MORAL Y LUCES

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jueves, 10 de octubre de 2013

Mataron al Che, pero no sus ideas


Por Daniel Urbino*

La Habana (PL) Usted ha venido a matarme. Póngase sereno y apunte bien que usted va a matar a un hombre!, dijo Ernesto "Che" Guevara, el 9 de octubre de 1967, a su asesino, comprendiendo que ya la orden estaba dada.Un primer disparo, un segundo y otro más para finalizar en una ráfaga que repicó dentro de la humilde escuela de piso de tierra de La Higuera, en Bolivia.

Según su verdugo, Mario Terán, en una entrevista a la revista Paris Match, después de la andanada el guerrillero cayó al suelo con las piernas destrozadas. Se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre, contó. "Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto".

Por supuesto, Terán fue solo un ejecutor. La orden vino de arriba, dicen que el propio general René Barrientos, quien ocupaba por entonces la presidencia de Bolivia, su alto mando militar y por supuesto, los "asesores" de la CIA.

En la introducción al Diario del Che en Bolivia, el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, comentó: 

"Las horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos tienen que haber sido muy amargas para él; pero ningún hombre mejor preparado que el Che para enfrentarse a semejante prueba." 

En horas de la tarde del día 9 su cuerpo fue trasladado en helicóptero hacia Vallegrande. En el lavadero del hospital local fue exhibido durante toda esa jornada y la siguiente.

Dicen que cientos de personas llegaron hasta allí a ver el cuerpo del argentino-cubano. Las monjas del hospital cortaron mechones de su pelo para preservarlos como amuletos y los soldados se apropiaron de varias de sus pertenencias.

En ese mismo sitio sus captores, previsores, le cortaron las manos. Estas quedarían como pruebas de su defunción, pues ya estaba resuelto que el cuerpo desaparecería.

El Che había sido capturado el 8 de octubre junto con Simón Cuba (Willy), en una emboscada del ejército boliviano en la Quebrada del Yuro en la cual su fusil quedó inutilizado y resultó herido en la pantorrilla derecha.

Por tal razón durante mucho tiempo hubo confusión sobre la fecha de su muerte.

Lo cierto es que, a los 39 años, Ernesto Guevara dejo de ser un hombre para convertirse en una idea.

SÍMBOLO 

¿Qué tienen en común los maestros mexicanos con los mapuches de Chile, o los estudiantes universitarios de Puerto Rico con los sindicalistas españoles? 

Dondequiera que haya un grupo de personas protestando contra aquello que los oprime -el yugo, la asfixia económica, la falta de oportunidades, la ausencia de servicios básicos, el costo de la educación- allí estará la imagen de Guevara.

Algunos, desde la comodidad que brinda una posición seudo intelectual ajena a compromisos o que conocen poco de su vida y obra, consideran que su retrato compitió contra los íconos culturales de la época y se impuso a través del tiempo pero más como un producto de la industria cultural y la era del pop que como el representante de una idea.

Pero, ¿Es solo eso? Uno días después de su muerte, Juan Domingo Perón, desde Madrid decía al referirse a la muerte de su compatriota que era "una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación".

Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe -agregó- la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio.

La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir, añadió Perón.

Su vida, su epopeya, es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los de toda América Latina, opinó el líder argentino.

Lo cierto es que, a 46 años de que las balas pusieran fin al terrenal viaje de su cuerpo, su pensamiento es cada día más actual.

Continúan activas y reproduciéndose como plagas las razones que lo llevaron a tener la vida que tuvo.

En unas latitudes más que en otras el afán de lucro campea sobre la vida humana, la guerra por los recursos se sobrepone a toda lógica y el uso de la fuerza sigue siendo la carta de triunfo de los más poderosos contra los débiles.

Mientras así sea, no habrá uno, sino millones de seguidores del Che Guevara dispuestos a enarbolar la bandera de la justicia.

Algunos pueblos latinoamericanos lo han hecho y hoy atraviesan un momento diferente, de ruptura con el pasado, y tratan de construir un mejor futuro para la región.

Jamás imaginaron sus matadores que las ráfagas de la luctuosa metralleta lo harían el San Ernesto de la Higuera, y de las causas justas de este mundo.

Urb/rcg 

* El autor es periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina

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