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LEONARDO DÍAZ
Filósofo y ensayista
Sobre mí
Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Profesor universitario. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Ha sido integrante de la Comisión de Alto Nivel para la difusión de la Filosofía de la UNESCO en la República Dominicana. Autor de Las tensiones de Thomas Kuhn y de diversos artículos publicados en revistas especializadas nacionales e internacionales.
La revista Science ha publicado los resultados de un estudio llevado a cabo por el psicólogo de la Universidad de Harvard Daniel Gilbert y su equipo de investigación, con el propósito de evaluar la capacidad humana de decidir y de prever en función de la variable tiempo.
Con una muestra de 19,000 personas entre los 18 y los 68 años de edad, los investigadores de tres distintas universidades plantearon a los sujetos del estudio una serie de preguntas sobre rasgos de su personalidad, para luego preguntarles sobre sus gustos y creencias de una década anterior. Finalmente, se les volvía a preguntar sobre si consideraban que tendrían los mismos gustos y creencias en la próxima década. Los resultados arrojados señalan que en todas las edades, las personas entienden que han cambiado significativamente con respecto al pasado, pero que no cambiarán de manera significativa en el futuro. Es decir, las personas tienden a creer que sus convicciones de la actualidad seguirán siendo sus convicciones del futuro, que sus creencias actuales son definitivas.
Según los investigadores, tendemos a percibir el presente como la fase histórica en que hemos llegado a ser lo que seguiremos siendo en el futuro. Esta tendencia ha sido bautizada como “el espejismo del fin de la historia”.
La denominación puede parecer estrafalaria. En la historia de la filosofía occidental la expresión tiene un significado establecido, popularizado hace ya dos décadas por el filósofo político Francis Fukuyama. Con el término “fin de la historia” se alude a un estadio histórico en que las contradicciones ideológicas de la humanidad han llegado a término con la absolutización de una ideología como paradigma del mundo.
En este sentido la noción implica la creencia de que hemos llegado a una situación en que un cuerpo de creencias se establece como definitivo.
Este pensamiento no concuerda con la evolución y la historia humanas, pues ellas muestran que ningún sistema de creencias es definitivo, que nuestras convicciones más arraigadas pueden ser abandonadas y nuestras tradiciones transformadas.
No obstante, según los investigadores, parece que las personas tienden a subestimar la posibilidad que, con el paso del tiempo, se transformen su sistema de valores, sus puntos de vista o sus personalidades.
Los investigadores formulan algunas conjeturas sobre el por qué del resultado. Puede ser que los individuos, ante las dificultades de imaginar como serán en el futuro, interpreten esta dificultad como una imposibilidad de cambio. O también, puede ser que las personas entiendan sus creencias con un grado tal de validez y fortaleza que las interpreten como últimas o definitivas.
Si las personas se muestran reacias con respecto al cambio de gustos aparentemente triviales, ¿imaginan la percepción con respecto a la posibilidad de modificar creencias fundamentales de la vida como las convicciones religiosas, políticas o sexuales?
Tal vez, la seguridad que nos proporcionan nuestras convicciones actuales nos nuble con respecto a la posibilidad de cambio. Al fin y al cabo, ¿nos aferraríamos a nuestras creencias más arraigadas si las viéramos como pasajeras o provisionales?
Tal vez, en este “confort psicológico” proporcionado por el “espejismo del fin de la historia” se encuentra una de las raíces de nuestra frecuente resistencia al cambio de las creencias, las tradiciones y los valores en que hemos sido formados.
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