Por Diony Sanabia
Santo Domingo, 25 mar (PL) El Héroe Nacional cubano,
José Martí, y el insigne patriota dominicano Máximo Gómez firmaron un día como hoy de 1895 el Manifiesto de Montecristi con los objetivos de la Revolución iniciada en la isla un mes atrás.
La pieza, que debe ese nombre a la norteña ciudad de República Dominicana donde fue rubricada, respondió a la batalla ideológica del colonialismo español contra los independentistas de la mayor de las Antillas.
En sus primeros párrafos, el documento resalta la continuidad del proceso histórico y revolucionario del pueblo de Cuba en sus ansias de libertad y el papel de este país en el contexto de América Latina.
Con clara precisión, la guerra fue explicada como necesidad indispensable para la consecución de la independencia y fruto "de la resolución de hombres que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez los peligros que conocen".
Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), proclamado oficialmente el 10 de abril de 1892, recalcó un principio mantenido desde el surgimiento de esa organización y reiterado en toda la campaña propagandística de antes.
Escribió que "la guerra no es contra el español, que (...) podrá gozar respetado (...) de la libertad que sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino (...) Los que la fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella ante la patria su limpieza de todo odio".
No obstante, el Manifiesto de Montecriti lanzó una disyuntiva insoslayable al peninsular pues "¿qué suerte elegirán los españoles: la guerra sin tregua (...) o la paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino con la independencia?"
Convencido de la importancia de conquistar la independencia, el Maestro invitó al español a aceptar la Revolución que estaba dispuesta a acogerlo como un cubano más.
"En la guerra inicial se ha de hallar el país maneras tales de gobierno que (...) satisfagan (...), en vez de entrabar, el desarrollo pleno y término rápido de la guerra fatalmente necesaria a la felicidad pública", aseveró.
Por otra parte, la unidad de todas las fuerzas, la igualdad entre los cubanos y la consolidación de la nacionalidad sobre el respeto y la hermandad del sacrificio descartan cualquier intento de imposición de una minoría sobre la voluntad sagrada del pueblo.
El peligro negro era una insensatez esgrimida por los débiles enemigos pues "cubanos hay ya en Cuba de uno y otro color, olvidados para siempre (...) del odio en que los pudo dividir la esclavitud".
Otro de los principios abordados en el documento fue garantizar el culto a la dignidad del ser humano, un principio constante en el ideario martiano.
Entre sus misiones el PRC tenía "ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura de modo que no quede el decoro de un solo hombre lastimado, ni el sacrificio parezca inútil a un solo cubano".
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