No quería recordar. Una lacerante tristeza que volcó en versos y lágrimas sucedió a la separación desgarradora, la ruptura violenta con la la familia y la patria, con todo lo que había dado sentido a su existencia.
Nunca la noche había sido tan sombría como la del desarraigo, aquel 10 de septiembre de 1844 en que Juan Pablo Duarte partía hacia el exilio, víctima de un destierro que le arrancó de cuajo de su suelo natal, de la tierra por él emancipada.
El escarnio vivido, la afrenta de grilletes e injurias hacía más angustiante su dolor, tanto que no quería recordarlo.
Echemos un velo sobre los días que transcurrieron hasta mi embarque para Hamburgo, dirá después. Pero, cómo olvidar si cada detalle quedó nítidamente grabado en su memoria:
A las seis de la tarde, rodeados de numerosa tropa bajamos al muelle. Yo iba enfermo, con las calenturas que había traído de Puerto Plata.
Me apoyaba para poder andar en los brazos de mi hermano Vicente y su hijo Enrique. Al llegar al bote que debía conducirnos a bordo del buque nos hicieron separar, pues los opresores de la Patria, para hacemos más dolorosa la separación, nos confinaron a distintos puntos.
Expulsado a perpetuidad, calumniado, vejado, partía el Libertador en la plenitud de su vida, apenas 31 años.
Trágico desenlace de sus bregas políticas. Culminación de la estrategia para extrañar al patriota digno y probo, de radical nacionalismo, que no convenía a los intereses de los conservadores. Los sectores poderosos que se adueñaron de la República, adulterada por la alianza del poder político, militar y económico que, con otros protagonistas e intereses distintos, la seguirán usufructuando.
El bergantín alemán en que viajaba junto a Juan Isidro Pérez y los hermanos Félix y Montblanc Richiez, compañeros de exilio, tomó aguas profundas.
Las brumas de la noche ahondaban su dolor al alejarse de Santo Domingo, la ciudad de sus juegos de infancia y sueños juveniles, el foco de la revolución independentista.
Dolor intenso que soportó con dignidad y estoicismo, sin arrebatos de ira ni sentimientos de venganza, de rencor o de odio, sin reclamo de méritos o derechos ganados como fundador de la patria.
A su lado, en la embarcación, también se encogía de tristeza el entrañable amigo Juan Isidro, quien posteriormente le dirá:
Nuestra conciencia, nuestra honradez y la Patria, paréceme nos imponen el deber de sufrir hasta tanto brillen días más serenos.
!Cómo olvidar! Juan Pablo anhelaba el sosiego que da el olvido. Mas, cómo arrancar el recuerdo que quemaba sus sienes al ver deportados por traidores a los más fieles a la patria. En su poema Romance, brota una queja serena en la inmensidad de mar y cielo.
Proscritos sí por traidores.
los que de lealtad sobraban.
Se les miró descender
a la ribera callada;
se les oyó despedirse,
y de su voz apagada
yo recogí los acentos
que por el aire vagaban.
Durante la travesía, el patricio se entregaba a profundas reflexiones, a dolorosas remembranzas. En la soledad y el silencio de la noche poblaban su mente imágenes de la lucha por la Independencia, los goces de la libertad, los testimonios de gratitud y fidelidad, hasta los trágicos días que no quería recordar.
Cómo explicar las veleidades humanas, la actitud de seguidores que aclamaban a Pedro Santana. Sangra la herida en su poema Desconsuelo, contrastando la amistad antes profesada con la falsía mostrada al vencer sus enemigos y burlarse de él “brindándole vinagre y hiel”.
Única recriminación de este hombre excepcional, dueño de un admirable autodominio, que respondió con perdón a los agravios.
Tras cuarenta y seis días de lenta navegación, el 26 de octubre llegaron a Hamburgo, envuelta la ciudad en un frío que helaba a los viajeros, precariamente abrigados.
Desde cubierta. miraban curiosos el puerto, al que llegaba gran parte del tabaco dominicano. Al desembarcar, tiritando, se alojaron en una modesta hospedería. Juan Isidro y los Richiez no soportaron el frío y regresaron a América.
Suplicaron al patricio que los acompañara, pero rehusó, aunque aumentara la aflicción del destierro al quedarse solo. No quería estar cerca de su tierra, donde volviera a despertar intrigas disociadoras. Y con el alma deshecha los despidió.
Con los masones. Recuperado de las fiebres palúdicas, procuró adaptarse, buscar trabajo. La Policía de Hamburgo le expidió una cédula de permanencia, 6412, con la que, junto a sus credenciales masónicas, acudió a la logia Oriente, invitado a un banquete.
En su juventud, Duarte se inició en la masonería, alcanzó el grado de maestro, y en 1843 era “arquitecto decorador” de la logia Constante Unión No. 8, incursión patente en la organización de la La Trinitaria, en signos, toques y palabras.
Entre masones de Hamburgo cultivó amistades. Condolidos, trataron de atenuar la dureza de su estancia en tierra extraña. Con ellos visitó plazas y monumentos, se inició en el idioma alemán.
Debo a la alta sociedad hamburguesa... muchas pruebas de estimación y respeto; el considerar que estaba sufriendo por mi patria me atrajo muchas simpatías, hasta en el bello sexo.
Eran afables, pero la soledad y la nostalgia no menguaban, y a poco más de un mes de andar errante, decidió marcharse.
Los días grises de noviembre contagiaban la tristeza del ambiente, los árboles desnudos, la crudeza del frío, más soportable que el que helaba su alma por la añoranza de la patria. Sus escasas reservas de dinero se agotaban y no hallaba trabajo. Pensó conseguirlo en Venezuela, y hacia allá se embarcó, vía Saint Thomas, el 30 de noviembre.
Para entonces habían votado la primera Constitución dominicana, cuyo artículo 210 otorgaba excesivas facultades al jefe del Estado durante la guerra con Haití. Pero seguiría vigente tras la contienda y muchos años después, imponiendo una tradición de regímenes presidencialistas.
Llegó a Saint Thomas el día de Navidad, alegre al abrazar compatriotas, saber que seguía libre del protectorado la patria añorada, a la que, aunque quisiera, no podía regresar. Para él, sus puertas permanecían cerradas.
Pensaban en sus propios intereses
“…Ni Riviére había atropellado y expulsado a tantas familias dominicanas como lo estaba haciendo Santana”. Por eso, al llegar a Saint Thomas Duarte encontró tantos exiliados, todos maquinando conspiraciones .
Vieron en él una esperanza y pretendían asociarlo a sus planes, despertar en su corazón odio y venganza contra Santana y Bobadilla.
Algunos le aconsejaban pactar con una potencia extranjera y regresar al país al amparo de Francia o de España. Insinuaciones absurdas: Que buscara ayuda en Haití para derrocar a Santana; que aprovechara el disgusto de España con los afrancesados para lograr su apoyo contra el déspota.
Tales consejos le advertían lo que le aguardaba si regresara: convertirse de nuevo en manzana de discordia. Los oía con amargura, con la impresión de que aun los que más alarde hacían de patriotismo pensaban en sus propios intereses.
Llegué a Saint-Thomas y me encontré rodeado de consejeros. Todos pensaban en favorecer sus intereses; ninguno los de la Patria, escribió con tristeza. Mi negativa me atrajo malas voluntades de las que más tarde sufrí las consecuencias.
“…Ni Riviére había atropellado y expulsado a tantas familias dominicanas como lo estaba haciendo Santana”. Por eso, al llegar a Saint Thomas Duarte encontró tantos exiliados, todos maquinando conspiraciones .
Vieron en él una esperanza y pretendían asociarlo a sus planes, despertar en su corazón odio y venganza contra Santana y Bobadilla.
Algunos le aconsejaban pactar con una potencia extranjera y regresar al país al amparo de Francia o de España. Insinuaciones absurdas: Que buscara ayuda en Haití para derrocar a Santana; que aprovechara el disgusto de España con los afrancesados para lograr su apoyo contra el déspota.
Tales consejos le advertían lo que le aguardaba si regresara: convertirse de nuevo en manzana de discordia. Los oía con amargura, con la impresión de que aun los que más alarde hacían de patriotismo pensaban en sus propios intereses.
Llegué a Saint-Thomas y me encontré rodeado de consejeros. Todos pensaban en favorecer sus intereses; ninguno los de la Patria, escribió con tristeza. Mi negativa me atrajo malas voluntades de las que más tarde sufrí las consecuencias.
Los valores
1. Autodominio
Una actitud duartiana, saludable para controlar los impulsos del carácter y doblegar tendencias nocivas mediante la voluntad. Sin esa fuerza interior actuamos movidos por los instintos o los estados de ánimo, nos exponemos a errar, a caer en excesos, rompiendo la armonía necesaria en toda convivencia. El autocontrol nos estimula a afrontar con serenidad los conflictos, tener paciencia y comprensión. Se fortalece ejercitándolo cada día, tratando de descubrir rasgos del carácter no favorables.
2. Perdón
Virtud que enalteció a JPD al perdonar traiciones y agravios. El perdón es una liberación, nos quita ataduras que amargan el alma. Al perdonar se expresa indulgencia, tolerancia, compasión.
Una actitud duartiana, saludable para controlar los impulsos del carácter y doblegar tendencias nocivas mediante la voluntad. Sin esa fuerza interior actuamos movidos por los instintos o los estados de ánimo, nos exponemos a errar, a caer en excesos, rompiendo la armonía necesaria en toda convivencia. El autocontrol nos estimula a afrontar con serenidad los conflictos, tener paciencia y comprensión. Se fortalece ejercitándolo cada día, tratando de descubrir rasgos del carácter no favorables.
2. Perdón
Virtud que enalteció a JPD al perdonar traiciones y agravios. El perdón es una liberación, nos quita ataduras que amargan el alma. Al perdonar se expresa indulgencia, tolerancia, compasión.
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