Por: Mercedes Alonso
La vieja casa de madera de la calle Núñez de Cáceres fue escenario de un acontecimiento excepcional de la historia: la firma del Manifiesto de Montecristi entre Máximo Gómez y José Martí. De eso tratan las líneas que siguen…
Gracias a las aguas del río Yaque del Norte, que limita Puerto Plata, Santiago Rodríguez, Mao y Montecristi, en la República Dominicana, las tierras de Laguna Salada siguen siendo muy fértiles. Allí fue donde el Generalísimo Máximo Gómez, Jefe del Ejército Libertador Cubano en las guerras independentistas, erigió la finca que llamó con el mismo nombre de aquella La Reformade Sancti Spíritus, donde nació su hijo Panchito ese 11 de marzo de 1876.
En esas tierras, sus manos de guerrero empuñaron el machete, esta vez para deshacer malezas y lograr cultivos que sustentaran la supervivencia de sus hijos, hermanas, esposa y la suya propia.
Allí supo el Viejo domínico- cubano de plagas que extinguieron sin piedad la cosecha de muchos días de sol y lloró desasosiegos en el silencio de largas noches, donde tantas veces le asaltó un sueño interminable en el que se veía cabalgando por las maniguas cubanas luchando, otra vez, como en los largos años de la Guerra Grande.
De ese 11 de septiembre de 1892, cuando tuvo lugar el encuentro con José Martí, Gómez escribió en su diario:
“Ya era de noche y como todos los días había despedido a mis trabajadores y ya estaba acostado y siguiendo mi costumbre, había dejado baja, pero encendida mi lámpara de petróleo. No dormía todavía y sentí pasos de caballos que se fueron acercando hasta que llegaron al patio de mi casa: me sorprendí, pensé en alguna novedad en mi casa y me levanté para dar más luz a mi lámpara; pocos momentos después sentí que me tocaban en la ventana de mi cuarto y que alguien me saludaba desde afuera, corrí a abrir la puerta y recibí en mis brazos a mi amigo queridísimo. No sé de cuántas cosas hablamos, pero sé que nos entendimos al momento, y aquella noche quedó firmado el pacto que selló para siempre –con sello de gloria (…).
Le hice cenar en mi compañía: mandé a prepararle un bocado en la casa de una buena amiga mía de la vecindad y después nos acostamos en mi mismo cuarto; él ocupó la cama de mi esposa que estaba arreglada como ella la había dejado al ir a la ciudad y yo acerqué la mía a aquella, para poder continuar nuestra charla desde las camas: nos sorprendió el día sin haber podido dormir.”
Ya había tenido lugar la elección de los jefes insurrectos reunidos en la emigración, “por mayoría que raya en unanimidad” para que asumiera Máximo Gómez, otra vez, la organización militar de la guerra.
Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Rafael Rodríguez y Rogelio Castillo, entre otros oficiales, habían apoyado este encuentro entre dos de los tres grandes de la Guerra del 95.
El exilio sufrido por el viejo guerrero no había sido menos cruento que el del joven Martí. No sólo se trataba de la supervivencia de la familia en la tierra que le vio nacer, sino, además, las inclemencias del suelo y el clima que asolaban sin piedad su vega de tabaco. Unido a todo esto, y como si fuera poco, la desconfianza del gobierno del general Ulises Hereaux, Lilís.
Observa la periodista y escritora Mercedes Santos Moray, recientemente fallecida, que cuando Martí va en busca del bravo guerrero, este le esperó en La Reforma enterado de la intensa actividad que desarrollaba el Delegado del Partido Revolucionario Cubano:
“Recibo periódicos cubanos, y avisos que hablan de organización para la Revolución de Cuba por la Independencia”.
La idea de los pinos nuevos y viejos crecía en los clubes de emigrados. El Partido, sus estatutos secretos y las bases públicas fundamentaban la estructura de la nueva guerra.
En las conversaciones que sostendrían ambos héroes en la finca La Reforma, debían quedar atrás los momentos difíciles que marcaron aquel distanciamiento de 1884. Embarazosas circunstancias que, con magistral sabiduría, manejó el gran Flor Crombet, ese que Martí distinguió y llamó “de rayos en los ojos”, y que los reunía otra vez:
“Yo amigo Martí que he sido un constante admirador de su patriotismo y raro talento, he aconsejado a nuestro General, que en primer término debe contar con Ud. Así es, esperamos todos sin el temor a equivocarnos que lo apoyará Ud. con su prestigio y bien merecida influencia. Cuando trate Ud. a nuestro gran soldado, estoy seguro le gustará mucho; es tan modesto como valiente, cualidad de todos los que valen”.
En aquellas desavenencias salieron a la luz las diferencias de opiniones y desiguales métodos a la hora de conducir los preparativos de la guerra y organizar el movimiento independentista.
Gómez, con las experiencias que guardaba en su pecho de guerrero, tras las diferencias en el campo cubano, las mismas que condujeron al Zanjón, y este Martí que había aprendido muy bien de las consecuencias del caudillismo en las naciones latinoamericanas.
Aquella carta al héroe no dejaba lugar a dudas del disgusto:
“Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas(…) y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal (…)
Por su parte, Gómez dejaba clara su posición:
“A los tres días recibo esta carta, que no contesté, pues no se da contestación a los insultos. Tampoco nadie más la ha visto –que el Gral. Maceo y el Gral. Crombet”.
Pero, ahora los recuerdos pasan a ser sólo eso: recuerdos. Está a punto de nacer lo que tanto sufrimiento ha causado a ambos y que sólo puede tener solución a través de las armas.
El reencuentro es ya historia. El diálogo es vía, comienzo. Las viejas pugnas son ínfimas al lado de los inmensos deseos por ver a Cuba libre.
Ahora, al paso de los años y de tantos sufrimientos, La Reforma es escenario de otras victorias para el futuro inmediato y mediato. Así lo manifiesta el abrazo que funde a estos dos grandes hombres, empeñados en un mismo sueño, en idénticos propósitos.
Montecristi
En estos días del siglo XXI, Montecristi sigue siendo centro de atracción para criollos y foráneos, por sus muchas bellezas naturales.
Hace unos años, para tristeza de muchos, el 90% de los monumentos históricos fue destruido por fuego o por sus propietarios. Al menos 500 casas históricas ubicadas en la zona patrimonial de la añeja ciudad mostraban un deterioro cada vez mayor.
La casa donde José Martí y Máximo Gómez firmaron el Manifiesto de Montecristi, con las bases fundamentales para la Guerra de Independencia de Cubase mantenía vigilada.
Hubo toque de queda en el longevo Montecristi a finales de 2003, desde la 12 de la noche hasta las 6 de la mañana. Pero, aunque inicialmente, las medidas adoptadas por las autoridades no devolvieron la tranquilidad a sus moradores, al fin todo volvió a la normalidad.
Algunos vecinos responsabilizaron a los dueños de las casas de los incendios. Según sus criterios, preferían destruir las propiedades a perderlas.
También existían opiniones respecto a la competencia turística como otra de las causas. Una de las joyas urbanísticas del lugar, el Patronato Villa Doña Emilia, fundada en 1895, se mantenía en la misma situación de amenaza que la casa del jefe del Ejercito Libertador cubano, Máximo Gómez.
Decenas de llamadas y volantes mantenían los ánimos exaltados y hasta alguien anunció un próximo incendio desde el propio Cuerpo de Bomberos.
Finalmente, presuntos responsables fueron detenidos y puestos en libertad por falta de pruebas.
Muchos en el pueblo conocen que en la vieja casa ubicada en la calle José Núñez de Cáceres tuvo lugar un hecho sin precedentes aquel 25 de marzo de 1895.
A veces asombra saber que dominicanos y dominicanas conocen más de José Martí que del propio Máximo Gómez. Pero, cuando los visitantes se acercan a la morada, andan sobre sus pisos de madera y observan esas paredes llenas de viejas fotos y escritos, algo así como una comunión indefinida y fuerte enlaza las imágenes de estos dos grandes hombres frente a la mirada inquisitiva.
Hay una fuerza transmutadora y real que se conserva por los siglos. Símbolos así no pueden desaparecer con llamas.
Cuando nació el documento
Aquel 25 de marzo de 1895, Manana les observaba callada, mientras acostaba uno a uno a los muchachos, porque sabía que la hora era sagrada y estos no querían alejarse del padre, ni dejaban quieto a Martí. Las mudas paredes de la Núñez de Cáceres fueron escenario de un acontecimiento excepcional de la historia.
El Delegado del Partido Revolucionario Cubano estaba inquieto, como siempre, con la oratoria hecha fuego en manos y rostro. Gómez, que le comprendía como pocos, sabía que a duras penas lograba disimular aquel ardor que le roía el estómago.
Los dos hombres se sentaron junto a las luces afanosas de las lámparas. Entonces las plumas se movieron ágiles, como si a cuatro manos pudieran escribir de una vez lo que ambos deseaban plasmar en el documento. Era como si el alma se saliera en cada palabra:
“La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud de orden y acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y emancipación del país, para bien de América y del mundo; y los representantes electos de la revolución que hoy se confirma, reconocen y acatan su deber, - sin usurpar el acento y las declaraciones sólo propias de la majestad de la república constituida, - de repetir ante la patria, que no se ha de ensangrentar sin razón, ni sin justa esperanza de triunfo, los propósitos precisos, hijos del juicio y ajenos a la venganza, con que se ha compuesto, y llegará a su victoria racional, la guerra inextinguible que hoy lleva a los combates, en conmovedora y prudente democracia, los elementos todos de la sociedad de Cuba”. (...)
Montecristi, 25 de marzo de 1895
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