Hanoi (PL) Acaban de transcurrir 40 años exactos de la culminación de una de las más arduas y prolongadas batallas diplomáticas de la historia contemporánea, que, entre sentimientos contrastantes, unos recuerdan con notas de legítimo orgullo y otros quisieran borrarlo de la memoria universal.Pero a la larga el acontecimiento permanece indeleble en el fiel histórico como grandiosa lección del supremo poder de la resistencia y la tenacidad desde los principios de una causa de justicia.
Los vietnamitas, y junto a ellos los pueblos que les acompañaron con su apoyo y solidaridad en aquellos cruciales días, lo celebran décadas después como el fruto de una valerosa lucha por la independencia nacional frente a la más agresiva potencia imperial que haya padecido la humanidad en varios siglos.
El 27 de enero de 1973, la entonces República Democrática de Vietnam, en el norte del país indochino, el gobierno provisional revolucionario del sur en armas, Estados Unidos y su régimen títere instalado en la meridional y ocupada Saigón, suscribieron lo que se conoce como los Acuerdos de París para poner fin a casi una década de cruenta y devastadora guerra.
Con la firma de aquel documento de 23 artículos quedaban atrás cuatro años y ocho meses en los que se llevaron a cabo 202 reuniones oficiales y 24 encuentros extraoficiales desde que la potencia agresora optó en 1969 por sentarse a conversar ante el curso de un conflicto en el que ya no vislumbraba un desenlace ni a su favor ni mucho menos a corto plazo, y encima de ello con la opinión pública mundial en contra.
La espectacular ofensiva del Te desplegada por las fuerzas combativas vietnamitas, el año anterior, reveló fehacientemente que ninguna de las estrategias, tácticas y medios bélicos empleados desde el incidente del golfo de Tonkin, en 1964, esgrimido como pretexto para golpear a Vietnam, no fueron ni serían capaces de doblegarlo.
Inútiles resultaron los continuos y sistemáticos bombardeos sobre Hanoi, los incendios de aldeas y defoliaciones de bosques mediante la diseminación de la contaminante dioxina agente naranja, los campos de concentración de campesinos, las prácticas de terror homicida en la población civil, el despliegue de cientos de miles de soldados, los experimentos con armamentos de última generación y toda la inteligencia militar disponible.
Unos tras otros, desde el famoso general William Westoreland, pasaban estrategas del Pentágono por Vietnam y se relevaban, envueltos en el fracaso, mientras aumentaban las bajas y la descomposición moral entre sus filas en la misma proporción que crecía como la espuma el movimiento de protesta en Estados Unidos y el resto del mundo.
Al evaluar a la distancia de los hechos el proceso que arrancó en París en 1969, protagonistas sobrevivientes como Nguyen Thi Binh, al frente de los negociadores del gobierno provisional del sur, evocan el principio rector con que acudieron allí de "intransigencia en los principios estratégicos y flexibilidad en las discusiones", y que enmarcan en lo que describen como la sagaz diplomacia de la época de Ho Chi Minh.
Con su habitual derroche de creatividad, los vietnamitas supieron combinar sabiamente la paciente espera entre tantos interrumpidos diálogos y estancamientos y los tenaces avances en el terreno de la resistencia militar y en el de la opinión pública mundial a su favor.
Tampoco Estados Unidos detuvo su agresión bélica, sino más bien la recrudeció, no sólo en Vietnam, sino también en Laos y Cambodia, y al comienzo de los años 70 probó con la llamada "vietnamización" de la guerra, que consistió en darle más peso y visibilidad a las tropas de Saigón, aunque manteniendo el mando principal, sin que tampoco arrojara los frutos esperados.
Su último y desesperado intento fue la denominada operación Liebeneckt II, consistente en 12 días y noches consecutivos de despiadados bombardeos sobre Hanoi, en diciembre de 1972, cuyo rotundo fracaso condujo a la reanudación final de las negociaciones de París, de enero siguiente.
El concluyente pliego rubricado establecía el fin de las hostilidades y de la intervención militar estadounidense con la evacuación de sus tropas e intercambios de prisioneros, el reconocimiento al derecho de autodeterminación de los vietnamitas y a la reunificación nacional, y el respeto a la neutralidad de Laos y Cambodia.
Si bien no significó en lo inmediato el establecimiento de una paz segura, ni que las fuerzas intervencionistas en retirada renunciaran a cometer provocaciones, en lo fundamental creó condiciones para que una vez Saigón sin el sostén militar de Washington, el ejército popular de Vietnam culminara la liberación total del país en abril de 1975 y emprendiera su definitiva reunificación.
Quedaba Vietnam, después de haber perdido más de dos millones de vidas, con el 70 por ciento de su infraestructura industrial y de transporte en la parte norte, destruido, además de tres mil escuelas, 15 centros universitarios y 10 hospitales, el medio ambiente severamente dañado por los defoliantes, y sus miles de víctimas por varias generaciones, y gran cantidad de zonas minadas que siguen afectando a los agricultores.
Salía de allí Estados Unidos con decenas de miles de muertos, minusválidos, amputados, paralíticos, trastornados mentales y veteranos con adición a las drogas y afectados por el agente naranja, y toda la nación completa inmersa en el síndrome de la derrota en Vietnam, y que por siempre permanecerá inscripto como un baldón en la historia de la poderosa Unión.
Al celebrarse oficialmente en Hanoi el aniversario 40 de los acuerdos de París, los juicios adquieren la serena ponderación de la distancia del tiempo, y los actuales dirigentes del país reconstruido, próspero y socialista rinden homenaje a los combatientes de entonces en el campo militar y diplomático.
Subrayan entre las claves de aquel glorioso capítulo la firme política del Partido Comunista, heredero de Ho Chi Minh, la ingeniosa tenacidad de sus negociadores y el decisivo apoyo y solidaridad de todos los Estados, movimientos, organizaciones y ciudadanos comunes que se colocaron al lado de la justicia.
Todos estos factores y fuerzas trazaron una huella de magnitud, imposible de borrar de los acontecimientos cumbres del siglo XX.
Por Hugo Rius *
*Corresponsal de Prensa Latina en Vietnam.
arb/hr |
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