MORAL Y LUCES

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martes, 5 de abril de 2016

El discurso de Obama al estilo de Marco Antonio

  • El discurso de Obama al estilo de Marco Antonio
Leonel Fernández
@leonelfernandez
Santo Domingo


El discurso pronunciado recientemente por el presidente Barack Obama, en La Habana, Cuba, fue una pieza inteligente, diplomática y elegante, que tuvo, para decirlo casi con el título de uno de sus libros, la audacia del atrevimiento. 

Para elaborar ese discurso, Obama se enfrentaba a un dilema. Por un lado, si resultaba muy cauteloso en sus expresiones, corría el riesgo de que los sectores más conservadores de los Estados Unidos lo tildaran de que había ido a la isla caribeña a legitimar una dictadura.

Por el otro lado, si se extralimitaba en sus pronunciamientos, entonces suscitaría la suspicacia de las autoridades del gobierno cubano de que había visitado al país en actitud sediciosa para instigar una sublevación popular.

Para resolver ese dilema, el presidente Obama utilizó una serie de técnicas persuasivas, que van desde el storytelling, o empleo de una narrativa con matices literarios; el uso de un tono conciliador, que intenta evitar las discrepancias; y la utilización de recursos retóricos que le permitieran, con sutileza, elaborar juicios contrapuestos, que fueran desde el elogio hasta el reproche disimulado.

((El Discurso de Marco Antonio

Todo eso lo logra teniendo como modelo, de manera consciente o intuitiva, la oración fúnebre de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César, la cual fue dada a conocer por William Shakespeare en su drama sobre el emperador romano.

En efecto, luego de que César fuese apuñalado por Casio y Bruto, Marco Antonio, llevando en brazos el cadáver, se dirige al pueblo de Roma congregado en el Foro, al cual le dice: 

“Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: He venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con César.

“Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Por la benevolencia de Bruto y de los demás, pues Bruto es un hombre honrado, como lo son todos, he venido a hablar en el funeral del César.

“Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honrado. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre honrado.

“Todos vieron que... le ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Era eso ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y es indudable que Bruto es un hombre honrado.

“No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé.”

Al final de su disertación, Marco Antonio, quien de entrada tenía un público hostil, en base estrictamente al arte de la persuasión, invirtió el estado de ánimo de los congregados, y logró sublevar al pueblo de Roma en contra de Casio y Bruto, los asesinos de César.

Para alcanzar sus objetivos, Marco Antonio evitó contradecir a Bruto, quien, en principio, era percibido como héroe. Procuró adecuar su estilo al público. Empleó un tono conciliador. Se valió de la técnica de la cortesía aparente. Se apoyó en el uso de la ironía, y persuadió al pueblo a la insurrección contra los asesinos de César, sin que éstos lograran notarlo.

El discurso de Marco Antonio fue sencillamente deslumbrante, y actualmente figura entre los más notables de la historia universal.

((La estrategia de Obama

Ahora, al examinar la pieza oratoria de Barack Obama en Cuba, es evidente el empleo de técnicas análogas a las del tribuno romano. En su discurso, el mandatario norteamericano va tejiendo una distinción entre gobierno y pueblo; Estado e individuo; pasado y futuro: y jóvenes e historia, lo cual, en apelación constante a la noción de esperanza, tiene como meta elevar las expectativas del pueblo cubano hacia la transformación de su actual orden económico, social y político.

Lo hace, sin embargo, con sutileza y perspicacia. Empieza por evocar, en español, al único con capacidad para unir a todos los cubanos: el Apóstol de la Independencia, José Martí; y lo realiza trayendo a escena su gran poema a la amistad, Cultivo una rosa blanca.

Ante eso, el joven mandatario afroamericano, con gran distinción, agradece la hospitalidad brindada a él, su esposa y dos hijas, y ofrece el saludo de la paz del gobierno de los Estados Unidos al pueblo cubano.

Luego, pasa a hacer referencia a factores de historia y geografía entre ambos pueblos; al propósito de la visita y a referencias personales vinculadas a la evolución de la historia contemporánea de Cuba.

Elabora argumentos sobre los puntos en común y los valores compartidos entre Cuba y los Estados Unidos. Habla de la normalización de las relaciones. Reconoce puntos pendientes en la agenda, como el levantamiento del embargo y la devolución de la base naval de Guantánamo; y formula elogios, tanto al talento del pueblo cubano, como a las políticas sociales del gobierno.

Pero, de igual manera, subraya y enfatiza las diferencias; apela a la juventud para una visión de futuro, y aunque afirma que los Estados Unidos no impondrán cambios en Cuba, los insinúa, e instiga al pueblo cubano, casi de manera subliminar, a impulsar su cristalización.

En forma sutil realiza el esfuerzo por establecer la diferencia entre lo viejo y lo nuevo, lo anacrónico y lo moderno, y para eso se presenta a sí mismo como punto de referencia. Lo dice así: 

“Al igual que tantas personas en nuestros dos países, mi vida abarca un período de aislamiento entre nosotros. La Revolución cubana ocurrió el mismo año que mi padre llegó a Estados Unidos desde Kenia. Bahía de Cochinos ocurrió el año en que yo nací.”

((Estilo y sustancia

El mensaje es claro. A través de un estilo aparentemente respetuoso y comedido, pero al mismo tiempo arriesgado, el presidente Obama está dejando traslucir que la Revolución cubana es una rémora del pasado, algo estancado en el tiempo.

A pesar de eso, anuncia, en forma solemne, el propósito de su visita, al afirmar: 

“He venido aquí para enterrar el último resquicio de la guerra fría en el continente americano. He venido aquí para extender una mano de amistad al pueblo cubano.”

Aunque más adelante en su intervención señala lo que estima son los elementos en común entre ambos pueblos, en los ámbitos de la ciencia, las letras, los deportes, la música, la gastronomía y la religión, no deja lugar a dudas de que también hay diferencias sustanciales en lo que atañe a sus gobiernos, economías y sociedades. 

De manera explícita alega que mientras Cuba tiene un sistema de un solo partido, Estados Unidos es una democracia de múltiples partidos; mientras Cuba tiene un modelo económico socialista, Estados Unidos tiene uno de libre mercado; mientras Cuba ha reforzado el papel y los derechos del Estado, Estados Unidos está fundado sobre los derechos individuales. Frente a esa realidad, argumenta, de manera muy perspicaz, que los Estados Unidos no tienen la capacidad ni la intención de imponer cambios; sino que lo que cambie dependerá del propio pueblo cubano.

Pero esos cambios, conforme a sus creencias y a las de todo el pueblo estadounidense, están relacionados con el hecho de que “los ciudadanos deberían ser libres de expresar sus ideas sin miedo, de organizarse y de criticar a su gobierno y protestar pacíficamente, y que el estado de derecho no debería incluir detenciones aleatorias de la personas que hacen uso de esos derechos, y que los votantes puedan elegir sus gobiernos en elecciones libres y democrática.”

Eso, dicho en esos términos, frente a las máximas autoridades cubanas, habría parecido no solo un acto imprudente, sino grosero y descortés. Sin embargo, con mucha astucia, admite que no todo el mundo estará de acuerdo con sus criterios, e inmediatamente, para establecer cierto equilibrio y ganar credibilidad en sus palabras, formula una crítica al propio funcionamiento de la democracia estadounidense.

El discurso del presidente Barack Obama en Cuba fue, desde la perspectiva de su contenido, un intento de equilibrio verbal, entre la audacia y la cautela. Al final, como habría podido pronosticarse, recibió, por un lado, la crítica de derecha de Ted Cruz, y por el otro, la refutación de izquierda de Fidel.

Desde el punto de vista de la forma, fue una pieza calculada y osada, una especie de versión moderna de la oración fúnebre de Marco Antonio ante el cuerpo inerte de Julio César.

Tomado el Listin Diario

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