MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

viernes, 11 de abril de 2014

El Sionismo, instrumento del imperialismo para dominar y saquear a los pueblos árabes


La política de opresión de las nacionalidades es una política de división de las naciones. Al mismo tiempo, es una política de corrupción sistemática de la conciencia de pueblo. Los ultrarreaccionarios basan todos sus cálculos en la contraposición de los intereses de las distintas naciones en el envenenamiento de la conciencia de las masas ignorantes y oprimidas.”

La igualdad de derechos de las naciones - Lenin


Introducción

La extrema crueldad con el enemigo caracterizó las guerras de rapiña de los últimos siglos. La enseñanza religiosa basada en la lucha de El Bien contra El Mal facilitó la identificación del enemigo con El Mal. La lucha contra el Mal tenía precedentes en la historia reciente de las conquistas de los pueblos bárbaros del Lejano Oriente, África y América, amén del siniestro historial de la Inquisición. Al etiquetar al enemigo como El Mal, se le despoja de su humanidad, haciendo válido cualquier medio para destruirlo o someterlo.

La formación de los modernos Estado-nación fue facilitada por esta concepción al semi legitimar los genocidios por razones étnicas, pues ‘los otros’ (judíos, gitanos, aborígenes, asiáticos, eslavos, blancos, negros, etc.) son extraños y, por tanto, del otro bando, del Mal.

Palestina

El Imperio Otomano impuso su dominio colonial sobre la Península Arábiga, frenando su desarrollo económico e industrialización. Los señores feudales árabes se instalaban en las metrópolis, mientras que las comunidades agrarias transformaban paulatinamente la tierra yerma en vergeles, y en las ciudades se desarrollaba el comercio y la artesanía. Aun sometida, los pueblos árabes pugnaban por romper las ataduras impuestas, desarrollando movimientos emancipadores, duramente reprimidos por las autoridades turcas con la complicidad de la oligarquía árabe.

En Europa la revolución industrial avanzaba aceleradamente, agudizando los conflictos entre las potencias imperiales. La formación del proletariado industrial incubaba el germen de su emancipación como clase. Los ecos de los avances sociales, económicos y tecnológicos provocaban cada vez mayor efervescencia en el pueblo palestino. El incipiente capitalismo iba quedando rezagado respecto del desarrollo industrial europeo, mientras que el proletariado urbano y la naciente burguesía pugnaban por liberarse del yugo colonial.

El Imperio británico

El Imperio británico buscaba expandirse a la Península Arábiga. El dominio del Canal de Suez y la compra de pozos petroleros en Bakú hacían que el control de Palestina fuese vital para los intereses coloniales. La oligarquía británica estaba detrás de los esfuerzos imperialistas. Dentro de ella, los judíos promovían el establecimiento de un enclave judío en Palestina, el cual serviría para apoyar el expansionismo británico, asegurar los oleoductos para el petróleo iraquí y ruso, y sojuzgar a los pueblos árabes cuando fuesen liberados del yugo otomano. Los capitalistas judíos, principalmente británicos, franceses y estadounidenses, constituyeron un fondo para la adquisición de tierras en Palestina.

Los británicos habían prometido independencia a los pueblos árabes para obtener su apoyo en la lucha contra el Imperio Otomano. Los árabes fueron grandes guerreros irregulares, luchando encarnizadamente contra los turcos, con vistas a la Gran Siria Árabe. Otros grandes guerreros también se alinearon al esfuerzo británico: los judíos; estos como tropas regulares, constituyendo la Legión Judía y creando redes de espionaje.

Hacia finales de la Primera Guerra Mundial el gobierno británico, bajo la presión de la oligarquía judía británica, emitió la Declaración de Balfour, lo que provocó alarma en el mundo árabe. Aun así, los árabes esperaron el cumplimiento del compromiso británico, si bien los palestinos empezaron a mirar con recelo la creciente inmigración judía, mientras los indolentes terratenientes árabes vendían alegremente sus tierras a los ingentes fondos judíos.

En las postrimerías del Imperio Otomano, el flujo de judíos a Palestina se tornó más intenso. El triunfo de los Aliados supuso la entrada en vigor del acuerdo secreto británico francés Sykes Picot. La anhelada Gran Siria Árabe se metamorfoseó en varias naciones árabes, bajo el dominio colonial de Gran Bretaña unas, y de Francia otras. Palestina quedó como un Mandato británico, por cuanto era el origen de tres grandes religiones y porque era una zona geográfica crucial, la conexión entre Asia, África y Europa.

De este modo, tropas británicas, reforzadas con batallones judíos, tomaron el control de Palestina a fines de 1917. Para entonces, la población judía era el 8,5% del total de habitantes de Palestina.

La formación de Israel

Los brutales pogromos en Europa oriental y el Imperio ruso empujaron a miles de judíos a Europa occidental, amenazando la precaria estabilidad política y social. La oligarquía judía europea y estadounidense financió los primeros asentamientos judíos en Palestina, buscando orientar ese flujo migratorio al Cercano Oriente. Posteriormente constituyó un fondo para la compra masiva de tierras a ser colonizadas por los judíos. A partir del Congreso de Basilea, el movimiento sionista impulsó la emigración masiva de judíos a Palestina a construir una patria “del Nilo al Eufrates”.

Los sionistas demoraron medio siglo en cristalizar la base para esa visión: la formación del Estado judío, para los judíos, por los judíos. Bajo el falaz lema “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, las masas judías expulsadas por la violencia antisemita eurasiática se lanzaron a la conquista de Palestina. Las dominaba una inmensa sed de una patria, de una vida digna en la que no fuesen perseguidos por ser judíos.

Desde el medioevo que los judíos eran los parias de la sociedad: no podía acceder al estatus nobiliario ni trabajar la tierra. Sin poder ejercer profesiones liberales, fueron relegados al comercio, artesanía y usura. Siendo el pueblo judío uno de los agentes impulsores de la emancipación social, la revolución burguesa no trajo la paz anhelada; al contrario, siguió siendo el chivo expiatorio en las crisis, sea como ‘extraños que quitaban puestos de trabajo’, sea como ‘judíos capitalistas que provocaban las crisis’. La población judía iba alternando entre una relativa asimilación y el rechazo, el cual adquiriría ribetes de humillación (caso Dreyfus) y violencia extrema (Holocausto).

La Revolución de Octubre abrió las puertas a la cultura judía: escuelas, teatros, publicaciones. Lenin planteaba que el obrero judío se asimilaría naturalmente a la sociedad socialista, y combatió el antisemitismo, así como el sionismo, hasta su muerte. La subsiguiente lucha por el poder, la colectivización forzosa y la acelerada industrialización quitó parte del ímpetu al judaísmo. El que parte de los líderes bolcheviques fuese de origen judío no ayudaba a su asimilación a los ojos de Stalin. La construcción de Birobiyan en un lejano paraje siberiano fue recibida por los judíos como un intento, una vez más, por extrañarlos.

Sólo Israel iba a permitir restablecer plenamente su identidad como pueblo.

La conquista

La Liga Árabe y los palestinos rechazaron el Mandato, comenzando a resistirse al sojuzgamiento británico, mientras el movimiento sionista impulsaba la inmigración judía. En 18 años los judíos llegaron a ser el 28% de la población. Se iniciaron los conflictos entre palestinos y judíos.

Con el apoyo británico, se formaron diversas agrupaciones político militares sionistas, reforzadas con soldados de la legión judía. El trasvasije de información y de pertrechos militares estaba a la orden del día.

La resistencia palestina fue intensificándose, instigada por líderes religiosos y la retórica de los líderes políticos árabes. Contaban también con el apoyo de soldados británicos que simpatizaban con la causa árabe. Sin embargo, los líderes y la oligarquía árabe canalizaron los sentimientos anticolonialistas de los palestinos contra los judíos, transformado el conflicto en un problema entre judíos y musulmanes. Aun así, el creciente proletariado urbano de empresas de servicios y privadas, compuesto por trabajadores judíos y árabes, estimulaba el esfuerzo mancomunado para la mejor representación gremial y lucha reivindicativa. Pero las leyes discriminatorias del Mandato contra los palestinos y contra las empresas palestinas, y la presión de la Confederación Sindical de los Trabajadores de Israel, alineada con la visión sionista del trabajo para los judíos, boicotearon todos los esfuerzos unitarios con los árabes.

La primera gran matanza ocurrió en 1929 en Hebrón, donde algarabía árabe asesinó a más de 120 judíos. Las represalias británico-sionistas fueron igualmente feroces, pero mucho más organizadas.

La polarización subsecuente fue intensificándose. Después de varias rebeliones árabes, en 1936 hubo una masacre en la que murieron miles de palestinos. Las tropas británicas y las milicias sionistas no tuvieron contemplaciones. Los primeros, buscando recuperar el control. Los segundos, decididos a expulsar a los palestinos para construir su patria.

A partir de la sanción a la Partición, la campaña sionista contra los palestinos se intensificó. Toda la memoria histórica de las represiones, pogromos, Holocausto y los conflictos con los árabes desde el Mandato se volcó contra los palestinos. Cientos de poblados agrícolas palestinos –su principal forma social– fueron arrasados, casi un millón de palestinos fueron expulsados o huyeron presa del pánico por la crueldad sionista en Deir Yassin. Menos de diez poblados fueron abandonados por sus moradores ante órdenes de las autoridades árabes, con el fin de despejar el camino a las fuerzas árabes que vendrían a liberar a Palestina. Meses después, a la proclamación del Estado de Israel, los estados árabes atacaron a Israel, con la promesa de expulsar a los judíos de Palestina. Fue un vano esfuerzo, contenido por los mandos británicos de las fuerzas iraquí y transjordana, la absoluta incapacidad de la recién formada fuerza siria, la falta de disposición real de combate de las fuerzas saudí y egipcia, y la nula participación palestina. No obstante ello, sirvió de pretexto para que Israel consolidara sus posiciones y terminara de expulsar a los palestinos de los enclaves estratégicos.

A partir de entonces, Israel pasó a ser el chivo expiatorio de los conflictos entre los pueblos árabes y entre sus distintas facciones religiosas. Ello era –y sigue siendo– reforzado por los sionistas: aprovecharon cada oportunidad para provocar un conflicto o para desatar uno, expandiendo el control sobre territorios y recursos, y expulsando a palestinos, varias matanzas mediante.

Hoy los palestinos se hallan confinados en gigantescos campos de concentración, traicionados y utilizados por los dirigentes árabes, mientras que la oligarquía árabe prospera a la sombra de Israel, cuya existencia, en combinación con la acentuación de la penetración religiosa, mantiene a las masas árabes enfocadas en destruir al ‘causante de todos sus males’.

Nacionalismo exacerbado, afín al fascismo y al imperialismo

Israel ha conseguido controlar los recursos naturales de la región, partiendo por el agua. Fueron conquistados en guerras de rapiña contra los vecinos árabes y el propio pueblo palestino. (1)

La historia de las relaciones del sionismo con sus ‘objetivos’ árabes es una historia de provocaciones. Pequeñas, insistentes, hasta que consiguen una reacción. Entonces se lanzan con toda la artillería militar y mediática, acusando de terroristas para conquistar nuevas posiciones o echar atrás acuerdos o conversaciones, mientras los gobiernos occidentales hacen coro de las alegaciones sionistas. Así, cuando el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, declara que Israel es un tumor cancerígeno que debe ser extirpado y vaticina que su pronto colapso, el pueblo judío tiene motivos para cerrar filas en torno al sionismo.

Tras el discurso religioso o de pugna entre el judaísmo y el islamismo, las motivaciones del sionismo son totalmente prácticas: conquistar, expandirse, asegurar recursos naturales, neutralizar los poderes que amenacen su hegemonía (Hizbulá, Hamás, Irán, y antes Irak) y, sobre todo, mantener sojuzgados a los palestinos.

Ocho millones de habitantes tiene Israel, la gran mayoría judía. Viven en una democracia representativa confesional, en la que los judíos nunca serán perseguidos por ser judíos, aunque sí por oponerse al sionismo. Con su ímpetu del conquistador, su visión de una patria para sí, y sobre la base de la riqueza creada por el pueblo palestino, el pueblo judío construyó una nación, logrando un desarrollo industrial, científico tecnológico y cultural de primer nivel.

En su patria, los judíos son parte de la burguesía, del proletariado, de los kibutznik, de las capas medias o del complejo industrial militar sionista; hay sionistas, anti sionistas, comunistas, partidarios de un Estado plurinacional, etc. También hay discriminación racial entre ellos. Los judíos negros de Etiopía o los judíos rusos de la época de la URSS se ocupan de las actividades más denigrantes, salvo los que se van a colonizar territorios palestinos. Hay inflación, cesantía, y hasta pandillas neonazi.

Las aventuras militares del Estado sionista no contribuyen a tener paz. Para las oligarquías –judías, árabes, asiáticas y occidentales– el pueblo judío, al igual que los pueblos árabes y asiáticos, es una fuerza a explotar. En el caso de los judíos, es también una fuerza de dominación a los otros pueblos.

La historia de Palestina es una historia de dominación y de traiciones. Dominación de los pueblos por parte del imperialismo occidental y de la oligarquía. Traición de las dirigencias árabes a sus pueblos, y traición del sionismo a la humanidad: a los judíos perseguidos por el nazismo, a la humanidad que solidarizó con el pueblo judío, a los pueblos árabes al renegar de su rol emancipador e integrador, a los trabajadores al oponer a los judíos a los árabes.

El Estado de Israel, en su compromiso con el imperialismo, ha combatido a los movimientos revolucionarios en todo el orbe. En el ‘negocio’ de la contrainsurgencia con las dictaduras y con los estados imperialistas, ha traicionado al idealismo que busca construir una sociedad más justa y libre, causando directa o indirectamente la muerte de miles de jóvenes luchadores del Tercer Mundo.

El sionismo se casó indisolublemente con el imperialismo. Es plenamente funcional a los intereses hegemónicos occidentales y absolutamente dependiente del sistema capitalista para desarrollarse y sobrevivir. Su destino está inextricablemente ligado tanto al capitalismo como a la suerte de los pueblos árabes.

Los pueblos árabe y judío sólo podrán emanciparse rompiendo la cadena de expoliación, capitalismo – imperialismo – sionismo, a través de la autodeterminación de los pueblos y la unidad de los trabajadores. Sólo el internacionalismo proletario liberará a los palestinos de su condición de parias en su propia tierra, y devolverá la verdadera dignidad al pueblo judío.

(1) Actualmente hay una nueva pugna en ciernes con el Líbano, por el descubrimiento de yacimientos de gas de la Cuenca del Levante.
(2) Los no judíos tienen restricciones en todo orden de la vida social y económica.

Alejandro de Vivar – Portal Rodriguista

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