MORAL Y LUCES

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jueves, 13 de septiembre de 2012

La amistad no obliga a la solidaridad política


Cesar Medina
lobarnechea1@hotmail.com
Es cierto... Ni siquiera había llegado a procesar con claridad que tres de mis mejores amigos son los presidentes de los tres principales partidos del sistema.
Y aunque en propósitos políticos sólo coincido con uno de ellos, en los últimos 15 años de quien he estado más cerca en términos personales ha sido precisamente del líder del partido que siento más lejos y con el que tengo menos coincidencia: Miguel Vargas y el PRD.
Por Carlos Morales, del Partido Reformista, siento profunda admiración y respeto desde mucho antes de que asumiera responsabilidades políticas al lado de Balaguer.
Y mis afectos y admiración a Leonel Fernández vienen desde que era muy joven y se presentaba en los programas de televisión como analista de política internacional. Iba casi todas las semanas a Hoy Mismo, mucho antes de ser yo su productor y propietario.
Dos de esos tres dirigentes luchan hoy en pareja, Morales y Leonel, pero no siempre ha sido así. Quien ha estado siempre en la equidistancia he sido yo.
Pero el caso de Miguel Vargas y Leonel Fernández es de antología porque se enfrentaron en las elecciones del 2008 y yo tuve que estar en el medio, sin quedarme indiferente... Asumí mi rol como productor de televisión y fijé mi posición de acuerdo a mi conciencia y a mis convicciones de ese momento.
Aunque admito que me costó mucho, al final del día todos me comprendieron y prevaleció la amistad.
Estuve con Leonel
Mis simpatías por Leonel Fernández no son nuevas. Nos conocimos cuando todos éramos muy jóvenes, él como profesor de la escuela de Comunicación Social en la UASD y ya nosotros ejerciendo en los medios escritos.

Cuando asumió responsabilidades en el área de prensa del PLD, Leonel visitaba con frecuencia los periódicos, y a partir de 1981 iba todos los domingos en las tardes al periódico Hoy, y allí organizábamos largas tertulias con Virgilio, Severino y Franjul. El carácter agrio y el temperamento volátil de Bosch era un tema muy recurrido porque Leonel siempre le hallaba explicación a los resabios de su líder.
Por esa admiración me sumé calladamente a su propósito de ser vicepresidente de Bosch en 1994, y dos años más tarde fue fácil la motivación para apoyarlo en su aspiración presidencial antes de la segunda vuelta contra Peña Gómez.
Por eso tuve siempre muy claro lo que haría en las elecciones del 2008 cuando se enfrentaron Leonel y Miguel, siendo ambos mis buenos amigos.
Miguel más íntimo que Leonel.
Oportunamente me reuní con Miguel y le dije que no podía darle el apoyo que necesitaba porque el compromiso con mi conciencia no me lo permitiría, que de mí no esperara jamás un agravio y que por el contrario le daría todo el apoyo publicitario en mis medios de forma completamente gratuita.
Y así se hizo.
Apoyé públicamente a Leonel...
Pero jamás “desapoyé” a Miguel. Uno de los papeles más ingratos que me han tocado en mi vida profesional.
Pero todo eso tiene una explicación: Mis viejas contradicciones con el PRD.
Viene de muy atrás...
Mis contradicciones personales con el PRD comenzaron con la traición a Jacobo Majluta en 1986, justo cuando me iniciaba como productor de televisión hace 26 años.
Entonces escribía una columna diaria en el periódico Hoy y prometí que jamás volvería a votar por un partido con semejante vocación a la autodestrucción, con tanta propensión a canibalizarse que prefería el retorno del “ancient regime” de Balaguer –de aquel Balaguer de los 12 años– a que Majluta llegara a la Presidencia.
Por eso el PRD pagó cara su afrenta, salió por 14 años del poder, Jorge Blanco terminó en la cárcel y Peña Gómez murió sin ser Presidente, a los 61 años de edad. En el interregno también murió Majluta, con apenas 62 años... Y en tan solo una década se fueron todos los protagonistas de los principales acontecimientos históricos que se suscitaron al interior del PRD.
Esa propensión a la garata no le ha dado un sólo momento de descanso a ese partido ni a sus dirigentes.
Y entonces gente como Fafa Taveras se siente mal cuando uno dice esas cosas... Como si el problema estuviera en decirlo y no en su propio fatalismo histórico. 

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