JUAN BOSCH : QUÉ ES
EL PENTAGONISMO?
PREÁMBULO
(…)Vamos a copiar las palabras del senador demócrata por
Minnesota, porque parece difícil explicar lo que él dice de manera más breve y
clara. Según McCarthy, al proporcionar armas “se abre el camino de la
influencia en los militares y también en la política de los países que las
reciben. La experiencia ha demostrado que cuando se hace una entrega de armas,
el instrumento militar es sólo el primer paso. Casi invariablemente, se
necesita [enviar] una misión militar de entrenamiento, y el país que recibe [las armas] deviene dependiente del que las suple para los repuestos y
para otros equipos militares”.
Eso que el senador Fulbright llama “complejo
militar-industrial” es el núcleo del Pentagonismo; la exportación de armas y
equipos militares a que se refiere el senador McCarthy es una operación que
correspondería a los procedimientos típicos del ya superado imperialismo, pues
también en la práctica imperialista había que comprar los repuestos de una
maquinaria al país que había vendido esa maquinaria. Pero ya en la venta de
armas entra a jugar el factor político pentagonista, pues el Pentagonismo usa
las misiones militares de adiestramiento,
que son indispensables para enseñar el uso de los equipos
nuevos, con un fin de penetración política en el terreno militar, sobre todo en
los países económicamente dependientes de los Estados Unidos. En cuanto a los
países más desarrollados, cuyos ejércitos no pueden ser sujetos al carro
pentagonista,
se persigue llevarlos al campo de la influencia pentagonista.
Al decir influencia no queremos decir colonizar, como apreciará
el lector al leer el libro. La colonia del Pentagonismo es el
pueblo de su metrópoli. En cierto orden de cosas, todos los países capitalistas
contribuyen económicamente al sostenimiento del pentagonismo, aunque en forma
indirecta; pero no todos están pentagonizados. Esto se explica porque donde
hay inversiones de capital norteamericano, los inversionistas
cosechan beneficios que deben pagar —y pagan— impuestos al Gobierno de los
Estados Unidos, y más de la mitad de todo lo que recauda el Gobierno de los
Estados Unidos se destina al campo militar. Lo mismo se dice de las sumas
pagadas a empresas
norteamericanas por derecho de patentes. De manera que un
francés o un italiano que está comprando productos de industrias establecidas
en Francia o en Italia con capital norteamericano, o los que compran artículos
producidos con patentes
norteamericanas, son contribuyentes del pentagonismo; están
sosteniendo ese poder oculto, pero real y monstruoso.
Así, pues, por vías indirectas, aquellos países más
desarrollados
en el mundo capitalista —más concretamente, los de
Europa— contribuyen en mayor medida que los menos desarrollados
al mantenimiento y a la expansión del pentagonismo.
Pero no están pentagonizados, porque sus ciudadanos no tienen
que ir a las guerras desatadas por el pentagonismo, porque su política exterior
no está bajo el control directo del pentagonismo porque, en última instancia,
su vida nacional
no está girando —todavía— alrededor de los beneficios que deja
la industria de la guerra. Esto no significa, sin embargo, que se hallen
exentos de caer en un porvenir más cercano o más lejano en el vórtice del
pentagonismo. El peligro está ahí y aumenta a medida que el mundo capitalista
progresa hacia una virtual dependencia económica del capital sobredesarrollado
de los Estados Unidos.
En este sentido, la responsabilidad de los estadistas de los
países más desarrollados en la porción capitalista de la Tierra es en verdad
abrumadora, pues caer en ese vórtice es una manera de ayudar a precipitar una
guerra catastrófica para todo el género humano; y no puede haber duda de que
las pequeñas
guerras controladas que el pentagonismo necesita para
mantenerse vivo acabarán conduciendo inexorablemente hacia una guerra
planetaria.
Benidorm,
28 de enero de 1968.
QUÉ
ES EL PENTAGONISMO
Si en una gran parte del mundo se sigue diciendo que hay países
imperialistas y países colonizados es porque no nos hemos dado cuenta todavía
de que el lugar del imperialismo ha sido ocupado por el pentagonismo.
En los días de su vigencia, que se prolongó hasta el final de
la guerra de 1939-1945, la sustancia del imperialismo se explicaba como la
conquista de colonias para aplicar en ellas los capitales sobrantes del país
conquistador con el fin de sacar de las colonias materias primas con que
mantener funcionando las instalaciones industriales de la metrópoli; al mismo tiempo
las colonias se convertían en mercados compradores de las industrias
metropolitanas, con lo que se establecía una cadena sinfín que ataba la vida
económica de las colonias, mediante la sumisión política, al centro
metropolitano.
De acuerdo con esa somera descripción del fenómeno llamado imperialismo,
una colonia era a la vez una zona de aplicación de bienes de capital y una zona
de acumulación de beneficios porque su mano de obra era barata, sus materias
primas se pagaban a precios bajos, el sistema bancario de la metrópoli
prestaba poco dinero, a corto plazo y a interés alto, los transportes de y
hacia la metrópoli estaban bajo control y tenían tarifas elevadas para lo que
compraban los colonos, y en cambio los productos manufacturados de la metrópoli
llegaban a la colonia a precios altos. Esa situación de control económico se
reducía, en fin de cuentas, a un propósito: que el trabajador colonial
recibiera, pongamos, 10 unidades monetarias por hora de trabajo y tuviera que
pagar 50 unidades por la hora de trabajo acumulado en un producto que se
fabricaba en la metrópoli con la materia prima que ese mismo trabajador
colonial —u otro de una colonia dependiente de la misma metrópoli— había
producido a cambio de cinco veces menos dinero.
La conquista de una colonia, y su mantenimiento como territorio
dependiente, reclamaba el uso de un poder militar destinado sólo a conquistar y
retener el imperio colonial.
Esto requería fondos, industrias de armas, escuelas
especializadas en la formación de oficiales y de administradores civiles destinados
a las colonias, poetas, músicos y pintores, periodistas y oradores que formaran
la atmósfera heroica adecuada a las guerras en los territorios destinados a ser
colonias.
Pero esa atmósfera ha desaparecido, y los niños que están
naciendo ahora tendrán que recurrir a libros viejos y a películas de otras
épocas para conocer la estampa de los ejércitos coloniales.
El imperialismo es ya una sombra del pasado y, sin embargo, por
inercia intelectual seguimos diciendo que todavía hay imperialismo y seguimos
acusando a este y a aquel país de imperialistas. Puesto que las dos terceras
partes de la Humanidad viven en sociedades capitalistas, y puesto que Lenín
vinculó de manera indisoluble al imperialismo con el
capitalismo —con su razón, en su caso y en su tiempo— al decir que el
imperialismo era la última etapa —o la etapa más avanzada— del capitalismo, hay
quienes piensan que el imperialismo subsiste porque aún subsiste el
capitalismo. Pero se trata de una ilusión. El imperialismo no existe ya y el
capitalismo le ha sobrevivido.
¿Cómo y por qué se explica lo que acabamos de decir?
Porque el imperialismo ha sido sustituido por una fuerza superior.
El imperialismo ha sido sustituido por el pentagonismo.
El capitalismo industrial comenzó a desarrollarse en manos de
técnicos, no de científicos, y empezó a incorporar a los científicos desde
fines del siglo XIX. La ciencia puesta al servicio del capitalismo, iba a abrirle
a éste fuentes insospechadas de producción que le proporcionarían recursos
infinitos para la acumulación de capitales; fuentes tan numerosas y tan
productivas que junto a ellas las riquezas coloniales parecerían juegos de
niños. Valiéndose del trabajo de los científicos, el capitalismo industrial iba
a evolucionar rápidamente, después de la guerra de 1914-1918, hacia una etapa
no prevista de sobredesarrollo, a la cual llegaría con motivo de la Segunda Guerra
Mundial. Al entrar en la era atómica el capitalismo sería tan diferente del que
había conocido el mundo hasta el 1939 que, en términos de evolución histórica,
iba a corresponder al siglo XXI más que al siglo XX.
El capitalismo de hoy es capitalismo sobredesarrollado. Este nuevo
tipo de capitalismo no necesita recurrir a territorios dependientes que
produzcan materias primas baratas y consuman artículos manufacturados caros. El
capitalismo sobredesarrollado ha hallado en sí mismo la capacidad necesaria
para elevar al cubo los dos términos del capitalismo que se ponían
en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales,
operando bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden
producir materias primas antes insospechadas a partir de materias primas
básicas y a costos bajísimos; esas nuevas materias primas, de calidad, volumen,
consistencia y calibre científicamente asegurados, han permitido ampliar a
cifras fabulosas las líneas de producción y con ello han hecho del subproducto
la clave del beneficio mínimo indispensable para mantener una industria
funcionando, de
manera que los beneficios obtenidos con los productos
principales se acumulan para ampliar las instalaciones o establecer otras
nuevas, y el resultado final de ese proceso interminable es una productividad
altísima, nunca antes prevista en la historia del capitalismo. Gracias a esa
alta productividad, el capitalismo
Sobredesarrollado puede pagar a sus pueblos salarios muy
elevados, lo que ha dado origen, dentro de sus propias fronteras, a un poder
adquisitivo que crece a ritmo galopante y que a su vez permite capitalizar a un
grado que no hubiera
sido capaz de sospechar el más apasionado promotor de
expediciones militares para conquistar colonias en los mejores días de
Victoria, reina y emperatriz.
Ahora bien, ese fenómeno, que debía originar necesariamente nuevos
tipos de relaciones de las metrópolis con sus colonias —la descolonización del
general De Gaulle o la Commonwealth británica— ha dado origen, en el país del capitalismo
más sobredesarrollado, a un fenómeno nuevo. Este es el pentagonismo, que ha venido a ocupar el
lugar que hasta hace poco ocupó el imperialismo. El imperialismo ha
desaparecido ya del Globo, y con él debe desaparecer la palabra que lo definía.
Lo que está operando ahora en la América Latina, en Asia, en África —en todas
las áreas poco desarrolladas— no es el viejo imperialismo definido por Lenín
como la última etapa —o la más avanzada— del capitalismo. Es el pentagonismo,
producto del capitalismo sobredesarrollado.
El pentagonismo retiene casi todas las características del imperialismo,
especialmente las más destructoras y dolorosas, pero es una modalidad más
avanzada, que se relaciona con el imperialismo en la medida en que el
capitalismo sobredesarrollado de hoy se relaciona con el capitalismo industrial
del siglo XIX; para decirlo de manera más gráfica, el pentagonismo se parece
al imperialismo en la cualidad de sus efectos, no en las dimensiones, así como
el cañón que se usó en la guerra franco-prusiana de 1870 se parece a la bomba
atómica lanzada en Hiroshima en que los dos producían la muerte,
pero no el mismo número de muertos.
Sin embargo, el pentagonismo se diferencia del imperialismo en
lo que éste tenía de más característico, que era la conquista militar de
territorios coloniales y su subsecuente explotación económica. El pentagonismo
no explota colonias: explota a su propio pueblo. Este es un fenómeno
absolutamente nuevo, tan nuevo como el propio capitalismo sobredesarrollado que
dio nacimiento al pentagonismo.
Para lograr la explotación de su propio pueblo el pentagonismo realiza
la colonización de la metrópoli, pero como para colonizar a la metrópoli hay
que hacerlo con el mismo procedimiento militar que se usaba para conquistar una
colonia y resulta que la guerra no puede hacerse contra el pueblo propio, los
ejércitos metropolitanos son lanzados a hacer la guerra contra otros países.
Como eso era lo que se hacía en los tiempos ya idos del imperialismo —lanzar el
ejército metropolitano sobre un territorio extranjero—, se sigue pensando
que el imperialismo está vigente aún. Pero no es así.
Efectivamente, no ha cambiado el uso del poder militar; lo que ha cambiado es
su finalidad.
Las fuerzas militares de un país pentagonista no se envían a
conquistar dominios coloniales. La guerra tiene otro fin; la guerra se hace
para conquistar posiciones de poder en el país pentagonista, no en un
territorio lejano. Lo que se busca no es un lugar donde invertir capitales
sobrantes con ventajas; lo que se busca es tener acceso a los cuantiosos
recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra; lo
que se busca son beneficios donde se fabrican las armas, no donde se emplean, y
esos beneficios se obtienen en la metrópoli pentagonista, no en el país atacado
por él. Rinde varias veces más, y en tiempo mucho más breve, un contrato de aviones
que la conquista del más rico territorio minero, y el contrato se obtiene y se
cobra en el lugar donde está el centro del poder pentagonista. Los ejércitos
operan lejos del país pentagonista, pero los aviones se fabrican en él, y es
ahí donde se ganan las sumas fabulosas que produce el contrato. Esas
sumas salen del pueblo pentagonista, que es al mismo tiempo la
metrópoli y por tanto el asiento del poder pentagonista.
El pueblo pentagonista es explotado como colonia, puesto que es
él quien paga a través de los impuestos los aviones de bombardeo que enriquecen
a sus fabricantes; de donde resulta que la metrópoli pentagonista convierte a
su propio pueblo en su mejor colonia; es a la vez metrópoli y colonia, en una
simbiosis imprevista que requiere de un nuevo vocablo para ser definida. No es
ya el imperio clásico porque no necesita territorios coloniales para acumular
beneficios. No hay ya una metrópoli que explota y una colonia explotada; hay
otra cosa: hay el impentagonal o la metropocolonia.
Lo que gastan los Estados Unidos en un mes de guerra en el
Vietnam no podrían recuperarlo en cinco años si se dedicaran a sacar de la
vieja Indochina materias primas baratas y al mismo tiempo le vendieran
productos manufacturados caros; y lo que gastan allí en un año de operaciones
militares no podrían sacarlo en medio siglo ni aun en el caso de que los dos Vietnam
—el del Norte y el del Sur— estuvieran cubiertos por una lámina de oro de un
centímetro de espesor. Si las minas de brillantes del Transvaal estuvieran
situadas en Vietnam no producirían en cincuenta años de explotación intensiva
lo que los Estados Unidos gastaron en 1967 combatiendo en Vietnam.
Pero de lo que los Estados Unidos gastan en un año en el territorio
norteamericano para fabricar armas, buques, aviones de guerra, ropa, zapatos,
medicinas y cerveza para las fuerzas que operan en Vietnam, los pentagonistas
sacan lo necesario para mantener funcionando sus fabulosas instalaciones
industriales y para pagar los salarios más altos del mundo, lo que a su vez se
transforma, mediante el aumento del poder adquisitivo de los que cobran esos
salarios, en una ultrarrápida formación de capitales por la vía de los
beneficios. La escalada de la guerra de Vietnam comenzó en mayo de 1965; pues
bien: en el año 1966 los Estados Unidos tenían 164 millonarios más que en 1965,
según información de la Dirección General de Impuestos sobre los Beneficios.
Esos capitales tan velozmente acumulados no son empleados en
Vietnam, ni en todo ni en parte, con propósitos reproductivos, como lo hubieran
sido en el caso de que la guerra fuera una típica operación imperialista, de
conquista del territorio indochino para someterlo a explotaciones económicas.
Esos capitales son empleados en los Estados Unidos para producir
más elementos de guerra y más artículos de consumo que permitan recuperar por
esta última vía una parte de los altos salarios que están recibiendo obreros y
empleados.
Aunque se han escrito varios estudios para probar que los gastos
militares de los Estados Unidos tienen poca influencia en la economía general
del país, se ha ocultado el papel que esos gastos tienen en la formación y en
el mantenimiento del pentagonismo como fuerza dominante en la vida
norteamericana.
A partir del año 1951 el presupuesto militar de los Estados
Unidos pasó a ser más alto que el presupuesto del gobierno civil (federal), lo
que en términos políticos significa que el poder militar comenzó a ser mayor
que el poder civil
puesto que disponía de más medios que éste, y en consecuencia el
poder civil comenzó a depender más y más, para su estabilidad, de los gastos
pentagonistas.
La palabra “estabilidad” no tiene en los Estados Unidos el mismo
significado, aplicada al gobierno, que en otros países.
Allí un gobierno tiene mayor estabilidad cuando la opinión pública
lo respalda mayoritariamente. Y resulta que los gastos del Pentágono han pasado
a ser fundamentales para obtener ese respaldo. El presidente Johnson lo
reconoció así en su informe de principios de año —enero 1967— al Congreso de la
Unión cuando dijo que “el aumento en los gastos de defensa contribuyó [a crear] un cambio significativo en el clima de la opinión [pública]. El
escalamiento de [la guerra de] Vietnam aseguró virtualmente a los hombres de negocios americanos que
en el futuro cercano no habría cambios económicos
hacia atrás”1.
Cuando el presidente Johnson afirmó que los gastos militares habían
producido “un cambio significativo en el clima de la opinión” (pública), se
refería, desde luego, a un cambio favorable al gobierno, no a un cambio
adverso; luego, la estabilidad del gobierno se afirmó gracias a los gastos
militares que fueron hechos con motivo del escalamiento de la guerra en Vietnam.
Aunque vamos a seguir copiando las declaraciones del presidente
Johnson, por el momento queremos llamar la atención hacia la frase clave que se
refiere a los hombres de negocios americanos, pues volveremos sobre ella al
estudiar las consecuencias del pentagonismo en la vida política de los Estados
Unidos.
La cita del presidente Johnson, que hemos tomado de un documento
oficial norteamericano, desmiente a los estudiosos de encargo que han querido
demostrar, manejando estadísticas con habilidad de prestidigitadores, que los
gastos militares han influido poco en el aumento de la producción —y de la
productividad— en los Estados Unidos. Unas pocas líneas después de lo que hemos
copiado, el presidente Johnson dijo: “El aumento en los gastos de defensa infló
lo que era ya [del
segundo trimestre de 1965 al primer trimestre de 1966] una fuerte marea alta de gastos en inversiones de negocios” Inmediatamente
dio las siguientes cifras: “Desde el segundo trimestre de 1965 al primer
trimestre de 1966, los gastos de los negocios en nuevas estructuras y en
equipos subieron a 9 billones [de
dólares]3. La
liberalización de los gastos para la defensa y para la seguridad social aumentaron
velozmente el crecimiento de entradas disponibles.
Los gastos de los consumidores respondieron fuertemente, aumentando
en 29 billones sobre este intervalo de tres cuartos de año. En total, el PNB [producto nacional bruto] avanzó a un promedio de 16 billones por trimestre. La producción
real subió a un promedio anual fenomenal de 7,2 por ciento, y la producción
industrial subió a un promedio anual del 9,7 por ciento” Aunque estas
afirmaciones del Presidente de los Estados Unidos son importantes, porque
desmienten de manera categórica cuanto se ha dicho con el propósito de
desvirtuar la 2 Fuente mencionada. Copiamos en inglés: “The increase in defense spending swelled
an already strongly rising tide of business investment” (pp.46-47). La mención del tiempo correspondiente figura en el párrafo
siguiente.
3 Un billón equivale en Estados Unidos a 1.000 millones; así,
pues, 9 billones
de dólares son 9.000 millones de dólares.
4 Fuente mencionada. Copiamos en inglés: “From the second
quarter of 1965
to the first
quarter of 1966, business spending for new structures and
equipment rose by
9 billions. Defense investment, and social security
liberalization, in
combination, speeded the growth of disponible income.
Consumer spending
responded strongly, growing by 29 billions over this
three-quarter
interval. All in all, GNP advanced at an average of 16 billions
a quarter. Real output grew at a phenomenal rate of 7.2 per
cent, and industrial production rose at an annual rate of 9.7 per cent”
(pp.46-47). importancia de los gastos de guerra en el crecimiento de la economía
norteamericana, su valor político está en la frase a que nos hemos referido,
aquella de que el “escalamiento de [la
guerra de] Viet Nam aseguró
virtualmente a los hombres
de negocios americanos que en el futuro cercano no habría cambios
económicos hacia atrás”. Esos “hombres de negocios americanos” son los que
manejan la economía pentagonal, los que se reparten los beneficios que dejan
los contratos militares; esos son los industriales, los banqueros, los
transportadores, los comerciantes y los promotores que junto con los generales
y los políticos pentagonistas manejan la política internacional
de los Estados Unidos.
Es cierto que el desaparecido imperialismo daba beneficios a
los fabricantes de armas. Pero esos beneficios eran en cierta medida
marginales; algo así como comisiones avanzadas sobre una operación mercantil de
largo alcance. Los beneficios que buscaban los capitalistas —y los gobiernos de
los países
imperialistas— no eran los inmediatos que proporcionaba la venta
de equipos militares. Los beneficios que se perseguían mediante la conquista de
un territorio colonial eran los de inversiones a largo plazo. Los gastos de la
conquista —incluyendo en ellos, desde luego, los equipos y la movilización
militar— presentaban gastos de promoción para establecer empresas
que debían empezar a rendir beneficios después que la conquista se consolidaba
y se organizaba la explotación.
Hay que tomar en cuenta que todos los gastos, incluyendo en ellos
el valor de los equipos, producidos por un ejército colonial que se enviaba en
el siglo XIX al corazón de África o a un país asiático no podían acercarse
siquiera a la enorme cifra que supone el costo de producción —sólo de
producción— de un escuadrón de bombarderos B-52. Por otra parte, una vez que se hacía el gasto de la conquista
comenzaban las inversiones en bienes de capital para organizar la explotación
de equipos como ferrocarriles, plantas mineras, puertos. Víctor Raúl Haya de la
Torre vio claro este fenómeno cuando al comentar la tesis de Lenín sobre el
imperialismo dijo que el líder ruso tenía razón en cuanto a los países
capitalistas, pero que en los países coloniales
el imperialismo significaba la primera etapa del capitalismo, no
la última, puesto que llevaba a esos territorios las inversiones de bienes de
capital y las técnicas capitalistas de explotación, que antes no se conocían.
El pentagonismo no opera con criterio de inversiones de capital
en un territorio colonial. El pentagonismo opera con métodos militares iguales
o parecidos a los que usaba el imperialismo, pero su finalidad es distinta.
Para el pentagonismo el territorio que va a ser o está siendo atacado es sólo
un lugar
destinado a recibir material gastable, tanto mecánico como humano.
En ese sitio van a consumirse las costosas máquinas de guerra, las balas, las
bombas, las medicinas, las ropas, el cemento, los equipos de construcción de
cuarteles y caminos y puentes, la bebida y la comida de los soldados, y también
los propios soldados o por lo menos muchos de ellos. El país atacado es el
depósito final de los bienes producidos y ya vendidos y cobrados en la
metrópoli.
Desde cierto punto de vista, para los que acumulan beneficios con
la producción de esos bienes daría lo mismo tirarlos al mar que usarlos en
operaciones de guerra. Pero en ese caso quedaría rota la cadena sin fin de
producción, altos beneficios, altos salarios, mayores ventas, acumulación
ultrarrápida de capitales y ampliación de la producción para volver
a empezar, puesto que no podría justificarse la producción de equipos tan
costosos y de tan corta duración si no estuvieran destinados a la guerra. Por
otra parte, sólo un estado de guerra —que el pueblo pentagonista acepta como situación
de emergencia— autoriza gastos fabulosos y la celebración de contratos a gran
velocidad y con firmas que dispongan del prestigio, de los créditos y de los
medios para producir equipos inmediatamente.
Hay que tomar en cuenta que para cumplir un contrato de producción
de bombarderos B-52 —para seguir con el ejemplo—se necesita descontar en uno o en
varios bancos cientos de millones de dólares, y eso sólo pueden hacerlo
fácilmente los industriales que son, directa o indirectamente, directores de
esos bancos, esto es, los grandes contratos tienen que ir a firmas establecidas
que disponen de antemano de poder financiero e industrial.
En términos de negocios, el pentagonismo es la más fabulosa invención
hecha por el hombre y tenía necesariamente que producirse en el país capitalista
por excelencia, en el del capitalismo sobredesarrollado, puesto que era allí
donde la capacidad para acumular beneficios se había colocado en lo más alto la
escala de los valores sociales.
El pentagonismo tiene varias ventajas sobre el decrépito y ya
inútil imperialismo. De esas ventajas podemos mencionar dos: una de tipo
económico y una de tipo moral. La primera consiste en que proporciona la manera
más rápida y más segura de capitalización que podía concebirse en el mundo de los
negocios, puesto que la totalidad de los beneficios —o por
lo menos la casi totalidad— llega a manos de negociantes de la
guerra antes aun de que los equipos militares hayan sido puestos en uso. En
este aspecto, tal vez sólo el trabajo en los placeres de oro de California
proporcionó ganancias tan rápidas y tan netas, aunque desde luego relativamente
limitadas.
La segunda ventaja —la de aspecto moral— consiste que deja a
salvo el prestigio del país pentagonista, que es el atacante, porque puede
decir al mundo —y a su propio pueblo, que da el dinero para los equipos y para
los beneficios de los negociantes y al mismo tiempo proporciona los soldados
que
van a manejar esos equipos y a morir mientras los usan— que no
está haciendo la guerra para conquistar territorios coloniales, es decir, que
no está actuando con propósitos imperialistas.
Esto último es verdad, pero al mismo tiempo oculta la verdad
más importante; la de que un pequeño grupo de banqueros, industriales,
comerciantes, generales y políticos está haciendo la guerra para obtener
beneficios rápidos y cuantiosos, que se traducen en acumulaciones de capital y por
tanto en las inversiones nuevas con las cuales vuelven a aumentar sus
beneficios.
La parte de verdad que sirve para ocultar la verdad fundamental
es a su vez un instrumento de propaganda para proseguir la carrera del
pentagonismo. Los jóvenes incorporados al ejército se convencen fácilmente de
que su país no es imperialista, de que no está guerreando para conquistar un
territorio colonial. Es más, se les hace creer que están yendo a la muerte para
beneficiar al país atacado, para salvarlo de un mal. Y esto es muy importante
porque para llevar a los hombres a morir y a matar, hay que ofrecerles siempre
una bandera moral que endurezca sus conciencias y los justifique ante sí
mismos.
Texto tomado del libro de Bosch "Pentagonismo Sustituto del Imperialismo"
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