Nos hemos reunido para recordar a Kepa, ausente desde hace 25 años. No es la
primera vez que nos juntamos para conmemorar su muerte y la muerte de otros
luchadores que lo dieron todo en pro de una causa justa. Son muchos los que como
él, en Euskal Herria, a lo largo de estos años de «democracia», han muerto
defendiendo derechos y libertades fundamentales: unos acribillados por las balas,
otros hechos mil pedazos por una explosión, otros en las modernas cárceles de alta
seguridad o torturados en el fondo de mazmorras de la Policía y cuarteles de la
Guardia Civil. Todos están presentes cada vez que recordamos a uno, porque todos
confluyeron en un mismo y grandioso proyecto de liberar a sus pueblos.
Pero no hemos venido a llorar su ausencia, sino para agradecerles el legado que
nos dejaron al irse y la fuerza en forma de conciencia que nos transmitieron; para
mostrar que esta lucha que viene de tan lejos y apunta a horizontes imprevisibles,
continua y avanza. Estamos en una llamada democracia, en la que cada vez es más
peligroso homenajear a los muertos e incluso mentar sus nombres. Hace pocos días
han procesado a Arnaldo Otegi por homenajear a Argala. No les gustan los actos
reivindicativos y populares como éste, les dan miedo. Y vaticinar por ello que
encuentros populares como éste los habrá cada vez más porque en esta sociedad
asfixiante y opresiva necesitamos espacios públicos en los que debatir nuestros
problemas y tomar decisiones propias. Convertir las plazas en foros que hagan
posible la asamblea, dejar oír en la calle el grito que reclama, o la propuesta que
construye, o la ironía que critica y pone en evidencia lo grotesco del sistema, es
una manera de caminar pacíficamente hacia la deseada democracia de la que tanto
hablan los gobiernos y a la que tanto temen cuando se vuelve participativa.
Me decía en Bagdad una amiga iraquí pocas semanas antes de la criminal agresión:
«Ellos -se refería al imperialismo de los EEUU y británico- no sólo quieren el
petróleo, quieren también robarnos los sueños, pero esto no lo conseguirán
nunca». Y tenía razón, porque así ha sido. Les han destruido las ciudades,
masacrado los pueblos, derruido las casas, torturado a sus gentes, asesinado a los
niños; familias enteras han sido dispersadas y han tenido que huir abandonando
sus tierras; les han saqueado los museos, robado sus tesoros, quemado las
bibliotecas. Pero los sueños de independencia y libertad siguen intactos, volando
por encima de tanto genocidio y ellos son los que en parte nutren la heroica
resistencia de este pueblo indomable.
Robar los sueños que alimentan la riqueza imaginaria de los pueblos que desean
ser libres es uno de los objetivos del gran enemigo de la humanidad: el
imperialismo en sus múltiples y siempre feroces formas. Y preservar estos
valiosísimos y bellos sueños para que nadie los robe y los destruya es tarea de los
que quedan y siguen en el empeño de cambiar el mundo y hacerlo más habitable.
Soñar es imprescindible para un revolucionario: convertir la poderosa fuerza de los
sueños en instrumento liberador es, en cierto modo, adaptar a este momento
histórico el ejemplo del Che, cuando escribió que no le importaba su muerte
siempre que alguien recogiera su arma para proseguir el combate. Recoger los
sueños de nuestros muertos y convertirlos en arma creadora que perfora
imposibles y horada utopías en busca de nuevos caminos que aceleren el proceso
de humanización, ¿no es ya el mejor homenaje?
Todos los revolucionarios que murieron en el camino llevaban consigo un
cargamento de sueños que no les pudieron robar nunca. Esos sueños perviven en
nosotros, son como la energía que nunca se pierde y continuamente se transforma,
ellos se multiplican en las mentes y dan moral para seguir. Sueños que nos ayudan
y son parte de nuestra pequeña resistencia cotidiana, o de la grande y muy heroica
de cientos de presos que en las cárceles de la dispersión sostienen con firmeza su
dignidad frente al enemigo que trata de aniquilarlos. De la resistencia de tantos y
tantos presos que se consumen en espantosas mazmorras del mundo capitalista:
en los EEUU, en Guantánamo, en Afganistán; en jaulas clandestinas y agujeros
ocultos en los más insólitos rincones de países que se dicen democráticos.
También Kepa nos legó parte de sus sueños que ya hoy son historia. Y sobre esta
historia me gustaría reflexionar un poco.
Han pasado 25 años de aquella muerte y uno contempla el tiempo transcurrido con
extrañeza. Se diría ayer, pero también se diría que hace un siglo. Qué raro es
reconstruir el pasado y cuántas trampas nos tiende la memoria. ¿Qué estaba
ocurriendo entonces? ¿Qué estaba yo haciendo en aquellos momentos? ¿O qué no
hacía pudiéndolo hacer? Algunos no estabais tan siquiera en el mundo, no habíais
nacido aún. Otros sí y fuimos testigos.
Quienes tienen menos de 35 años, ¿qué saben de aquella huelga de hambre? ¿Qué
saben de Kepa y su resistencia? Saben lo que les han contado. ¿Y qué les habrán
contado? ¿La verdad? La verdad tiene múltiples facetas que dependen del ángulo
desde el que se mira. Y luego está la manipulación, la mentira, los intereses de los
que dominan; el Poder escribe siempre la historia que le conviene y esa historia es
la que se propaga y circula, la que se hace visible y por lo general permanece. De
ahí la importancia de manteneros alerta y vigilantes, para no dejar que datos
fundamentales caigan en el olvido. Vosotros sois una fuente de información para los
investigadores del futuro: estáis todavía en los aledaños del acontecimiento. Habéis
conocido a los testigos, oído su relato y conocéis la verdad. Y ello os responsabiliza
a no guardar silencio. A dejar constancia de alguna manera.
Los que tenemos más de 35 años -algunos bastantes más- de cierta manera fuimos
testigos y podemos dar fe de lo que vimos, de lo que oímos, de lo que ocurrió en el
momento. A nosotros no nos pueden engañar. Tenemos la vivencia, conservamos
el impacto, la consternación de la noticia, las múltiples emociones: la rabia de tanta
impotencia, la cólera de tanta injusticia. Todo esto repercute en la sensibilidad del
pueblo y es muy importante narrarlo y transmitirlo: dejar constancia del hecho, dar
fe de cómo ocurrió, dejar testimonio del impacto social. Que no se pierda. Es una
forma un tanto subjetiva pero vital para la reconstrucción de la historia. El relato
del que ha sido testigo está cargado de emoción reveladora de la cotidiana realidad.
Las vivencias forman parte importante de nuestra vida y son un estímulo para la
imaginación del que recoge el relato, que puede reconstruirlos a su manera.
Pero los testigos van desapareciendo y hay que darse prisa. Recoger sus relatos es
urgente.
El haber sido testigo comporta mayor responsabilidad aún. No es justo que se lleve
a la tumba algo que pertenece a la colectividad. Y yo he venido aquí esta tarde para
aportar mi pequeña pero intensísima vivencia de aquellos días de hace 25 años.
Para contaros lo que escribí en mi diario y lo que significó aquella muerte.
Yo no conocía a Kepa. Me enteré mucho después de que era comunista. Conservo
la foto en algún archivo, pero no necesito recurrir a ella. La tengo clavada en la
memoria, en blanco y negro, tal y como la sacaron los periódicos. Un hombre con el
cuerpo consumido. Lleva más de noventa días en huelga de hambre y su agonía
lenta le mantiene aún con vida. Está postrado en la cama, parece febril, y desde
sus enormes ojos muy abiertos mira.
No se sabe muy bien a dónde mira. Desde luego lejos; aunque se diría que tiene un
cierto pudor de ser visto así y provocar vergüenza en quienes a su vez lo miran. No
recrimina nada: mira sólo. Pero es una mirada potente, insostenible. De ella dijo
Alfonso Sastre: «¿Quién podrá resistir esa mirada?», y el diario “Egin” puso la frase
al pie de esta foto que daría la vuelta al mundo. Y viéndola yo, desde mi espanto
biológico, recuerdo que sentí una gran turbación y un cierto temor ancestral de
estar perdiendo cualidades de la especie humana. Algo muy profundo. «¿Cómo es
posible que permitamos esto?».
Era la imagen de la dignidad. De alguien que ha llegado al colmo de resistir
vejaciones y atropellos y, de pronto, se serena y muy tranquilo, a sabiendas del
valor de su gesto, dice no. Un no rotundo, que va más allá de la tortura inmediata
del entorno, que abarca todas las injusticias del mundo y protesta por ellas con tal
firmeza que paraliza al agresor. Uno se imagina el momento en el que el preso
inerme, maniatado en su cama, reducido a la inmovilidad absoluta, mira con
sencilla dignidad al poderoso opresor y le reduce. El poder y la impotencia frente a
frente revelando que, aún así, es posible vencer, anunciando que un día será
posible el triunfo de la razón, que la fuerza de un ser humano cuando toma
conciencia es muy grande y que la fuerza de muchos seres humanos tomando
conciencia juntos es mucho más que una suma arrolladora. No olvidaré nunca la
gran fuerza que me transmitió.
Kepa diciendo no de aquella manera se ha convertido en barricada; ha hecho saltar
moldes y eliminado fronteras y nos conecta con grandes momentos de la historia.
Ya no es Kepa, es el Che en Bolivia, es un ejército de guerrilleros esparcidos por el
mundo, es un miliciano en el frente de Teruel. Es el grito de ¡no pasarán! del
pueblo republicano de Madrid, cercado y resistiendo al fascismo. Y es, sobre todo,
un grito de esperanza, de que es posible mantener la dignidad y cambiar con ella el
mundo, cuando un día miles y miles de seres humanos despierten de tanta
anestesia en la que están sumidos y tengan necesidad de decir no a tanta
degradación y oprobio.
Esto ocurría en junio de 1981, veinticinco años atrás.
La Historia va lenta pese a que no paran de ocurrir cosas. Parece que nada avanza
para quienes la vivimos día a día y con impaciencia. Pero está en marcha y nada
indica que se vaya a detener. Para verlo es imprescindible mirar amplio y lejos:
abarcar el panorama global que nos permita observar la interacción de los pueblos
y de sus luchas. No estamos tan solos como parece; tratan, eso sí, de
incomunicarnos, pero nosotros tenemos la solidaridad que nos une: otra de las
grandes armas con las que debemos pertrecharnos. Están ocurriendo cosas muy
importantes en el mundo aunque la gran información trate de silenciarlo, de
tergiversarlo y de confundir. Ahí está Irak con su resistencia defendiendo la
dignidad de todos nosotros. Ahí está Venezuela y su gran movimiento popular, cada
vez más rico en experiencia, en investigación social, buscando nuevas formas de
organizarse. Ahí está Bolivia, con la incorporación a la historia de millones de indios
que nunca contaron y que ahora empiezan a ser respetados como personas. Ahí
están otros pueblos renaciendo y por el extenso mapa se ven distintos focos de
vida, pequeños aún, pero que anuncian esperanzadores acontecimientos. Y ahí está
Cuba, como un faro luminoso que indica caminos y señala peligros, orientando a los
pueblos de América. Cuba lanzando destellos de luz desde su cerco, bloqueada
hace casi cincuenta años, resistiendo firme y construyendo a la vez un mundo
mejor, demostrando que es posible resistir. También por aquí están ocurriendo
cosas que presagian cambios y situaciones nuevas y esperanzadoras. No sabemos
cuándo pero estamos seguros de que Euskal Herria será un día independiente y
libre y que su pueblo, solidario y culto -quiero poner énfasis en lo de la cultura,
porque es una de las grandes armas contra la ignorancia a la que nos relega el
enemigo- alcanzará también el nivel humano que le corresponde.
Kepa y tantos y tantos compañeros que ya no están se han convertido sin tal vez
saberlo en un legado fabuloso de energías, de conciencia crítica y de sueños. Y esta
es una herencia que no podemos desperdiciar.-
(*) Intervención de Eva Forest en Las Carreras, Bizkaia, en el homenaje a Juanjo Crespo en
el 25 aniversario de su muerte tras noventa y siete días de huelga de hambre.
TOMADO DE REVELION
No hay comentarios:
Publicar un comentario