MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

miércoles, 4 de julio de 2012


 


Pero se supone que todo intelectual, por el hecho de su misma formación debe tener bien en alto la bandera de la moral, excepto los amorales, y entonces debe tener claro sentido de la responsabilidad frente a la sociedad, frente a la historia y frente a su quehacer como hacedor de ideas, opinante publico, constructor de imágenes y de mundos imaginables e inimaginables.

Así para que sus escritos sean creíbles, el intelectual debe asumir su ejercicio y su vida con pleno sentido de responsabilidad y de credibilidad: primero que todo, es decir, ante todo y sobre todo, él tiene que ser creíble.

Precisamente esos intelectuales se pasan el tiempo jugando a las escondidas o la gallinita ciega, creyendo, falsamente al encerrarse en su torre de marfil, que sólo ellos piensan. Para ellos el resto de la sociedad no piensa.

Con esa actitud negativa y malsana construyen una máscara o un disfraz que les impide penetrar y consustanciarse con el corazón de la realidad, de los seres humanos, de las cosas y de los mundos. Ellos tratan de ocultar su verdadera identidad, siendo sus vidas y sus actuaciones una verdadera novela o una real pantomima.

Pero una cosa es la realidad verdadera y otra cosa es la novela. La novela es ficción, la realidad no. Pero en política, por cuanto es expresión de la realidad verdadera, no es correcto que usted construya sus estereotipos a partir de la ficción porque terminaría en el más fatal y siniestro de los escenarios: el infierno. Están arropados, pues, por las tinieblas de la absurdidad, en el ejercicio de un dilettantismo hueco y huero.

Desde el pórtico en que se ubican se consumen o se achicharran en la superfluidad de sus abstracciones vacías y pueriles, las que no les permiten sustentar una posición seria y creíble en la sociedad.

La razón de su fracaso social está en que el conocimiento que se obtiene o se construye a partir de la elaboración de esas abstracciones etéreas, estériles, sin ningún soporte en la realidad empírica, es un conocimiento totalmente falso, que no resiste el más mínimo análisis en el ámbito de la Lógica. En un cruel y grosero asalto a la razón tratan de reemplazar la verdad por la mentira en su despropósito alienante de tratar de manipular la opinión pública.

¿Y cómo se creen dueños o poseedores de la ¨verdad absoluta¨ si sus pretensiones, fantasías e ilusiones las construyen a partir de un conocimiento falso?

Se creen portadores de la ¨verdad absoluta¨ porque confunden sus deseos con la realidad. Se ve que el concepto verdad absoluta es una construcción mental antojadiza y caprichosa, inserta de manera inminente en su subjetividad angustiada, atormentada y adolorida, con la que estiman que suplantan, sustituyen o modifican la realidad material y objetiva de los hechos. Pero en eso también se sobreestiman y terminan desvaneciéndose en su superficialidad y esterilidad.

En ellos se da plenamente la muerte del ser moral al ser exponentes públicos y perennes constructores de la mentira. Esa es una forma abyecta de corromper la conciencia y de tratar de distorsionar y enlodar la conciencia de otros.

En esa misma tesitura se creen que son ¨la conciencia crítica e impoluta¨ de la sociedad; y esa conciencia crítica de la sociedad, real y sincera, la han colocado, con su mezquino proceder, en su resbaladero o en una verdadera encrucijada: en realidad han pasado a ser la anticonciencia o la conciencia torcida, retorcida y acrítica de la sociedad. Estamos frente a una crisis agonizante de esa falsa conciencia.

Llegado aquí debo hacer una digresión. La verdad absoluta no se da ni siquiera con relación a todos los conocimientos científicos cuya verificación lógica y empírica ha sido demostrada y comprobada. Esto significa que los conocimientos de la ciencia que son verdades absolutas son una minoría. La mayoría de los conocimientos de la ciencia son verdades relativas; y en el caso de las ciencias sociales son verdades relativas que no son perdurables, muchas de ellas, en el tiempo.

Esos intelectuales han perdido totalmente la perspectiva de la historia, de la política, de la moral y de la sociedad. Su concepción de la historia y de la política no les ha permitido captar y aprehender el fenómeno del progreso, las fuerzas económicas, sociales y políticas que lo determinan y su proyección en el porvenir.

Se ve también que hay un mayúsculo problema de conocimiento, de visión y de método.

Sólo el intelectual que ha llegado al iceberg de la pudrición de su conciencia puede exclamar públicamente que ha decidido apoyar a Hipólito porque hay que constituir un frente que ponga fin al autoritarismo, a la dictadura constitucional y al continuismo.

¿Es autoritaria la persona del actual Presidente de la República? ¿Es autoritario el régimen que encabeza Leonel Fernández? Y él, ¿Ha llevado ese autoritarismo al seno de la sociedad dominicana?

Plantear que Leonel es un líder autoritario es un absurdo que raya en el más absoluto disparate. En cuanto a la vigencia plena de los derechos humanos y de las libertades públicas e individuales, los gobiernos de Leonel sólo se pueden equiparar y comparar con el gobierno histórico de Juan Bosch. Entonces de lo que se puede hablar con propiedad es que Leonel ha llevado al seno de la sociedad su liderazgo democrático y ha garantizado que la democracia haya funcionado totalmente, expresada en la construcción de un Estado democrático, social y constitucional de Derecho. También con relación a este otro aspecto, los intelectuales de la anticonciencia han dicho otro vulgar y cruento dislate.

Tampoco Danilo Medina Sánchez, candidato presidencial del PLD, tiene una personalidad autoritaria.

El ejercicio de esas libertades y de esos derechos por parte de esos mismos intelectuales y la exposición pública de sus ideas, de sus insultos y de sus mentiras, sin restricción de ningún tipo, cayendo la mayoría de las veces en el cieno y la podredumbre del libertinaje y del democratismo, pone de relieve el hecho de que vivimos en una sociedad enteramente democrática.

Sostener paladinamente que Leonel es la encarnación del autoritarismo constituye de por sí una afrenta a la conciencia y a la inteligencia de la gente.

Pero si hay un político dominicano autoritario se llama Hipólito Mejía. En él el autoritarismo se eleva a la enésima potencia. Y ese autoritarismo está presente en el hombre, en el dirigente y en el ciudadano que fue presidente de la República del 2000 al 2004, porque Hipólito es un individuo hecho, socialmente, a imagen y semejanza de Trujillo. Él tiene los genes propios de un dictador, de modo que en su vida y en su cerebro no hay espacio para la democracia. Él sí que es la encarnación misma del autoritarismo.

Hipólito es un producto y un reflejo fiel de la sociedad tradicional, asaltada permanentemente por el autoritarismo, en la que se formó: Él está atrapado para siempre en las coordenadas de la etapa premoderna de la sociedad dominicana.

Precisamente si realmente esos intelectuales fueran parte de la conciencia crítica de la sociedad dominicana hubiesen sido los primeros en satanizar y condenar el autoritarismo de Hipólito Mejía. Y hoy no estuvieran alineados políticamente con él. Además, se encontraran en primera fila gestando un movimiento de opinión pública que estuviera demandando y pidiendo al unísono porque a los individuos se les proporcione y se les inculque una formación democrática en el hogar, en la escuela, en la universidad y en el seno de la sociedad. Deberían estar clamando por una educación y una formación para la democracia.

Esa posición sobre el autoritarismo ni es seria, ni es creíble, porque está cubierta por el manto de la hipocresía y del oportunismo, y, por ende, no tiene ninguna fundamentación que la haga valedera.

Se ve clarísimo que el autoritarismo en la pluma de esos intelectuales de la anticonciencia es un concepto sin objeto cuando el mismo está focalizado hacia los líderes más notorios del PLD: Leonel y Danilo. Estos dos grandes de la política dominicana son hombres de la modernidad y de la posmodernidad que vive la sociedad dominicana.

Como paradoja de la vida estos intelectuales de la anticonciencia cargan tras sí las taras de una sociedad premoderna autoritaria, procediendo ellos mismos de manera autoritaria y violenta tanto en el accionar diario como en el uso del lenguaje. 

A partir de la constitución de las altas cortes, sobre todo del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior Electoral, estos intelectuales de la anticonciencia se han inventado otro concepto vacío: el de dictadura constitucional. Es una construcción conceptual, producto del odio, de la envidia y de la mala fe, que está elaborado como expresión directa de la politiquería.

¡Pero si a la prevalencia de la hegemonía constitucional se le quiere llamar dictadura constitucional, enhorabuena!

En verdad de lo que debe estarse hablando en estos momentos es que el país está en los albores de la construcción de una democracia constitucional. Y eso le augura al país un futuro diferente en términos constitucionales, legales y judiciales.

El otro concepto es el de continuismo. Esta vez el continuismo significaría que el PLD seguiría en el poder, aunque con un dirigente que tiene su propio estilo en el que incorpora una visión, un enfoque y un método diferenciados del actual gobernante.

Lo mejor que le puede pasar a la sociedad dominicana en esta etapa de su despegue hacia el desarrollo es que el PLD se suceda a sí mismo en el poder con otro estadista que responde al nombre de Danilo Medina Sánchez.

Ese continuismo sí tiene de positivo, lo que quiere decir que el hecho en sí no es negativo.

En el umbral del siglo XXI necesitamos intelectuales modernos y posmodernos, capaces de pensar en grande la sociedad dominicana y ser permanentes heraldos del progreso y del desarrollo.

MANUEL PEÑA

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