¡Por fin!, dos concepciones de la
política
Se ha
pensado comenzar el debate sobre la oportunidad de fundar un nuevo gran partido
de izquierda. ¡Ya era tiempo! Y no puedo sino alegrarme y exclamar: ¡por fin!
Es en verdad una decisión que debió haberse tomado hace mucho, pero como dice
la sabiduría popular: ¡más vale tarde que nunca!, y la maduración de una
decisión no puede acelerarse artificialmente, sino que llega un momento en que
se hace inevitable, aunque sea difícil y no exenta de riesgos posibles, que de
todas maneras hay que saber afrontar.
Creo, sin
embargo, que algunos piensan que se trata de una nueva división ya habitual en
la izquierda, o que expresa la voluntad terca de algún liderazgo, o que hubiera
que alinearse detrás de una figura para formar una especie de partido
corporativo o personalista. Pienso que las razones de una tal decisión son el
fruto inevitable de dos concepciones de la política de izquierda en su
ejercicio cotidiano estratégico.
Unos
piensan, y la practican de hecho, una política que pudiera describirse de la
siguiente manera. El político de izquierda tradicional, opinan, está habituado
a la crítica como mero opositor y es incapaz de pasar al ejercicio positivo y
representativo responsable del gobierno. Pareciera que son puristas idealistas
que por pretendidos principios abstractos no colaboran en concreto a mejorar la
situación dada, que además nunca es perfecta. Hay que pasar, opinan, de la
oposición pasiva al ejercicio del gobierno activo. Para ello hay que
convertirse en una izquierda moderna, que permita el diálogo y la negociación
con opositores aparentemente irreconciliables, a fin de alcanzar resultados
favorables para los intereses del pueblo (aunque dichos intereses nunca son
objeto de real estudio, de clara exposición y decidida coherencia con las
actitudes mostradas por su proponentes). Bajo estas premisas, y siendo minoría
en el partido de izquierda, y a fin de poder sin embargo imponer su voluntad
pretendidamente conciliadora, se ocupan exclusivamente en las tareas
burocráticas del partido (organizar reuniones de miembros influyentes,
gestionar elecciones o usar frecuentemente mediaciones fraudulentas, luchan
hasta alcanzar la representación mayoritaria en los órganos directivos, y
dominan así institucionalmente el partido), desatendiendo completamente la militancia
concreta, el contacto con el pueblo, y se ocupan de lograr situar a sus
colaboradores en puestos de representación en el Estado (con sus suculentos
salarios establecidos), y ganando adhesiones de otros miembros del partido con
promesas de ser propuestos para ocupar en el futuro otras candidaturas. Esta
corriente es aclamada como constructiva, moderna, ejemplar, por las televisoras
(como Televisa y Tv Azteca), por el Consejo Coordinador Empresarial y otras
organizaciones de evidente orientación política, que ahora son los jueces de la buena o malaizquierda,
y que, por supuesto, los llaman para que hagan declaraciones en nombre de toda
la izquierda.
La otra
concepción de la política de izquierda piensa que el participante de un partido
tiene estar presente en el seno del pueblo, no sólo con el pueblo. Definen la
función del partido político no como una maquinaria electoral o de distribución
de puestos de trabajos burocráticos políticos, sino como una escuela de
política al servicio del pueblo con responsabilidad y honradez. Propugnan por
disponer de tiempo y esfuerzo para crear escuelas de dirigentes conscientes de
los principios y los proyectos del partido para la nación (que habría que
definirlos antes, no como una exigencia formal sino como los fines reales de la
acción de sus miembros). Por ser un partido de izquierda, que ha perdido tres
elecciones por fraude pero ha mantenido una fuerte adhesión popular ocupando el
segundo lugar como fuerza política en el país (fruto de la labor de Morena y
del candidato a la Presidencia, y no de la burocracia del partido ocupada en
otros menesteres), no puede menos que efectuar una oposición clara,
representando las necesidades por las que luchan los movimientos sociales y la
población empobrecida (que en México es 55 por ciento, proporción de los que se
encuentran debajo de la línea de la pobreza de Amartya Sen), sin poder hacer
fáciles negociaciones con los que ostentan ilegítimamente el poder. Debe así
organizar la oposición para ser una opción futura diferente, no más de lo
mismo.
Esta
concepción de la política necesita un partido que lleve a cabo estos ideales.
No se trata de seguir el liderazgo de alguien, sino de estar de acuerdo con los
principios. Decía Fidel Castro queun pueblo debe creer en algo, en alguien, pero
sobre todo en sí mismo. Si se cree en algo deben ser en los
principios. Si alguien sigue honestamente ciertos principios nobles y
justos y ejerce un cierto liderazgo se lo puede seguir, no por ser líder, sino
porque uno coincide en la aceptación de los mismos principios. El nuevo partido
no debe ser una agrupación que siga persona alguna, sino que siga principios y
proyectos. Pero hay personas que dan signos de mayor garantía que otras en la
realización de dichos principios y proyectos, y además en política las personas
esenciales son las que al final deben ejercer el poder obediencial.
No me parece
que haya que tener miedo. Muy pronto perderá fuerza el partido dirigido por
burócratas. Se quedará, como dice la sabiduría popular,prendido de la brocha (porque
la escalera que lo soportaba pasará al partido que ha trabajado para cumplir
los intereses de los más pobres, y de numerosos ciudadanos conscientes y
honestos del país). En tres años ante las nuevas elecciones intermedias se verá
el resultado. Además, los políticos que ejerzan cargos políticos actualmente
que fueron elegidos siendo candidatos presentados por el PRD, y que se integren
al nuevo partido, no tienen por qué renunciar a sus cargos de representación,
sino más bien organizar dentro del antiguo partido bloques que manifiesten
posiciones propias coherentes con las del nuevo partido. Pero es condición
indispensable que ninguno de los antiguos miembros dirigentes de las tribus, que
impidieron que el PRD fuera una auténtica, honorable y democrática organización,
sea aceptado en el nuevo partido. Si así fuera, todo se habría perdido
nuevamente. En este punto hay que ser inflexible. Por ello no debe haber en el
nuevo partido ninguna tribu; ninguna pretensión de un grupo de
imponer candidatos propios. Todo se decidirá por elecciones democráticas
directas, sin encuestas ni conciliábulos de elite. Que se queden con el
cascarón del antiguo partido aquellos que colaboraron en deteriorarlo, y que
impidieron por desgracia llevar adelante una política de una izquierda que
había durado más de un siglo en crecer.
Una última
reflexión. Es el momento para que el nuevo partido organice una sola sección
autónoma de la juventud, que goce de autodeterminación completa para efectuar
una política de formación práctica y teórica de esta nueva concepción de la
política. No es asunto de cooptar miembros del #YoSoy132, sino más bien de
colaborar con ellos. Debe servir para regenerar a nuestra generosa pero
dispersa juventud, que sufre la crisis más que nadie.
Enrique Dussel
Filósofo
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