MORAL Y LUCES

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martes, 19 de abril de 2016

Los amigos, esa familia que escogemos



CreditGiselle Potter

“Mis amigas son las hermanas que debí tener”, me dijo una mujer. Otra dijo que quería más a sus amigas que a sus hermanas porque le recordaban cosas de su pasado que sus hermanas no recordaban ni podían recordarle, pues no habían estado ahí. Y un hombre comentó que en realidad no disfrutaba la compañía de cierto amigo, pero que eso no importaba: “él es de la familia”.

Entrevisté a más de 80 personas para un libro que estoy escribiendo sobre la amistad, y me sorprendí al ver cuántos dijeron que este o aquel amigo eran “como de la familia”.

Estos comentarios, y cómo la gente los explicó, ayudaron a entender la naturaleza de la amistad, la naturaleza de la familia, y algo que se encuentra en el corazón de ambas: lo que significa ser cercano a alguien.

Para los amigos, al igual que para la familia, la “cercanía” es el meollo de las relaciones (en ambos contextos escuché con frecuencia: “Desearía que fuéramos más cercanos” pero nunca “desearía que no fuéramos tan cercanos”).

Lo que la gente quiere decir por “cercano” puede diferir mucho, pero sus comentarios en general me ayudaron a entender cómo es que los amigos pueden ser como de la familia, y por qué a menudo digo que mi amigo Karl “es como mi hermano”. En primer lugar, está la antigüedad. Nos conocimos en un campamento de verano cuando yo acababa de cumplir 15, y plantamos las semillas de la cercanía en una de esas conversaciones de la adolescencia, maravillosas, largas y de autodescubrimiento, en una ocasión en la que nos sentamos uno junto al otro detrás del comedor. Nuestra amistad continuó y se hizo más profunda al intercambiar largas cartas que acortaron la distancia entre nuestros hogares en Brooklyn y el Bronx.

Después de la universidad, Karl fue a quien llamé a las 2 de la mañana cuando decidí de último momento que siempre no me uniría a los Cuerpos de Paz. Dos décadas más tarde, en un viaje juntos le mostré la foto de un hombre que acababa de conocer, y le dije: “Es una locura pero no dejo de pensar que me voy a casar con él”, y lo hice.

Fue entonces cuando Karl dejó Brown para irse a Julliard y, años más tarde, se declaró gay. Karl conocía a mis padres, a mis primos, a mi primer marido y a los demás amigos que habían sido importantes en mi vida, al igual que yo conocía y conozco a los suyos. Visito a su madre en un asilo, al igual que visitaría a la mía si estuviera viva. Podemos hablar de todo y de todos en nuestro pasado sin tener que explicar nada.

Si algo me hace sentir mal, lo llamo; confío en su juicio, aunque no siempre sigo sus consejos. Y, por último, tal vez lo más importante de todo, está la comodidad. Me siento perfectamente cómoda en su casa, y cuando estoy con él, puedo ser quien soy de manera absoluta y desenfadada.

No es que no sepamos cómo sacarnos de quicio; es lo que hacemos. Una caricatura sobre una pareja de casados bien podría describirnos: una mujer de pie en la cocina le dice al hombre frente a ella: “¿Hay algo más que pueda hacer mal por ti?”. A veces siento que, sin importar lo que haga, para Karl siempre habrá otra forma de hacerlo.

Todas las cosas que convirtieron nuestra amistad en algo tan cercano, y que hicieron que Karl sea como un hermano, se encontraban entretejidas en las historias de la gente que entrevisté. “Somos cercanos” podía significar que hablan de todo; o que se veían seguido, o que, aunque no se veían seguido, cuando lo hacían, era como si no hubiera pasado el tiempo: retomaban la amistad justo donde la habían dejado. Y algunas veces “cercano” no significaba nada de lo anterior, sino que tenían una conexión especial, una conexión del corazón.


También había diferencias en lo que significaba “todo”, en la frase “podemos hablar de todo”. Paradójicamente, podían ser cosas muy importantes, cuestiones muy personales o detalles muy insignificantes. Una mujer dijo de una amiga: “No somos tan cercanas; no hablaríamos de los problemas con nuestros hijos”, pero de otra comentó: “No somos tan cercanas; no hablaríamos de lo que vamos a cenar”.

“Como de la familia” puede significar llegar sin previo aviso y hacer planes sin tenerlo previsto: tal vez llames y digas: “Acabo de hacer lasaña. ¿Por qué no vienes a cenar?”. O puedes invitarte: “Me siento un poco desanimado, ¿puedo ir a cenar?”.

Muchas personas ya adultas siguen deseando que sus padres o hermanos los vean por lo que son realmente, y no por cómo quieren que sean. Esta meta puede lograrse en la amistad. “Ella me entiende”, dijo una mujer de una amiga. “Cuando estoy con ella, puedo ser yo misma”.

Sería fácil idealizar a las amistades que son como de la familia al decir que son solo alegría y satisfacción. Y tal vez para algunas personas afortunadas sea así. Pero los amigos también pueden ser como de la familia porque en cierto sentido saben cómo volverte loco. ¿Por qué insiste en lavar los platos a mano si las lavavajillas matan mejor los gérmenes? ¿Por qué siempre llega exactamente cinco minutos tarde?

Tal como sucede con la familia, los amigos que son como de la familia no solo pueden darnos felicidad, sino también causarnos dolor, porque la comodidad de un vínculo cercano a veces puede volverse en nuestra contra. Entre más cercano el vínculo, mayor el poder de lastimar, ya sea a través de la decepción, sentirse defraudado o, por la mayor traición: la muerte. Cuando un amigo muere, una parte de uno muere también, ya que se pierden para siempre las experiencias, las bromas, la historia compartida. Una mujer de setenta y tantos que se lamentaba de la muerte de su mejor amiga dijo que la peor parte era no poder llamarla y decirle lo mal que se sentía por su muerte.

Algunas veces vemos a nuestros amigos como si fueran de la familia porque los miembros de la familia con los que crecimos viven lejos o no son como nosotros, o sencillamente no son tan fáciles de sobrellevar. Una mujer que había perdido todo contacto con su hermana explicó que la opción de alejarse de un miembro de familia que te causa dolor es una liberación moderna, como la libertad de elegir a un cónyuge o divorciarse de uno. Los huecos que deja el rechazo familiar —o los que dejan los parientes que hemos perdido por la distancia, la muerte o las circunstancias— se pueden llenar con amigos que son como de la familia. Pero los amigos que son como de familia no tienen que llenar ningún vacío. Como mi amigo Karl, simplemente puede añadir riqueza, alegría y, sí, a veces exasperación, que también encuentro en mi familia, en mi caso compuesta por dos hermanas a las que soy muy cercana.

Por DEBORAH TANNEN 



Deborah Tannen es profesora de lingüística en Georgetown University y autora de “You Just Don’t Understand!” y “You’re Wearing THAT?”.

TOMADO DEL NEW YORK TIMES

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