A propósito de la crítica revolucionaria
Segunda Cita: Ni Ubieta ni Isbel y Algo más sobre la crítica revolucionaria y sus enemigos
Ni Ubieta ni Isbel
por Guillermo Rodríguez Rivera
Los antiguos filósofos pitagóricos desarrollaron la idea de la importancia de “lo medio”. La verdad -creía el viejo filósofo y matemático Pitágoras- está en el equilibrio, que al ser humano le cuesta mucho trabajo alcanzar y todavía más mantener. Los antiguos creían en lo que denominaban la aurea mediocritas, que no es (un parón en seco para los malos traductores) la áurea mediocridad, sino la dorada medianía.
El bienestar físico está (el pitagorismo está en los fundamentos de la ciencia médica: Hipócrates era un pitagórico) en conciliar los extremos: ni muy seco ni muy húmedo, ni muy frío ni muy caliente. Es una garantía de la salud del cuerpo humano y de la estabilidad de la propia naturaleza.
El mundo está lleno de extremos, y la sociedad no es la excepción: el neoliberalismo ha pretendido erigir al mercado en árbitro absoluto que no necesita ser regulado, pero cuando la irresponsabilidad y el afán de lucro del mercado bancario provocaron en 2008 la brutal crisis de la que el capitalismo aún no sale, el inepto e inútil estado, representado nada menos que por el propio George W, Bush, vino a rescatar a los bancos con los millones aportados por los contribuyentes norteamericanos.
El socialismo a veces procedió del mismo modo pero al revés: en Cuba estatalizamos el lustrado de zapatos y la venta de granizado, en un alarde socializador que ha terminado como sabemos.
En Observatorio Crítico se ha desatado una polémica entre Enrique Ubieta e Isbel Díaz Torres. Digo, todavía no es polémica: Isbel responde a un artículo de Enrique, y la emprende contra sus puntos de vista, pero Ubieta no ha respondido.
Isbel parece un crítico “a rajatabla” de casi todo lo que haga el gobierno; la emprende contra los proyectos de inversión en Cuba de países extranjeros amigos, como Brasil y China. Ubieta se identifica con todo lo que provenga de cualquiera de los niveles de la administración estatal, con una fe que me parece digna de mejor causa porque, a pesar de lo que dice, gobierno y revolución no son sinónimos.
Cuando apareció La calle del medio, bajo la dirección de Enrique Ubieta, le mandé un artículo proponiendo crear una Comisión de Protección al Consumidor, porque en casi todas las tiendas que venden alimentos no procesados, como queso, jamón, salame (todas son estatales) le roban en el peso al consumidor, quien no tiene a quién reclamarle. Son innumerables las ocasiones en las que el cubano es defraudado por quienes le venden algún objeto o servicio y ya casi ha sido obligado a resignarse, porque no encuentra a dónde acudir.
Todas las tiendas de alguna jerarquía tienen esa comisión de protección al consumidor, pero la preside su administrador, que sería como que el jefe de un organismo fuera a la vez el secretario del sindicato. Como repudiamos el “consumismo” hemos llegado a repeler al ciudadano que consume.
Muchas veces, desde hace mucho tiempo, se incita a los cubanos a tener mentalidad de productores y no de consumidores, pero producir y consumir son las dos caras de una misma moneda.
El consumo es una actividad imprescindible: el hombre tiene que tener una casa donde tener su familia; precisa de los alimentos para mantenerse y del vestido para acudir a su trabajo y mandar sus hijos a la escuela. El consumismo es la patología de esa necesidad: es una manipulación que incita al ser humano a aumentar irracionalmente su consumo, para beneficiar a los que producen y quieren vender. No hay producción sin consumo: el ser humano puede trabajar sin consumir, pero ese sacrificio tiene un límite. Si no hay consumo, en un momento dado el deseo de producir caerá, se detendrá.
Ubieta no publicó mi artículo y ni siquiera me llamó o me escribió para acusar recibo y explicarme por qué no lo editaba. Estuvo entre esos jefes de periódicos que caracteriza el doctor Esteban Morales, que defienden sin tasa a la administración incluso cuando se la critica para mejorarla y no aumentar la muchas veces justa irritación popular.
Perdóneme Ubieta, pero debe precisar su concepto de “anticapitalismo”.
Mi amigo, el grande y desaparecido pintor que fue Raúl Martínez, me dijo una vez, socarronamente, mientras miraba una de las buenas revistas de diseño: “El capitalismo hay que destruirlo, pero con mucho cuidado”. Tenía razón. Los logros del capitalismo que significan progreso y bienestar para el ser humano, no deben de ser rechazados por una sociedad que pretenda desarrollar el socialismo: no son obra de la burguesía, sino del esfuerzo histórico de los trabajadores. Por algo Lenin hablaba de la “herencia cultural”, que no es únicamente el respeto a las grandes obras de arte: la nueva sociedad debe heredar todo lo bueno que se ha hecho por la humanidad en el pasado, porque cultura es energía, comida, vivienda, educación.
Porque, además de uno ser anticapitalista, hay que estar a favor de algo. El complemento del “anti” es el “pro”.
El filósofo y politólogo portugués Buenaventura de Sousa Santos, uno de los animadores del foro del Porto Alegre, escribió que “una sociedad socialista no es aquella donde todas sus instituciones son socialistas, sino donde todas las instituciones están dirigidas a conseguir el desarrollo socialista”.
La equivocada ofensiva anticapitalista de marzo de 1968 en Cuba, le hizo un daño a nuestra sociedad socialista que todavía no hemos conseguido sanar. El estado socialista tenía en sus manos las grandes, industrias, el 70% de las tierras del país, la banca, el comercio exterior y las grandes tiendas, los grandes hoteles, el transporte, la educación, los medios informativos, pero quiso tener también las medianas y pequeñas empresas y las estatalizó. Llegó a socializar el puesto de fritas, pero no fue más que para asumir lo que no podía manejar. No hemos conseguido restaurar esa zona de la economía, esencial para el equilibrio económico de la nación.
Así que, contra el capitalismo, “pero con mucho cuidado”, porque, por lo menos a mí, me interesan la soberanía nacional, la independencia cubana y su antiimperialismo, pero creo que, dentro de esos principios inclaudicables, se puede alcanzar no “el individualismo consumista” que Ubieta con razón rechaza, pero sí un mayor bienestar para el pueblo cubano, que lo merece de sobra.
Con el dominio de la pobreza no se consigue eso que Martí llamaba “el respeto a la dignidad plena del hombre”. La revolución y el socialismo no pueden tener otra misión que no sea conseguir la felicidad del ser humano.
Algo más sobre la crítica revolucionaria y sus enemigos
A propósito de la polémica con Observatorio Crítico y las valoraciones de Guillermo Rodríguez Rivera
por Enrique Ubieta Gómez
Guillermo Rodríguez Rivera, el admirado autor de Por los caminos de la mar o Nosotros los cubanos (2005), intercede en la polémica que todavía no es -dice, porque no he respondido-, entre Isbel y yo, con un rotundo “ni, ni”. Alguna vez conversamos personalmente y compartimos, creo, en viaje a la Venezuela bolivariana, pero no nos une amistad alguna. Estoy seguro que he sido un lector más constante de sus textos que él de los míos, y eso no me ofende, como autor me lleva bastante camino andado. Pero puedo asegurar que me conoce poco. Aclaro esto, porque me atribuye una forma de pensar que no aparece en mis textos, ni se insinúa en el que motiva la “polémica”, que no empezó ahora, ni es específicamente con Isbel (aunque por lo que dice en su texto, también es con él).
Todos los que defendemos la Revolución cubana somos estigmatizados como extremistas, dogmáticos u oficialistas. Guillermo sabe de lo que hablo, porque también él ha sufrido esos ataques. La más común e insólita victoria de tales ataques es hacer que los compañeros de ideas se distancien de uno, hacer que participen de la creencia de que somos así. Guillermo al parecer ha sacado sus propias conclusiones sobre mí de la no publicación de un artículo suyo (hace casi tres años) en el mensuario que dirijo. No cometeré el error de suponer que ese es el hecho que motiva a estas alturas su réplica. Respeto su obra escrita y pedagógica, y por tanto respeto al hombre. Pero sus argumentos se distancian notablemente de la esencia de lo discutido en mi texto y se acercan al tema tratado por él en el suyo no publicado entonces. De hecho, aún cuando desde el título establece el veredicto mediador y reclama un punto medio, ignora las opiniones de Isbel -solo le dedica tres líneas-, e ignora las mías, que ni siquiera se comentan, aún cuando soy el objeto más visible de su discrepancia.
Digamos que Guillermo ha tomado de pretexto un encontronazo mayor para opinar de asuntos colaterales a él sobre los que no tenemos, en realidad, grandes diferencias. Pero ya que se ha traído a este venerado espacio mi polémica con Observatorio Crítico (y no con Isbel, ni con nadie en particular) creo que es imprescindible que exponga su esencia. Apoyo la crítica revolucionaria, y es absurdo lo que dice Guillermo de mí: “Ubieta se identifica con todo lo que provenga de cualquiera de los niveles de la administración estatal, con una fe que me parece digna de mejor causa porque, a pesar de lo que dice, gobierno y revolución no son sinónimos.” ¿De dónde sacó semejante dislate? Lo invito a leer con calma mi más reciente libro Cuba ¿revolución o reforma? (2012), o a recorrer mi blog o las páginas de La calle del medio, para que descubra que esa afirmación es un estereotipo. En muchos textos míos he diferenciado con meticulosidad los conceptos de consumo y consumismo (sobre esto discuto en mi libro con Dieterich, páginas 175 y 176). En mi artículo “Ser o tener, ¿cuál es tu prioridad?” que puede leerse en mi blog la-ísla-desconocida.blogspot.com (13 de septiembre de 2012) digo: “Cuando una persona que es, y tiene, llega, nadie nota lo segundo. Por lo común, aquel que necesita mostrar que tiene, no está seguro de lo que es o no le importa. Es un problema de prioridades. No rechazo la ropa que está de moda, cara y de marca; si es cómoda y bella para quien la usa, es perfecta. Para gustos, colores. El dilema es otro: hacernos servir por los objetos que adquirimos, o servir a los objetos; que ellos existan para hacernos la vida más cómoda y bella, o vivir para ellos, lo que implica vivir para mostrar lo que tenemos. Que una sonrisa inteligente diga más de nosotros que una cadena de oro. Esa es la verdadera batalla, sutil, encubierta, definitoria, entre el socialismo y el capitalismo.”
Guillermo añade, con justicia, que gobierno y revolución no son sinónimos. Es por eso que mi artículo habla de una identidad histórica -sin dudas precaria, pero real, si entendemos que hablamos de una Revolución que ha tomado el poder-, entre ambos términos, con todas las contradicciones propias que genera el estar en el poder, con todos los errores y aciertos que puedan cometerse desde allí. Si el título de mi artículo anuncia la defensa de “la crítica revolucionaria”, y advierte sobre el intento de contaminarla, es precisamente porque reconoce su necesidad. Digámoslo así: que la crítica revolucionaria contribuya a fortalecer la identidad históricamente limitada entre gobierno y revolución, y no a quebrarla; que trabaje por sostener a la Revolución en el poder -que debe ser escrito en minúsculas, porque existe otro Poder, con mayúsculas, global, que lo domina casi todo-, y no por distanciarnos del poder en nombre de la Revolución, ¿para dejárselo a quién?
En esto, como en muchas cosas, el ejemplo de Silvio es aleccionador. Creo que la izquierda revolucionaria, hoy, es antimperialista, como afirma Silvio -que es la forma actual del capitalismo-, o no es y esa afirmación no reivindica, por favor, la validez de una medida concreta, como lo fue la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Solo una sociedad alternativa a la que promueve el consumismo, a la que deshumaniza el trabajo, a la que prioriza el tener sobre el ser; solo una sociedad que convierta a las masas en colectivos de individualidades, y los haga protagonistas de su vida y de su tiempo, es viable para la Humanidad; yo la llamo socialismo y en ella debe primar la más democrática de las aspiraciones posibles hoy: “de cada quien según su capacidad, a cada quién según su trabajo”. Si alguien entendiera que la oposición entre capitalismo y socialismo son los puntos extremos referidos, aún cuando éste tome de aquel lo que sirva, que es mucho, no lo dudo, para el momento histórico -el socialismo no es un lugar de llegada, sino un camino-, pues sí, estoy en el extremo del socialismo. Como no creo que Guillermo se refiera a esto, no acabo de ver mi posición extrema.
Hay dos párrafos, uno en mi texto y otro en el de Isbel, que en mi opinión expresan como ninguno la esencia de lo que discutimos.
Digo yo:
-”resulta incomprensible desde la buena fe, que algunas personas que se definen en la super izquierda defiendan -desde categorías francamente burguesas-, el “derecho” político de los propugnadores, pagados o no, del capitalismo neocolonial. El abrazo nacional no puede producirse en la orilla capitalista. La aceptación de lo diverso parte de reconocer que el socialismo (no el socialdemócrata, hablo del anticapitalista) es la plataforma nacional. La necesaria unidad de la nación no presupone la homogeneidad del pensamiento, ni la unanimidad de criterios, debe estimular el debate y la crítica revolucionarias, siempre en oposición a las de la contrarrevolución; pero la unidad de la nación la proporciona el proyecto colectivo de justicia social, anticapitalista, que garantiza y es garantizado por la soberanía nacional.”
Dice Isbel, que califica de “tiránico” al Gobierno cubano:
- “Pero si vamos un poco más allá, solo podemos sonreírnos ante la ‘ingenuidad’ del autor, cuando miramos y vemos que los capitalistas hace rato están en el poder, protegidos bajo las casacas empresariales, militaristas, etc. Ubieta finaliza su texto con una parrafada tan esquizo, que no resiste el más elemental análisis. Acepta lo diverso, pero no lo acepta; no desea la homogeneidad del pensamiento, pero excluye a los procapitalistas; habla de unidad nacional, pero no en ‘la orilla capitalista’.”
No son supuestos. En los últimos meses, Observatorio Crítico ha reivindicado la presencia en sus espacios digitales de Yoani Sánchez y del proyecto Estado de SATS, explícitamente liberales y procapitalistas. La contrarrevolución de Miami, por su parte, hace lo mismo: elogia y publicita el “trabajo” que hace Observatorio Crítico desde “la izquierda”. La fórmula de los super izquierdistas es esta: el Gobierno cubano es capitalista, unámonos a los capitalistas para derrocarlo. Extraña fórmula. ¿No sería más sensato decir, si es que hay capitalistas en el poder, unámonos a los revolucionarios en el poder para barrer a los capitalistas en el poder y fuera de él? Recuerden la trágica experiencia de Granada, donde una fracción supuestamente más radical traicionó a Maurice Bishop y propició la invasión militar del imperialismo estadounidense.
Cualquier texto medianamente complejo propicia múltiples lecturas e interpretaciones. No me siento traicionado por otras lecturas ajenas a mis intenciones, más parecidas a las experiencias y preocupaciones vitales de esos lectores. Me siento sin embargo reivindicado y halagado por la lectura de Silvio, y quiero finalizar citándolo, para hacer mío su criterio:
“Recomiendo, sobre todo a los adictos a los temas ideológicos, este interesante artículo de Enrique Ubieta. Como todo escrito de ideas, puede llevarnos a varias conclusiones. Por mi parte no lo interpreto como un veto a la diversidad de ideas que puede existir –y existe– en la comunidad revolucionaria; y creo que tampoco signifique que para ser revolucionario hay que callarse ante todo lo dispuesto por un gobierno, por muy revolucionario que sea. Toda gestión rectora necesita distintos puntos de referencia para tener una visión tridimensional de la realidad. La diversidad es más revolucionaria que contrarrevolucionaria. En definitiva el mismísimo Marx dijo que su divisa era dudar de todo.”
(Tomado de SegundaCita)
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