Coronel Tomas Fernandez Dominguez, soldado de la Patria y el Profesor Juan Bosch |
Para
hacer una guerra hay que elaborar un plan estratégico, y para ganarla hay que
vencer al enemigo en las batallas, que pueden ser numerosísimas, como sucedió
en VietNam; y el que quiera resultar vencedor en esas batallas tiene que
aplicar medidas tácticas apropiadas para cada una de ellas.
Entre
la estrategia —planes generales para ganar una guerra— y la táctica —conjunto
de medidas que se aplican en los campos de batalla— hay la misma relación que
hay entre una cadena y sus eslabones, pero debe entenderse que así como la
cadena no puede sustituir a los eslabones ni estos a la cadena, así tampoco
puede la estrategia sustituir a la táctica ni la táctica a la estrategia.
Hemos
dicho numerosas veces, aunque tal vez no lo hayamos escrito antes de ahora, que
la actividad humana que más se parece a la política es la guerra y que la
guerra es lo que más se parece a la política, de manera que las concepciones
estratégicas y tácticas inventadas para ser usadas en las guerras tienen su
equivalencia en la política. Esa equivalencia la exponía Lenin con estas
palabras, dichas en el discurso que pronunció el 1º de junio de 1921 en el III
Congreso Mundial de la Internacional Comunista: “Los principios no son el
objetivo, ni el programa ni la táctica ni la teoría. La táctica y la teoría no
son los principios”.
¿Qué
cosa eran, pues, los principios para Lenín?
Él
mismo lo dijo en la ocasión a que acabamos de referirnos; lo dijo de esta
manera: “Los principios del comunismo consisten en el establecimiento de la
dictadura del proletariado y en la aplicación de la coerción por el Estado
durante el período de transición”.
Si
esos eran los principios, ¿qué era entonces el objetivo; qué eran la táctica,
la teoría, el programa?
Debemos
entender que el objetivo era la toma del poder, pues sin el uso del poder no
podían aplicarse los principios, y la táctica tenía que ser necesariamente el
conjunto de medidas que debían aplicarse para ganar las batallas que debían
darse para conquistar el objetivo, esto es, el poder. En cuanto al programa y
la teoría, no hay que hacer esfuerzos de interpretación puesto que todo el
mundo sabe qué cosas son un programa y una teoría políticos. Lo que parece
evidente es que ni el programa ni la teoría tenían para Lenin una importancia
comparable con la de los principios y el objetivo, en lo cual no están de
acuerdo con él los que en la República Dominicana no desperdician ninguna
oportunidad de proclamarse sus muy fieles devotos.
¿A
qué teoría aludía Lenín en la frase que le hemos copiado?
¿No
debía ser necesariamente a la marxista? Y si era así, ¿por qué no le daba
importancia?
Porque
desde el punto de vista de la actividad práctica no era necesario que el pueblo
la conociera; la conocían los miembros de su partido y eso era suficiente. Con
esas mismas palabras lo dijo él en el discurso del 1º de julio (1921): “Es
suficiente un partido muy pequeño para conducir a las masas. En determinados
momentos no hay necesidad de grandes organizaciones”, y a seguidas aclaraba:
“Mas para la victoria es preciso contar con las simpatías de las masas”.
El
pueblo ruso no conocía la teoría marxista pero conocía muy bien los problemas
que lo agobiaban: la guerra con Alemania, en la cual sus padres, hermanos,
hijos, maridos y novios morían o quedaban heridos o caían prisioneros; el
hambre que pasaban los pobres porque cada día eran más escasos los productos
que necesitaban para alimentarse, y en el caso de los campesinos, la falta de
tierras en que trabajar. Por eso el partido bolchevique —el que dirigía Lenín,
o sea, el Social
Demócrata
Obrero Ruso— levantó como bandera de lucha la consigna de Paz, Tierra y Pan, y no
un programa socialista que le sirviera para hacerle propaganda al socialismo.
El
pueblo ruso estaba padeciendo males de los que necesitaba librarse. El remedio
de esos males se resumía en tres palabras: Paz, Tierra y Pan. Para movilizar a
ese pueblo ninguna doctrina, ninguna teoría, era más útil que esas tres
palabras.
En la
guerra política llamada Revolución Rusa se daban batallas y combates diarios en
forma de mítines, desfiles, reuniones de trabajadores en sus lugares de
trabajo. Esas batallas debían ser ganadas por los cuadros bolcheviques en la
mente de los hombres y las mujeres del pueblo, y para ganarlas había que
aplicar una táctica. ¿Cuál? La de explicar en todos sus aspectos las ventajas
para las grandes masas de una política que le proporcionara al pueblo la paz,
la tierra y el pan.
Nadiezhda
Krupskaya, la mujer de Lenín, escribió un libro que se ha publicado en español
con el título Lenin y el Partido, editado en el año 1975 en Cuba, en el cual se
lee lo siguiente (páginas 103 y 104):
“El
Partido leninista lanzó estas consignas:
‘¡Abajo
la guerra de rapiña!
‘¡La
tierra para los trabajadores!
‘¡Todo
el poder para los soviets!
‘Estas
consignas se hallaban en el corazón de cada obrero y campesino, expresaban sus
más recónditos deseos.
‘Los
obreros y campesinos vieron que el partido leninista defendía su causa vital, y
mientras más abrían los ojos más crecía la confianza en Lenín y su partido”.
El
autor de este artículo no es leninista, y lo ha dicho varias veces; ha dicho
que es marxista pero no leninista. En cambio, los leninistas que enarbolan la
consigna de Unidad con Programa Socialista afirman sin descanso que son
leninistas.
¿Pero
en qué sentido lo son? ¿Siguen sus enseñanzas y las aplican?
Ninguna
de las dos cosas. Algunos de ellos se proclaman leninistas por razones
puramente emocionales, pero otros lo hacen porque así pueden confundir a los
simpatizantes del socialismo que conocen a Lenín sólo de nombre.
25 de
enero de 1982.
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