Guillermo Almeyra
Por fortuna, la operación salió bien, pero no quisiera estar en lugar de
los médicos cubanos que han asumido la responsabilidad histórica de combatir
con su ciencia y su voluntad para tratar de salvar la vida de Hugo Chávez.
Porque de ellos no sólo depende un hombre que, a su manera y con sus límites,
lucha valiente e incansablemente junto a su pueblo y por su pueblo para
asegurar la independencia de Venezuela y la unidad latinoamericana frente al
imperialismo; por la eliminación de la pobreza y de la injusticia en su país y
en el continente y por la autorganización de los oprimidos. Pero también porque
de esos médicos depende indirectamente el curso próximo de la economía cubana,
de la construcción del Mercosur y de la Unasur, de la lucha entre las clases en
Venezuela, así como las pujas entre los sectores y fuerzas que, en ese país,
retardan y traban el proceso de construcción de poder popular y los que, por el
contrario, tratan de impulsarlo combatiendo el burocratismo y el paternalismo.
Si Chávez, con su fortaleza y su amor a la
vida, recomenzase su recuperación, de todos modos difícilmente podría asumir el
10 de enero, como marca la Constitución que otorga un plazo de 90 días,
renovables, o sea seis meses, para su sustitución por el vicepresidente. Este domingo,
además, se realizarán las elecciones legislativas regionales que determinarán
la composición de los poderes Legislativo y los poderes locales. Incluso en el
caso favorable de que en ellas triunfase el chavismo y pudiese lograr una
cómoda mayoría parlamentaria, con el control de las principales regiones, si
una gran mayoría vota como es de esperar por los candidatos de Chávez para
asegurar la estabilidad política y económica, aumentaría de todos modos la
presión de la derecha y del imperialismo en favor de nuevas elecciones
presidenciales. Y aumentarían también las tensiones internas e
interinstitucionales en el mismo gobierno y en el chavismo en cuanto a cuál
política seguir, si una conciliadora con la oposición y con Washington u otra
de frontal oposición.
Venezuela, por tanto, entrará en un
periodo complicado, pues Maduro no tiene el carisma del presidente, y además
enfrentará todo tipo de sabotaje económico, de presión mediática, de golpismo,
abierto o escondido, tanto si Chávez en plazo de seis meses ocupase nuevamente
su cargo como si no pudiese hacerlo o, peor aún, no superase las consecuencias
posoperatorias.
Chávez y el chavismo se explican por el
repudio del pueblo venezolano a los viejos partidos ligados a la oligarquía y
el imperialismo. Fue el caracazo el que abrió el camino
al golpe de los militares nacionalistas y los hizo populares y fue el
levantamiento del pueblo el que defendió a Chávez contra el golpe de Estado que
lo destituyó y detuvo, reinstalándolo en el gobierno. Chávez es una hechura
directa del proceso que llamó revolución bolivariana, no su creador; cuando
mucho, es su impulsor y, a veces, incluso su freno. Es igualmente un mediador y
un árbitro irremplazable entre las diferentes fuerzas que actúan en dicho
proceso, las cuales van desde la boliburguesía y la burocracia, por la derecha, hasta los intentos de autorganización de
los campesinos, vecinos y trabajadores, por la izquierda, con las fuerzas
armadas, cuyos mandos declaran su lealtad al presidente, entre ambos sectores. Su debilitamiento o su desaparición
crearán, pues, un vacío que las diversas fuerzas tenderán a ocupar.
Chávez es también, indiscutiblemente, el
más decidido y radical de los gobernantes latinoamericanos. Tanto Dilma
Rousseff como Cristina Fernández buscan, en efecto, la cuadratura del círculo,
o sea, desarrollar el capitalismo en sus respectivos países, con los
instrumentos del neoliberalismo apenas modificados por el asistencialismo
estatal para que no aumenten mucho la pobreza y la desocupación y no tienen planes
para el futuro inmediato ni mucho menos aún, planes de transformación. Además,
los principales socios del Mercosur son competidores en rubros importantes y
eso impide que dicha asociación avance, ya que Bolivia y Uruguay son muy
débiles y Ecuador tiene aún una economía dolarizada. Venezuela, por tanto, en
parte venciendo la resistencia de la burguesía brasileña y, en menor medida, de
la argentina, es el motor de la integración sudamericana y, en buena medida, su
financiador. Sin Chávez el proceso integrador, por tanto, podría ser mucho más
complejo y dificultoso.
Cuba, Nicaragua y varios países del Caribe
dependen, por otra parte, del petróleo subsidiado que les otorga la Venezuela
bolivariana, que Cuba paga con la participación de sus médicos en el servicio
sanitario venezolano, cosa que la derecha venezolana quiere eliminar. Bolivia
recibe también apoyos económicos e inversiones, al igual que Argentina, que
tiene con Caracas negocios que no podría obtener en otros países. Todo eso
correría peligro si Chávez dejase de gobernar Venezuela o, incluso,
desaparecería abruptamente en caso de que, por medios legales o ilegales, la
derecha y sus aliados internos en el campo chavista pudiesen imponer un viraje
político.
Chávez, es cierto, es presidente de un país
capitalista, como lo son todos los países del mundo y su voluntad socialista es
sobre todo declarativa y se expresa con muchas contradicciones y confusión.
Pero es un revolucionario que dirige un proceso de revolución democrática y
antimperialista que, en lo inmediato, está amenazado por la derecha. El más
elemental sentido común obliga ahora a todos aquellos que luchan por la
liberación nacional y social de sus países a rechazar el estéril
ultraizquierdismo y unir filas con los trabajadores y el pueblo venezolanos y a
esperar que los excelentes médicos cubanos que lo atienden vuelvan a ponerlo en
condiciones de ocupar su lugar en el progreso de Venezuela. ¡Hasta la vida
siempre! ¡Viva la revolución bolivariana!
TOMADO DE LA JORNADA
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