MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

miércoles, 4 de julio de 2012

PENTAGONISMO SUSTITUTO DEL IMPERIALISMO


JUAN BOSCH : QUÉ ES EL PENTAGONISMO?


PREÁMBULO
(…)Vamos a copiar las palabras del senador demócrata por Minnesota, porque parece difícil explicar lo que él dice de manera más breve y clara. Según McCarthy, al proporcionar armas “se abre el camino de la influencia en los militares y también en la política de los países que las reciben. La experiencia ha demostrado que cuando se hace una entrega de armas, el instrumento militar es sólo el primer paso. Casi invariablemente, se necesita [enviar] una misión militar de entrenamiento, y el país que recibe [las armas] deviene dependiente del que las suple para los repuestos y para otros equipos militares”.
Eso que el senador Fulbright llama “complejo militar-industrial” es el núcleo del Pentagonismo; la exportación de armas y equipos militares a que se refiere el senador McCarthy es una operación que correspondería a los procedimientos típicos del ya superado imperialismo, pues también en la práctica imperialista había que comprar los repuestos de una maquinaria al país que había vendido esa maquinaria. Pero ya en la venta de armas entra a jugar el factor político pentagonista, pues el Pentagonismo usa las misiones militares de adiestramiento,
que son indispensables para enseñar el uso de los equipos nuevos, con un fin de penetración política en el terreno militar, sobre todo en los países económicamente dependientes de los Estados Unidos. En cuanto a los países más desarrollados, cuyos ejércitos no pueden ser sujetos al carro pentagonista,
se persigue llevarlos al campo de la influencia pentagonista.
Al decir influencia no queremos decir colonizar, como apreciará
el lector al leer el libro. La colonia del Pentagonismo es el pueblo de su metrópoli. En cierto orden de cosas, todos los países capitalistas contribuyen económicamente al sostenimiento del pentagonismo, aunque en forma indirecta; pero no todos están pentagonizados. Esto se explica porque donde
hay inversiones de capital norteamericano, los inversionistas cosechan beneficios que deben pagar —y pagan— impuestos al Gobierno de los Estados Unidos, y más de la mitad de todo lo que recauda el Gobierno de los Estados Unidos se destina al campo militar. Lo mismo se dice de las sumas pagadas a empresas
norteamericanas por derecho de patentes. De manera que un francés o un italiano que está comprando productos de industrias establecidas en Francia o en Italia con capital norteamericano, o los que compran artículos producidos con patentes
norteamericanas, son contribuyentes del pentagonismo; están sosteniendo ese poder oculto, pero real y monstruoso.
Así, pues, por vías indirectas, aquellos países más desarrollados
en el mundo capitalista —más concretamente, los de
Europa— contribuyen en mayor medida que los menos desarrollados
al mantenimiento y a la expansión del pentagonismo.
Pero no están pentagonizados, porque sus ciudadanos no tienen que ir a las guerras desatadas por el pentagonismo, porque su política exterior no está bajo el control directo del pentagonismo porque, en última instancia, su vida nacional
no está girando —todavía— alrededor de los beneficios que deja la industria de la guerra. Esto no significa, sin embargo, que se hallen exentos de caer en un porvenir más cercano o más lejano en el vórtice del pentagonismo. El peligro está ahí y aumenta a medida que el mundo capitalista progresa hacia una virtual dependencia económica del capital sobredesarrollado de los Estados Unidos.
En este sentido, la responsabilidad de los estadistas de los países más desarrollados en la porción capitalista de la Tierra es en verdad abrumadora, pues caer en ese vórtice es una manera de ayudar a precipitar una guerra catastrófica para todo el género humano; y no puede haber duda de que las pequeñas
guerras controladas que el pentagonismo necesita para mantenerse vivo acabarán conduciendo inexorablemente hacia una guerra planetaria. 
Benidorm,
28 de enero de 1968. 

QUÉ ES EL PENTAGONISMO

Si en una gran parte del mundo se sigue diciendo que hay países imperialistas y países colonizados es porque no nos hemos dado cuenta todavía de que el lugar del imperialismo ha sido ocupado por el pentagonismo.
En los días de su vigencia, que se prolongó hasta el final de la guerra de 1939-1945, la sustancia del imperialismo se explicaba como la conquista de colonias para aplicar en ellas los capitales sobrantes del país conquistador con el fin de sacar de las colonias materias primas con que mantener funcionando las instalaciones industriales de la metrópoli; al mismo tiempo las colonias se convertían en mercados compradores de las industrias metropolitanas, con lo que se establecía una cadena sinfín que ataba la vida económica de las colonias, mediante la sumisión política, al centro metropolitano.
De acuerdo con esa somera descripción del fenómeno llamado imperialismo, una colonia era a la vez una zona de aplicación de bienes de capital y una zona de acumulación de beneficios porque su mano de obra era barata, sus materias
primas se pagaban a precios bajos, el sistema bancario de la metrópoli prestaba poco dinero, a corto plazo y a interés alto, los transportes de y hacia la metrópoli estaban bajo control y tenían tarifas elevadas para lo que compraban los colonos, y en cambio los productos manufacturados de la metrópoli llegaban a la colonia a precios altos. Esa situación de control económico se reducía, en fin de cuentas, a un propósito: que el trabajador colonial recibiera, pongamos, 10 unidades monetarias por hora de trabajo y tuviera que pagar 50 unidades por la hora de trabajo acumulado en un producto que se fabricaba en la metrópoli con la materia prima que ese mismo trabajador colonial —u otro de una colonia dependiente de la misma metrópoli— había producido a cambio de cinco veces menos dinero.
La conquista de una colonia, y su mantenimiento como territorio dependiente, reclamaba el uso de un poder militar destinado sólo a conquistar y retener el imperio colonial.
Esto requería fondos, industrias de armas, escuelas especializadas en la formación de oficiales y de administradores civiles destinados a las colonias, poetas, músicos y pintores, periodistas y oradores que formaran la atmósfera heroica adecuada a las guerras en los territorios destinados a ser colonias.
Pero esa atmósfera ha desaparecido, y los niños que están naciendo ahora tendrán que recurrir a libros viejos y a películas de otras épocas para conocer la estampa de los ejércitos coloniales.
El imperialismo es ya una sombra del pasado y, sin embargo, por inercia intelectual seguimos diciendo que todavía hay imperialismo y seguimos acusando a este y a aquel país de imperialistas. Puesto que las dos terceras partes de la Humanidad viven en sociedades capitalistas, y puesto que Lenín
vinculó de manera indisoluble al imperialismo con el capitalismo —con su razón, en su caso y en su tiempo— al decir que el imperialismo era la última etapa —o la etapa más avanzada— del capitalismo, hay quienes piensan que el imperialismo subsiste porque aún subsiste el capitalismo. Pero se trata de una ilusión. El imperialismo no existe ya y el capitalismo le ha sobrevivido.
¿Cómo y por qué se explica lo que acabamos de decir?
Porque el imperialismo ha sido sustituido por una fuerza superior. El imperialismo ha sido sustituido por el pentagonismo.
El capitalismo industrial comenzó a desarrollarse en manos de técnicos, no de científicos, y empezó a incorporar a los científicos desde fines del siglo XIX. La ciencia puesta al servicio del capitalismo, iba a abrirle a éste fuentes insospechadas de producción que le proporcionarían recursos infinitos para la acumulación de capitales; fuentes tan numerosas y tan productivas que junto a ellas las riquezas coloniales parecerían juegos de niños. Valiéndose del trabajo de los científicos, el capitalismo industrial iba a evolucionar rápidamente, después de la guerra de 1914-1918, hacia una etapa no prevista de sobredesarrollo, a la cual llegaría con motivo de la Segunda Guerra Mundial. Al entrar en la era atómica el capitalismo sería tan diferente del que había conocido el mundo hasta el 1939 que, en términos de evolución histórica, iba a corresponder al siglo XXI más que al siglo XX.
El capitalismo de hoy es capitalismo sobredesarrollado. Este nuevo tipo de capitalismo no necesita recurrir a territorios dependientes que produzcan materias primas baratas y consuman artículos manufacturados caros. El capitalismo sobredesarrollado ha hallado en sí mismo la capacidad necesaria
para elevar al cubo los dos términos del capitalismo que se ponían en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales, operando bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden producir materias primas antes insospechadas a partir de materias primas básicas y a costos bajísimos; esas nuevas materias primas, de calidad, volumen, consistencia y calibre científicamente asegurados, han permitido ampliar a cifras fabulosas las líneas de producción y con ello han hecho del subproducto la clave del beneficio mínimo indispensable para mantener una industria funcionando, de
manera que los beneficios obtenidos con los productos principales se acumulan para ampliar las instalaciones o establecer otras nuevas, y el resultado final de ese proceso interminable es una productividad altísima, nunca antes prevista en la historia del capitalismo. Gracias a esa alta productividad, el capitalismo
Sobredesarrollado puede pagar a sus pueblos salarios muy elevados, lo que ha dado origen, dentro de sus propias fronteras, a un poder adquisitivo que crece a ritmo galopante y que a su vez permite capitalizar a un grado que no hubiera
sido capaz de sospechar el más apasionado promotor de expediciones militares para conquistar colonias en los mejores días de Victoria, reina y emperatriz.
Ahora bien, ese fenómeno, que debía originar necesariamente nuevos tipos de relaciones de las metrópolis con sus colonias —la descolonización del general De Gaulle o la Commonwealth británica— ha dado origen, en el país del capitalismo más sobredesarrollado, a un fenómeno nuevo. Este  es el pentagonismo, que ha venido a ocupar el lugar que hasta hace poco ocupó el imperialismo. El imperialismo ha desaparecido ya del Globo, y con él debe desaparecer la palabra que lo definía. Lo que está operando ahora en la América Latina, en Asia, en África —en todas las áreas poco desarrolladas— no es el viejo imperialismo definido por Lenín como la última etapa —o la más avanzada— del capitalismo. Es el pentagonismo, producto del capitalismo sobredesarrollado.
El pentagonismo retiene casi todas las características del imperialismo, especialmente las más destructoras y dolorosas, pero es una modalidad más avanzada, que se relaciona con el imperialismo en la medida en que el capitalismo sobredesarrollado de hoy se relaciona con el capitalismo industrial
del siglo XIX; para decirlo de manera más gráfica, el pentagonismo se parece al imperialismo en la cualidad de sus efectos, no en las dimensiones, así como el cañón que se usó en la guerra franco-prusiana de 1870 se parece a la bomba
atómica lanzada en Hiroshima en que los dos producían la muerte, pero no el mismo número de muertos.
Sin embargo, el pentagonismo se diferencia del imperialismo en lo que éste tenía de más característico, que era la conquista militar de territorios coloniales y su subsecuente explotación económica. El pentagonismo no explota colonias: explota a su propio pueblo. Este es un fenómeno absolutamente nuevo, tan nuevo como el propio capitalismo sobredesarrollado que dio nacimiento al pentagonismo.
Para lograr la explotación de su propio pueblo el pentagonismo realiza la colonización de la metrópoli, pero como para colonizar a la metrópoli hay que hacerlo con el mismo procedimiento militar que se usaba para conquistar una colonia y resulta que la guerra no puede hacerse contra el pueblo propio, los ejércitos metropolitanos son lanzados a hacer la guerra contra otros países. Como eso era lo que se hacía en los tiempos ya idos del imperialismo —lanzar el ejército metropolitano sobre un territorio extranjero—, se sigue pensando
que el imperialismo está vigente aún. Pero no es así. Efectivamente, no ha cambiado el uso del poder militar; lo que ha cambiado es su finalidad.
Las fuerzas militares de un país pentagonista no se envían a conquistar dominios coloniales. La guerra tiene otro fin; la guerra se hace para conquistar posiciones de poder en el país pentagonista, no en un territorio lejano. Lo que se busca no es un lugar donde invertir capitales sobrantes con ventajas; lo que se busca es tener acceso a los cuantiosos recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra; lo que se busca son beneficios donde se fabrican las armas, no donde se emplean, y esos beneficios se obtienen en la metrópoli pentagonista, no en el país atacado por él. Rinde varias veces más, y en tiempo mucho más breve, un contrato de aviones que la conquista del más rico territorio minero, y el contrato se obtiene y se cobra en el lugar donde está el centro del poder pentagonista. Los ejércitos operan lejos del país pentagonista, pero los aviones se fabrican en él, y es ahí donde se ganan las sumas fabulosas que produce el contrato. Esas
sumas salen del pueblo pentagonista, que es al mismo tiempo la metrópoli y por tanto el asiento del poder pentagonista.
El pueblo pentagonista es explotado como colonia, puesto que es él quien paga a través de los impuestos los aviones de bombardeo que enriquecen a sus fabricantes; de donde resulta que la metrópoli pentagonista convierte a su propio pueblo en su mejor colonia; es a la vez metrópoli y colonia, en una simbiosis imprevista que requiere de un nuevo vocablo para ser definida. No es ya el imperio clásico porque no necesita territorios coloniales para acumular beneficios. No hay ya una metrópoli que explota y una colonia explotada; hay otra cosa: hay el impentagonal o la metropocolonia.
Lo que gastan los Estados Unidos en un mes de guerra en el Vietnam no podrían recuperarlo en cinco años si se dedicaran a sacar de la vieja Indochina materias primas baratas y al mismo tiempo le vendieran productos manufacturados caros; y lo que gastan allí en un año de operaciones militares no podrían sacarlo en medio siglo ni aun en el caso de que los dos Vietnam —el del Norte y el del Sur— estuvieran cubiertos por una lámina de oro de un centímetro de espesor. Si las minas de brillantes del Transvaal estuvieran situadas en Vietnam no producirían en cincuenta años de explotación intensiva lo que los Estados Unidos gastaron en 1967 combatiendo en Vietnam.
Pero de lo que los Estados Unidos gastan en un año en el territorio norteamericano para fabricar armas, buques, aviones de guerra, ropa, zapatos, medicinas y cerveza para las fuerzas que operan en Vietnam, los pentagonistas sacan lo necesario para mantener funcionando sus fabulosas instalaciones industriales y para pagar los salarios más altos del mundo, lo que a su vez se transforma, mediante el aumento del poder adquisitivo de los que cobran esos salarios, en una ultrarrápida formación de capitales por la vía de los beneficios. La escalada de la guerra de Vietnam comenzó en mayo de 1965; pues bien: en el año 1966 los Estados Unidos tenían 164 millonarios más que en 1965, según información de la Dirección General de Impuestos sobre los Beneficios.
Esos capitales tan velozmente acumulados no son empleados en Vietnam, ni en todo ni en parte, con propósitos reproductivos, como lo hubieran sido en el caso de que la guerra fuera una típica operación imperialista, de conquista del territorio indochino para someterlo a explotaciones económicas.
Esos capitales son empleados en los Estados Unidos para producir más elementos de guerra y más artículos de consumo que permitan recuperar por esta última vía una parte de los altos salarios que están recibiendo obreros y empleados.
Aunque se han escrito varios estudios para probar que los gastos militares de los Estados Unidos tienen poca influencia en la economía general del país, se ha ocultado el papel que esos gastos tienen en la formación y en el mantenimiento del pentagonismo como fuerza dominante en la vida norteamericana.
A partir del año 1951 el presupuesto militar de los Estados Unidos pasó a ser más alto que el presupuesto del gobierno civil (federal), lo que en términos políticos significa que el poder militar comenzó a ser mayor que el poder civil
puesto que disponía de más medios que éste, y en consecuencia el poder civil comenzó a depender más y más, para su estabilidad, de los gastos pentagonistas.
La palabra “estabilidad” no tiene en los Estados Unidos el mismo significado, aplicada al gobierno, que en otros países.
Allí un gobierno tiene mayor estabilidad cuando la opinión pública lo respalda mayoritariamente. Y resulta que los gastos del Pentágono han pasado a ser fundamentales para obtener ese respaldo. El presidente Johnson lo reconoció así en su informe de principios de año —enero 1967— al Congreso de la Unión cuando dijo que “el aumento en los gastos de defensa contribuyó [a crear] un cambio significativo en el clima de la opinión [pública]. El escalamiento de [la guerra de] Vietnam aseguró virtualmente a los hombres de negocios americanos que en el futuro cercano no habría cambios económicos hacia atrás”1.
Cuando el presidente Johnson afirmó que los gastos militares habían producido “un cambio significativo en el clima de la opinión” (pública), se refería, desde luego, a un cambio favorable al gobierno, no a un cambio adverso; luego, la estabilidad del gobierno se afirmó gracias a los gastos militares que fueron hechos con motivo del escalamiento de la guerra en Vietnam.
Aunque vamos a seguir copiando las declaraciones del presidente Johnson, por el momento queremos llamar la atención hacia la frase clave que se refiere a los hombres de negocios americanos, pues volveremos sobre ella al estudiar las consecuencias del pentagonismo en la vida política de los Estados
Unidos.
La cita del presidente Johnson, que hemos tomado de un documento oficial norteamericano, desmiente a los estudiosos de encargo que han querido demostrar, manejando estadísticas con habilidad de prestidigitadores, que los gastos militares han influido poco en el aumento de la producción —y de la productividad— en los Estados Unidos. Unas pocas líneas después de lo que hemos copiado, el presidente Johnson dijo: “El aumento en los gastos de defensa infló lo que era ya [del segundo trimestre de 1965 al primer trimestre de 1966] una fuerte marea alta de gastos en inversiones de negocios” Inmediatamente dio las siguientes cifras: “Desde el segundo trimestre de 1965 al primer trimestre de 1966, los gastos de los negocios en nuevas estructuras y en equipos subieron a 9 billones [de dólares]3. La liberalización de los gastos para la defensa y para la seguridad social aumentaron velozmente el crecimiento de entradas disponibles.
Los gastos de los consumidores respondieron fuertemente, aumentando en 29 billones sobre este intervalo de tres cuartos de año. En total, el PNB [producto nacional bruto] avanzó a un promedio de 16 billones por trimestre. La producción real subió a un promedio anual fenomenal de 7,2 por ciento, y la producción industrial subió a un promedio anual del 9,7 por ciento” Aunque estas afirmaciones del Presidente de los Estados Unidos son importantes, porque desmienten de manera categórica cuanto se ha dicho con el propósito de desvirtuar la 2 Fuente mencionada. Copiamos en inglés: “The increase in defense spending swelled an already strongly rising tide of business investment” (pp.46-47). La mención del tiempo correspondiente figura en el párrafo siguiente.
3 Un billón equivale en Estados Unidos a 1.000 millones; así, pues, 9 billones
de dólares son 9.000 millones de dólares.
4 Fuente mencionada. Copiamos en inglés: “From the second quarter of 1965
to the first quarter of 1966, business spending for new structures and
equipment rose by 9 billions. Defense investment, and social security
liberalization, in combination, speeded the growth of disponible income.
Consumer spending responded strongly, growing by 29 billions over this
three-quarter interval. All in all, GNP advanced at an average of 16 billions
a quarter. Real output grew at a phenomenal rate of 7.2 per cent, and industrial production rose at an annual rate of 9.7 per cent” (pp.46-47). importancia de los gastos de guerra en el crecimiento de la economía norteamericana, su valor político está en la frase a que nos hemos referido, aquella de que el “escalamiento de [la guerra de] Viet Nam aseguró virtualmente a los hombres
de negocios americanos que en el futuro cercano no habría cambios económicos hacia atrás”. Esos “hombres de negocios americanos” son los que manejan la economía pentagonal, los que se reparten los beneficios que dejan los contratos militares; esos son los industriales, los banqueros, los transportadores, los comerciantes y los promotores que junto con los generales
y los políticos pentagonistas manejan la política internacional de los Estados Unidos.
Es cierto que el desaparecido imperialismo daba beneficios a los fabricantes de armas. Pero esos beneficios eran en cierta medida marginales; algo así como comisiones avanzadas sobre una operación mercantil de largo alcance. Los beneficios que buscaban los capitalistas —y los gobiernos de los países
imperialistas— no eran los inmediatos que proporcionaba la venta de equipos militares. Los beneficios que se perseguían mediante la conquista de un territorio colonial eran los de inversiones a largo plazo. Los gastos de la conquista —incluyendo en ellos, desde luego, los equipos y la movilización
militar— presentaban gastos de promoción para establecer empresas que debían empezar a rendir beneficios después que la conquista se consolidaba y se organizaba la explotación.
Hay que tomar en cuenta que todos los gastos, incluyendo en ellos el valor de los equipos, producidos por un ejército colonial que se enviaba en el siglo XIX al corazón de África o a un país asiático no podían acercarse siquiera a la enorme cifra que supone el costo de producción —sólo de producción— de un escuadrón de bombarderos B-52. Por otra parte, una vez que se hacía el gasto de la conquista comenzaban las inversiones en bienes de capital para organizar la explotación de equipos como ferrocarriles, plantas mineras, puertos. Víctor Raúl Haya de la Torre vio claro este fenómeno cuando al comentar la tesis de Lenín sobre el imperialismo dijo que el líder ruso tenía razón en cuanto a los países capitalistas, pero que en los países coloniales
el imperialismo significaba la primera etapa del capitalismo, no la última, puesto que llevaba a esos territorios las inversiones de bienes de capital y las técnicas capitalistas de explotación, que antes no se conocían.
El pentagonismo no opera con criterio de inversiones de capital en un territorio colonial. El pentagonismo opera con métodos militares iguales o parecidos a los que usaba el imperialismo, pero su finalidad es distinta. Para el pentagonismo el territorio que va a ser o está siendo atacado es sólo un lugar
destinado a recibir material gastable, tanto mecánico como humano. En ese sitio van a consumirse las costosas máquinas de guerra, las balas, las bombas, las medicinas, las ropas, el cemento, los equipos de construcción de cuarteles y caminos y puentes, la bebida y la comida de los soldados, y también los propios soldados o por lo menos muchos de ellos. El país atacado es el depósito final de los bienes producidos y ya vendidos y cobrados en la metrópoli.
Desde cierto punto de vista, para los que acumulan beneficios con la producción de esos bienes daría lo mismo tirarlos al mar que usarlos en operaciones de guerra. Pero en ese caso quedaría rota la cadena sin fin de producción, altos beneficios, altos salarios, mayores ventas, acumulación
ultrarrápida de capitales y ampliación de la producción para volver a empezar, puesto que no podría justificarse la producción de equipos tan costosos y de tan corta duración si no estuvieran destinados a la guerra. Por otra parte, sólo un estado de guerra —que el pueblo pentagonista acepta como situación de emergencia— autoriza gastos fabulosos y la celebración de contratos a gran velocidad y con firmas que dispongan del prestigio, de los créditos y de los medios para producir equipos inmediatamente.
Hay que tomar en cuenta que para cumplir un contrato de producción de bombarderos B-52 —para seguir con el ejemplo—se necesita descontar en uno o en varios bancos cientos de millones de dólares, y eso sólo pueden hacerlo fácilmente los industriales que son, directa o indirectamente, directores de esos bancos, esto es, los grandes contratos tienen que ir a firmas establecidas que disponen de antemano de poder financiero e industrial.
En términos de negocios, el pentagonismo es la más fabulosa invención hecha por el hombre y tenía necesariamente que producirse en el país capitalista por excelencia, en el del capitalismo sobredesarrollado, puesto que era allí donde la capacidad para acumular beneficios se había colocado en lo más alto la escala de los valores sociales.
El pentagonismo tiene varias ventajas sobre el decrépito y ya inútil imperialismo. De esas ventajas podemos mencionar dos: una de tipo económico y una de tipo moral. La primera consiste en que proporciona la manera más rápida y más segura de capitalización que podía concebirse en el mundo de los negocios, puesto que la totalidad de los beneficios —o por
lo menos la casi totalidad— llega a manos de negociantes de la guerra antes aun de que los equipos militares hayan sido puestos en uso. En este aspecto, tal vez sólo el trabajo en los placeres de oro de California proporcionó ganancias tan rápidas y tan netas, aunque desde luego relativamente limitadas.
La segunda ventaja —la de aspecto moral— consiste que deja a salvo el prestigio del país pentagonista, que es el atacante, porque puede decir al mundo —y a su propio pueblo, que da el dinero para los equipos y para los beneficios de los negociantes y al mismo tiempo proporciona los soldados que
van a manejar esos equipos y a morir mientras los usan— que no está haciendo la guerra para conquistar territorios coloniales, es decir, que no está actuando con propósitos imperialistas.
Esto último es verdad, pero al mismo tiempo oculta la verdad más importante; la de que un pequeño grupo de banqueros, industriales, comerciantes, generales y políticos está haciendo la guerra para obtener beneficios rápidos y cuantiosos, que se traducen en acumulaciones de capital y por tanto en las inversiones nuevas con las cuales vuelven a aumentar sus beneficios.
La parte de verdad que sirve para ocultar la verdad fundamental es a su vez un instrumento de propaganda para proseguir la carrera del pentagonismo. Los jóvenes incorporados al ejército se convencen fácilmente de que su país no es imperialista, de que no está guerreando para conquistar un territorio colonial. Es más, se les hace creer que están yendo a la muerte para beneficiar al país atacado, para salvarlo de un mal. Y esto es muy importante porque para llevar a los hombres a morir y a matar, hay que ofrecerles siempre una bandera moral que endurezca sus conciencias y los justifique ante sí mismos.

Texto tomado del libro de Bosch "Pentagonismo Sustituto del Imperialismo"


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