MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

domingo, 19 de mayo de 2013

Los sueños que no nos podrán robar



Nos hemos reunido para recordar a Kepa, ausente desde hace 25 años. No es la

primera vez que nos juntamos para conmemorar su muerte y la muerte de otros

luchadores que lo dieron todo en pro de una causa justa. Son muchos los que como

él, en Euskal Herria, a lo largo de estos años de «democracia», han muerto

defendiendo derechos y libertades fundamentales: unos acribillados por las balas,

otros hechos mil pedazos por una explosión, otros en las modernas cárceles de alta

seguridad o torturados en el fondo de mazmorras de la Policía y cuarteles de la

Guardia Civil. Todos están presentes cada vez que recordamos a uno, porque todos

confluyeron en un mismo y grandioso proyecto de liberar a sus pueblos.

Pero no hemos venido a llorar su ausencia, sino para agradecerles el legado que

nos dejaron al irse y la fuerza en forma de conciencia que nos transmitieron; para

mostrar que esta lucha que viene de tan lejos y apunta a horizontes imprevisibles,

continua y avanza. Estamos en una llamada democracia, en la que cada vez es más

peligroso homenajear a los muertos e incluso mentar sus nombres. Hace pocos días

han procesado a Arnaldo Otegi por homenajear a Argala. No les gustan los actos

reivindicativos y populares como éste, les dan miedo. Y vaticinar por ello que

encuentros populares como éste los habrá cada vez más porque en esta sociedad

asfixiante y opresiva necesitamos espacios públicos en los que debatir nuestros

problemas y tomar decisiones propias. Convertir las plazas en foros que hagan

posible la asamblea, dejar oír en la calle el grito que reclama, o la propuesta que

construye, o la ironía que critica y pone en evidencia lo grotesco del sistema, es

una manera de caminar pacíficamente hacia la deseada democracia de la que tanto

hablan los gobiernos y a la que tanto temen cuando se vuelve participativa.

Me decía en Bagdad una amiga iraquí pocas semanas antes de la criminal agresión:

«Ellos -se refería al imperialismo de los EEUU y británico- no sólo quieren el

petróleo, quieren también robarnos los sueños, pero esto no lo conseguirán

nunca». Y tenía razón, porque así ha sido. Les han destruido las ciudades,

masacrado los pueblos, derruido las casas, torturado a sus gentes, asesinado a los

niños; familias enteras han sido dispersadas y han tenido que huir abandonando

sus tierras; les han saqueado los museos, robado sus tesoros, quemado las

bibliotecas. Pero los sueños de independencia y libertad siguen intactos, volando

por encima de tanto genocidio y ellos son los que en parte nutren la heroica

resistencia de este pueblo indomable.

Robar los sueños que alimentan la riqueza imaginaria de los pueblos que desean

ser libres es uno de los objetivos del gran enemigo de la humanidad: el

imperialismo en sus múltiples y siempre feroces formas. Y preservar estos

valiosísimos y bellos sueños para que nadie los robe y los destruya es tarea de los

que quedan y siguen en el empeño de cambiar el mundo y hacerlo más habitable.

Soñar es imprescindible para un revolucionario: convertir la poderosa fuerza de los

sueños en instrumento liberador es, en cierto modo, adaptar a este momento

histórico el ejemplo del Che, cuando escribió que no le importaba su muerte

siempre que alguien recogiera su arma para proseguir el combate. Recoger los

sueños de nuestros muertos y convertirlos en arma creadora que perfora

imposibles y horada utopías en busca de nuevos caminos que aceleren el proceso

de humanización, ¿no es ya el mejor homenaje?

Todos los revolucionarios que murieron en el camino llevaban consigo un

cargamento de sueños que no les pudieron robar nunca. Esos sueños perviven en

nosotros, son como la energía que nunca se pierde y continuamente se transforma,

ellos se multiplican en las mentes y dan moral para seguir. Sueños que nos ayudan



y son parte de nuestra pequeña resistencia cotidiana, o de la grande y muy heroica



de cientos de presos que en las cárceles de la dispersión sostienen con firmeza su

dignidad frente al enemigo que trata de aniquilarlos. De la resistencia de tantos y

tantos presos que se consumen en espantosas mazmorras del mundo capitalista:

en los EEUU, en Guantánamo, en Afganistán; en jaulas clandestinas y agujeros

ocultos en los más insólitos rincones de países que se dicen democráticos.

También Kepa nos legó parte de sus sueños que ya hoy son historia. Y sobre esta

historia me gustaría reflexionar un poco.

Han pasado 25 años de aquella muerte y uno contempla el tiempo transcurrido con

extrañeza. Se diría ayer, pero también se diría que hace un siglo. Qué raro es

reconstruir el pasado y cuántas trampas nos tiende la memoria. ¿Qué estaba

ocurriendo entonces? ¿Qué estaba yo haciendo en aquellos momentos? ¿O qué no

hacía pudiéndolo hacer? Algunos no estabais tan siquiera en el mundo, no habíais

nacido aún. Otros sí y fuimos testigos.

Quienes tienen menos de 35 años, ¿qué saben de aquella huelga de hambre? ¿Qué

saben de Kepa y su resistencia? Saben lo que les han contado. ¿Y qué les habrán

contado? ¿La verdad? La verdad tiene múltiples facetas que dependen del ángulo

desde el que se mira. Y luego está la manipulación, la mentira, los intereses de los

que dominan; el Poder escribe siempre la historia que le conviene y esa historia es

la que se propaga y circula, la que se hace visible y por lo general permanece. De

ahí la importancia de manteneros alerta y vigilantes, para no dejar que datos

fundamentales caigan en el olvido. Vosotros sois una fuente de información para los

investigadores del futuro: estáis todavía en los aledaños del acontecimiento. Habéis

conocido a los testigos, oído su relato y conocéis la verdad. Y ello os responsabiliza

a no guardar silencio. A dejar constancia de alguna manera.

Los que tenemos más de 35 años -algunos bastantes más- de cierta manera fuimos

testigos y podemos dar fe de lo que vimos, de lo que oímos, de lo que ocurrió en el

momento. A nosotros no nos pueden engañar. Tenemos la vivencia, conservamos

el impacto, la consternación de la noticia, las múltiples emociones: la rabia de tanta

impotencia, la cólera de tanta injusticia. Todo esto repercute en la sensibilidad del

pueblo y es muy importante narrarlo y transmitirlo: dejar constancia del hecho, dar

fe de cómo ocurrió, dejar testimonio del impacto social. Que no se pierda. Es una

forma un tanto subjetiva pero vital para la reconstrucción de la historia. El relato

del que ha sido testigo está cargado de emoción reveladora de la cotidiana realidad.

Las vivencias forman parte importante de nuestra vida y son un estímulo para la

imaginación del que recoge el relato, que puede reconstruirlos a su manera.

Pero los testigos van desapareciendo y hay que darse prisa. Recoger sus relatos es

urgente.

El haber sido testigo comporta mayor responsabilidad aún. No es justo que se lleve

a la tumba algo que pertenece a la colectividad. Y yo he venido aquí esta tarde para

aportar mi pequeña pero intensísima vivencia de aquellos días de hace 25 años.

Para contaros lo que escribí en mi diario y lo que significó aquella muerte.

Yo no conocía a Kepa. Me enteré mucho después de que era comunista. Conservo

la foto en algún archivo, pero no necesito recurrir a ella. La tengo clavada en la

memoria, en blanco y negro, tal y como la sacaron los periódicos. Un hombre con el

cuerpo consumido. Lleva más de noventa días en huelga de hambre y su agonía

lenta le mantiene aún con vida. Está postrado en la cama, parece febril, y desde

sus enormes ojos muy abiertos mira.




No se sabe muy bien a dónde mira. Desde luego lejos; aunque se diría que tiene un

cierto pudor de ser visto así y provocar vergüenza en quienes a su vez lo miran. No

recrimina nada: mira sólo. Pero es una mirada potente, insostenible. De ella dijo

Alfonso Sastre: «¿Quién podrá resistir esa mirada?», y el diario “Egin” puso la frase

al pie de esta foto que daría la vuelta al mundo. Y viéndola yo, desde mi espanto

biológico, recuerdo que sentí una gran turbación y un cierto temor ancestral de

estar perdiendo cualidades de la especie humana. Algo muy profundo. «¿Cómo es

posible que permitamos esto?».

Era la imagen de la dignidad. De alguien que ha llegado al colmo de resistir

vejaciones y atropellos y, de pronto, se serena y muy tranquilo, a sabiendas del

valor de su gesto, dice no. Un no rotundo, que va más allá de la tortura inmediata

del entorno, que abarca todas las injusticias del mundo y protesta por ellas con tal

firmeza que paraliza al agresor. Uno se imagina el momento en el que el preso

inerme, maniatado en su cama, reducido a la inmovilidad absoluta, mira con

sencilla dignidad al poderoso opresor y le reduce. El poder y la impotencia frente a

frente revelando que, aún así, es posible vencer, anunciando que un día será

posible el triunfo de la razón, que la fuerza de un ser humano cuando toma

conciencia es muy grande y que la fuerza de muchos seres humanos tomando

conciencia juntos es mucho más que una suma arrolladora. No olvidaré nunca la

gran fuerza que me transmitió.

Kepa diciendo no de aquella manera se ha convertido en barricada; ha hecho saltar

moldes y eliminado fronteras y nos conecta con grandes momentos de la historia.

Ya no es Kepa, es el Che en Bolivia, es un ejército de guerrilleros esparcidos por el

mundo, es un miliciano en el frente de Teruel. Es el grito de ¡no pasarán! del

pueblo republicano de Madrid, cercado y resistiendo al fascismo. Y es, sobre todo,

un grito de esperanza, de que es posible mantener la dignidad y cambiar con ella el

mundo, cuando un día miles y miles de seres humanos despierten de tanta

anestesia en la que están sumidos y tengan necesidad de decir no a tanta

degradación y oprobio.

Esto ocurría en junio de 1981, veinticinco años atrás.

La Historia va lenta pese a que no paran de ocurrir cosas. Parece que nada avanza

para quienes la vivimos día a día y con impaciencia. Pero está en marcha y nada

indica que se vaya a detener. Para verlo es imprescindible mirar amplio y lejos:

abarcar el panorama global que nos permita observar la interacción de los pueblos

y de sus luchas. No estamos tan solos como parece; tratan, eso sí, de

incomunicarnos, pero nosotros tenemos la solidaridad que nos une: otra de las

grandes armas con las que debemos pertrecharnos. Están ocurriendo cosas muy

importantes en el mundo aunque la gran información trate de silenciarlo, de

tergiversarlo y de confundir. Ahí está Irak con su resistencia defendiendo la

dignidad de todos nosotros. Ahí está Venezuela y su gran movimiento popular, cada

vez más rico en experiencia, en investigación social, buscando nuevas formas de

organizarse. Ahí está Bolivia, con la incorporación a la historia de millones de indios

que nunca contaron y que ahora empiezan a ser respetados como personas. Ahí

están otros pueblos renaciendo y por el extenso mapa se ven distintos focos de

vida, pequeños aún, pero que anuncian esperanzadores acontecimientos. Y ahí está

Cuba, como un faro luminoso que indica caminos y señala peligros, orientando a los

pueblos de América. Cuba lanzando destellos de luz desde su cerco, bloqueada

hace casi cincuenta años, resistiendo firme y construyendo a la vez un mundo

mejor, demostrando que es posible resistir. También por aquí están ocurriendo

cosas que presagian cambios y situaciones nuevas y esperanzadoras. No sabemos

cuándo pero estamos seguros de que Euskal Herria será un día independiente y

libre y que su pueblo, solidario y culto -quiero poner énfasis en lo de la cultura,

porque es una de las grandes armas contra la ignorancia a la que nos relega el

enemigo- alcanzará también el nivel humano que le corresponde.

Kepa y tantos y tantos compañeros que ya no están se han convertido sin tal vez

saberlo en un legado fabuloso de energías, de conciencia crítica y de sueños. Y esta

es una herencia que no podemos desperdiciar.-

(*) Intervención de Eva Forest en Las Carreras, Bizkaia, en el homenaje a Juanjo Crespo en

el 25 aniversario de su muerte tras noventa y siete días de huelga de hambre.

TOMADO DE REVELION



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