JUAN BOSCH:
EL NACIMIENTO DEL PENTAGONISMO
En un proceso histórico normal, el imperialismo que entraba en su etapa de muerte después de la Segunda Guerra Mundial debió ser reemplazado por esa Política del Buen Vecino llevada a escala planetaria(Pentagonismo), puesto que si lo que buscaba el imperialismo era lugares de inversión para sus capitales sobrantes y para colocar el sobrante de su producción industrial.
El poder militar norteamericano está concentrado en el Pentágono en términos de mando de todas las fuerzas armadas.
Ese mando tiene autoridad de vida y muerte sobre los ciudadanos, puesto que todos los ciudadanos de los Estados Unidos deben teóricamente servir en algún momento bajo la autoridad militar; ese mando tiene también un poderío económico superior al del gobierno federal y dispone de él sin cortapisas. Nos hallamos, pues, ante un poder real, no ante una entelequia; ante un poder que se ejerce sobre los ciudadanos de su propio país y sobre sus bienes, sobre su tiempo y sobre sus vidas; sin embargo, nadie sabe cuál es la base jurídica de ese poder tan enorme.
El
imperialismo tuvo una larga etapa de agonía, pero su hora final podía
apreciarse con cierta claridad ya a fines de la guerra mundial de 1939-1945.
Después de esa gran hecatombe el imperialismo podía tardar en morir cinco años,
diez años,quince años, mas era evidente a los ojos de cualquier observador
que
estaba condenado a muerte en un plazo más cortoque largo. Entre los móviles de
la guerra ocupó un lugar importante el reclamo alemán de “espacio vital”, esto
es,territorio colonial para el Tercer Reich; de manera que al final
de una guerra que se había hecho para destruir ese Tercer Reich, hubiera sido
injustificable hablar de repartos de áreas coloniales.
Pero
esa no fue la causa profunda de que los países vencedores en la guerra no se
repartieran las colonias de los vencidos —Italia y Japón—. La causa más
inmediata e importante fue de tipo práctico, no moral. Los ataques japoneses a
los imperios
coloniales europeos en el Pacífico —especialmente en Indonesia e Indochina—
barrieron las fuerzas militares de las metrópolis en esa zona y dieron paso a
grandes movimientos nacionalistas que en su oportunidad liquidaron la era
colonial en el Asia; al mismo tiempo apareció, también al favor de la ocupación
japonesa de China, la China comunista, que era medularmente un gran poder
anticolonialista. La ola nacionalista se extendió mucho más allá del Pacífico;
alcanzó a África, produjo la guerra argelina y determinó el surgimiento de
nuevos países en el continente africano.
La
estrategia de los países imperialistas consistió en retirar las fuerzas
militares y afirmar el predominio económico, que era más difícil de combatir
debido a que ya estaba en uso el sistema de controlar los mercados de
producción y de venta a través
de la concentración internacional del gran capitalismo.
En
realidad, el plan de colocar bancos y ligazones comerciales e industriales en
el lugar que habían ocupado los ejércitos se había iniciado antes de la Segunda
Guerra Mundial; este nuevo sistema había convivido con el antiguo —el
típicamente imperialista— desde principios de la década del treinta hasta
finales de la década del cincuenta.
En
esos años se había dado cumplimiento al principio que había establecido en el
siglo XVIII el
economista español don José Campillo de Cosío cuando dijo que el país que
dominara la vida económica de otro país no necesitaría tener sobre él control
militar. Ese principio fue puesto en ejecución por los Estados Unidos al
comenzar la tercera década de este siglo, cuando el presidente Franklyn Delano
Roosevelt estableció la llamada Política del Buen Vecino como un sustituto del
imperialismo crudo en las relaciones de su país con la América Latina.
En
un proceso histórico normal, el imperialismo que entraba en su etapa de muerte
después de la Segunda Guerra Mundial debió ser reemplazado por esa Política del
Buen Vecino llevada a escala planetaria, puesto que si lo que buscaba el
imperialismo era lugares de inversión para sus capitales sobrantes y para
colocar el sobrante de su producción industrial, podía obtenerlo —con ciertas,
pero muy mínimas limitaciones— haciendo uso de su poder económico solamente,
visto que el reparto de los territorios coloniales se había hecho antes de
1930.
Pero
sucedió que no hubo un proceso histórico normal porque bajo tensiones de la
gran guerra —la de 1939-1945— el sistema capitalista se aseguró la colaboración
de científicos, los puso a su servicio y pasó a convertirse en capitalismo
sobredesarrollado.
Ese
salto gigantesco significó transformaciones también gigantescas tanto en el
orden cuantitativo como en el cualitativo, y si bien los Estados Unidos estaban
preparados
para absorber las novedades de tipo cuantitativo, no lo estaban para absorber
las de orden cualitativo. En esa coyuntura histórica la Unión Soviética, bajo
el liderato de Stalin, produjo la llamada Guerra Fría, y para responder a ese movimiento
político de alcances mundiales los Estados Unidos se dedicaron a montar una
organización militar permanente;y resultaba que ese nuevo factor de poder
aparecía en la sociedad norteamericana sin que ésta estuviera preparada para
asimilarlo. En la base institucional de los Estados Unidos no había lugar para
un ejército permanente.
Los
Estados Unidos se habían organizado en el siglo XVIII
como una sociedad eminentemente
individualista; su constitución política, sus hábitos y sus tradiciones eran
los de un país individualista. Sin embargo, a partir de la gran crisis económico-social
de 1929 los Estados Unidos comenzaron a transformarse en una sociedad de masas
—lo que era, desde luego consecuencia de la mayor extensión de la actividad
industrial—, y al terminar la guerra de 1939-1945 eran ya una sociedad de masas
en todos los aspectos.
Esa
sociedad de masas siguió organizada jurídica e institucionalmente como sociedad
individualista, y como es lógico, en el fondo de la vida norteamericana se
planteó, y sigue planteado, un conflicto de vida o muerte entre lo que es —una
sociedad de masas— y lo que se cree que es —una sociedad de individuos libres—.
En un conflicto entre la apariencia jurídica o institucional y la verdad
social, acabará imponiéndose la última. Ésta se halla viva y aquélla muerta;
ésta produce hechos reales, pensamientos y sentimientos que se imponen con una
fuerza arrolladora; en ocasiones simula que es obediente a la apariencia jurídica
institucional, pero en definitiva actuará en términos de su propia naturaleza
porque esa naturaleza es la expresión íntima y real de la verdad social.
La
verdad social norteamericana ahora es que el pueblo está encuadrado, sin su
consentimiento y sin su conocimiento, en una sociedad de masas; su idea es que
él es parte de una sociedad individualista. La solución de ese conflicto entre
lo que el país es y lo que cree que es, se presenta en términos de actuación
masiva dirigida por una voluntad externa a su conciencia. Esa voluntad externa
a su conciencia
se halla instalada en poderes que no figuran en la constitución política de los
Estados Unidos ni en ninguna de las leyes del país que podrían considerarse de
categoría constitucional.
La
sociedad de masas ha producido, pues, órganos de poder que no tienen un puesto
ni en las instituciones tradicionales del país ni en los hábitos del pueblo.
Uno de esos poderes es el militar; otro, aunque no viene al caso mencionarlo en este
trabajo, es la CIA.
El
poder militar norteamericano está concentrado en el Pentágono en términos de
mando de todas las fuerzas armadas.
Ese
mando tiene autoridad de vida y muerte sobre los ciudadanos, puesto que todos
los ciudadanos de los Estados Unidos deben teóricamente servir en algún momento
bajo la autoridad militar; ese mando tiene también un poderío económico superior
al del gobierno federal y dispone de él sin cortapisas. Nos hallamos, pues,
ante un poder real, no ante una entelequia; ante un poder que se ejerce sobre
los ciudadanos de su propio país y sobre sus bienes, sobre su tiempo y sobre
sus vidas; sin embargo, nadie sabe cuál es la base jurídica de ese poder tan
enorme.
Un
elector norteamericano puede elegir al Presidente y al Vicepresidente de la
República, a los senadores y diputados al Congreso federal y a los diputados de
las legislaturas de los Estados, a los gobernadores de los Estados, a los
alcaldes y a los miembros de los concejos municipales. Se le reconoce el
derecho a elegir sus autoridades porque él las paga y paga los gastos de la
nación y además porque lo que hagan esas autoridades le afectará en una medida
o en otra. Sin embargo, él paga los gastos militares, a él le afectan las
decisiones de las autoridades
militares en una medida más importante que las que toman las autoridades
civiles, pero no pueden elegir ni a los generales ni a los coroneles que
disponen de sus bienes y de su vida. Tampoco puede el ciudadano elegir a los
jefes de la CIA, cuyos actos provocan en algunas ocasiones decisiones
políticas en que van envueltos los intereses fundamentales de la nación y la
vida de sus hijos. Lo que acabamos de decir indica que en la sociedad
norteamericana hay actualmente grandes poderes que no responden a las bases de
la organización jurídica
nacional. Esta organización descansa en la elección de las autoridades por
parte del Pueblo, y el Pueblo se encuentra ahora con que hay autoridades con
poderes excepcionales que no son elegidas por él.
Se
dirá que en ninguna parte del mundo los militares son elegidos por el Pueblo.
De acuerdo. Pero es que en ninguna parte, si nos atenemos al estado de Derecho
moderno, hubo jamás un poder militar instalado en el centro mismo de la vida
de un país que había vivido 175 años sin ejército y que no había creado, por
eso mismo, defensas legales ni de hábito social contra la existencia de un
poder militar tan grande. De buenas a primeras, en medio de un pueblo
eminentemente civil
en su organización, surgió un poder militar que en menos de quince años pasó a
ser más fuerte que el poder civil. Por eso dijimos que los Estados Unidos no
estaban preparados para los cambios cualitativos que produjeron, operando cada
uno desde una dirección propia, la conversión del pueblo en sociedad de
masas, la guerra de 1939-1945 y su efecto sobre el paso del capitalismo
industrial a capitalismo sobredesarrollado, y la Guerra Fría que tan hábilmente
condujo Josef Stalin. La
generalidad de las gentes piensan con los criterios adquiridos desde
tiempo atrás y esos criterios del pasado se proyectan sobre los hechos nuevos
con tanta intensidad que no permiten verlos claramente. La inmensa mayoría de las
gentes sigue creyendo que el poder civil norteamericano es lo
que era ayer, la fuerza superior en el país. Sin embargo no es cierto. El poder
se mide por los medios de que se dispone y que se usa, y en un país eminentemente capitalista como son los Estados
Unidos, el poder se mide sobre todo en términos de dinero. El Pentágono dispone
de más dinero que el gobierno federal norteamericano, ese solo hecho indica que
el Pentágono es real y efectivamente más poderoso que el gobierno federal.
En
el año 1925 el presupuesto general de los Estados Unidos era de 3.063 millones
de dólares; 600 millones estaban destinados a las fuerzas armadas. En el 1950
el presupuesto general era de 39.606 millones y el militar de 13.176;
esto
es, mientras el presupuesto nacional había aumentado un poco menos de 13 veces,
el militar había aumentado casi 22 veces y era inferior en menos de 100
millones al presupuesto general del país en el año 1941. Diez años después, en
el 1960, el presupuesto general era 75.200 millones y el del Pentágono
alcanzaba al 5 por ciento de esa cantidad; esto es, de 46.300 millones, más de
2.220 millones más elevado que el presupuesto nacional de 1951. Los gastos del
Pentágono sobrepasarán en el presupuesto 1967-1968 todos los gastos nacionales,
incluidos los militares, del presupuesto 1960-1961.
Con
excepción de los años de la gran guerra de 1939-1945, que para los Estados Unidos comenzó a partir de 1941,los
gastos militares del país habían sido siempre desde 1925,inferiores a los del
gobierno federal en un tanto por ciento importante; pero desde el año 1951 el
capítulo de gastos militares comenzó a ocupar cada año más de la mitad de los
fondos fiscales. En estas proporciones está la verdad del fenómeno político que
podemos calificar como desplazamiento del poder real en los Estados Unidos de
las manos del poder civil —gobierno federal— a las del poder militar
—Pentágono—. En los datos que acabamos de dar no figuran las sumas
que gastan los departamentos civiles del gobierno a causa de actividades
militares.
Esas
cifras se refieren al poder militar en términos de soldados, sean generales o
sargentos. Pero el Pentagonismo no está formado sólo por militares.
El
Pentagonismo es un núcleo de poder que tiene por espina dorsal la organización militar,
pero que no es exclusivamente eso. En el Pentagonismo figuran financieros,
industriales, comerciantes, escritores, periodistas, agentes de propaganda,
políticos, religiosos; el Pentagonismo es una suma de grupos privilegiados, la
crema y nata del poder económico-social-político de los Estados
Unidos.
La
mejor demostración de hasta dónde el Pentagonismo ha tomado ventaja del
conflicto que tiene el país en sus estructuras sociales y jurídicas debido al
hecho de que su organización social es de masas y su organización institucional
es individualista, lo tenemos a la vista en la guerra de Vietnam: al tiempo que
de acuerdo con la Constitución federal es el Congreso, y sólo él, quien tiene
la facultad de iniciar una guerra por el expediente de declararla, los
ciudadanos norteamericanos combaten y mueren a miles de millas de su país sin
que el Congreso haya declarado la guerra.
Los
representantes legales del pueblo, que son los miembros del Congreso, no tienen
ni voz ni voto en una acción que sólo ellos podían autorizar; en cambio se ven
forzados a autorizar los gastos de esa acción; a ordenar que el pueblo pague una
guerra y a que tome parte en esa guerra que se hace sin que se haya cumplido el
requisito que reclama la Constitución.
Para
justificar la ilegalidad se buscaron subterfugios legales, pero hay una verdad
como un templo que ningún subterfugio puede desvirtuar: Los Estados Unidos
están en guerra contra la república de Vietnam del Norte; bombardean sus ciudades,
matan a sus ciudadanos, cañonean sus puertos, destruyen sus
caminos y fábricas; todo ello sin una declaración de guerra y sin que los
ciudadanos norteamericanos parezcan darle importancia a lo que hay de
trascendental en ese hecho.
Que
los hijos de un país vayan a matar y a morir en una guerra que comenzó y se
mantiene sin haberse cumplido los requisitos legales que son propios de ese
país, indica que para esos ciudadanos tales requisitos legales carecen de
validez. Ellos obedecen no a las leyes del país, sino a los jefes reales de ellos; y
los jefes reales de las masas norteamericanas no son hoy los funcionarios
públicos: son los que pagan a esas masas organizadas a través de sus
industrias, negocios y comercios, y estos señores son, junto con los jefes
militares, los líderes del Pentagonismo. El poder político no se encuentra ya
en las manos de personas elegidas por el Pueblo; el poder no responde ya a los
cánones constitucionales porque ha dejado de existir el pueblo individualizado
hombre a hombre y mujer a mujer; lo que hay en su lugar son grandes masas, con
pensamientos, sentimientos y actos masivos, manejados por las fuerzas pentagonistas.
La sociedad de masas de los Estados
Unidos, un hecho sociológico
que se formó y desarrolló de manera tan natural que nadie acertó a verlo a
tiempo, ha producido excrecencias gigantescas que no estaban previstas en el
esquema jurídico nacional y que no responden a los mecanismos típicos de las sociedades
individualistas. Al mismo tiempo el gran capital sobredesarrollado —que llevó a
su plenitud a esa sociedad de masas y por tanto a sus excrecencias— encontró un
campo de sustentación, y el impulso para la dinámica de su crecimiento, en el
establecimiento del gran organismo militar llamado el Pentágono. Así, pues, una
vez producidos la sociedad de masas y el Pentágono, al entrar en agonía el
imperialismo el capital
sobredesarrollado se valió de las nuevas condiciones existentes para crear el
pentagonismo y colocarlo en el lugar que había ocupado el imperialismo.
Para
que esto fuera posible era necesario, sin embargo, que hubiera en los Estados
Unidos una atmósfera pública, o bien favorable, o bien no opuesta a esos
cambios. En efecto, había esa atmósfera en unos casos favorable y en otros no opuesta. Había una corriente de opinión que
tenía su origen en la propaganda que se había iniciado a raíz de la Revolución Rusa,
dirigida a presentarla como una colección infernal de fechorías que debía ser
aniquilada por los norteamericanos. Pero otras corrientes eran de formación más
antigua y se hallaban probablemente instaladas en las raíces biológicas e
históricas de los Estados Unidos; venían trabajando el alma de ese pueblo por
varias vías desde hacía por lo menos 150 años, y al entroncar en ellas el
concepto misional creado por la propaganda anticomunista, el conjunto tomó una
fuerza arrolladora que salió a la superficie al provocarse con la Guerra Fría
la crisis definitiva —aunque desconocida— entre la sociedad real de masas y la
organización jurídica individualista; o, si preferimos decirlo en términos de
causas y no de efectos, al quedar impuesto en el centro de la vida norteamericana el régimen del gran capitalismo
sobredesarrollado.
Esas
condiciones subjetivas de origen antiguo determinaron un predominio de lo
germánico en el carácter nacional norteamericano.
Todos
sabemos que no hay raza superior ni hay raza inferior, pero no debemos poner en
duda que los pueblos desarrollan un carácter nacional, una manera bastante
generalizada de reaccionar ante determinados problemas. Durante siglos los germanos
tuvieron una inclinación evidente hacia los odios raciales y hacia las glorias
guerreras; pero la más distintiva de las inclinaciones germánicas fue la
propensión a confiar a las armas, no a la acción política, la solución de sus
conflictos con otros pueblos. El pueblo norteamericano es racista, odia al negro,
odia al indio y al hispanoamericano, y si no se desarrolló odio
al judío se debe a su peculiar educación religiosa, y siendo los judíos el pueblo
del Libro Sagrado no debía ser perseguido. Además, los norteamericanos prefieren usar el poder
armado antes que los medios políticos en los casos en que encuentran oposición
a sus planes en otros países.
Esta
tendencia norteamericana a reaccionar como lo hacían los germanos puede deberse
a varias causas, pero debemos tener presente que en el torrente de inmigrantes
europeos que se establecieron en los Estados Unidos entre fines del siglo XVIII y mediados del XIX, la mayor
cantidad fue de alemanes. En Norteamérica hay regiones enteras que fueron
pobladas por alemanes, y llegó a haber alemanes de nacimiento en todas las ramas
del gobierno federal y de los Estados. Los hábitos de pensar y de sentir
típicos del germano debieron ser predominantes en la época de la elaboración de
eso que podríamos llamar los fundamentos del carácter nacional norteamericano.
Por
otra parte, los Estados Unidos comenzaron temprano —cuando todavía eran
colonias inglesas— a glorificar a los hombres de armas. Su gobierno era civil, su
sociedad era civil, no militar, pero el pueblo adoraba a los guerreros
vencedores. Este sentimiento de adoración a los militares se desarrolló paralelamente
con la organización civil del gobierno y de la sociedad; y eso explica que al
mirar hacia el gobierno y hacia la sociedad de Norteamérica los demás pueblos
del mundo se fijaran en su aspecto civil y no pusieran atención en las
actividades militares de los individuos. Al final, la inclinación hacia las virtudes
militares acabó impregnando el país, y hoy los Estados Unidos son una nación de
guerreros. Pero si hemos dicho “hoy”, debemos volver la vista atrás y recordar
que el pueblo norteamericano ha conocido, en conjunto, muy pocos años de paz;
que ha llevado a cabo varias guerras contra ingleses, españoles, mexicanos;
contra sus propios indios, alemanes, chinos, japoneses, italianos; que ha
guerreado en su territorio, en México, en Nicaragua, en las Antillas, en
Oceanía, en África, Europa y Asia. Los Estados Unidos es el único gran Estado
industrial que tuvo una guerra formal dentro de sus límites nacionales; no una revolución
en que una parte del pueblo peleaba contra otra parte
del pueblo, sino una guerra de una parte del país contra otra parte del país,
cada una con su propio gobierno, su propio ejército, sus propias leyes; fue la
guerra del Sur contra el Norte, en la que combatieron dos naciones sobre una
frontera común; y tanto fue así que esa contienda larga y sangrienta como pocas
aparece definida en la historia del país como una guerra, no como una
revolución, y se llama la Guerra de Secesión.
Han
pasado más de cien años desde que se hizo la paz entre los ejércitos
combatientes y todavía los sureños ven a los del Norte como el enemigo de otro
país que los venció y ocupó y esquilmó su territorio.
La
admiración del pueblo norteamericano por los jefes militares vencedores se mide
por este dato: todos, sin excepción, triunfaron en las elecciones en que se
presentaron como candidatos. La lista de nombres, en este punto, es larga, pero
nos bastará recordar los más conocidos: George Washington, vencedor de los
ingleses en la guerra de independencia; Andrew Jackson, vencedor de los indios
creeks, de los ingleses en New Orleans y de los españoles en la Florida —el
mismo Jackson que desde la presidencia autorizó la conspiración que separó Texas
de México—; Zachary Taylor, el que entró en México en 1847 al frente de las
tropas norteamericanas; Ulises S. Grant, el vencedor de Lee en la Guerra de
Secesión; Theodore Roosevelt, el de las cargas de los “rudos jinetes” en
Santiago de Cuba; Ike Eisenhower, el general en jefe de los aliados en la
guerra mundial de 1939-1945. Sólo han dejado de ser presidentes de los Estados
Unidos los militares victoriosos que no han presentado su candidatura al cargo.
En el caso de Ulises S. Grant, el general candidato no reunía condiciones para
esa alta posición; pero su brillo militar le aseguró dos veces el voto de las
mayorías. La mayoría de los gobernantes del país que organizaron la guerra para conquistar territorios de otros
países eran civiles.
Lo
era James Knox Polk, que despojó a México de más de 1.000.000 de millas
cuadradas —los actuales Estados de Nuevo México, California y Arizona—; lo era
William McKinley, que tomó Cuba, Puerto
Rico y Filipinas en guerra contra España;
lo era Woodrow Wilson, que ocupó Haití y la República Dominicana.
Tenemos,
pues, que bajo la apariencia de país dedicado a actividades pacíficas, los
Estados Unidos venían criando en su seno un pueblo inclinado a la guerra,
admirador de los jefes militares victoriosos; estadistas civiles que usaban el
poder militar para conquistar territorios ajenos. Todo eso fue formando las
condiciones subjetivas adecuadas al establecimiento de un gran poder militar.
Cuando
el momento adecuado llegó, las condiciones objetivas sumadas a las subjetivas hicieron fácil el
establecimiento de ese gran poder militar. Hasta ese momento los Estados Unidos
habían resuelto el dilema de ser un país poderoso sin mantener ejércitos
permanentes. Pero la hora de crear esos ejércitos permanentes llegó, y los
Estados Unidos se encontraron, casi sin darse cuenta, con que ya tenían
instalado en el centro mismo de su vida el mayor establecimiento militar conocido
en la historia del mundo.
Al
quedar montada esa poderosa maquinaria de guerra, el campo quedó listo para la
aparición del pentagonismo, que iba
a ser el sustituto del imperialismo.
Juan Bosch
Texto tomado del libro"Pentagonismo sustituto del Imperialismo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario