En un articulo que produjo la revista ¡ahora!,
No 486, del 5 de marzo de este año bajo el titulo de “Bosch relata la
desaparición de Caamaño” conté mis relaciones con el Héroe de abril hasta aquel
domingo” ya en el mes de octubre (de
1967)” cuando “Caamaño y su familia salieron hacia Madrid desde Benidorm, donde
vivía para esos días. En ese articulo
expliqué que al despedirme “me dio un abrazo y me dijo algo que no pude
entender. Sin embargo, el abrazo y las
palabras se correspondían y tenían una significación especial; no era una
despedida simple sino algo más. Fue como
si me hubiera dicho que volviéramos a vernos en circunstancias especiales, en
otra forma, en otra tierra”, según dije en ese artículo. Y lo cierto es que no volvimos a vernos,
aunque faltó poco para que nos viéramos de nuevo; y nuestras relaciones se
reanudaron, aunque de manera irregular y por muy poco tiempo, algunos meses del
año 1968. Y a esas relaciones cortas e irregulares es a las que voy a referirme
en este artículo.
No me seria fácil ahora, a esta distancia de
años, cuantos días pasaron desde que Caamaño salió de Benidorm hasta que llegó
a Londres; pero deben haber sido pocos porque no debíamos ir por el 15 de
octubre cuando se presentó en mi casa una persona que llevaba un mensaje de
Caamaño. El mensaje iba dentro de un
cigarrillo y era muy corto; en él me anunciaba que el portador me entregaría
500 dólares para que los guardaras para él (Caamaño) podría necesitar en cualquier
momento que alguien hiciera viaje a cualquiera otra gestión que él pudiera
pedirme. Tal vez dos o tres semanas
después de eso, a fines de la primera semana del mes de noviembre, tal como
dije en el artículo que reprodujo la revista ¡ahora!, se presentó en Benidorm
el capitán Héctor Lachapelle Díaz; y según dijo en el mencionado artículo:
“había volado desde Londres hasta Alicante para saber si yo tenia noticias del
coronel Caamaño; el Dr. Jottin Cury y Doña Chichita de Caamaño, también en
busca de noticias. Cury, Montes Arache,
Lachapelle y yo tuvimos largo tiempo realizando punto por punto, y con la mayor
atención, todas las posibilidades del caso, y nuestra conclusión fue una: el
coronel Caamaño se había ido de Europa por su propia voluntad y después de
haber preparado con mucha con mucha anticipación y con mucho cuidado cada uno
de sus pasos. No había temor de que le
hubiera sucedido o pudiera sucederle una desgracia. Nuestras dudas quedaron sin aclarar sólo en
un aspecto. No sabíamos, ni podríamos
averiguarlo por el momento, a donde había ido Caamaño.
Lo que no dije de esa entrevista en ese
artículo es que en vista de que ni Montes Arache ni Lachapelle Díaz ni Jottin
Cury tenía medios para moverse por Europa; yo dispuse de los 500 dólares
que Caamaño me había mandado unas tres
semanas antes y se los entregué para que los usaran a su mejor saber y
entender. A partir de entonces no volví
a tener noticias de Caamaño, pero el 6 de enero de 1968 (y no puedo olvidar la
fecha porque en la noche anterior había nevado en las montañas que están detrás
de Benidorm y el día de los Reyes Magos era frio hasta calar los huesos) supe
que estaba en Cuba; lo supe por una visita que llegó de Valencia a llevarme un
mensaje suyo.
Yo tengo buena memoria, y para algunas cosas,
muy buena; pero hay algunas otras en la cual no es buena; por ejemplo, en los
títulos de los libros que leo y en las fechas de los acontecimientos de mi
vida, sean o no sean importantes. Puedo recordar
que el día de la llegada a Benidorm de la visita de que acabo de hablar era 6
de enero porque en ese caso se unieron dos circunstancias; era el día de Reyes y las montañas de Benidorm estaban
nevadas. Sin embargo, no podría decir
ahora con seguridad si las cosas que voy a referir inmediatamente las dije en
esa fecha o en el mes de marzo, cuando volvió a visitarme la misma
persona. Creo, sin embargo, que lo que
hablé entonces con esa visita fue lo que voy a contar porque parte de la conversación
se relacionó con el Dr. José Francisco Peña Gómez y el Dr. Peña Gómez andaba
por esos días cerca de España; tal vez estaba en Suecia y creo que estuvo en
Benidorm al finalizar el mes de diciembre.
Lo primero que me dijo la visita, de parte del
coronel Caamaño, era que él se hallaba en
Cuba y que había un Cubano interesado en tener entrevista con el compañero Peña
Gómez (que todavía no tenia titulo de Doctor en Derecho); que la entrevista se
había arreglado para ser celebrada en París; que Peña Gómez debía entrar en el
tren subterráneo (metro) de la plaza Marceau a las 3:00 de la tarde que cuando
fuera bajando las escalera se le acercaría un hombre y le preguntaría si el
fumaba cigarrillos Aurora, a lo que Peña Gómez respondería que no. Y que a partir de ese momento el que le
hiciera la pregunta se le pondría al lado y seguiría caminando y hablando con
el hasta llegar a un punto donde estarían los dos y el desconocido le daría un
mensaje del coronel Caamaño que Peña Gómez debía transmitirme inmediatamente.
No se si se debe a que de niño leía novelitas
de misterio y espionaje, pero es el caso que soy muy desconfiado en todo lo que
se relacione con actividades de este tipo.
La cita en el metro de la plaza Marceau que me pareció una provocación,
y eso que yo no sabia entonces, como lo vine a saber después. Que el jefe de G-2 Cubano en Europa, (me
parece que se llama Hugo Castro), el mismo hombre que arregló el viaje del
coronel Caamaño a Cuba, estaba trabajando para la CIA desde antes de ese viaje
del coronel Caamaño, de manera que el coronel Caamaño estuvo vendido a la CIA
desde antes de pasar, siquiera, en ir a Cuba, porque tan pronto llegó a Londres
el Héroe de abril entró en relaciones dl jefe del G-2 cubano, que residía en
Paris, ciudad a la cual iba Caamaño con frecuencia.
Mi argumento para no autorizar la entrevista
de Peña Gómez en Paris con el misterioso agente cubano fue el siguiente: “Hazle
saber a Francis (el nombre que le dábamos a Caamaño en la intimidad) que Peña Gómez
es negro, y sin embargo, si lo mando ahora al Congo, que es un país de negros,
allí llamará la atención por la arrogancia de su figura, y con mucha más razón
llamará la atención en Paris, que es una ciudad de gente blanca, y más todavía
en la Place Marceau, que está en el corazón de Paris. Si Peña Gómez va a esa cita, seguramente la
CIA lo detectará, y al mismo tiempo se quemarán Peña Gómez y el PRD. No; dile a Francis que no; que no autorizaré
esa reunión”.
La persona con quien estaba hablando era de
las que no abandonan su posición fácilmente y trató de persuadirme de que
tratándose de revolucionarios probados, como eran los cubanos, Peña Gómez no corría
ningún peligro de ser descubierto por la CIA pues seguramente los agentes del
gobierno de Cuba en Paris habían tomado todas las precauciones para que eso no
pudiera suceder. Pero yo tampoco soy de
los abandonan fácilmente su posición y le expliqué que de quien hay que desconfiar es de los aliados, no de los
enemigos, porque del enemigo no se fía uno nunca, o por lo menos no debe fiarse
uno jamás. El peligro está en confiar en
un aliado, porque el aliado puede ser, sin uno saberlo, agente del
enemigo. Discutimos y al fin las
cosas quedaron como yo decía: Peña Gómez no iría a Paris ni a ninguna parte y
no tendría entrevistas con ningún miembro del G-2 cubano. Para entrevistas futuras, que Francis mandara
un dominicano, no un cubano, fue mi conclusión.
Yo me preparaba ya a decirle a Dios a la
persona que había ido a verme en esa fría mañana de enero, pero de pronto ella
dijo que había un segundo punto que tratar.
¿Cuál era?
Era que Francis quería que se le enviara a
Argelia a un ayudante que había dejado en Londres y mi visitante me entregó un
papel con todos los detalles de la forma en que había de hacerse la operación
para embarcar al ayudante de Caamaño. En
primer lugar, yo debía llamar a un teléfono de Madrid para preguntar no
recuerdo que, y esa llamada mía indicaría que el ayudante podía trasladarse de
Londres a Madrid; ya en Madrid, el ayudante me llamaría con tal y cual nombre y
yo haría entonces los arreglos para enviarle el pasaje a Argel, capital de
Argelia, para que se le entregara el papel con las instrucciones de lo que
debía hacer al llegar a Argel. Recuerdo
nítidamente que en esas instrucciones figuraba el nombre de un café donde el ayudante
de Francis debía entrar y el de una bebida que debía pedir en voz alta; después
de pedir esa bebida un hombre se le acercaría por el lado derecho y le haría la
misma pregunta que se le hubiera hecho en el subterráneo en la Place Marceau a
Peña Gómez en caso de que éste hubiera ido a la cita de Paris.
“No puedo encargarme de esas gestiones ni
puedo ayudar al ayudante de Francis a viajar a Argelia porque el dinero que
Francis me dejó se gastó hace dos meses.
Se le entregué completo a Montes Arache, Lachapelle y Jittin Cury para
que pidieran viajar a Paris y Holanda”, le dije a mi visitante.
Mi visitante quiso darme a entender que quizás
lo del dinero pudiera resolverse; que lo importante era que yo hiciera la
llamada a Madrid y que dieran facilidades para que el ayudante de Caamaño
pudiera viajar a Argelia. Pero era
natural que yo mantuviera en este caso la mista actitud que había mantenido en
el caso de la posible entrevista de Peña Gómez con un desconocido en un lugar
de Paris. Cualquiera que fuera mi
intervención, pequeña o grande, en el caso de Peña Gómez como en el del
ayudante de Caamaño, si la CIA estaba al tanto de los movimientos de Caamaño,
el PRD saldría perjudicado sin que ese perjuicio se justificara porque nosotros
no estábamos en actividades conspirativas de tipo guerrillero o
internacional. Y el instinto me decía,
como si supiera en que andaba el jefe del G-2 cubana en Europa, que por detrás
de cualquier movimiento que se relacionara con Cuba debía hallarse necesariamente
la CIA. Así, pues, tampoco cedí en ese
asunto, y la visita se fue pasado el medio día sin haber logrado lo que había
ido a buscar a Benidorm.
Y he aquí que un buen dio, en el mes de marzo,
probablemente a mediado del mes, la misma persona volvió a presentarse a mi
casa de Benidorm y quiso hablar conmigo a solas. Sus acompañantes salieron con Doña Carmen a
la playa y a recorrer el poblado, mientras nosotros dos hablábamos. Sus primeras palabras fueros estas: “Me voy a
Cuba. Voy haber a Francis y quiero saber
que debo decirle de parte de usted”.
Esta declaración me vino como anillo al dedo
porque era mucho lo que vi había pensado en Francisco Caamaño Deñó y en su
destino. El Héroe de abril había salido
de la Revolución convertido en un Líder, y en términos de ajedrez el líder es
el jugador no es una ficha de tablero; el es quien mueve las fichas para
hacerle frente al adversario. Ahora
bien, al irse a Cuba Caamaño se iba convirtiendo por su propia voluntad de
jugador en fija que otro jugador podía jugar cuando le conviniera. Por otra parte, la situación mundial estaba
cambiando a la carrera y se veía que la ola revolucionaria iba cediendo, por lo
menos en la América Latina. ¿Durante
cuanto tiempo iba a tener que quedarse Caamaño en Cuba aislado de nosotros y
del pueblo Dominicano?. En aquellos días
era difícil preverlo, pero ahora sabemos que iba a mantenerse en ese
aislamiento más de cinco años, tiempo suficiente para que la imagen de
cualquier líder se destiña a los ojos de su pueblo, sobre todo si no a sido un
líder de actividad prolongada, como no lo fue Caamaño, que pasó por el cielo
político nacional con la fuerza de un relámpago, pero también con la velocidad
deslumbrante del relámpago. Había
llegado, con esa persona que iba a verlo en Cuba, la oportunidad de hacerle
saber a Caamaño mis preocupaciones, y no iba a desperdiciarla.
Así, pues, le hablé a mi visitante de esta
manera: “Dile Francis que preveo un
entendimiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, una especie de
acuerdo para llegar a un reparto de influencias en el mundo; explícale
cuidadosamente esto que voy a decirte a continuación: que a mi juicio, si hay
ese acuerdo entre los dos gigantes, la Unión Soviética le pedirá a los Yanquis
que no se matan más con Cuba, que la dejen tranquila, que no le envíen más
grupos de antisfidelistas a atacar la isla ni a matar a Fidel; que a cambio de
eso, ellos, los Soviéticos, se comprometerán a obtener de Fidel que no manden
más guerrillas a otros Países de la América Latina o que cese en su ayuda a las
guerrillas que hay ahora en actividad”.
A continuación hice que mi visitante me
repitiera esas palabras tal como la había entendido, aunque no fuera tal como
yo las había dicho. Mi interés era saber
si había captado su sentido. Las repitió
y quedé satisfecho; y entonces volví hablar; y esto fue lo que le dije:
“Dile a Francis que se mantenga alerta y que
si él advierte señales de ese entendimiento, que se salga de Cuba; que salga
por Vietnam y declare al mundo que él estaba en Vietnam observando la manera de
combatir de los vietnamitas, y que después de eso el y yo nos veremos donde el
quiera”.
Hay terminó la entrevista. La persona que me oyó hablar así esta viva y
leerá este articulo; se lo enviare por si tiene que hacer alguna observación,
agregar algo que se me haya quedado oculto en los recovecos de la memoria o
enmendar cualquier error mío. Pero estoy
seguro de que mis palabras fueron en esencia las que están escritas. Esa persona se despidió y no he vuelto a
verla. Tampoco volví haber a Francisco
Alberto Caamaño, que moriría cinco años después fusilado en las Lomas de Ocoa.
Tal vez iba terminando el mes de mayo quizás
estábamos ya en junio; pero es el caso que un domingo, mientras se hallaban en
mi casa Peña Gómez y dos jóvenes dominicanas llegó una persona
desconocida. Era un cubano que me abrazó
con mucha emoción y me entregó una carta, o mejor dicho dos cartas. Una de ellas era de Caamaño; la otra de Raúl
Roa. Además de las cartas, el cubano me
dio un recado: para dentro de tantos días (ahora no recuerdo si eran diez,
doce, o quince) me estaría esperando en Roma un enviado personal de
Caamaño. Todavía se hallaba en casa el
mensajero cubano cuando llegó otra visita de Madrid con otra carta de muy pocas
líneas, que en resumen decía esto: “En estos días van a invitarlo a hacer un
viaje fuera de España. No lo haga porque
estará vigilado desde que coja el avión”.
Por esa razón, quien iba a hacer el viaje a Roma iba hacer José
Francisco Peña Gómez y no yo. De ese
viaje suyo a Roma a escrito Peña Gómez más de una vez, de manera que pasaré
sobre el de prisa sin detalles. En
cuanto a la carta de Caamaño que me llevó el cubano, se la devolví con una
respuesta muy corta y a mano del propio mensajero que me llevó la suya. ¿Por qué se la devolví?. Porque no quería que esa carta figurara en mi
archivo, que en cualquiera salida mía de Benidorm podía ser registrado por
agente secreto de cualquier país. En esa
carta Caamaño me decía que había recibido el recado que le había enviado en el
mes de marzo, pero que yo no comprendía la grandeza del alma de alma de la
revolución cubana y de sus lideres; que a esos líderes ningún poder de la
tierra los haría desviarse de sus planes de ayudar a la revolución
latinoamericana hasta el sacrificio total, de ser necesario, de la revolución
cubana.
De esa carta deduje que Caamaño se había
sumado con toda el alma a la tesis “foquista” y que no iba abandonarla, y de
hay que al darle mis instrucciones a Peña Gómez para la entrevista de Roma le
dijera que por ninguna razón comprometiera al partido en ayuda o apoyo a una acción guerrillera, y que si le ofrecían
dinero no aceptara, y reclamara solamente la suma gastada e el viaje de
Benidorm a Roma ida y vuelta, pero ni un centavo más Recuerdo vivamente que cuando me día cuenta
de su misión Peña Gómez me preguntaba como sabia yo que le iban a ofrecer
dinero y además decía sonriendo: “ Profesor, era mucho dinero el que querían
darme; era un montón enorme de billetes americanos grandes”.
El
cubano (Por cierto, persona muy gentil y evidentemente muy sincera) que me
llevó la carta de Caamaño a Benidorm y su recado para que viajara a Roma me
mandó un mensaje con un dominicano que vivía en Madrid para que nos viéramos
donde yo quisiera, y como yo salía en esos días de viaje hacia Francia y Suiza,
le mande a decir que podíamos verlos en Barcelona. Cuando llegué a mi hotel en aquella Ciudad,
hay estaba en cubano. Me dijo que yo
debería mandar un hombre a Cuba y le dije que podía hacerlo si me facilitaba el
pasaje, pero el quiso darme dinero para comprar el pasaje y yo no podía aceptar
semejante trato; de manera que cuando volvimos a vernos, en Benidorm,
precisamente en presencia del Dr. Peña Gómez (pues en ese momento estaban
reunido en mi casa, o mejor dicho frente a mi casa, los compañeros que habían
ido a participar en la reunión de la cual salió la llamada Acta de Benidorm),
yo le dije con toda franqueza que nosotros como partido no podíamos tener
relaciones con el G-2 cubano ni con ningún G-2 del mundo; y hay terminaron mis
relaciones y, en cierto sentido, mis relaciones con Cuba con Caamaño.
Digo
que en cierto sentido porque yo seguí haciendo esfuerzo por sacar a Caamaño de
Cuba, pero él no respondió a esos esfuerzos; y uso la palabra respondió en
términos materiales; esto es, no tuve de él en ningún caso ninguna
respuesta. Sus padres estuvieron en
Benidorm y vinieron a verme, no recuerdo si en el mes de enero de 1969,
preocupados, como es natural, por el destino de su hijo, y le expliqué que no
temieran nada porque Francis no podría salir de Cuba con una guerrilla hacia
Santo Domingo. Ya para esa época había
numerosos síntomas de que se había producido entre la Unión Soviética y los
Estados Unidos el entendimiento a que me refería antes, y así se lo dije a Doña
Nonín y a Don Fausto Caamaño. Aproveché
después un viaje de Narciso Isa Conde a Cuba para tratar de que Caamaño saliera
de la Isla hermana y se fuera a Vietnam, donde podríamos vernos y tratar el
caso dominicano; pero según me contó después Isa Conde en Paris, Caamaño no
accedió a tener esa entrevista conmigo.
Yo veía en proceso de liquidación la etapa de fervor revolucionario que
se había estado viviendo en toda la América a partir del éxito de la revolución
cubana y quería que Caamaño volviera al país y se integrara a la lucha política
dentro del Partido Revolucionario Dominicano, donde podía desarrollar con toda
amplitud sus capacidades de líder; pero el se negó a aceptar la posibilidad,
siquiera, de tratar ese tema conmigo.
Caamaño no se sintió nunca Perredeista y además, a pesar de que era el
producto de una revolución urbana y de masas, se había hecho “foquista” y era
“foquista” de corazón, y de hay no iba a sacarlo nadie como demostraron los
hechos.
A fines de 1969, cuando retorné de mi viaje a
Corea, China, Vietnam y Cambodia, fue a visitarme en mi casa de Paris un amigo
de mis días cubano. Ese amigo era el
Embajador de Cuba en Paris y acababa de regresar de un viaje a la hermosa isla
de Fidel Castro. Era natural que al vernos
al cabo de dos años sin haber cambiado una palabra habláramos de varias cosas,
y así lo hicimos; pero de buenas a primera me dijo él: “Profesor, el comandante
es su amigo; ustedes son amigos viejos.
¿Por qué no le escribe diciéndole cualquier cosa, lo que usted quiera”.
¿Qué pensé yo al oír lo que decía el Embajador
Cubano?.
Pensé en el acto en Francisco Alberto Caamaño;
pensé en que se me estaba brindando una oportunidad para llegar hasta él y
tratarle de alguna manera lo que quería decirle desde hacia tiempo; pero pensé
también que Fidel Castro quería que fuera yo quien le diera pie para poder
hablar del caso de Caamaño, y por tal razón yo debía hacer una prueba: esperar
que el embajador insistiera en la petición.
Si insistía, no había duda de que Fidel Castro quería tratar conmigo el
problema de la permanencia de Caamaño en Cuba.
Y el embajador insistió, no una sino dos
veces, al cabo de las cuales le escribí a Fidel diciéndole generalidades sobre
el PRD y sobre la situación general del PRD y los planes que teníamos para
desarrollar como un partido bien organizado.
Como respuesta a esa carta me llegó una invitación transmitida
verbalmente por el embajador, para que fuera a Cuba y la invitación salía
directamente de Fidel Castro.
¿Qué tenia yo que hacer ante esa invitación?.
En primer lugar, tenia que pedirle
autorización al partido para hacer el viaje a Cuba, y el segundo lugar tenia
que estar segura de que ya en Cuba podría ver a Caamaño, y no solo verlo sino
hablar con el tantas veces como fuera necesario para convencerlo de que se
fuera a Santo Domingo a trabajar dentro del PRD .
¿Pero como podía asegurarme de todo eso con
anticipación?.
De una sola manera: proponiéndole a Fidel que
antes de salir hacia Cuba yo debía conocer la agenda de lo que iba a tratar con
el y esa agenda debía haber un punto que era para mí de interés especial: ver a
Caamaño y hablar con el y quedar en libertad decir que lo había visto en Cuba y
de que cosas habíamos hablado. Sin
cumplirse esos requisitos no podría ir a Cuba porque desde Cuba saldría hacia
Santo Domingo y era absolutamente imposible que llegara a mi país yendo de Cuba
y que dijera que no había visto a Caamaño
que él no estaba en Cuba. Nadie
en Santo Domingo habría creído que abriendo ido a Cuba no pude ver a Caamaño, porque ya hacia
tiempo que en mi país se sabía que Caamaño se hallaba en Cuba. En cambio, mi posición ante el pueblo
dominicano habría sido muy diferente (y además, la única que sabia en un hombre
como yo) si al llegar allí hubiera dicho: “Vi a Caamaño, lo invite a venir a
trabajar en el PRD y se negó o aceptó y vendrá tal día.
Desde luego, le propuse al embajador cubano, y
a través de él a Fidel castro lo que acabo de decir y espere la respuesta de
Fidel. Esa respuesta llegó, pero y en el
año de 1970 y no era la que yo esperaba; era así: que no me preocupara por la
agenda de lo que íbamos a tratar Fidel y yo, que seria decidido tan pronto yo
llegara a la Habana.
¿Qué podría hacer ante esta respuesta? ¿Aceptarla?.
De ninguna manera. Por nada del mundo podía ir
a Cuba sin tener la seguridad absoluta, dada por el propio Fidel Castro de que
podría ver a Caamaño, podría hablar con él y podría decirle al pueblo
dominicano que lo vi y explicarle de que habíamos hablado. Así pues, no acepte el mensaje del embajador
(es decir, no lo acepte en mi fuero interno, aunque lo oí con la debida
cortesía) y me dispuse a esperar la oportunidad propicia para salirme con mi
empeño.
Me acuerdo con el compañero Peña Gómez,
Secretario general y jefe del PRD dentro del país, era que yo volvería a Santo
Domingo después de pasadas las elecciones de 1970, que iban a tener lugar el 16
de mayo; y por esa razón disponía de tiempo suficiente para esperar un cambio
en la actitud de Fidel Castro. En el mes
de marzo el embajador cubano volvió a repetirme la invitación de viajar a Cuba
y volví a repetirle mis condiciones sin lograr el resultado que buscaba. Pero ya para fines de marzo yo veía con
claridad que no iba a poder esperar hasta después de las elecciones sin retornar
a Santo Domingo, y no quería salir de Europa sin dejar resuelto el problema que
representaba para el porvenir político del país y del PRD el caso de Francisco
Alberto Caamaño. Por esa razón, a fines
de marzo entré en conversación con un dirigente del partido comunista
dominicano, que podía ir fácilmente a Cuba y ver a Caamaño y decirle en mi
nombre todo lo que yo quería y no iba a poder decirle.
Ese dirigente del PCD salió para la habana en
los últimos días de marzo o en los primeros de abril y llevaba una carta mía
para Caamaño en la que le pedía que lo oyera como si se tratara de mi mismo,
pues lo que el iba a decirle era lo que no podía decirle yo porque las
circunstancias habían cambiado y ya yo no podría verlo en Cuba debido a que
tenia que salir para el país lo antes posible.
El dirigente del PCD fue a la Habana y vio a Caamaño y habló con
el. Desgraciadamente no pudo hacerlo a
tiempo, y el día que llegó a verme en Paris yo tenia ya dos o tres horas
volando en dirección hacia Santo Domingo.
Todavía quedó en el aire una posibilidad, y fue la de que yo aceptara la
invitación que me hizo el gobierno cubana para que visitara a Cuba para la
celebración del 26 de julio de ese año de 1970; pero yo estaba ya en Santo
Domingo, y en caso de haber viajado a Cuba quizás el Doctor Balaguer que
pretendió no dejarme entrar en el mes de abril se habría aprovechado de la
ocasión para mantenerme fuera del país.
Para mí estaba claro que si se me invitaba air
a Cuba era porque se aceptaban las condiciones que yo había manifestado. Ahora bien, ¿habría Caamaño aceptado salir de
Cuba y venir al país a luchar dentro del PRD?.
Eso no podía saberlo yo y posiblemente no lo sabía
nisiquiera Fidel Castro. Los hechos ocurridos
en febrero de 1973 indican que Caamaño no habría aceptado mi proposición porque
creía en sus métodos de lucha, no en los míos, aunque estos fueran los que
aconsejaban las circunstancias del país y de América, así como en el 1965
aconsejaron la guerra del pueblo.
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