Llevo más de tres años insistiendo que el crecimiento de las desigualdades sociales ha sido uno de los factores impulsores de la crisis actual. Si tuvimos burbuja inmobiliaria y endeudamientos exorbitantes fue porque también sufrimos una situación de extrema desigualdad.
En las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no hubo burbujas notables en la economía porque se seguía un patrón en la distribución de rentas que permitía que el crecimiento de la productividad se tradujera también en un crecimiento de los salarios, y eso a su vez permitía un mayor consumo sin que la gente se endeudara en exceso. Este círculo virtuoso se rompió con las políticas neoliberales destinadas a debilitar el poder de los trabajadores y disminuir sus ingresos salariales.
Desde hace tres décadas, los salarios crecen por debajo de la productividad, eliminando así el vínculo automático entre productividad y demanda.
Eso ya condujo a finales del siglo XX a un exceso de capacidad en la economía productiva que el capital intentó compensar refugiándose primero en la burbuja bursátil y después en la burbuja inmobiliaria.
Uno de los factores que explican el incremento de las desigualdades es el deterioro de la legislación laboral, que a su vez ha permitido debilitar el poder de la negociación colectiva de los convenios que en el fondo fue el mecanismo para facilitar durante décadas que los asalariados se beneficiaran de los incrementos de productividad. La capacidad para movilizar y negociar del movimiento sindical también contribuyó a poner en marcha los potentes mecanismos de seguridad social y a universalizar el derecho a una sanidad pública entre muchas otras mejoras sociales.
Si se acepta este punto de vista se llega rápidamente a la conclusión que para erradicar una de las raíces de esta crisis es necesario recuperar el carácter protector de la legislación laboral con la finalidad de superar los elementos precarizadores que se han instalado a lo largo del periodo neoliberal.
Ahora, en cambio, se quiere recorrer un camino opuesto y se pide sacrificios y austeridad a los trabajadores.
Resulta muy revelador que mientras se habla constantemente de las recomendaciones y los llamamientos de los "organismos internacionales" no se haga mención a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a pesar de ser uno de los organismos internacionales con mayor legitimidad democrática y probablemente él que ha mostrado más rigor en los documentos que publica.
A éstas altura ya debería estar claro que la obsesión de los poderosos no es, ni mucho menos, eliminar las raíces de esta crisis. Su intención no es otra que utilizar la crisis como una oportunidad para reforzar aún más su poderío. Pero no lo dicen. Lo camuflan a través de un rosario de recomendaciones sobre las “reformas estructurales”, “la mejora del mercado de trabaja” o “la flexibilidad en las empresas”, difundidas por los adoctrinadores sociales al servicio de la minoría dominante.
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