Juan Bosch, en su libro
“PLD un Partido Nuevo en América” narra la historia de la fundación del PRD, en
Cuba 1939, y toda la trayectoria por la que paso ese partido mientras estuvo al
frente de su dirección y de las causas que lo llevaron a abandonarlo(PRD) en
1973, el Partido que fundara juntos a otros dominicanos en 1938, entre ellos,
el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, para fundar un nuevo Partido(PLD) que
estuviera en condiciones políticas e ideológicas para completar la obra de
Juan Pablo Duarte, que era la liberación económica, política de la República
Dominicana. También, en este libro, el Profesor Juan Bosch hace una especie de
autobiografía política. Contando en qué momento y en qué circunstancias se
inicia en la política militante, asumiendo el reto de luchar por su patria para
liberarla de la dictadura oprobiosa de Trujillo y darles a los dominicanos y
dominicanas una vida más justa y digna. Pero lo más importante de este libro,
es que a través de su lectura podemos darle seguimiento a la evolución del
pensamiento social y político de Juan Bosch.
Informamos a nuestros
amigos lectores que nos siguen día a día con mucha atención por la web, que a
partir de hoy, por considerarlo sumamente importante para poder comprender el
pensamiento de Bosch y su evolución, le presentaremos a través del blog: “Circulo
de estudio Profesor Juan Bosch” capitulo por capitulo, el libro”PLD un Partido
Nuevo En América”. Esperamos que lo disfruten
LA LUCHA POR EL CONTRO DEL PRD
A esa altura del tiempo, cuando
apenas comenzaba la vida del partido, Trujillo, que tenía sus agentes,
seguramente cubanos en Cuba pero probablemente también algún dominicano, y
debía tenerlos en Venezuela, en Nueva York, en Puerto Rico, presionó al
gobierno de Fulgencio Batista, que había ganado las elecciones cubanas de 1940
y duraría en el poder cuatro años, hasta octubre de 1944, para que el Partido Revolucionario
Dominicano fuera perseguido y disuelto, y lo mismo haría en Venezuela, donde el
presidente Isaías Medina Angarita me invitó a verlo en el Palacio de Miraflores
para pedirme que suspendiera la propaganda anti trujillista que mantenía el partido en Venezuela.
Lo que nos pidió el gobierno de
Cuba no fue la suspensión o abandono de la propaganda contra la tiranía
dominicana, fue que abandonáramos el nombre de Partido Revolucionario Dominicano.
La demanda fue hecha a una comisión del partido por el Primer Ministro del
gobierno de Batista, que se llamaba Ramón Zaydín. En ese momento, fines de
marzo o principios de abril de 1943, la Segunda Guerra Mundial tenía tres años
y medio de duración, era llevada a cabo por una coalición de países
democráticos y la Unión Soviética contra Alemania, Italia y Japón. De los
últimos países, uno —Alemania— estaba gobernado por el Partido Nazi, cuyo jefe
era
Adolfo Hitler, y otro —Italia— lo
era por el Partido Fascista, dirigido por Benito Mussolini, y el Dr. Zaydín nos
impuso el cambio del nombre del Partido Revolucionario Dominicano por el de
Unión Democrática Anti nazista Dominicana (UDAD), imposición que tuvimos que
aceptar porque de no hacerlo se nos prohibiría usar el del PRD. Por esa razón
aparece en un número de esos días de la revista Carteles una fotografía mía al
pie de la cual se leían las palabras “Juan Bosch, secretario general de la
Unión Democrática Anti nazista Dominicana (UDAD)) mientras pronunciaba un
discurso” (no recuerdo en qué lugar). Como presidente de la UDAD fue designado
el Dr. Romano Pérez Cabral porque el Dr. Jiménez Grullón se negó a aceptar ese
cargo.
Al año siguiente, 1944, el Partido
Revolucionario Dominicano inició una campaña dirigida a obtener un acuerdo de
unidad con otras agrupaciones de exiliados dominicanos que siguiendo el ejemplo
que habíamos dado los perredeístas al fundar y mantener la primera organización
anti trujillista del exilio dominicano habían establecido agrupaciones de
diferentes tendencias. El Partido Revolucionario Dominicano consiguió que en La
Habana se celebrara un congreso unitario, que se llevó a cabo también en el año
1944, y en él estuvieron presentes, en representación de la Unión Patriótica
Dominicana, Ángel Morales; por el Frente Democrático Dominicano, el Dr. Ramón
de Lara; como observador, a nombre de Acción Democrática de Venezuela, el poeta
Andrés Eloy Blanco, y representantes de todas las seccionales del PRD. Ese
congreso unitario tuvo apoyo en fuerzas políticas cubanas como lo demostró la
recepción que les hizo en su casa a todos los participantes en él, el Dr. Eddy
Chibás de la cual se conservan fotografías.
Pero los efectos en el Partido Revolucionario
Dominicano del congreso unitario fueron negativos porque inmediatamente después
de haber terminado los trabajos de esa reunión el Dr. Jiménez Grullón propuso
una medida mediante la cual se me sacaría de Cuba, y con ella se iniciaba una
etapa de luchas innecesarias por el control de la dirección del Partido
Revolucionario Dominicano que iban a durar varios años.
Yo me había equivocado cuando le
propuse al Dr. Henríquez a su colega, el Dr. Jiménez Grullón —ambos eran
médicos, pero Jiménez Grullón no ejercía su profesión, por lo menos en Puerto
Rico y Cuba— como líder del Partido Revolucionario Dominicano, error que se
explica por el hecho de que yo no había tenido práctica política, y creía, como
expliqué al comenzar esta serie de artículos, que debido a su origen familiar
—nieto de un presidente, que ejerció ese cargo dos veces, y bisnieto de otro
presidente— era conocido en el país más que cualquier otro de los exiliados que
se organizaran en el partido que proponía el Dr. Henríquez, pero más que su
nexo familiar con dos personajes que figuraban en la historia del país me
indujeron a pensar en el Dr. Jiménez Grullón como el mejor candidato a ser el
líder del futuro Partido Revolucionario Dominicano dos circunstancias. La de
menos peso era su condición de buen orador, facultad que había demostrado al
pronunciar un discurso en las ruinas de la Isabela en un acto que yo presencié;
la otra era la circunstancia de que llevaba el nombre de Juan Isidro Jiménez,
que había sido el líder del partido conocido de los dominicanos con el nombre
de bolo debido a que su emblema era un gallo sin cola que por no tenerla se
oponía al gallo rabudo, emblema del partido rebú cuyo líder era Horacio
Vásquez. El partido de los bolos le ganó las elecciones de 1914 al de los rebuses,
y por esa razón el presidente elegido fue Juan Isidro Jiménez, el más
importante de los comerciantes dominicanos, que quince años antes había ganado
las de 1899, las primeras que se celebraron en el país después de los años de
la dictadura de Ulises Heureaux, y en esa ocasión el candidato de Jiménez a la
vicepresidencia había sido Horacio Vásquez, que luego se transformó en su
adversario político y jefe del partido rabú.
Juan Isidro Jiménez había muerto
en Puerto rico en 1919 y yo creía que en 1939 en el pueblo dominicano había una
parte considerable de la población que recordaba su nombre, que era el del Dr. Jiménez
Grullón, pero además de pensar así creía que el Dr.
Jiménez Grullón tenía condiciones políticas porque sabía, de habérselo oído decir
a amigos y colegas suyos, que aspiraba a ser presidente de la República; pero
cuando me tocó tratarlo de cerca, en un ambiente político como era el de las
reuniones de la Seccional de La Habana del PRD, tuve la impresión de que me
había equivocado, criterio que no debía dar a conocer a nadie mientras no
apareciera un perredeísta que tuviera las condiciones que se requieren para
dirigir actividades políticas, y así lo hice; nunca manifesté lo que pensaba acerca de la
notoria ausencia de facultades políticas del líder del Partido Revolucionario
Dominicano.
En dos años de convivencia, no
sólo política sino además física, porque vivíamos en la misma casa —que en
realidad no era casa sino un apartamento en la calle Jovellar, muy cerca de la
calle Infanta— no le oí nunca al Dr. Jiménez Grullón un juicio político
acertado, ni siquiera cuando se trataba de enjuiciar los acontecimientos
mundiales, que eran muchos porque la Segunda Guerra Mundial los producía a
diario, pero el colmo de su incapacidad política fue su negativa a aceptar que
ocupara la posición de secretario general de la Unión Democrática Anti nazista
Dominicana alegando que él rechazaba enérgicamente la imposición de Batista,
que esa imposición iba a destruir al Partido Revolucionario Dominicano y él no
podía prestarse a ser cómplice de una medida como esa.
De La
Habana a Ciudad México
Fue el Dr. Jiménez Grullón quien
propuso que yo me hiciera cargo de la secretaría general de la UDAD, de manera
que lo que él rechazaba por razones que él llamaba morales era bueno para mí,
manera de actuar que se repetía con frecuencia, cuya culminación fue proponer
mi salida de Cuba con la supuesta finalidad de que yo hiciera propaganda anti trujillista
en América Latina, y como el partido carecía de fondos yo tenía que
arreglármelas para pagar viajes y hoteles, y no sólo para mí, porque estaba
casado —me había casado el 30 de junio de 1943— y mantenía mi hogar, en parte
con lo que producía mi esposa con su trabajo en la Oficina de Coordinación
Interamericana, el centro encargado de hacer en Cuba la propaganda anti nazi
fascista que se elaboraba en Estados Unidos, y en parte con lo que producía yo
como traductor para llenar una página entera del periódico Información de
artículos y noticias que aparecían en diarios de Estados Unidos y además con la
publicación en la revista Bohemia de cuentos y artículos.
Ángel Miolán se opuso a la
propuesta de Jiménez Grullón alegando que de los miembros del partido el que
tenía más y mejores relaciones en Cuba era yo y mi salida hacia otros países iba a perjudicar al PRD, pero el
Dr. Jiménez
Grullón contaba con el apoyo de
los hermanos Mainardi, y yo me abstuve de votar, de manera que la moción del
Dr. Jiménez Grullón fue aprobada. Miolán no se dio por derrotado y propuso que
para hacer viable la tarea que debía cumplir en varios países latinoamericanos
él pedía que se me declarara candidato presidencial del Partido Revolucionario
Dominicano en caso de que Trujillo fuera derrocado o de que por cualquiera otra
razón el dictador tuviera que abandonar el cargo, y fue tanto lo que alegó en
favor de su moción que acabó siendo aprobada, desde luego, con abstención de
parte mía y la oposición enérgica del Dr. Jiménez Grullón.
A partir de ese momento, por lo
menos mientras yo preparaba mi viaje a México, primero de los países que me
había propuesto visitar, el Dr. Jiménez Grullón empezó a alejarse del Partido
Revolucionario Dominicano y llegó a tales extremos que acabó yéndose a Puerto
Rico y abandonando el partido, no inmediatamente sino en una retirada de años.
Yo me fui a México solo; mi
esposa iría más tarde. Llegó a Ciudad México el 26 de diciembre de 1944,
exactamente 44 años antes del día en que escribo este quinto capítulo de la
serie dedicada a explicar por qué y cómo fue creado el Partido de la Liberación
Dominicana, pero de acuerdo con un informe secreto enviado a Washington por el
Agregado Militar de puesto en México el 1º de febrero de 1945, redactado el 16
de enero de ese año, publicado por Bernardo Vega en su libro Los Estados Unidos
y Trujillo (1945), yo había llegado a México en enero de 1945, y la verdad era
que yo me hallaba en la capital azteca desde el mes de octubre de 1944, esto
es, tres meses antes de lo que afirmaba el autor de ese informe.
El informe de marras es una sarta
de mentiras inventadas por algún agente mexicano que le vendía noticias a la
Embajada de Estados Unidos. El tal informe aparece firmado nada menos que por
un Mayor de la Inteligencia Militar, asistente del Brigadier General A.R.
Harris, que era el Agregado Militar a la Embajada de Estados Unidos. Nada, pero
absolutamente nada de lo que se dice en ese informe fue verdad ni entonces ni
antes ni después.
De
Ciudad México a Maracaibo
Yo no había ido a México a
comprar o buscar armas para llevar a cabo un levantamiento en la República
Dominicana; había ido a iniciar una gira por América Latina haciendo una
campaña de denuncias de la tiranía trujillista, sus crímenes y la explotación
salvaje del pueblo y de las riquezas del país para beneficio personal de
Trujillo. Eso era lo que había dispuesto la dirección del Partido
Revolucionario Dominicano que yo debía hacer, y salí de Cuba a hacerlo
abandonando el trabajo con el cual me ganaba la vida, así como mi esposa
abandonó el suyo poco después para unírseme en México, de donde íbamos a salir
en el mes de febrero para Guatemala, país en el que acababa de instalarse como
presidente de la República un maestro de escuela muy respetado que había tenido
que exiliarse en Argentina porque no podía resistir la presión de la dictadura
de Jorge Ubico, que duró cerca de catorce años, de 1931 a 1944.
Hacer una campaña denunciando la
tiranía de Trujillo en Guatemala fue más fácil, y dio más resultados, que la
que hice en México porque en Guatemala entré en relaciones con los hombres más
importantes en la política del país, comenzando por el presidente de la
República, pero también hice contacto con Jacobo Arbenz, que junto con el
coronel Arana y Jorge Toriello había dirigido el levantamiento militar que sacó
del poder a Federico Ponce, el heredero político de Ubico, pero además, en
Guatemala no había embajador de Trujillo ni, hasta donde se supiese, algún
guatemalteco que estuviese a su servicio.
El presidente Arévalo había
conocido en Argentina a Pedro Henríquez Ureña, que iba morir un año después en
Buenos aires. Ese conocimiento fue una de las razones de la simpatía que nos
mantuvo en relación durante algunos años, y mi relación con él facilitó la
tarea de usar la prensa guatemalteca para denunciar los crímenes de la
dictadura dominicana.
Salir de Guatemala no era fácil
porque no había comunicación marítima con otros países que debía visitar, como
por ejemplo, Venezuela, y tomar un avión para ir a un punto intermedio, como
Costa Rica o Panamá, era riesgoso debido a que los aviones que hacían la ruta
centroamericana hacían paradas en Tegucigalpa y en Managua, la primera, capital
de la Honduras martirizada por Tiburcio Carías Andino, que en ese año 1945
tenía doce tiranizando a su pueblo e iba a prolongar su tiranía cuatro años
más, hasta el 1949, y en Managua estaba Anastasio Somoza, conocido en su país
por el apodo de Tacho, el asesino de Augusto César Sandino.
La única manera de salir de
Guatemala sin correr el riesgo de ser apresado por los socios centroamericanos
de Trujillo era tomando en la costa del Pacífico un barco que nos condujera a
Panamá, y así lo hicimos; embarcamos en el Salvador, un buque pequeño, de
bandera inglesa, que algún tiempo después se hundió en el golfo de México. El
Salvador nos condujo a Panamá, de donde salimos en avión hacia Maracaibo, la
capital de la región petrolera de Venezuela.
Al levantarnos el primer día de
nuestra estancia en Maracaibo para dar un paseo por las calles cercanas al
hotel donde nos habíamos hospedado compramos un periódico en el cual un titular
de tipos muy grandes daba la noticia de que había muerto Franklin Delano
Roosevelt.
Ese acontecimiento, ocurrido en
plena Segunda Guerra Mundial, tenía una fecha: 12 de abril de 1945. El año 1945
estaba llamado a ser muy importante desde el punto de vista de la actividad
política, tanto a nivel mundial como para los que luchábamos contra las
dictaduras del Caribe, de las cuales la peor en todos los sentidos era la de
Trujillo. A nivel mundial, ese año iba a terminar la Segunda Guerra,
acontecimiento que se alcanzaba a ver desde el momento en que los ejércitos
alemanes no pudieron tomar Moscú y empezaron a fracasar en Stalingrado.
Para mí la muerte de Roosevelt
era preocupante porque no podía prever cómo se comportarían las nuevas
autoridades norteamericanas en el trato con Trujillo. En Venezuela gobernaba en
esos tiempos el general Isaías Medina Angarita, que no era amigo de Trujillo
pero tampoco su enemigo como lo indicaba la insinuación que me había hecho,
precisamente en abril de 1945, para que moderara mi propaganda anti trujillista.
En Venezuela nadie pensaba que Medina Angarita
podía ser eliminado como lo sería en
octubre de ese año, y en consecuencia yo no podía hacerme ilusiones sobre la
posibilidad de conseguir el apoyo de ese país en la lucha contra Trujillo; por
tanto, el único beneficio que podía sacar de Venezuela sería cierto grado de
fortalecimiento
de la seccional caraqueña, o
venezolana, del Partido Revolucionario Dominicano, y eso podía conseguirlo en
dos semanas, pero como al volver a Cuba tendría que buscar alojamiento le pedí
a Carmen que se me adelantara para ocuparse de buscar casa y tomar las medidas
que conllevaba una mudanza.
En los seis años y medio que
había pasado desde el día de mi llegada a Cuba yo había estado viviendo en una
atmósfera política envolvente, que era al mismo tiempo de carácter
internacional, de carácter regional y de carácter estrictamente dominicano
porque en lo que se refería a la lucha anti trujillista mi trabajo se limitaba
a lo que hacía dentro del PRD o en el partido. Pero sucedía que en el orden
internacional la política estaba representada en la guerra mundial, un
acontecimiento que me preocupaba mucho, del cual recibía enseñanzas todos los
días a través de las noticias de prensa y radio; pero también influían mucho en
mi formación política los hechos que se producían en todo el Caribe, y
naturalmente mucho más los de Cuba, donde actuaban en política varios amigos,
entre ellos Carlos Prío y Eduardo Chibás, que a petición mía había organizado
la recepción, en su casa, de las personas que participaron en el congreso
unitario de los dominicanos anti trujillistas que se había celebrado el año
anterior.
En los diez meses que había
durado mi viaje por México y Guatemala había tomado posesión de la presidencia
de la República el Dr. Ramón Grau San Martín, que había sido elegido para ese
cargo antes de salir yo de Cuba. Yo no había tenido relaciones personales con
el Dr. Grau pero él sabía quién era yo porque antes de las elecciones él le
había propuesto a Carlos Prío la fundación de un periódico diario que haría el
papel de vocero del Partido Auténtico. Prío era entonces senador por la
provincia de Pinar del Río, cargo que mantuvo durante ocho años, desde las
elecciones de 1940 hasta las de 1948, en las que fue elegido presidente de la
República como sucesor del Dr. Grau. El propio Dr. Grau le puso al periódico un
nombre que no tenía sentido, el de Siempre, cuyo director sería Prío, pero Prío
no tenía la menor idea de cómo se hacía un periódico y me pidió que yo me
hiciera cargo de esa tarea, petición a la que accedí, pero puse condiciones, la
primera de ellas que mi nombre no figurara en la nómina de los que redactaban o
dirigían ese vocero del Partido Revolucionario Cubano.
Mis
tres condiciones
Igual condición puse cuando al
ser nombrado primer ministro (jefe del gobierno, mientras que el Dr. Grau
seguía siendo jefe del Estado), Prío me pidió que le ayudara en los trabajos
que se le presentaban en ese cargo; yo le respondí que no tenía condiciones
para ser secretario suyo, a lo que él me contestó diciendo que no me pedía
servicios de secretario sino de colaborador en funciones muy concretas, como el
estudio de problemas que requirieran análisis detallados de varios aspectos de
la vida cubana, sobre todo de los sociales y los económicos. Mi respuesta fue
que me diera tres días para pensar lo que debería responderle. En esos tres
días tenía que hacerme preguntas que estaban en la obligación de contestarme yo
mismo de manera fría. La primera de ellas era cuál sería la opinión que de mí
se harían los miembros del Partido Revolucionario Dominicano, lo mismo los de
Cuba, los de Estados Unidos, los de Puerto Rico que los de Venezuela cuando les
llegara la noticia de que yo estaba trabajando como secretario o ayudante del
primer ministro de Cuba, y he dicho secretario porque sabía que los dominicanos
exiliados no podían adivinar cuáles serían mis funciones mientras estuviera
rindiendo servicios en las oficinas del Premierato de Cuba.
La segunda pregunta no estaba
relacionada con los dominicanos del PRD, sino con los que no tenían ningún
trato con el Partido Revolucionario Dominicano, vivieran o no vivieran en Cuba,
sobre todo con los que vivían en Puerto Rico, muchos de los cuales tenían
posiciones anti trujillistas como era el caso de Ángel Morales, y la última era
qué pensarían de mí los cubanos dirigentes de partidos políticos, lo mismo los
que se oponían al gobierno de los auténticos que los que habían llevado ese
partido al poder. En el caso de los cubanos engolfados en esa tercera pregunta
mi preocupación era grande, no precisamente porque en esos tiempos en Cuba
había aventureros de mala ley que resolvían sus dudas en materia política
poniendo en uso las pistolas, y en algunas ocasiones los hubo que las usaban
para hacerse de dinero o de posiciones que produjeran dinero, que de todos
ellos no había uno solo que pusiera en duda mi dedicación a la lucha anti trujillista
y por tanto no había uno de ellos que me atribuyera planes de actuar en la
actividad política cubana con fines personales; los que me preocupaban eran los
políticos que no dispararían balas sino artículos de periódicos
y comentarios de radio en los que
se condenara al extranjero que había escalado en forma misteriosa posiciones
que no le correspondían. Esas preguntas y mis respuestas fueron hechas en
secreto absoluto. Nadie debía enterarse de ellas, y al tercer día, cuando me
presenté en el Premierato le dije a Carlos Prío Socarrás que podía contar con
mi cooperación si aceptaba las condiciones que iba a presentarle. La primera
era que se me respetara el derecho a seguir colaborando con la revista Bohemia
para la cual escribía cuentos y artículos, la mayor parte de ellos dedicados a
la lucha contra la dictadura de mi país, la segunda, que se me fijara un
salario pagado por él, no de los fondos del Premierato ni de ningún otro
departamento del gobierno de Cuba; la tercera, libertad de viajar fuera de Cuba
cuantas veces tuviera que hacerlo para llevar a cabo actividades anti trujillistas.
Un
viaje a Caracas
En octubre de 1945 se sentían en
los países de América Latina los efectos políticos de la crisis económica que
le dejaba a la humanidad como una herencia la costosa guerra que se había
llevado a cabo en Europa, desde septiembre de 1939, cuando comenzó con el
ataque nazi a Polonia, hasta el 30 de abril de 1945, día de la muerte de Adolfo
Hitler, y en Asia desde el 7 de diciembre de 1941, cuando la flota de guerra
norteamericana fue atacada en Pearl Harbour por aviones militares japoneses,
hasta el 9 de agosto de 1945, cuando cayó en la ciudad japonesa de Hiroshima,
la primera bomba atómica que conoció el género humano. En la región del Caribe
los efectos políticos generados por esa guerra se presentaron en Venezuela con
el derrocamiento del gobierno que encabezaba el general Isaías Medina Angarita,
a quien un grupo de oficiales jóvenes del Ejército sacaron del Palacio
Miraflores y pusieron en su puesto a Rómulo Betancourt, el líder del partido
Acción Democrática.
Ese acontecimiento tuvo lugar el
15 de octubre y a principios de noviembre estaba yo en Caracas, donde, tal como
quedó explicado en mi artículo titulado “Un capítulo nuevo en la lucha contra
Trujillo” (revista Política: Teoría y Acción, número 48, marzo de 1984), se iba
a celebrar un acto de lo que en un informe enviado al secretario de Estado
norteamericano era descrito como “una reunión pública de dominicanos libres”, y
tal como el autor de ese informe lo explicaba, se trataba no de “dominicanos
libres”, sino de delegados o representantes de organizaciones de dominicanos
exiliados, lo que en fin de cuentas venía a ser una demostración de los efectos
políticamente beneficiosos que estaba haciendo entre los exiliados dominicanos
el ejemplo de organización que había dado el Partido Revolucionario Dominicano,
pues antes de que él se fundara nadie había pensado en la creación de un
partido o una asociación de anti trujillistas de los que se hallaban fuera de
la República Dominicana.
En esa reunión de Caracas no se
hicieron acuerdos de unidad entre los diferentes grupos que participaron en
ella. Su finalidad era responder, en defensa del gobierno que presidía Rómulo
Betancourt, a una ofensiva de ataques diarios que estaba lanzando a toda
América, por la vía de la radio, el equipo de defensores de Trujillo; ataques
personales, sucios, de la forma más abominable. Al acto en que se respondieron
esos ataques, que se llevó a cabo en un salón del local que ocupaba Acción
Democrática, fueron, en su casi totalidad, los miembros del Partido
Revolucionario Dominicano, seccional de Caracas, y unos contados amigos de
personalidades anti trujillistas que vivían en Venezuela.
El acto tuvo efecto el 12 de
noviembre (1945) y diez días después estaba yo en Port-au-Prince, la capital de
Haití, adonde había ido llevando una carta del presidente venezolano, Rómulo
Betancourt, para el presidente de Haití, Elie Lescot. Yo le había pedido a
Betancourt que me la diera, pero quien la había escrito era yo, y la había
escrito con su aprobación después de haberle explicado por qué yo debía visitar
Haití y hablar con el presidente Lescot. “Ya está bueno”, le dije, “de hablar y
escribir sobre Trujillo y su dictadura. Ya es tiempo de hacer en vez de hablar.
Para hacer necesitamos dinero, y mi plan es obtener de Lescot ayuda económica
para encabezar la etapa de preparación de una fuerza que libere al pueblo
dominicano de su dictador”.
Mi viaje a Haití, mi entrevista
con el presidente de ese país, Elie Lescot, y el aporte económico (nada menos
que de 25 mil dólares) que él hizo a la lucha contra la dictadura dominicana,
fueron explicados en las páginas 225 y siguientes de mi libro 33 Artículos de
temas políticos (Santo Domingo, R.D., Editora Alfa y Omega, 1988); pero en ese
libro no está dicho que al finalizar el año 1945 la situación política mundial
había cambiado radicalmente pues en el mes de agosto la Segunda Guerra Mundial
había llegado a su fin con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y
la paz mundial nos proporcionaba a los dominicanos anti trujillistas una
oportunidad para lanzarnos a la acción armada dirigida a derrocar la dictadura.
El ejemplo de lo que había sucedido en Venezuela era un estímulo para los que
dirigíamos el Partido Revolucionario Dominicano a pesar de que la situación de
Venezuela era distinta de la de nuestro país porque ni Medina Angarita era un
dictador ni los militares dominicanos se parecían a los militares venezolanos;
pero yo creía que cuando llegara la hora de lanzarnos a la lucha armada contra
Trujillo, Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas que le pidiera, y lo
creía de tal manera que en ningún momento le hablé, o le
insinué siquiera, que nos diera
ayuda económica para comprar armas; ese tipo de ayuda, pensaba yo, lo darían el
gobierno de Cuba o el de Guatemala, y si a última hora pensé en el de Haití fue
porque recibí informes de que las relaciones de Lescot con Trujillo eran muy
malas debido a que Trujillo había ayudado económicamente a Lescot cuando éste
llevaba a cabo su campaña de aspirante a la presidencia de Haití, pero una vez
en el poder se negó a complacer peticiones de su colega dominicano.
Yo estaba tan convencido de que
Betancourt, a quien se lo había pedido, nos proporcionaría las armas que
necesitaríamos para derrocar a Trujillo, tema del cual no decía una palabra a
nadie, que consideraba inminente el inicio de las actividades llamadas a
culminar en la formación de una fuerza militar, y naturalmente, los 25 mil
dólares que me dio el presidente Lescot contribuyeron a convertir esa creencia
en una convicción; de ahí que concibiera la necesidad de actuar de tal manera
que Trujillo no viera al Partido Revolucionario Dominicano como el enemigo al que
debía destruir de inmediato. Para mí, que Trujillo estuviera pensando en
aniquilar al PRD era algo natural porque él estaba al tanto de las relaciones
que yo mantenía con el presidente Betancourt, de quien era enemigo desde el año
1929 y contra el cual mantenía en esos días finales de 1945 una campaña de
descrédito feroz.
En el artículo titulado “Un
episodio de la lucha contra Trujillo: Cartas Cruzadas con el Cónsul de Trujillo
en Curazao”, publicado en las páginas 233 y siguientes del mencionado libro 33
Artículos de temas políticos, se explica la táctica que se usó para darle a
Trujillo la impresión de que el PRD no iba a atacarlo militarmente y el papel
que jugó en ese episodio Buenaventura Sánchez, el secretario general de la
seccional de Caracas del PRD.
Los pormenores de esa maniobra
táctica fueron expuestos en un folleto de 42 páginas que se publicó en La
Habana (Talleres de Unidad Auténtica, Dolores Nº 259, Víbora, julio de 1948),
es decir, varios meses después de haber fracasado la expedición conocida con el
nombre de Cayo Confites, para que quedara constancia de que antes de Cayo
Confites la dirección de la política anti trujillista era llevada a cabo en el
exilio por el Partido Revolucionario Dominicano.
No
nos dieron las armas
Con los 25 mil dólares de Lescot
se compró un avión Douglas DC-3 en el cual vendríamos a la República Dominicana
de 50 a 60 hombres con armas para 200. El avión había costado 12 mil dólares,
precio bajísimo porque era lo que entonces se llamaba sur-plus de guerra, esto
es, equipos de los que los ejércitos de Estados Unidos habían usado en la
Segunda Guerra Mundial. Del dinero restante se compraron después un AT-3, que
se usaría como avión de entrenamiento, y un Cessna de dos motores para los
viajes que tuvieran que hacer los jefes militares o políticos entre Cuba y
otros países o en la República Dominicana cuando estuviéramos en el país. El
dinero sobrante, unos 3 mil dólares, le fue devuelto a Lescot cuyo hijo Gérard
se los llevó a Canadá.
Yo estaba tan confiado en que
Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas, que en realidad eran pocas,
para iniciar la guerra contra Trujillo, que envié a Santo Domingo un mensajero
de apellido Freire, chileno él, de origen ecuatoriano, para que le informara al
licenciado Antinoe Fiallo que estábamos listos para llegar al país; que iríamos
en avión con tantos hombres y tantas armas y que lo único que necesitábamos era
que se nos dijera en qué lugar se nos esperaría, y al mensaje se le agregaba la
aclaración de que el avión podía aterrizar en cualquier lugar llano en el que
no hubiera árboles ni cercas. A su vuelta a Venezuela el mensajero dijo que el
lugar apropiado para la llegada del avión en que irían los hombres y las armas
que enviaría el Partido Revolucionario Dominicano eran unos secaderos de cacao
que había en una finca situada en las vecindades de La Piña cuyo propietario se
llamaba Juan Rodríguez, con quien Antinoe Fiallo había concertado un acuerdo.
Tan pronto el mensajero me hizo
saber que se hallaba en Caracas de regreso y que en el país se nos esperaba,
fui a ver a Virgilio Mainardi para invitarlo a ir conmigo a Venezuela. Lo elegí
a él en esa ocasión porque Ángel Miolán y Alexis Liz tenían compromisos de
trabajo y familiares. El viaje fue hecho en el avión DC-3, salimos de un
aeropuerto privado situado en un lugar llamado Santa Fe, a poca distancia de La
Habana, y el piloto era el aviador norteamericano que había actuado como
comprador y dueño de ese avión y del AT-3 y el Cessna. El destino era Maracay,
ciudad venezolana donde en los años de la dictadura de Juan Vicente Gómez se
hallaban los comandos militares, y en ese momento (mayo-junio de 1946) estaba
allí la jefatura de la aviación. Desde Maracay me dirigí, acompañado por
Mainardi, a Caracas donde me proponía ver inmediatamente a Betancourt para
reclamarle las armas que le había pedido en noviembre del año anterior.
Rómulo Betancourt no aportó las
armas que le habíamos pedido; explicó, a su modo, la imposibilidad de
entregarnos 200 fusiles y tiros suficientes para usarlos, y lo hizo de tal
manera que yo salí de la Casa Presidencial de Caracas convencido de que debía
buscar esas armas en otra parte, no en Venezuela. Cuando llegamos a Maracay,
Mainardi y yo nos dimos cuenta, tan pronto entramos en el avión DC-3 en el cual
habíamos llegado, de que más de una persona habían estado registrando los
sitios en que podía esconderse algo, aunque fuera un papel, lo que nos llevó a
comentar la posibilidad de que el gobierno de Rómulo Betancourt estuviera en
peligro de ser derrocado por un golpe de Estado militar semejante al que había
derrocado al gobierno de su antecesor, es decir, el de Medina Angarita.
El
fracaso de Cayo Confites
El Partido Revolucionario
Dominicano no pudo llevar a la práctica sus planes pero lo que había hecho para
ponerlos en práctica dio un resultado: la expedición de Cayo Confites, que a su
vez fracasó debido a la intervención de las Fuerzas Armadas de Cuba que nos
apresaron en alta mar, cuando navegábamos cruzando el Canal de los Vientos en
dirección a Haití, de donde pasaríamos a territorio dominicano. A la fecha en
que escribo estas líneas, a más de treinta años después del fracaso de ese
movimiento, se me ha dado la información de que para actuar como lo hizo, el
general Genoveno Pérez
Dámera, jefe de las Fuerzas
Armadas cubanas, recibió de parte de Trujillo 350 mil dólares que le fueron
llevados por Porfirio Rubirosa y Juan Antonio Álvarez.
En cuanto a lo que he dicho hace
algunas líneas, que la expedición de Cayo Confites fue resultado de las
gestiones frustradas que hizo el PRD para traer hombres y armas con los cuales
debía empezar una acción destinada a derrocar el gobierno de la tiranía
trujillista, la explicación de esa afirmación es la siguiente: Juan Rodríguez,
el rico terrateniente que ofreció una de sus fincas como lugar en el cual debía
aterrizar el avión DC-3 en que llegarían al país los revolucionarios y las
armas que enviaría el PRD, respondió al fracaso de esos planes de manera
positiva: se reunió con algunos grandes propietarios a quienes les planteó la
necesidad y al mismo tiempo la conveniencia de aprovechar la disposición de
venir al país que tenían los dominicanos exiliados para iniciar con ellos un
levantamiento armado que sacara del poder a Trujillo y su familia, obtuvo el respaldo
político y económico de esos terratenientes y salió del país con 80 mil
dólares, cantidad de dinero con la cual pudieron conseguirse las armas y los
barcos, e incluso algunos aviones además de los que tenía el PRD, con los
cuales se organizó la frustrada expedición. La frustración le costó la vida a
Juan Rodríguez, un dominicano cuyo nombre desconoce su pueblo porque la
Historia reserva las páginas en que se describen los hechos importantes sólo
para los autores de esos hechos, no de los que no llegaron a realizarlos aunque
hicieran todo lo necesario para ser sus ejecutores.
El fracaso de Cayo Confites puede
fecharse en los días finales de septiembre de 1947. Al año siguiente, usando
las armas de Cayo Confites, encabezó José Figueres el levantamiento armado de
Costa Rica para servir en el cual le fue enviado el avión Cessna del PRD, que
se accidentó en Guatemala pero salvaron la vida los dos miembros del Partido
que iban en él: Virgilio Mainardi y un hermano de Manuel Fernández Mármol.
En noviembre de 1950, a propuesta
de Ángel Miolán, la dirección de la seccional de La Habana se reunió en Arroyo
Naranjo, el lugar donde estaba yo viviendo, para modificar los estatutos del Partido a fin de que
pudieran ser válidos en territorio dominicano en caso de que en el país
sucedieran hechos que dieran al traste con la dictadura. Para esa fecha se
habían sumado al Partido varias personas que habían llegado a Cuba, como los
hermanos Teófilo (Telo) y Hernando (Nando) Hernández; eso sucedió también en
Curazao, Aruba, Puerto Rico, Nueva York; en cambio, la seccional de Caracas
había quedado aislada desde que el gobierno de Acción Democrática, presidido
por Rómulo Gallegos, fue derrocado en 1948 por un golpe de Estado militar.
A fines de 1950 la situación
política de la región del Caribe no era igual, ni siquiera parecida, a la de
1948. En 1948 había sido elegido presidente de Cuba Carlos Prío Socarrás, en
quien el Partido Revolucionario Dominicano tenía no sólo un amigo sino un
colaborador que lo era por varias razones. La primera de ellas consistía en sus
orígenes políticos, que se hallaban en la lucha del pueblo cubano para sacar
del poder a
Gerardo Machado, el peor de los
gobernantes que había conocido Cuba, y como ese pasado tuvo mucho que ver en su
elección a la presidencia de su país, cuando se hiciera cargo del gobierno no
podía ignorar la repulsa a la dictadura de Trujillo de que daba muestras el
pueblo cubano; y si eso no fuera bastante para mantener en él una conducta anti
trujillista, sucedía que era cuñado del Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, el
creador del PRD y mantenía una estrecha relación política conmigo que había
pasado a ser el secretario general del Partido en La Habana, lo que significaba
que lo era de la totalidad del PRD.
A mí me tocó jugar un papel
importante en las actividades políticas de Carlos Prío Socarrás y él sabía que
el precio que yo cobraría por los servicios que le prestaba sería la
participación del gobierno de Cuba en la lucha contra Trujillo, y como su
elección a la presidencia de su país significaba que había llegado el momento
en que debería prepararse para hacer el pago que yo iba a reclamar, aceptó sin
demora mi propuesta de hacer, antes de tomar posesión del cargo para el cual
había sido elegido, un viaje a
Guatemala, Costa Rica y Venezuela
para iniciar con los gobernantes de esos países una relación basada
fundamentalmente en la aprobación de un plan destinado a sacar de la
República Dominicana a Rafael Leónidas
Trujillo. Al mismo tiempo que el logro de ese fin con medios y métodos
políticos, Prío Socarrás debería aprovechar la oportunidad de conocer a los líderes militares de
Guatemala y Venezuela; no los de Costa Rica porque Figueres había disuelto el
Ejército de su país tan pronto llegó a la presidencia de la República. Lo
último tenía su explicación en la necesidad de contar con apoyo militar en
Guatemala y Venezuela en el caso de que hubiera que recurrir a las armas para
liquidar la dictadura dominicana.
Como yo mantenía relaciones de
amistad con el presidente de Guatemala, Juan José Arévalo, y con los coroneles
Jacobo Arbenz y Francisco Javier Arana, jefes que fueron del movimiento militar
que sacó del poder a Federico Ponce, sucesor de Jorge Ubico, y mantenía amistad
muy estrecha con José Figueres y con Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela,
así como relaciones amistosas con el coronel Carlos Delgado
Chalbaud y con el mayor Mario
Vargas, ambos figuras de peso en las Fuerzas Armadas venezolanas, y sobre todo,
amistad de largo tiempo con Rómulo Betancourt, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán
Prieto y numerosos e importantes dirigentes de Acción Democrática, me tocó a mí
la tarea de viajar a Guatemala, Costa Rica y Venezuela para proponer la visita
del presidente electo de Cuba a esos países y concertar las entrevistas que
tendrían lugar, una en la ciudad de Guatemala, otra en San José de Costa Rica y
otra en Caracas para acordar un plan político común destinado a conseguir la democratización del gobierno de Trujillo y
de ser eso imposible, organizar una expedición armada que liberara a la
República Dominicana de su dictador.
En esas entrevistas estaría yo
presente.
Llevando
armas a Costa Rica
De los cuatro presidentes
mencionados, el único que aprobó el plan de la expedición armada, si no había
solución política para liberar al pueblo dominicano de la tiranía que estaba
explotándolo y matándolo desde hacía 18 años, fue José Figueres, que ofreció el
territorio costarricense para establecer un campamento donde se entrenaran los
dominicanos que quisieran formar parte del cuerpo expedicionario; pero se
convino
en que tres meses después de que
Prío Socarrás tomara el poder, lo cual debía suceder, por mandato
constitucional, el 10 de octubre de ese año 1948, los cuatro gobiernos
convocarían a una reunión a ser celebrada en Venezuela en la cual se acordarían
planes sustitutos para alcanzar la finalidad perseguida: la derrota de la
tiranía de Trujillo.
Esa reunión no pudo darse porque
cinco semanas después de la toma de posesión por Carlos Prío Socarrás del gobierno
de Cuba fue derrocado el de Rómulo Gallegos por un golpe militar que
encabezaron los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Carlos Delgado Chalbaud. Un
mes después, Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua que tenía entonces 22
años manejando su país como si fuera propiedad suya, lanzó su Guardia Nacional
contra Costa Rica y Figueres me llamó por teléfono para encomendarme la misión
de pedirle al presidente Prío Socarrás armas con que enfrentar el ataque del
tirano nicaragüense, pues como se dijo hace poco, al tomar el poder en su
condición de jefe de un levantamiento militar, Figueres había desbandado el
Ejército de su país y no lo sustituyó con los guerrilleros que tomaron, bajo
sus órdenes, la capital costarricense. Prío le ordenó al general Raúl Cabrera,
el jefe militar de Cuba, que me entregara las armas solicitadas por Figueres,
las cuales estaban depositadas en el cuartel de San Ambrosio, que se hallaba en
La Habana Vieja, denominada así porque era la parte antigua de la capital de
Cuba; de allí fueron conducidas en un camión a Colombia, nombre del campamento
militar de La Habana, donde había un pequeño aeropuerto, también militar, y a
las pocas horas estábamos volando hacia San José de Costa Rica, en un DC-3
conducido por el piloto militar Francisco Gutiérrez (Panchito), un dominicano
llamado Pompeyo Alfau y yo. Alfau, que no era miembro del Partido
Revolucionario Dominicano pero era anti trujillista, pudo acompañarme en ese
viaje porque llegó a mi casa en el momento en que yo salía hacia el cuartel de
San Ambrosio, pues no disponía de tiempo para darles conocimiento de mi viaje ni
a Ángel Miolán ni a Virgilio Mainardi ni a Alexis Liz, que eran los compañeros
perredeístas con quienes podía tener contacto rápido debido a que vivían en
lugares fácilmente accesibles para mí.
Al bajar del avión llamé desde el
aeropuerto a Figueres para decirle que lo que me había pedido estaba allí pero
que era necesaria la presencia de alguna autoridad gubernamental para proceder
a la descarga inmediata de los efectos de los cuales era portador, y en pocos
minutos estaba en el aeropuerto el jovial y activo líder costarricense, que de
hombre del común había dado un salto descomunal hacia el más alto sitial de la
política de Costa Rica para lo cual le habían servido como anillo al dedo las
armas que se habían adquirido para enfrentar la más vieja y más criminal de las
tiranías del Caribe: la de Rafael Leónidas Trujillo.
250
mil dólares para Acción Democrática
Ahora me toca distraerme por unos
minutos de la historia del Partido Revolucionario Dominicano para explicar por
qué, además del derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos, que provocó la
ruptura de nuestras relaciones con Venezuela, lo que significaba un golpe muy
fuerte para el Partido, perdimos el apoyo que teníamos en Costa Rica cuando
José Figueres tuvo que entregar la presidencia de su país a poco de empezar el
año 1949. Figueres no había llegado a la jefatura del Estado de Costa Rica por
la vía electoral sino impulsada por un movimiento armado, que como se dijo ya,
fue hecho con las armas de Cayo Confites. Ese movimiento tuvo su origen en un fraude electoral que
llevó a cabo el gobierno de Teodoro Picado en las elecciones de febrero de 1948
para evitar que esas elecciones fueran ganadas por Otilio Ulate, y empezó en el
mes de marzo; el 24 de abril la guerrilla figuerista tomó la capital del país y
el 8 de mayo quedó formada una Junta de Gobierno presidida por Figueres que
declaró instalada la Segunda República cuya duración terminaría cuando una
Asamblea Constituyente dictaminara quién había ganado las elecciones ese año;
el veredicto, que se dio al comenzar el mes de enero de 1949, favoreció a
Otilio Ulate, a quien la Junta que presidía Figueres le entregó el poder, con
lo cual el Partido Revolucionario Dominicano perdió el apoyo del gobierno
costarricense porque Ulate, periodista y propietario de un periódico, no tenía
el menor interés en lo que sucedía en la República Dominicana o en Nicaragua;
más aún, terminó siendo un aliado del dictador de Nicaragua.
Así, a poco de comenzar el año
1949 la dirección del PRD sólo podía contar con el apoyo de dos gobiernos del
Caribe: el de Prío Socarrás y el de Juan José Arévalo, pero el PRD no tenía
organización en Guatemala, de manera que cuando había que hacer alguna gestión
en la que se requiriera el apoyo del gobierno de ese país tenía que ir yo a
solicitar la ayuda del presidente Arévalo.
Mientras tanto, en Venezuela la
situación política se complicaba y el resultado de las complicaciones era
cambios en el gobierno, pero sin salir del poderío militar, y la salida del
país de dirigentes de Acción Democrática era frecuente. En los primeros tiempos
en Cuba estuvieron viviendo Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán
Prieto y varios más de menos categoría que ellos, y por fin pasó a establecerse
en
La Habana Rómulo Betancourt con
su familia que consistía en su esposa, Carmen Valverde, con quien había
contraído matrimonio en Costa Rica en los años de la dictadura de Juan Vicente
Gómez, y su hija Virginia.
Acción Democrática y el Partido
Revolucionario Dominicano eran aliados naturales y también lo serían el PRD y
Liberación Nacional, nombre que se le dio al que fundaría Figueres, a pesar de
que en Costa Rica apenas vivían tres o cuatro dominicanos, de los cuales era
perredeísta solo uno, Amado Soler Fernández, que sería asesinado en Nicaragua
por la Guardia Nacional.
También era el PRD aliado del
Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), pero nunca le pedí a Prío Socarrás
ayuda económica para el Partido; sin embargo, le pedí una de
250 mil dólares para Acción
Democrática, y cuando llegó la hora de recibir ese dinero le pedí a Figueres
que fuera conmigo a recibirlo y a entregárselo a Rómulo Betancourt. Muchos años
después Figueres recordaba ese episodio de la historia política del Caribe
diciendo, en presencia de un alto funcionario del gobierno dominicano: “El
recibo de ese dinero, firmado por Juan y por mí, debe aparecer algún día en los
archivos del Ministerio de Educación de Cuba”.
El peor de los golpes que iba a
recibir el Partido Revolucionario Dominicano fue el derrocamiento del gobierno
cubano que presidía Carlos Prío Socarrás, un acontecimiento fatal para los
luchadores anti trujillistas que residían en Cuba, el país donde se hallaba la
dirección de todas las seccionales del Partido.
A partir de ese momento —10 de
marzo de 1952— los miembros de esa seccional tendrían que limitar sus
actividades a declaraciones escritas o verbales y a la publicación en
periódicos y revistas de artículos en los que se denunciaran algunos de los
crímenes de Trujillo, pues a ninguno de los que combatíamos desde Cuba a la
dictadura trujillista se le podía ocurrir la idea de que con el retorno al
poder de Fulgencio Batista se presentaría la posibilidad de organizar un nuevo
Cayo Confites o algo parecido, mientras que yo tenía la promesa, conservada en
estricto secreto, de que en los meses que transcurrieran entre las elecciones
en que debía quedar elegido el sucesor de Prío Socarrás y el 10 de octubre de
1954, fecha de toma de posesión del nuevo presidente, el Partido Revolucionario
Dominicano recibiría toda la ayuda que necesitara para llegar armado a los
dominios de Trujillo con la única condición de que la salida no fuera de un
puerto o de un aeropuerto cubano, pero tanto Prío como Rómulo
Betancourt confiaban en que antes de 1954 sería derrocada la
dictadura de Pérez Jiménez —y por estar seguro de eso Prío Socarrás aportó a
los fondos de Acción Democrática los 250 mil dólares que le entregamos a
Betancourt Figueres y yo—, lo que a su vez nos autorizaba a pensar que en los
meses de agosto, septiembre y octubre el PRD estaría combatiendo en la
República Dominicana porque saldríamos, debidamente armados por el gobierno
cubano, de algún punto de Venezuela.
Al producirse el golpe de
Batista, Prío Socarrás se asiló en la Embajada de México y pocos días después
decidió irse a México, y yo fui al aeropuerto a despedirlo. Lo hice sabiendo el
riesgo que corría porque yo no era cubano y podía ser acusado de agente
subversivo del presidente depuesto que había ido al aeropuerto a recibir
órdenes suyas, pero yo no podía pasar a los ojos de los cubanos que conocían
mis nexos con Prío Socarrás como un oportunista y aventurero que en la hora
negra de Prío le daba la espalda. Algún tiempo después —tal vez dos o tres
meses— Prío me envió con
Sergio Pérez, cubano con quien yo
mantenía una estrecha amistad de muchos años, el mensaje de que me fuera a
México, llevándome la familia, para trabajar allí y en Estados Unidos, adonde
pensaba trasladarse, en condición de secretario suyo, propuesta que me negué a
aceptar. Mis relaciones con Prío Socarrás, mientras estábamos él y yo en Cuba,
se explicaban por lo que él podía aportar en la lucha del Partido Revolucionario
Dominicano contra Trujillo, ¿pero qué podía hacer él en favor de la causa anti trujillista
desde México, donde era un exiliado, o desde Estados Unidos, si decidía irse a
vivir a ese país? Además, yo no tenía las condiciones que debe tener un
secretario.
Después del golpe de Batista los
trabajos de la seccional de La Habana, esto es, de la dirección del PRD, se
paralizaron a tal punto que los que la formábamos nos reuníamos ocasionalmente,
cuando llegaba algún miembro del Partido que iba a la capital cubana de
Guantánamo o Santiago de Cuba, lo que sucedió muy pocas veces, y de pronto, en
la mañana del domingo 26 de julio de 1953 llegó hasta el lugar donde estaba
viviendo (Santa María del Rosario, cerca de La Habana) la noticia del asalto al
cuartel Moncada, ejecutado 14 ó 16 horas antes. (Próxima entrega: Mi salida de Costa Rica, luego
de la Paz a Santiago de Chile)
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