MORAL Y LUCES

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domingo, 24 de abril de 2016

EL HOMBRE Y SU HISTORIA: LA GUERRA DE ABRIL 1965





Entramos al mes de abril, el mes de la heroicidad dominicana, puesto que el 24 de abril de 1965 se inicia la revolución de abril.


La Guerra Civil Dominicana de 1965 constituye uno de los hechos más relevantes en la historia reciente de la República Dominicana.


El conflicto se inicia cuando un movimiento de jóvenes oficiales de las distintas ramas de las fuerzas armadas dominicana, comprometido con un mejor destino para la patria, liderado por el Coronel Tomas Fernández Domínguez, se organizan con el propósito de restaurar el gobierno constitucional y democrático del profesor Juan Bosch del 1963. 
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El profesor Juan Bosch es derrocado siete meses después de haberse juramentado como presidente constitucional de la República (el primer Presidente electo democráticamente luego de los 30 años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo); esto sucede tras la promulgación de la constitución de 1963, que establecía, entre otras cosas, la libertad religiosa y de expresión, la libertad política el derecho a la vivienda, la igualdad entre hijos naturales y los nacidos bajo matrimonio, así como el retorno de los disidentes políticos y exiliados durante el régimen trujillista; prohibía, además, los monopolios, la apropiación de extensivas tierras y otros tantos proyectos innovadores que provocaron que diversos sectores acusaran al profesor Bosch y a su gobierno de comunistas.


Asestado el golpe, Bosch sale al exilio a la Isla de Puerto Rico.


Bajo la consigna “vuelta a la constitución sin elecciones”, el grupo de oficiales patriotas da inicio a unos de los episodios de mayor heroicidad del pueblo dominicano, tanto que tres días después de la revuelta militar y los militares opuestos al retorno a la democracia, ya derrotados, ocurre por segunda ocasión en el siglo XX, la intervención de los Marines Norte Americanos, con el propósito de impedir que el pueblo eligiera su propio destino en democracia.


La respuesta del pueblo en armas juntos a sus militares patriotas frente a la grosera y abusiva intervención militar de los Estados Unidos, fue una repuesta de heroicidad, resistiendo y enfrentado militarmente a unos de los ejércitos más poderosos del mundo.


El movimiento 30 de junio y el Frente Progresista Juan Bosch considerando importante, para que no se pierda en el tiempo la memoria histórica de aquella gesta, donde el valor patriótico del dominicano se puso de manifiesto por tercera ocasión en cuanto defender la patria se trata, presentar varios reportajes en series donde se analiza en su justo contexto histórico lo que fue la revolución de abril y la intervención militar de los Estados Unidos en 1965.


Para la ocasión, el profesor Juan Bosch, analizando desde una perspectiva histórica la revolución de abril decía:


“Los hechos que tienen importancia en la vida de un pueblo no pueden verse aislados, y por esa razón no podemos hablar de la Revolución de Abril aislándola del resto de la historia dominicana como si ésta hubiera comenzado el día antes del 24 de abril de 1965.


Es más, la Revolución de Abril no puede analizarse ni siquiera a partir del 25 de septiembre de 1963, fecha en que se dio el golpe de Estado que derrocó el Gobierno constitucional de ese año.


Podemos decir que el golpe de 1963 fue el antecedente inmediato de la Revolución de Abril, pero para juzgar correctamente el estallido de 1965 habría que ir mucho más atrás porque todos los acontecimientos históricos tienen raíces múltiples y algunas de ellas nacen mucho tiempo antes de lo que se ve a simple vista.


Esto esto ultimo es lo que explica que a la hora de analizar cada momento de la historia debemos partir del conjunto de los hechos anteriores.


Una de las raíces del 24 de Abril se encuentra en la ocupación norteamericana de 1916, pero sucede que esa ocupación militar de 1916 tuvo su origen en otros acontecimientos, y todos ellos tienen sus raíces en la falta de un desarrollo económico, y por tanto social, que le diera al Pueblo dominicano la base material indispensable para mantener la independencia del Estado y con ella la seguridad del régimen político propio del sistema en que nos propusimos vivir”.


En los artículos y trabajos sobre la guerra de abril que presentaremos a lo largo de todo el mes de abril, hoy iniciamos con un resumen del primer capítulo del libro del profesor Juan Bosch: Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana.




El propósito de iniciar con este resumen del libro del profesor Juan Bosch a modo de introducción de la series de trabajos que presentaremos sobre la guerra de abril, es que los amigos lectores de este blog y los que nos siguen en las distintas redes sociales donde interactuamos, se formen una idea de conjunto de cuál era la situación social, económica y política del país a la víspera de la salida de la familia Trujillo posterior a la muerte del Tirano.




JUAN BOSCH : A LA MUERTE DEL TIRANO


A mediodía del 31 de mayo de 1961 estaba en San Isidro del Coronado, en las afueras de San José de Costa Rica, en el comedor del Instituto de Educación Política.





Acababa de comer y hablaba con uno de los profesores haciendo tiempo mientras llegaba la hora de iniciar las clases de la tarde, cuando llegó un tropel de estudiantes —a la cabeza de ellos un dominicano apellidado Llauger Medina— gritando que habían muerto a Trujillo.




Minutos después me comunicaban de la oficina que el Embajador de Honduras en Costa Rica quería hablarme por teléfono.


Era para confirmarme la noticia.




Esa misma tarde, mientras los muchachos del Instituto desfilaban con banderas y cartelones por las calles de San José y organizaban un mitin en el Parque Central —en el cual hablamos uno de los estudiantes, José Figueres y yo—, desde la casa de don José Figueres hablé por teléfono con Ángel Miolán, que se hallaba en Caracas, y le pedí que se trasladara a San José cuanto antes y que convocara a la capital de Costa Rica a todos los representantes del Partido Revolucionario Dominicano que estuvieran en capacidad de viajar.




En el momento de la muerte de Trujillo, yo presidía el Comité Político y Ángel Miolán era el secretario general.




Miolán se movilizó sin perder un minuto, se puso en contacto telefónico con varias seccionales y salió hacia Costa Rica vía Panamá.




Si no recuerdo mal, el 4 de junio estábamos ya Miolán, Silfa, Castillo y yo discutiendo la salida de la crisis que se le presentaba a nuestro país con la desaparición de Trujillo.




Desde el primer momento mi opinión fue que había llegado la hora de entrar en el país, y a medida que fueron llegando los compañeros, hallaba que cada uno tenía las mismas ideas.




Todos estuvimos de acuerdo en que había llegado la oportunidad de mover a las masas dominicanas hacia un destino mejor, y no podíamos dejar pasar esa coyuntura.




El 13 de junio cablegrafiamos al doctor Joaquín Balaguer, Presidente de la República Dominicana, y al Presidente de la Comisión de la Organización de Estados Americanos que se hallaba en Santo Domingo, diciéndoles que si se daban garantías suficientes el Partido Revolucionario Dominicano trasladaría su equipo dirigente a la República Dominicana.




Ambos contestaron inmediatamente; Balaguer, diciendo que daba garantías, y el Presidente de la Delegación de la OEA informando que había hablado con Balaguer, y que éste le había asegurado que el PRD tendría garantías para actuar.




Desde luego, el Gobierno dominicano no tenía otra salida.


En el libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, cuya segunda edición estaba imprimiéndose en esos momentos en Venezuela, yo decía textualmente las siguientes palabras (págs. 178-179): “[...] debido a que Trujillo resumió en su persona todas las debilidades históricas dominicanas, y debido a que sus condiciones personales fueron decisivas en la creación y en el mantenimiento de esa vasta empresa llamada el régimen trujillista, esa empresa depende vitalmente de la propia persona de Trujillo.




Tal dependencia es el punto débil de la tiranía, que no perdurará un día más allá de aquel en que Rafael Leónidas Trujillo pierda el poder o dé la vida.




Las circunstancias históricas que lo produjeron a él como ser psicológico, militar, político y económico, no se han reproducido ni se reproducirán en ninguno de sus herederos; ninguno de ellos, por tanto, podrá actuar como él”.




La imposibilidad de que la tiranía se mantuviera saltaba a la vista de cualquiera que hubiera estudiado con seriedad las características del régimen.




Joaquín Balaguer iba a verse en una situación difícil y sería forzado a presidir la liquidación del trujillismo.




Yo había estudiado despaciosamente el problema de las castas dominicanas y tenía la convicción de que a la muerte de Trujillo se produciría en forma inevitable, la agrupación de los de “primera” para luchar por el poder; y por la forma retraída en que Balaguer se había comportado toda su vida frente a ese sector social, entendía que él no estaría con ese grupo, al cual no pertenecía ni por nacimiento ni por inclinación, pero al mismo tiempo, para no ofrecer flancos vulnerables a los ataques de ese grupo, tendría que comenzar inmediatamente a desmovilizar la maquinaria de la tiranía.




Esos razonamientos se aplicaban a una persona que estaba jugando un papel de primera fila en la crisis dominicana, no a la crisis en sí.




Al estudiar la crisis con independencia de los factores humanos que podían ser determinantes, encontraba que la crisis estaba en el choque de fuerzas nacionales e internacionales, de las cuales las que tenían mayor poder entonces —al mediar el mes de junio de 1961— eran las de tipo internacional; y esas fuerzas obligaban a la totalidad del régimen dominicano —no sólo al Gobierno civil encabezado por Balaguer sino también al poder militar encabezado por Ramfis Trujillo— a ofrecer y mantener las garantías que pedíamos.




Si esta suposición era correcta —y los hechos demostraron que lo era—, el Gobierno dominicano no tenía salida: estaba forzado a darle garantías al Partido Revolucionario Dominicano, y con esas garantías el PRD movilizaría al Pueblo para llevarlo a conquistar su libertad y a hacer su revolución.




En el orden nacional, a la muerte de Trujillo no se advirtió movimiento alguno en el país.




Ramfis Trujillo, el hijo del tirano, que se hallaba en Europa cuando su padre fue muerto a tiros en la Avenida George Washington de la capital dominicana, voló a Santo Domingo y tomó el mando militar.




Ya en el mando, se dedicó a satisfacer apetitos de venganza mediante la cacería de los que habían participado en la conjura que le costó la vida a su padre, y a ir sacando del país la mayor cantidad posible de dólares.


(…) la crisis política producida por la muerte del tirano, y todo ello junto afectaba a las fuerzas armadas, base del poder de Ramfis Trujillo.






El heredero militar del régimen necesitaba una victoria internacional que le permitiera ofrecer a sus soldados un porvenir seguro; y la única victoria internacional posible era el levantamiento de las sanciones americanas. 




Ahora bien, ¿cómo podían levantarse esas sanciones si se mantenía el régimen dictatorial? Y para dar pruebas de que el régimen dictatorial iba a ser liquidado, ¿qué mejor precio podía pagar Ramfis que el de ofrecer garantías a un partido democrático, cuyos líderes eran conocidos y respetados en toda América?




Sobre la crisis internacional de orden político que padecía el régimen dominicano, y que tan favorable era a los designios del PRD, había una crisis norteamericana en el suministro de azúcar.




Los Estados Unidos se habían cerrado a sí mismos el mercado azucarero dominicano mediante una resolución que mandaba no comprar azúcar a países que se hallaran bajo gobierno dictatorial.




La medida se había tomado para boicotear el azúcar cubano, pero como todavía Fidel Castro no había declarado que Cuba era un país comunista, resultaba difícil, ante la opinión pública internacional e incluso ante un sector importante de la opinión pública norteamericana, aplicar la resolución sólo a Cuba y no a la República Dominicana, país exportador de azúcar que se hallaba gobernado por una tiranía más vieja que la de Castro y además declarada por la Organización de Estados Americanos fuera de la ley internacional desde el intento de asesinato del presidente Rómulo Betancourt realizado por Trujillo.




Los Estados Unidos, pues, no compraban azúcar dominicano; pero sucedía que en esos meses de 1961 las reservas del dulce que tenían los Estados Unidos iban en descenso, las cosechas de remolacha no eran buenas, la producción de azúcar en países de Asia y de América libres de tiranías amenazaba bajar. Washington, pues, veía la liberalización dominicana como una solución no sólo a un problema político que afectaba su posición ante América Latina, sino además como una necesidad de tipo económico que tenía reflejos serios en los consumidores norteamericanos.




Al mismo tiempo, sucedía que Ramfis Trujillo, y con él su madre y sus hermanos, eran dueños del ochenta por ciento de los ingenios de azúcar dominicanos —entre ellos, de los dos más grandes del mundo—, y la familia Trujillo quería el poder pero quería más el dinero; de manera que entre conservar el poder político en la República Dominicana y obtener dólares vendiendo su azúcar en los Estados Unidos, Ramfis Trujillo titubeaba; y nosotros, los dirigentes del PRD, que nos dábamos cuenta de su situación, aprovechábamos ese titubeo.




¿Para qué lo aprovechábamos? ¿Para lanzarnos a la lucha por el poder?




No; y este no, simple pero rotundo, requiere una explicación.




El estado de agitación política, de malestar económico, de debilidad de las estructuras sociales en que dejaba Trujillo el país requería una conducta muy limpia de parte de los que quisieran conducir el Pueblo dominicano hacia una liquidación gradual, cuidadosa y no sangrienta de los remanentes de la tiranía, lo cual no podía lograrse sin transformar todo el ambiente dominicano.




Se requería ante todo preguntarse con verdadera honestidad, y responderse con igual honestidad, qué se buscaba.




Si se iba a la lucha por el poder, podían usarse en ese momento dos fuerzas: la de las armas que estaba en manos de los militares, y la de la presión exterior, que sólo Washington podía manejar.




Usar a los militares requería conspirar, y de la conspiración podían surgir algunos generales con el poder político en la mano; además, conspirar era una infamia y nosotros no habíamos luchado tantos años para caer en infamias.




Usar a Washington era renegar de los principios que nos habían situado desde hacía largos años en el campo de la revolución democrática. La revolución democrática tenía que ser básicamente nacional, hecha por las fuerzas del país.




Como demócratas, podíamos aceptar ayuda de los demócratas norteamericanos, estuvieran o no en el poder, de la misma manera que la aceptábamos de los demócratas latinoamericanos; pero no podíamos atar nuestra conducta a la de ningún gobierno extranjero, por amistoso que se mostrara con nosotros.




Nuestros fines no podían ser la lucha por el poder sino la movilización del Pueblo, y sabíamos que eso no podíamos hacerlo ni en un mes ni en seis.

Al mismo tiempo podíamos tratar de hacer la revolución desde el poder, pero no como partido político sino como parte de un régimen de unión nacional, y eso, como veremos en otro capítulo, no fue posible, por lo cual nuestra función quedó en la primera parte, y para cumplir esa parte —es decir, la de movilizar al Pueblo— no necesitábamos sino de nuestras propias fuerzas.

Esa movilización del Pueblo requería conocimiento del estado de ánimo general, conocimiento de la psicología de nuestras masas sector por sector, conocimiento del punto exacto en que se hallaba cada uno de esos sectores en términos de evolución económica, social y política, conocimiento de las aspiraciones de cada sector y de su capacidad para la lucha.

Nosotros creíamos saberlo y en consecuencia trazamos una línea que debía seguirse estrictamente: ir despertando al mismo tiempo la conciencia social del Pueblo y su conciencia política e ir matando simultáneamente el miedo nacional, el miedo que se había metido en los huesos de la generalidad de los dominicanos; y hacer eso dirigiéndonos en primer término a las grandes masas porque pensábamos que eran las que menos deformación habían sufrido bajo las presiones de la tiranía y las que más necesitaban liderazgo.

A nuestro juicio, las clases medias estaban deformadas por la fuerza demoledora del trujillismo y se lanzarían a la conquista del poder tan pronto pudieran hacerlo.

A mediados de 1961, las grandes masas dominicanas no tenían idea de lo que era la justicia social, no tenían idea de por qué ellas pasaban hambre, sufrían enfermedades y eran ignorantes y esclavas.

En muy alta proporción, los jóvenes de las clases medias dominicanas eran hijos de veteranos trujillistas, de abogados, arquitectos, ingenieros, comerciantes y finqueros que habían hecho fortuna con los favores de Trujillo.

En Santo Domingo se daba un eco de la eterna respuesta de la historia a los conflictos políticos y sociales: los hijos se rebelaban contra los padres. Muchos de los padres de esos jóvenes hallaron en la rebelión de sus hijos contra el trujillato —en las prisiones, torturas y exilios de sus hijos— la justificación necesaria para seguir usufructuando el poder a la caída del trujillismo.

Un buen ejemplo para probar esa afirmación es el licenciado Rafael F. Bonnelly.

La juventud que había conspirado desde 1959 se organizó clandestinamente en el llamado Movimiento 14 de Junio, que después se denominó Agrupación Política 14 de Junio.

La delegación del Partido Revolucionario Dominicano llegó a Santo Domingo el 5 de julio de 1961, es decir, a los treinta y cinco días de haber sido muerto Trujillo por los arrojados conspiradores del 30 de mayo.

La presencia de los delegados del PRD en tierra dominicana dio al Pueblo la sensación de que habían aparecido líderes que iban a protegerlo contra sus tiranos; y los más valientes jóvenes, hombres y mujeres de los barrios que forman el cinturón de hambre de la vieja Santo Domingo de Guzmán, se lanzaron a la lucha.

Ese hecho tuvo tanta importancia en la historia dominicana, que merece —y yo diría que requiere— unos párrafos para explicarla, pues aunque han pasado algunos años desde entonces, todavía el sector dominicano que escribe la historia no se ha dado cuenta de lo que significa el 5 de julio de 1961 como hora inicial de la formación de una conciencia en las masas dominicanas.

La llegada de los delegados del Partido Revolucionario Dominicano a Santo Domingo le dio sentido político al 30 de mayo. Sin el 5 de julio, el 30 de mayo era una fecha aislada, aunque heroica, perdida en una espantosa noche de terror.

La delegación del Partido Revolucionario Dominicano rompió el hechizo del miedo que separaba a los dominicanos, a cada uno de todos los demás, y también a todos los dominicanos del resto del mundo, y le comunicó movimiento histórico al acto del 30 de mayo.

Lo que habían hecho los valientes del 30 de mayo comenzó a fluir en la historia; dejó de ser un suceso aislado por el terror y pasó a tener categoría de punto de partida hacia una nueva etapa de la vida dominicana" JB.


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    www.youtube.com/watch?v=8LB54fuGxCg

    18 de jul. de 2011 - Subido por JefUnix
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