MORAL Y LUCES

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martes, 3 de julio de 2012


JUAN BOSCH: “TRATAR CONMIGO NO ES FÁCIL“



  Tratar conmigo no era fácil —soy consciente de ello—, porque yo tenía una sensibilidad muy viva para todo lo que pudiera afectar la soberanía dominicana. Mi pobre país había tenido, desde su primer día de vida republicana, una caterva de líderes políticos que dedicaron su capacidad y sus esfuerzos a buscar una metrópoli a quien entregarle el don de nuestra independencia, y así se explica que nacimos siendo un protectorado de Colombia, en los días de Bolívar, fuimos después territorio de Haití hasta 1844 y a los diecisiete años de República retornamos a ser colonia española —en 1861— por petición nuestra, no por instigación de España; en 1870 hicimos todo lo posible por entregar a Estados Unidos un pedazo del país; a fines del siglo gestionamos de nuevo el protectorado norteamericano. 

Yo sufría en carne viva, como una afrenta personal, el espectáculo de tantos hombres sin fe en el destino de su patria. 

En mi infancia había visto bajar de los edificios públicos la bandera dominicana para izar en su lugar la de América del Norte, y nadie podrá nunca imaginarse lo que eso significó para mi almita de siete años. Seguramente me sería difícil decir por qué vía llegaban a La Vega —el pequeño pueblo donde había nacido y donde crecí— los corridos mexicanos que contaban cómo Pancho Villa se había enfrentado a los soldados norteamericanos que entraron en México, pero puedo decir sin temor a ser mentiroso que Pancho Villa se convirtió en mi ídolo. Es muy probable que para entonces yo no supiera una palabra acerca de los fundadores de la República Dominicana, de Duarte, de Sánchez, de Mella; sin embargo sabía bastante de Martí, de Máximo Gómez, de Maceo, y cantaba canciones de la guerra cubana, lo cual tal vez explique qué Pancho Villa se convirtiera para mí en la suma de todos los héroes de Cuba. 

En las noches rezaba para que apareciera un Pancho Villa dominicano, alguien que hiciera lo que él hacía en México y lo que Martí, Gómez y Maceo habían hecho en Cuba. 

El hombre de hoy viene prefigurado en el niño de ayer. 

Quizá yo quiera tan apasionadamente a mi pequeña patria antillana porque cuando tuve conciencia de ella fue a causa de que ya no era una patria sino un dominio, y eso me produjo un dolor vivo, casi indescriptible, que muchas veces me mantuvo despierto largo rato cuando me mandaban a dormir, y velar es difícil para un niño. Puedo asegurar que a los diez años yo me sentía avergonzado de que Santana, el que anexionó el país a España en 1863, y Báez, el que quiso entregar Samaná a los Estados Unidos, fueran dominicanos. 

Al andar de los años aquel dolor y aquella vergüenza se convirtieron en pasión dominicana; y cuando empecé a escribir lo hice con esa pasión, y cuando me tocó ser el líder de un partido político y el Presidente de mi país, tuve buen cuidado de conducirme siempre como un dominicano que tenía el orgullo de su nacionalidad. 

John Bartlow Martin y Newell Williams respetaron en todo momento esa actitud mía. Nunca trataron de darme la impresión de que estaban haciendo caridad con los dominicanos; en ningún momento me hicieron sentir que ellos representaban al Gobierno más poderoso del mundo. Ambos tenían un tacto ejemplar y la difícil humildad de los que saben que son fuertes. 

ALIANZA PARA EL PROGRESO. 

La Alianza para el Progreso podía ser buena o no serlo, podía ser útil o no serlo; podía tener aspectos negativos y positivos. Toda realización humana tiene debilidades y aciertos. 

Si la Alianza beneficiaba a los Estados Unidos, ello era justo. Todo líder de un país piensa en los intereses de su país y tiene el deber de protegerlos. Pero es el caso que entre el big stick de Teodoro Roosevelt y la Alianza para el Progreso hay una diferencia que vale la pena destacar: Roosevelt actuaba al servicio de los Estados Unidos sin importarle para nada los intereses de Panamá o de Colombia cuando ordenó la construcción del Canal; Kennedy actuaba al servicio de los Estados Unidos cuando estableció la Alianza para el Progreso, pero también pensaba en los intereses y en el destino de la democracia en la América Latina. 


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