MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

sábado, 7 de julio de 2012

JUAN BOSCH:


EL NACIMIENTO DEL PENTAGONISMO

 En un proceso histórico normal, el imperialismo que entraba en su etapa de muerte después de la Segunda Guerra Mundial debió ser reemplazado por esa Política del Buen Vecino llevada a escala planetaria(Pentagonismo), puesto que si lo que buscaba el imperialismo era lugares de inversión para sus capitales sobrantes y para colocar el sobrante de su producción industrial.



El poder militar norteamericano está concentrado en el Pentágono en términos de mando de todas las fuerzas armadas.
Ese mando tiene autoridad de vida y muerte sobre los ciudadanos, puesto que todos los ciudadanos de los Estados Unidos deben teóricamente servir en algún momento bajo la autoridad militar; ese mando tiene también un poderío económico superior al del gobierno federal y dispone de él sin cortapisas. Nos hallamos, pues, ante un poder real, no ante una entelequia; ante un poder que se ejerce sobre los ciudadanos de su propio país y sobre sus bienes, sobre su tiempo y sobre sus vidas; sin embargo, nadie sabe cuál es la base jurídica de ese poder tan enorme.
El imperialismo tuvo una larga etapa de agonía, pero su hora final podía apreciarse con cierta claridad ya a fines de la guerra mundial de 1939-1945. Después de esa gran hecatombe el imperialismo podía tardar en morir cinco años, diez años,quince años, mas era evidente a los ojos de cualquier observador
que estaba condenado a muerte en un plazo más cortoque largo. Entre los móviles de la guerra ocupó un lugar importante el reclamo alemán de “espacio vital”, esto es,territorio colonial para el Tercer Reich; de manera que al final de una guerra que se había hecho para destruir ese Tercer Reich, hubiera sido injustificable hablar de repartos de áreas coloniales.
Pero esa no fue la causa profunda de que los países vencedores en la guerra no se repartieran las colonias de los vencidos —Italia y Japón—. La causa más inmediata e importante fue de tipo práctico, no moral. Los ataques japoneses a los imperios coloniales europeos en el Pacífico —especialmente en Indonesia e Indochina— barrieron las fuerzas militares de las metrópolis en esa zona y dieron paso a grandes movimientos nacionalistas que en su oportunidad liquidaron la era colonial en el Asia; al mismo tiempo apareció, también al favor de la ocupación japonesa de China, la China comunista, que era medularmente un gran poder anticolonialista. La ola nacionalista se extendió mucho más allá del Pacífico; alcanzó a África, produjo la guerra argelina y determinó el surgimiento de nuevos países en el continente africano.
La estrategia de los países imperialistas consistió en retirar las fuerzas militares y afirmar el predominio económico, que era más difícil de combatir debido a que ya estaba en uso el sistema de controlar los mercados de producción y de venta a través de la concentración internacional del gran capitalismo.
En realidad, el plan de colocar bancos y ligazones comerciales e industriales en el lugar que habían ocupado los ejércitos se había iniciado antes de la Segunda Guerra Mundial; este nuevo sistema había convivido con el antiguo —el típicamente imperialista— desde principios de la década del treinta hasta finales de la década del cincuenta.

En esos años se había dado cumplimiento al principio que había establecido en el siglo XVIII el economista español don José Campillo de Cosío cuando dijo que el país que dominara la vida económica de otro país no necesitaría tener sobre él control militar. Ese principio fue puesto en ejecución por los Estados Unidos al comenzar la tercera década de este siglo, cuando el presidente Franklyn Delano Roosevelt estableció la llamada Política del Buen Vecino como un sustituto del imperialismo crudo en las relaciones de su país con la América Latina.
En un proceso histórico normal, el imperialismo que entraba en su etapa de muerte después de la Segunda Guerra Mundial debió ser reemplazado por esa Política del Buen Vecino llevada a escala planetaria, puesto que si lo que buscaba el imperialismo era lugares de inversión para sus capitales sobrantes y para colocar el sobrante de su producción industrial, podía obtenerlo —con ciertas, pero muy mínimas limitaciones— haciendo uso de su poder económico solamente, visto que el reparto de los territorios coloniales se había hecho antes de 1930.
Pero sucedió que no hubo un proceso histórico normal porque bajo tensiones de la gran guerra —la de 1939-1945— el sistema capitalista se aseguró la colaboración de científicos, los puso a su servicio y pasó a convertirse en capitalismo sobredesarrollado.
Ese salto gigantesco significó transformaciones también gigantescas tanto en el orden cuantitativo como en el cualitativo, y si bien los Estados Unidos estaban
preparados para absorber las novedades de tipo cuantitativo, no lo estaban para absorber las de orden cualitativo. En esa coyuntura histórica la Unión Soviética, bajo el liderato de Stalin, produjo la llamada Guerra Fría, y para responder a ese movimiento político de alcances mundiales los Estados Unidos se dedicaron a montar una organización militar permanente;y resultaba que ese nuevo factor de poder aparecía en la sociedad norteamericana sin que ésta estuviera preparada para asimilarlo. En la base institucional de los Estados Unidos no había lugar para un ejército permanente.
Los Estados Unidos se habían organizado en el siglo XVIII como una sociedad eminentemente individualista; su constitución política, sus hábitos y sus tradiciones eran los de un país individualista. Sin embargo, a partir de la gran crisis económico-social de 1929 los Estados Unidos comenzaron a transformarse en una sociedad de masas —lo que era, desde luego consecuencia de la mayor extensión de la actividad industrial—, y al terminar la guerra de 1939-1945 eran ya una sociedad de masas en todos los aspectos.
Esa sociedad de masas siguió organizada jurídica e institucionalmente como sociedad individualista, y como es lógico, en el fondo de la vida norteamericana se planteó, y sigue planteado, un conflicto de vida o muerte entre lo que es —una sociedad de masas— y lo que se cree que es —una sociedad de individuos libres—. En un conflicto entre la apariencia jurídica o institucional y la verdad social, acabará imponiéndose la última. Ésta se halla viva y aquélla muerta; ésta produce hechos reales, pensamientos y sentimientos que se imponen con una fuerza arrolladora; en ocasiones simula que es obediente a la apariencia jurídica institucional, pero en definitiva actuará en términos de su propia naturaleza porque esa naturaleza es la expresión íntima y real de la verdad social.
La verdad social norteamericana ahora es que el pueblo está encuadrado, sin su consentimiento y sin su conocimiento, en una sociedad de masas; su idea es que él es parte de una sociedad individualista. La solución de ese conflicto entre lo que el país es y lo que cree que es, se presenta en términos de actuación masiva dirigida por una voluntad externa a su conciencia. Esa voluntad externa a su conciencia se halla instalada en poderes que no figuran en la constitución política de los Estados Unidos ni en ninguna de las leyes del país que podrían considerarse de categoría constitucional.
La sociedad de masas ha producido, pues, órganos de poder que no tienen un puesto ni en las instituciones tradicionales del país ni en los hábitos del pueblo. Uno de esos poderes es el militar; otro, aunque no viene al caso mencionarlo en este trabajo, es la CIA.
El poder militar norteamericano está concentrado en el Pentágono en términos de mando de todas las fuerzas armadas.
Ese mando tiene autoridad de vida y muerte sobre los ciudadanos, puesto que todos los ciudadanos de los Estados Unidos deben teóricamente servir en algún momento bajo la autoridad militar; ese mando tiene también un poderío económico superior al del gobierno federal y dispone de él sin cortapisas. Nos hallamos, pues, ante un poder real, no ante una entelequia; ante un poder que se ejerce sobre los ciudadanos de su propio país y sobre sus bienes, sobre su tiempo y sobre sus vidas; sin embargo, nadie sabe cuál es la base jurídica de ese poder tan enorme.
Un elector norteamericano puede elegir al Presidente y al Vicepresidente de la República, a los senadores y diputados al Congreso federal y a los diputados de las legislaturas de los Estados, a los gobernadores de los Estados, a los alcaldes y a los miembros de los concejos municipales. Se le reconoce el derecho a elegir sus autoridades porque él las paga y paga los gastos de la nación y además porque lo que hagan esas autoridades le afectará en una medida o en otra. Sin embargo, él paga los gastos militares, a él le afectan las decisiones de las autoridades militares en una medida más importante que las que toman las autoridades civiles, pero no pueden elegir ni a los generales ni a los coroneles que disponen de sus bienes y de su vida. Tampoco puede el ciudadano elegir a los jefes de la CIA, cuyos actos provocan en algunas ocasiones decisiones políticas en que van envueltos los intereses fundamentales de la nación y la vida de sus hijos. Lo que acabamos de decir indica que en la sociedad norteamericana hay actualmente grandes poderes que no responden a las bases de la organización jurídica nacional. Esta organización descansa en la elección de las autoridades por parte del Pueblo, y el Pueblo se encuentra ahora con que hay autoridades con poderes excepcionales que no son elegidas por él.
Se dirá que en ninguna parte del mundo los militares son elegidos por el Pueblo. De acuerdo. Pero es que en ninguna parte, si nos atenemos al estado de Derecho moderno, hubo jamás un poder militar instalado en el centro mismo de la vida de un país que había vivido 175 años sin ejército y que no había creado, por eso mismo, defensas legales ni de hábito social contra la existencia de un poder militar tan grande. De buenas a primeras, en medio de un pueblo eminentemente civil en su organización, surgió un poder militar que en menos de quince años pasó a ser más fuerte que el poder civil. Por eso dijimos que los Estados Unidos no estaban preparados para los cambios cualitativos que produjeron, operando cada uno desde una dirección propia, la conversión del pueblo en sociedad de masas, la guerra de 1939-1945 y su efecto sobre el paso del capitalismo industrial a capitalismo sobredesarrollado, y la Guerra Fría que tan hábilmente condujo Josef Stalin. La generalidad de las gentes piensan con los criterios adquiridos desde tiempo atrás y esos criterios del pasado se proyectan sobre los hechos nuevos con tanta intensidad que no permiten verlos claramente. La inmensa mayoría de las gentes sigue creyendo que el poder civil norteamericano es lo que era ayer, la fuerza superior en el país. Sin embargo no es cierto. El poder se mide por los medios de que se dispone y que se usa, y en un país  eminentemente capitalista como son los Estados Unidos, el poder se mide sobre todo en términos de dinero. El Pentágono dispone de más dinero que el gobierno federal norteamericano, ese solo hecho indica que el Pentágono es real y efectivamente más poderoso que el gobierno federal.
En el año 1925 el presupuesto general de los Estados Unidos era de 3.063 millones de dólares; 600 millones estaban destinados a las fuerzas armadas. En el 1950 el presupuesto general era de 39.606 millones y el militar de 13.176;
esto es, mientras el presupuesto nacional había aumentado un poco menos de 13 veces, el militar había aumentado casi 22 veces y era inferior en menos de 100 millones al presupuesto general del país en el año 1941. Diez años después, en el 1960, el presupuesto general era 75.200 millones y el del Pentágono alcanzaba al 5 por ciento de esa cantidad; esto es, de 46.300 millones, más de 2.220 millones más elevado que el presupuesto nacional de 1951. Los gastos del Pentágono sobrepasarán en el presupuesto 1967-1968 todos los gastos nacionales, incluidos los militares, del presupuesto 1960-1961.
Con excepción de los años de la gran guerra de 1939-1945, que para los  Estados Unidos comenzó a partir de 1941,los gastos militares del país habían sido siempre desde 1925,inferiores a los del gobierno federal en un tanto por ciento importante; pero desde el año 1951 el capítulo de gastos militares comenzó a ocupar cada año más de la mitad de los fondos fiscales. En estas proporciones está la verdad del fenómeno político que podemos calificar como desplazamiento del poder real en los Estados Unidos de las manos del poder civil —gobierno federal— a las del poder militar —Pentágono—. En los datos que acabamos de dar no figuran las sumas que gastan los departamentos civiles del gobierno a causa de actividades militares.
Esas cifras se refieren al poder militar en términos de soldados, sean generales o sargentos. Pero el Pentagonismo no está formado sólo por militares.

El Pentagonismo es un núcleo de poder que tiene por espina dorsal la organización militar, pero que no es exclusivamente eso. En el Pentagonismo figuran financieros, industriales, comerciantes, escritores, periodistas, agentes de propaganda, políticos, religiosos; el Pentagonismo es una suma de grupos privilegiados, la crema y nata del poder económico-social-político de los Estados Unidos.
La mejor demostración de hasta dónde el Pentagonismo ha tomado ventaja del conflicto que tiene el país en sus estructuras sociales y jurídicas debido al hecho de que su organización social es de masas y su organización institucional es individualista, lo tenemos a la vista en la guerra de Vietnam: al tiempo que de acuerdo con la Constitución federal es el Congreso, y sólo él, quien tiene la facultad de iniciar una guerra por el expediente de declararla, los ciudadanos norteamericanos combaten y mueren a miles de millas de su país sin que el Congreso haya declarado la guerra.
Los representantes legales del pueblo, que son los miembros del Congreso, no tienen ni voz ni voto en una acción que sólo ellos podían autorizar; en cambio se ven forzados a autorizar los gastos de esa acción; a ordenar que el pueblo pague una guerra y a que tome parte en esa guerra que se hace sin que se haya cumplido el requisito que reclama la Constitución.
Para justificar la ilegalidad se buscaron subterfugios legales, pero hay una verdad como un templo que ningún subterfugio puede desvirtuar: Los Estados Unidos están en guerra contra la república de Vietnam del Norte; bombardean sus ciudades, matan a sus ciudadanos, cañonean sus puertos, destruyen sus caminos y fábricas; todo ello sin una declaración de guerra y sin que los ciudadanos norteamericanos parezcan darle importancia a lo que hay de trascendental en ese hecho.
Que los hijos de un país vayan a matar y a morir en una guerra que comenzó y se mantiene sin haberse cumplido los requisitos legales que son propios de ese país, indica que para esos ciudadanos tales requisitos legales carecen de validez. Ellos obedecen no a las leyes del país, sino a los jefes reales de ellos; y los jefes reales de las masas norteamericanas no son hoy los funcionarios públicos: son los que pagan a esas masas organizadas a través de sus industrias, negocios y comercios, y estos señores son, junto con los jefes militares, los líderes del Pentagonismo. El poder político no se encuentra ya en las manos de personas elegidas por el Pueblo; el poder no responde ya a los cánones constitucionales porque ha dejado de existir el pueblo individualizado hombre a hombre y mujer a mujer; lo que hay en su lugar son grandes masas, con pensamientos, sentimientos y actos masivos, manejados por las fuerzas pentagonistas.  La sociedad de masas de los Estados Unidos, un hecho sociológico que se formó y desarrolló de manera tan natural que nadie acertó a verlo a tiempo, ha producido excrecencias gigantescas que no estaban previstas en el esquema jurídico nacional y que no responden a los mecanismos típicos de las sociedades individualistas. Al mismo tiempo el gran capital sobredesarrollado —que llevó a su plenitud a esa sociedad de masas y por tanto a sus excrecencias— encontró un campo de sustentación, y el impulso para la dinámica de su crecimiento, en el establecimiento del gran organismo militar llamado el Pentágono. Así, pues, una vez producidos la sociedad de masas y el Pentágono, al entrar en agonía el imperialismo el capital sobredesarrollado se valió de las nuevas condiciones existentes para crear el pentagonismo y colocarlo en el lugar que había ocupado el imperialismo.
Para que esto fuera posible era necesario, sin embargo, que hubiera en los Estados Unidos una atmósfera pública, o bien favorable, o bien no opuesta a esos cambios. En efecto, había esa atmósfera en unos casos favorable y en otros  no opuesta. Había una corriente de opinión que tenía su origen en la propaganda que se había iniciado a raíz de la Revolución Rusa, dirigida a presentarla como una colección infernal de fechorías que debía ser aniquilada por los norteamericanos. Pero otras corrientes eran de formación más antigua y se hallaban probablemente instaladas en las raíces biológicas e históricas de los Estados Unidos; venían trabajando el alma de ese pueblo por varias vías desde hacía por lo menos 150 años, y al entroncar en ellas el concepto misional creado por la propaganda anticomunista, el conjunto tomó una fuerza arrolladora que salió a la superficie al provocarse con la Guerra Fría la crisis definitiva —aunque desconocida— entre la sociedad real de masas y la organización jurídica individualista; o, si preferimos decirlo en términos de causas y no de efectos, al quedar impuesto en el centro de la vida  norteamericana el régimen del gran capitalismo sobredesarrollado.
Esas condiciones subjetivas de origen antiguo determinaron un predominio de lo germánico en el carácter nacional norteamericano.
Todos sabemos que no hay raza superior ni hay raza inferior, pero no debemos poner en duda que los pueblos desarrollan un carácter nacional, una manera bastante generalizada de reaccionar ante determinados problemas. Durante siglos los germanos tuvieron una inclinación evidente hacia los odios raciales y hacia las glorias guerreras; pero la más distintiva de las inclinaciones germánicas fue la propensión a confiar a las armas, no a la acción política, la solución de sus conflictos con otros pueblos. El pueblo norteamericano es racista, odia al negro, odia al indio y al hispanoamericano, y si no se desarrolló odio al judío se debe a su peculiar educación religiosa, y siendo los judíos el pueblo del Libro Sagrado no debía ser perseguido. Además, los   norteamericanos prefieren usar el poder armado antes que los medios políticos en los casos en que encuentran oposición a sus planes en otros países.
Esta tendencia norteamericana a reaccionar como lo hacían los germanos puede deberse a varias causas, pero debemos tener presente que en el torrente de inmigrantes europeos que se establecieron en los Estados Unidos entre fines del siglo XVIII y mediados del XIX, la mayor cantidad fue de alemanes. En Norteamérica hay regiones enteras que fueron pobladas por alemanes, y llegó a haber alemanes de nacimiento en todas las ramas del gobierno federal y de los Estados. Los hábitos de pensar y de sentir típicos del germano debieron ser predominantes en la época de la elaboración de eso que podríamos llamar los fundamentos del carácter nacional norteamericano.
Por otra parte, los Estados Unidos comenzaron temprano —cuando todavía eran colonias inglesas— a glorificar a los hombres de armas. Su gobierno era civil, su sociedad era civil, no militar, pero el pueblo adoraba a los guerreros vencedores. Este sentimiento de adoración a los militares se desarrolló paralelamente con la organización civil del gobierno y de la sociedad; y eso explica que al mirar hacia el gobierno y hacia la sociedad de Norteamérica los demás pueblos del mundo se fijaran en su aspecto civil y no pusieran atención en las actividades militares de los individuos. Al final, la inclinación hacia las virtudes militares acabó impregnando el país, y hoy los Estados Unidos son una nación de guerreros. Pero si hemos dicho “hoy”, debemos volver la vista atrás y recordar que el pueblo norteamericano ha conocido, en conjunto, muy pocos años de paz; que ha llevado a cabo varias guerras contra ingleses, españoles, mexicanos; contra sus propios indios, alemanes, chinos, japoneses, italianos; que ha guerreado en su territorio, en México, en Nicaragua, en las Antillas, en Oceanía, en África, Europa y Asia. Los Estados Unidos es el único gran Estado industrial que tuvo una guerra formal dentro de sus límites nacionales; no una revolución en que una parte del pueblo peleaba contra otra parte del pueblo, sino una guerra de una parte del país contra otra parte del país, cada una con su propio gobierno, su propio ejército, sus propias leyes; fue la guerra del Sur contra el Norte, en la que combatieron dos naciones sobre una frontera común; y tanto fue así que esa contienda larga y sangrienta como pocas aparece definida en la historia del país como una guerra, no como una revolución, y se llama la Guerra de Secesión.
Han pasado más de cien años desde que se hizo la paz entre los ejércitos combatientes y todavía los sureños ven a los del Norte como el enemigo de otro país que los venció y ocupó y esquilmó su territorio.
La admiración del pueblo norteamericano por los jefes militares vencedores se mide por este dato: todos, sin excepción, triunfaron en las elecciones en que se presentaron como candidatos. La lista de nombres, en este punto, es larga, pero nos bastará recordar los más conocidos: George Washington, vencedor de los ingleses en la guerra de independencia; Andrew Jackson, vencedor de los indios creeks, de los ingleses en New Orleans y de los españoles en la Florida —el mismo Jackson que desde la presidencia autorizó la conspiración que separó Texas de México—; Zachary Taylor, el que entró en México en 1847 al frente de las tropas norteamericanas; Ulises S. Grant, el vencedor de Lee en la Guerra de Secesión; Theodore Roosevelt, el de las cargas de los “rudos jinetes” en Santiago de Cuba; Ike Eisenhower, el general en jefe de los aliados en la guerra mundial de 1939-1945. Sólo han dejado de ser presidentes de los Estados Unidos los militares victoriosos que no han presentado su candidatura al cargo. En el caso de Ulises S. Grant, el general candidato no reunía condiciones para esa alta posición; pero su brillo militar le aseguró dos veces el voto de las mayorías. La mayoría de los gobernantes del país que organizaron la  guerra para conquistar territorios de otros países eran civiles.
Lo era James Knox Polk, que despojó a México de más de 1.000.000 de millas cuadradas —los actuales Estados de Nuevo México, California y Arizona—; lo era William McKinley,  que tomó Cuba, Puerto Rico y Filipinas en guerra contra España; lo era Woodrow Wilson, que ocupó Haití y la República Dominicana.
Tenemos, pues, que bajo la apariencia de país dedicado a actividades pacíficas, los Estados Unidos venían criando en su seno un pueblo inclinado a la guerra, admirador de los jefes militares victoriosos; estadistas civiles que usaban el poder militar para conquistar territorios ajenos. Todo eso fue formando las condiciones subjetivas adecuadas al establecimiento de un gran poder militar.
Cuando el momento adecuado llegó, las condiciones objetivas  sumadas a las subjetivas hicieron fácil el establecimiento de ese gran poder militar. Hasta ese momento los Estados Unidos habían resuelto el dilema de ser un país poderoso sin mantener ejércitos permanentes. Pero la hora de crear esos ejércitos permanentes llegó, y los Estados Unidos se encontraron, casi sin darse cuenta, con que ya tenían instalado en el centro mismo de su vida el mayor establecimiento militar conocido en la historia del mundo.
Al quedar montada esa poderosa maquinaria de guerra, el campo quedó listo para la aparición del pentagonismo, que iba a ser el sustituto del imperialismo.


Juan Bosch
Texto tomado del libro"Pentagonismo sustituto del Imperialismo"

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