hernández, quien, con tacto, le
trasladó que “cualquier conducta represiva” contra el Premio Nobel de
Literatura de 1971 “podría hacer mucho daño a la Junta”. Pinochet le aclaró que
Neruda se encontraba en Isla Negra y pareció haber tomado nota del consejo:
“Tendré en cuenta lo que me ha dicho, embajador”. Pero al día siguiente, desde
la primera página de La Tercera, que tituló con enormes caracteres, él mismo advirtió:
“No habrá piedad con los extremistas”. Evidentemente, Neruda, miembro del
Comité Central del PC, encajaba de lleno en este “perfil”.
Vida para un tiempo más
El sábado 22 de septiembre,
Gonzalo Martínez Corbalá acudió temprano a la Clínica Santa María con la
intención de recoger a los ilustres huéspedes de México y emprender camino al
aeropuerto. Sin embargo, el poeta le sorprendió al pedirle que retrasaran el
viaje hasta el lunes. En la declaración jurada de Martínez Corbalá que el
abogado del Partido Comunista, Eduardo Contreras, remitió hace un año al
ministro Mario Carroza, el ex embajador subrayó que ni mucho menos el poeta
estaba al borde de la muerte: “Todo indicaba que seguiría viviendo todavía
algún tiempo más y ya hacía planes respecto de su actividad en la nueva
residencia”. La denuncia del chofer
Manuel Araya contradice el relato que Matilde Urrutia dejó en su libro Mi vida
junto a Pablo Neruda y en las numerosas entrevistas que concedió hasta
septiembre de 1983. Siempre explicó que aquel 22 de septiembre de 1973 Araya y ella
estaban en Isla Negra, recogiendo las últimas pertenencias para el viaje a
México, cuando recibió una llamada telefónica de su esposo, quien le pidió que
regresaran de inmediato. Ya en la clínica, Neruda le contó, muy alterado y en
estado febril, que varios amigos que le habían visitado aquella mañana le
habían informado de la magnitud de la represión. “¿Usted no sabía lo que le
pasó a Víctor Jara? Es uno de los despedazados…”. Aquella noche, después de que
una enfermera le pusiera una inyección, finalmente pudo conciliar el sueño y,
según Matilde Urrutia, ya no despertó jamás. “Su muerte fue muy hermosa, porque
pasó del sueño a la muerte, él no sufrió”, aseguró en 1976 a Televisión
Española. En cambio, Manuel Araya sostiene que aquel sábado el poeta trabajó
con normalidad desde su lecho junto con su secretario, Homero Arce, y que fue
el domingo 23 de septiembre de 1973 cuando Matilde Urrutia y él viajaron por
última vez a Isla Negra. Alrededor de las cuatro de la tarde, una llamada del
poeta les habría alertado de que le habían puesto una misteriosa inyección “en
la guata”. Regresaron a la Clínica Santa María y allí un médico le pidió que
comprara un medicamento en una farmacia y en el desplazamiento fue detenido por
agentes de la dictadura y conducido al Estadio Nacional. Araya atribuye la
inesperada muerte del poeta en última instancia a Pinochet, que no podía
permitir que viajara a México, porque desde allí su voz y su poesía se alzarían
para fustigar su actuación criminal.
Cáncer bajo control Cuando a las
diez y media de la noche se extinguió la vida de Pablo Neruda, solo estaba
acompañado por tres mujeres: Matilde Urrutia, su hermana Laura Reyes y la escritora
Teresa Hamel, una de sus grandes amigas, a quien por su alegría vital llamaba
“mi ola marina”. Ninguna de ellas denunció jamás que hubiera sido asesinado. A
lo largo de su vida, Matilde Urrutia negó siempre la versión oficial de la muerte
de su esposo, un cáncer de próstata en fase terminal, anotada en el certificado
de defunción por el doctor Vargas Zalazar (el urólogo más prestigioso de Chile
entonces). “No lo mató el cáncer”, declaró en febrero de 1974 a la agencia española
Efe. “El cáncer estaba bajo control”, aseguró en septiembre de 1983 a la revista
Análisis. Incluso, en más de una ocasión, relató que Vargas Zalazar le había
explicado un mes antes: “Hasta es posible que muera de cualquier otra cosa”. Solo en una ocasión, en el verano de 1975,
Matilde Urrutia confesó sus sospechas en privado y lo hizo a la enfermera de El
Tabo que atendió a Neruda en sus últimos años. E incluso, según el relato ofrecido
por la enfermera Rosa Núñez a La Nación en 2005, se refirió a una inyección
letal como desencadenante de la muerte. Curiosamente, de una inyección de
efectos catastróficos también habló El Mercurio el 24 de septiembre de 1973 al informar
sobre el fallecimiento del vate. Pero,
como hiciera Teresa Hamel en una entrevista concedida al desaparecido diario La
Época en 1993, Matilde Urrutia sí habló públicamente en diversas ocasiones del
trato errorífico que el personal de la Clínica Santa María les brindó desde el
mismo instante de la muerte de Neruda, cuando su cuerpo fue llevado a un sótano
gélido y tenebroso donde aquellas tres mujeres tuvieron que pasar la que Hamel
llamó, en su novela Leticia de Combarbalá, “la tremenda noche sin aurora”. En
el sumario judicial sobre el asesinato del ex presidente Eduardo Frei Montalva
hay un informe de una sección de la PDI que revela que los vínculos entre este
hospital privado, donde Frei fue asesinado en 1982, y los aparatos represivos
se remontaban a los primeros tiempos de la dictadura.
Chile tiene una deuda con Pablo
Neruda. Su muerte no puede permanecer envuelta en el misterio o, peor aún,
atrapada en las sombras del terror de Pinochet. Lo merece el poeta que cantó la
lucha de su pueblo, el militante que lo acompañó en los días más luminosos de
su historia, el hombre que le llenó de orgullo en aquella hermosa y lejana
primavera de 1971.
por Mario Amorós*
*Periodista y doctor en historia.
Autor del libro Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda.
(Ediciones B-Chile. Santiago,
2012)
#2 · Publicado por neftalipabloneruda, el 15 de Abril de 2008 a las 02:06
- - | |
· | |
neftalipabloneruda Administrador del foro Mensajes: 225 Desde: 13/Abr/2008 |
#3 · Publicado por neftalipabloneruda, el 15 de Abril de 2008 a las 02:10
-
- - |
· | |
neftalipabloneruda Administrador del foro Mensajes: 225 Desde: 13/Abr/2008 |
#4 · Publicado por neftalipabloneruda, el 15 de Abril de 2008 a las 02:13
-
-
-
|
· | |
neftalipabloneruda Administrador del foro Mensajes: 225 Desde: 13/Abr/2008 |
#5 · Publicado por neftalipabloneruda, el 15 de Abril de 2008 a las 02:16
-
-
|
· | |
neftalipabloneruda Administrador del foro Mensajes: 225 Desde: 13/Abr/2008 |
#6 · Publicado por neftalipabloneruda, el 15 de Abril de 2008 a las 02:20
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario