MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

domingo, 26 de mayo de 2013

MALOS DOMINICANOS SE APANDILLARON Y DESTERRARON AL FUNDADOR DE LA REPUBLICA

Destierran a Duarte Su probidad era un         obstáculo
Escrito por: Minerva isa (m.isa@hoy.com.do)
No quería recordar. Una lacerante tristeza que volcó en versos y lágrimas sucedió a la separación desgarradora, la ruptura violenta con la  la familia y la patria, con todo lo que había dado sentido a su existencia. 
Nunca la noche había sido tan sombría como la del desarraigo,  aquel 10 de septiembre de 1844 en que Juan Pablo Duarte  partía hacia el exilio, víctima de un  destierro   que le arrancó de cuajo de  su suelo natal, de la  tierra por él emancipada.
El escarnio vivido,  la afrenta de grilletes e injurias hacía más angustiante su dolor, tanto que no  quería  recordarlo.
Echemos un velo sobre los días que transcurrieron hasta mi embarque para Hamburgo, dirá después. Pero, cómo olvidar si cada detalle quedó nítidamente grabado en su memoria:
    A las seis de la tarde, rodeados de numerosa tropa bajamos al muelle. Yo iba enfermo, con las calenturas que había traído de Puerto Plata.
Me apoyaba para poder andar en los brazos de mi hermano Vicente y su hijo Enrique.  Al llegar al bote que debía conducirnos a bordo del buque nos hicieron separar, pues los opresores de la Patria, para hacemos más dolorosa la separación, nos confinaron a distintos puntos.
Expulsado a perpetuidad, calumniado,  vejado, partía el Libertador en la plenitud de su vida, apenas  31 años.
Trágico desenlace de sus bregas políticas. Culminación de la  estrategia para extrañar  al patriota digno y  probo, de radical nacionalismo, que no convenía a los intereses de los conservadores. Los sectores poderosos que se adueñaron de la   República, adulterada por la  alianza del  poder político, militar y económico que, con otros protagonistas e intereses distintos, la seguirán usufructuando. 
 El bergantín alemán en que viajaba junto a Juan Isidro Pérez y los hermanos Félix y Montblanc Richiez, compañeros de exilio,  tomó aguas profundas.
Las  brumas de la noche ahondaban su dolor al alejarse de Santo Domingo,    la ciudad de sus juegos de infancia y  sueños juveniles, el foco de la revolución independentista.
Dolor intenso que soportó con dignidad y estoicismo, sin  arrebatos de ira ni sentimientos de venganza, de rencor o de odio, sin reclamo de méritos o derechos ganados como fundador de la patria.
 A su lado, en la embarcación, también se encogía de tristeza el entrañable amigo Juan Isidro, quien posteriormente  le dirá:
 Nuestra conciencia, nuestra honradez y la Patria, paréceme nos imponen el deber de sufrir hasta tanto brillen días más serenos.
!Cómo olvidar!  Juan Pablo anhelaba el sosiego que da el olvido. Mas,  cómo arrancar el recuerdo que quemaba sus sienes al ver deportados por traidores  a los  más fieles  a la patria. En su poema Romance,      brota una queja serena en la inmensidad de mar y cielo.
Proscritos sí por traidores.
los que de lealtad sobraban.
Se les miró descender
a la ribera callada;
se les oyó despedirse,
y de su voz apagada
yo recogí los acentos
que por el aire vagaban.
  Durante  la travesía, el patricio se entregaba a profundas reflexiones, a dolorosas remembranzas. En la soledad y el silencio de la noche  poblaban su mente imágenes de  la lucha por la Independencia, los goces de la libertad, los testimonios de gratitud y fidelidad,  hasta los trágicos días que no quería recordar.  
Cómo explicar las veleidades humanas, la actitud de seguidores que aclamaban a Pedro  Santana. Sangra la herida en su poema Desconsuelo,  contrastando la amistad  antes  profesada con la falsía mostrada al vencer sus enemigos y burlarse   de él “brindándole vinagre y hiel”.
Única recriminación de este hombre excepcional, dueño de un admirable  autodominio, que respondió con  perdón a los agravios.
  Tras cuarenta y seis días de lenta navegación, el 26 de octubre llegaron a  Hamburgo,  envuelta la ciudad en un frío  que helaba a los viajeros, precariamente abrigados. 
Desde  cubierta. miraban curiosos el puerto, al que llegaba gran parte del tabaco dominicano.  Al desembarcar, tiritando, se  alojaron en una modesta hospedería. Juan Isidro y los Richiez no soportaron el frío y regresaron a  América.
Suplicaron al patricio que los acompañara,  pero  rehusó, aunque aumentara  la aflicción del destierro  al quedarse solo. No quería estar  cerca de su tierra,   donde volviera a despertar intrigas disociadoras. Y con el alma deshecha los despidió. 
Con los masones. Recuperado de las fiebres palúdicas, procuró adaptarse, buscar  trabajo.  La Policía de Hamburgo le expidió  una cédula de permanencia,  6412, con la que, junto a sus credenciales masónicas, acudió a  la logia   Oriente, invitado a   un banquete.
 En su juventud, Duarte se  inició en la masonería,  alcanzó el grado de maestro, y en 1843 era   “arquitecto decorador” de la logia Constante Unión No. 8, incursión patente en la organización de la La Trinitaria, en signos, toques y palabras.
Entre masones de Hamburgo cultivó  amistades.  Condolidos,  trataron de  atenuar la dureza de  su estancia en tierra extraña. Con ellos visitó plazas y monumentos, se inició en el idioma alemán. 
 Debo a la alta sociedad hamburguesa... muchas pruebas de estimación y respeto; el considerar que estaba sufriendo por mi patria me atrajo muchas simpatías, hasta en el bello sexo.
   Eran afables, pero  la  soledad y la nostalgia no menguaban, y a poco más de un mes de andar errante, decidió marcharse. 
  Los días grises de noviembre contagiaban la tristeza del ambiente, los árboles desnudos, la crudeza del frío, más  soportable   que el que helaba su alma por la añoranza de la patria.  Sus escasas reservas de dinero se agotaban y  no hallaba trabajo. Pensó conseguirlo en  Venezuela, y hacia allá se embarcó, vía Saint Thomas, el 30 de noviembre.
Para entonces habían votado la primera Constitución dominicana, cuyo artículo 210  otorgaba excesivas facultades al jefe del Estado durante la guerra con Haití. Pero seguiría vigente tras la contienda y muchos años después, imponiendo  una tradición de regímenes  presidencialistas.
Llegó a Saint Thomas el  día de  Navidad, alegre  al abrazar compatriotas, saber que  seguía libre del protectorado la patria añorada, a la que, aunque quisiera, no podía regresar. Para él, sus puertas  permanecían cerradas.
Pensaban en sus propios intereses

“…Ni Riviére había atropellado y expulsado a tantas familias dominicanas como lo estaba haciendo Santana”.  Por eso, al  llegar a Saint Thomas Duarte encontró tantos exiliados, todos maquinando conspiraciones .

 Vieron en él una esperanza y pretendían   asociarlo a sus planes, despertar en su corazón  odio y venganza contra Santana y Bobadilla.

 Algunos le aconsejaban pactar con una potencia extranjera y regresar al país al amparo de Francia o de España. Insinuaciones  absurdas: Que  buscara  ayuda en Haití  para derrocar a Santana; que aprovechara  el disgusto de España con los afrancesados para lograr su apoyo contra el déspota.

 Tales consejos le advertían lo que le  aguardaba si regresara: convertirse de nuevo en manzana de discordia.  Los oía  con amargura, con la impresión de que aun los que más alarde hacían de patriotismo pensaban en sus propios intereses.
 Llegué a Saint-Thomas y me encontré rodeado de consejeros. Todos pensaban en favorecer sus intereses; ninguno los de la Patria,  escribió con tristeza. Mi negativa me atrajo malas voluntades de las que más tarde sufrí las consecuencias.
Los valores
1.  Autodominio

Una actitud duartiana,  saludable para controlar los impulsos del carácter y doblegar tendencias nocivas mediante la voluntad. Sin esa  fuerza interior actuamos    movidos por los instintos o los estados de  ánimo, nos exponemos a  errar, a caer en excesos, rompiendo  la armonía necesaria en toda convivencia. El  autocontrol  nos estimula a afrontar con serenidad los conflictos,  tener paciencia y comprensión.  Se fortalece ejercitándolo cada día, tratando de descubrir  rasgos del carácter no favorables.

2. Perdón

Virtud que enalteció a  JPD al perdonar traiciones y agravios. El perdón  es una liberación, nos quita ataduras que  amargan el alma. Al perdonar se expresa  indulgencia, tolerancia, compasión.

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