La pobreza y la desigualdad son dos conceptos que se entrelazan, pero son diferentes. Aunque las líneas de pobreza se reduzcan, una sociedad puede ser enormemente desigual.
La pobreza habla de la imposibilidad material de acceder a ciertos bienes, mientras que la desigualdad habla de barreras que limitan el desarrollo de las personas, aunque tengan bienes materiales de subsistencia.
En los países desarrollados se está observando el fenómeno del aumento de la desigualdad, aunque la baja en los niveles de pobreza no sea alta. El fenómeno en países como los nuestros es que ambos fenómenos coinciden, y los gobiernos se muestran incapaces de lograr una mejor distribución del ingreso y la apertura de oportunidades que rompan las barreras que mantienen en esa esclavitud moderna a grandes sectores sociales.
Para nuestras sociedades, el problema no es la pobreza que crea poblaciones pasivas, sino la desigualdad que es madre de las revoluciones. Los pobres pueden aceptar su condición, pero se revelan ante los abusos que reflejan las desigualdades.
Los sentimientos negativos que se observan hacia los políticos se deben, en gran medida, a que la gente percibe el desentono entre su discurso y la realidad en que viven, así como la desigualdad que promueven.
Quizás esa sea una de las razones de la gran popularidad del presidente Medina: la gente lo percibe de manera diferente pues combina sensibilidad, modestia y empatía. Ojalá otros aprendan la lección.
POR DIARIO LIBRE
atejada@diariolibre.com
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