MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

jueves, 25 de octubre de 2012

Un encuentro con el Comandante


-Por favor, me han indicado comunicarle que debe usted estar listo a las 10 de la mañana para recogerlo en su hotel y trasladarlo a una importante cita.
La edecana que me acompaña todo el tiempo en el confortable Mercedes Benz puesto a mi disposición, me ha comunicado la noticia con cierto aire de gravedad. Pongo rostro de interrogación, pero casi de inmediato respondo con una sonrisa ligera, brevísima. He comprendido al instante el objetivo del mensaje y no hago pues, ninguna pregunta.
-Ahí estaré esperando, comunico a mi amable y siempre sonriente anfitriona.
He venido a La Habana, a principio de febrero del dos mil doce, invitado por mi viejo y cordial amigo Abel Prieto, ministro de Cultura, quien por esos días ha sido "liberado" (conforme la terminología oficial cubana) del cargo, luego de quince años de ejercicio para pasar a ser Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Me ha invitado para asistir a la Feria Internacional del Libro, que sobrepasa ya la veintena de años, y que se dedica en esta ocasión al Gran Caribe, entre los que se incluye a nuestra media isla. Ha concluido ya el acto inaugural de la importante celebración, que se realiza a campo abierto, como la FIL dominicana, en los espacios de la fortaleza La Cabaña, otrora enclave colonial, otrora asiento de otro comandante señero, en los tiempos iniciales de la Revolución, hoy, un lugar de historia y esparcimiento. Cuando me trasladan a mi hotel, luego de cenar con escritores cubanos, mi edecana me comunica la noticia.
Al día siguiente, estoy temprano listo para lo que mande el día. En el comedor, a la hora del desayuno, coincido con un grupo de amigos: Frank Moya Pons, Manuel García Arévalo y José del Castillo (el hijo, actual Ministro de Industria y Comercio). Han venido a La Habana para participar en la feria en la presentación de un libro patrocinado por la Fundación de Manolito. Estamos alojados todos en un céntrico hotel de la inigualable capital cubana de los que Eusebio Leal ha restaurado en años recientes. El admirado historiador de La Habana ha consignado en un cartel de bronce colocado a la entrada del hotel que en ese lugar estuvo hospedado alguna vez el gran poeta gaditano Rafael Alberti y su esposa María Teresa León.
A las diez, cuando llegan puntualmente a recogerme al hotel, estoy en el lobby sentado desde hace media hora. Partimos hacia el Ministerio de Cultura, donde hay oportunidad para saludar a viejos amigos, conocer algunas personalidades latinoamericanas de las que se ha tenido noticias por alguna vía, y descubrir que entre los invitados al encuentro se encuentran otros dos compatriotas: el novelista Pedro Antonio Valdez y la poeta Chiqui Vicioso.
En ese momento, ya todos sabemos con quién será el encuentro. No era tampoco difícil suponerlo, pero como los cubanos poseen cierto talante misterioso, uno espera confirmación hasta el final, no vaya a ser que lo intuído resulte pura fantasía.
Todos -unos cuarenta tal vez- somos invitados a abordar un autobús. A mi lado viaja quien, en cuanto concluya la feria cubana del libro, será el sustituto de Abel Prieto en el Ministerio de Cultura, el viejo y siempre cordialísimo amigo Rafael Bernal Alemany, quien fuera viceministro de la cartera desde 1997. Charlamos animadamente durante el corto trayecto que nos lleva hacia el Centro de Convenciones donde, al llegar, de improviso, entramos a un espacio habilitado para comedor del grupo de comensales que, en breve tiempo, se convertirán en contertulios -callados, unos; activos, otros- del gran oficiante del encuentro previsto.
Frente a cada uno, un plato de ensalada mixta, y luego llega un trozo de carne de vaca con arroz blanco, y al final, un dulce de lechoza, que los cubanos llaman fruta-bomba. Son las 11:30 de la mañana, y me resisto a tomar ese almuerzo forzado. Hace apenas dos horas que he concluido mi desayuno y acostumbro comer sobre las dos de la tarde. Alguien a mi lado me sugiere dar cuenta del condumio a la vista, pero no puedo hacerlo. Horas más tarde, lo lamentaría. En mi mesa comparto con los poetas Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar, entre otros, y junto a mí el editor domínico-boricua Carlos Roberto Beras y el novelista Pedro Antonio Valdez.
Una hora más tarde, nos conducen al salón del encuentro. Hay expectación, entre saludos y camaradería (el vocablo adquiere tinte socialista, sin dudas, en este caso). Mis compañeros, en la fila tres donde me ubican, serán por toda la jornada, el hijo mayor del hombre que presidirá aquel largo momento, el novelista brasileño Vicente Battista, y un poco más allá, casi hosco, el ministro de cultura de un país africano.
Justo a la una de la tarde, se abre un portón a la derecha que conduce directamente al escenario, preparado con una rampa que facilita el ascenso de quien conducirá el encuentro. Han llegado minutos antes, discretamente, un par de hombres de la seguridad. Acompañado de dos colaboradores que le llevan, cada uno, de sus brazos, hace su entrada, ante la mirada atenta de los invitados, el Comandante Fidel Castro Ruz. El momento adquiere ribetes de privilegio. El hombre que ha dirigido los destinos de Cuba durante cincuenta y cuatro años, no se ha mostrado en público desde que en 2008 anunciara su condición de salud y renunciara a sus cargos, dejando el poder en manos de su hermano Raúl. Hace apenas una semana, en este febrero del dos mil doce, que apareció en público por primera vez en cuatro años, para presentar su nueva biografía, contada durante años a la periodista cubana Katiuska Blanco Castiñeira. La que ocurre en este mediodía cubano es pues, la segunda presencia pública del ex mandatario y hombre-fuerte de la revolución después del anuncio de su enfermedad y retiro. Lo hace frente a intelectuales latinoamericanos presentes en La Habana para asistir a su feria del libro.
El Comandante camina muy lentamente, mientras los presentes aplauden. A la derecha, en un rincón del auditorio, se ubica la esposa Dalia Soto del Valle, una mujer que casi nunca antes se había mostrado en público, y que ahora parece acompañar permanentemente a su compañero de hace más de cincuenta años. Con ella, está a su lado, su hijo Antonio, médico de cabecera del Comandante. Y tomando fotos constantemente, otro de sus hijos, Alex, aficionado a la fotografía.
Abel Prieto introduce el momento. Estará a su lado durante todo el encuentro. Fidel inicia su exposición -nada ha sido previsto, hablará de seguro sobre lo que le plazca- con voz casi inaudible. Fidel Félix Castro, el hijo de Mirtha Díaz Balart, su primera esposa, está a mi lado y me susurra: "En poco rato, tomará fuerza y hablará con mayor potencia". Lo dice, sin dudas, advirtiendo que no oigo bien a su padre, pero también admirando sus condiciones.
Rememorará momentos de su larga historia de político, guerrillero, líder revolucionario, dirigente de los países no alineados, combatiente antiimperialista, hombre de mano dura, mientras con sus ojos vivaces observa hacia todos los lados del auditorio. Cuando reconoce a alguien entre el gentío, lo saluda con una inclinación de cabeza o con las manos. Su exposición guarda coherencia con su discurso político de tantos años, pero Fidel luce, tal vez, más sosegado, vale decir -aunque suene una herejía- más conservador en la elaboración de sus juicios. No parece ya el padre, sino el abuelo de una revolución que ha quedado atrás, aunque él no parezca comprenderlo.
Habla de todo. Siempre habló de todo, se internó en todos los temas, incursionó en todos los géneros, manejó todas las instancias. Es un veterano. Ignorar que es un semi-dios de la palabra política y del albur histórico, es una soberbia insensatez. Verlo -y escucharle- de cerca, es sin dudas, un acontecimiento. Estamos en el siglo veintiuno y él es, sin dardos peyorativos, un hombre del siglo veinte. De los que más.
Me provoca interés su exposición sobre Cayo Confite. Y de su visita a Caracas, a poco de triunfar la revolución.
-Rómulo Betancourt estaba a mi lado en aquella multitudinaria manifestación de recibimiento en Caracas. Me siento apenado cuando la multitud abuchea al presidente venezolano, y me aplaude a rabiar a mí.
Fidel describe aquella historia con lujo de detalles. Lo hace antes, y después, con otros sucesos de su vida que recuerda vivamente. Me resulta claro que mantiene su lucidez, aunque le falte el vigor y la altivez de sus años gloriosos. Es una reliquia del tiempo.
Seguirá desbrozando temas sin fin. Es notorio su empeño en abrevar en su propia biografía. Al fin y al cabo, ella -su biografía- es la protagonista principalísima de la historia de Cuba desde 1958. Desde antes, desde mucho antes. Ahora ya no es, sin medias tintas, el principal y único protagonista. El liderazgo absoluto ha cedido. Pero, su figura sigue siendo referente sustancial de todo el fenómeno revolucionario, o por lo menos, o por lo más, la personalidad envuelta en esa biografía casi inabarcable, y por su extensión casi inacabable, es contra todo decir, un espacio ideológico y físico, fundamental e inamovible en su grandiosidad, no importe que ahora camine -el líder y su revolución- llevado casi en hombros, abrazado a las muletas de sus guardaespaldas.
Cinco horas después, se hace una pausa para ir a la planta baja a un refrigerio muy liviano, mientras el Comandante pasa a una sala habilitada para él, contigua al auditorio. Media hora más tarde, continúa el encuentro que, se me olvidaba contarlo, está siendo televisado a toda Cuba y que luego se convertirá en libro. Tanta importancia se otorga al momento.
Al regreso, comenzarán las intervenciones -algunas excesivamente laudatorias- y las preguntas. Asisten al encuentro, ministros de distintas latitudes, escritores caribeños y funcionarios de la cultura cubana (Fernández Retamar, Miguel Barnet, Eusebio Leal, entre otros). Destaca, silencioso, en la primera fila, el mexicano Sergio Pitol.
-Que diga algo el mexicano, sugiere Fidel en algún momento. Miguel Barnet le hace señas de que el laureado y admirado escritor azteca no puede hablar. Tiene un padecimiento de memoria que viene afectando desde hace un tiempo su andadura humana.
Y sobresaliendo entre el conglomerado, los que cumplen con fidelidad (Fidel=Fiel) su disciplinada tarea de emisores intelectuales de la revolución cubana por el mundo: Frey Betto, Ignacio Ramonet, el brasileño Battista, la esposa de otro brasileño importante, amigo de Fidel, el arquitecto Oscar Niemeyer, y varios más, quienes llevan la "voz cantante" durante el encuentro.
El Comandante sigue respondiendo todas las preguntas y agradeciendo los elogios, las gracias por su salud y su pensamiento "vigente, coherente y orientador", afirmación emocionada, casi hasta el paroxismo, de uno de los contertulios de esta noche. Ya son las ocho de la noche y el encuentro comenzó a la una de la tarde. Antonio, el hijo médico, ha estado colocando frente al Comandante, cada hora y media o dos horas según los cálculos que llevo, una taza de algún líquido que Fidel va tomando a sorbos. No toca el agua que le han puesto también sobre la mesa. Solo esta bebida, que podría ser té. No lo sabemos. Cuando llevamos siete horas y media del encuentro, Antonio le pasa una nota a su padre que éste lee:
-Bueno, me dicen aquí que ya es suficiente, que la velada ha sido larga y que debo descansar. Pero, yo me pregunto qué voy yo a hacer en mi casa a esta hora. Mejor, seguimos conversando.
Y entonces, le sugiere al auditorio:
-Qué ustedes creen, tomamos un breve descanso para ir al baño y regresamos en quince minutos.
Obvio. Todos asienten, aunque el hambre y el cansancio crecen con las horas, sobre todo para los que no almorzamos aquel trozo de carne con arroz blanco a las once y treinta minutos de la mañana, o apenas tomamos agua y un sorbo de jugo de piña en el primer break. No habrá café ni jugos ni bizcochitos en esta segunda pausa.
Cuando todos regresan, el Comandante se tomaría dos horas y media más de conversación. En el descanso, converso con una alta personalidad de la vida cubana y le comento la fortaleza de aquel hombre que con sus ochenta y siete años a cuestas, de intensas y extensas vivencialidades, y sus severos achaques que el semblante y la figura permiten ver sus secuelas, se ha mantenido tantas horas sentado frente a un auditorio sin mostrar cansancio, y deseando continuar la velada. El funcionario me informa que la bebida que le lleva Antonio, y de la que toma tres o cuatro tazas durante todo el encuentro -sorbo a sorbo, sin apuros-, es un té de una planta encontrada en República Dominicana llamada moringa. Es la primera noticia que tengo de esta planta y sus poderes medicinales.
-Enviaron un equipo científico a Santo Domingo a analizar la planta, y desde allí llega a la mesa del Comandante para paliar sus achaques. Dicen que es milagrosa, me informa el funcionario. (Comentaría el caso a allegados cuando regresé a mi país, y la ignorancia era casi total. Sólo el doctor Abel Rodríguez del Orbe me dijo que conocía muy bien la planta y la historia del uso que le daba Fidel, y seguro de sus propiedades curativas me informó que tenía sembradas varias tareas de tierra de Moringa. Una de las añejas servidoras domésticas de mi casa, me dijo que en su campo de San Cristóbal esa era una planta común y corriente, y que me traería unas ramas para que la conociera. No sólo trajo las ramas sino también algunas plantitas. Mi esposa tiene en el patio de la casa a esta hora, unas cinco plantas en crecimiento. Por un amigo poeta supe que un destacado periodista de la televisión, traía la moringa en cápsulas desde Miami, y que ya eran muchos los que estaban anotados en su consumo. Entonces me enteré que mi concuñado Fernando Fernández tiene una amplia plantación de moringa y que se propone exportarla en cápsulas en sociedad con unos alemanes. Meses después, Nuria Piera ofreció, en extenso reportaje, los detalles de la moringa, y comenzó entonces el boom moringuero en las calles de Santo Domingo).
El Comandante no tiene deseos de partir. La última, y tediosa, parte del encuentro la ha dedicado a leer los "partes noticiosos" que encuentra en el internet diariamente. Al viejo combatiente le sobra ahora el tiempo, y no hay mejor terapia para el tedio que navegar en la red. Las notas que lee, y las que concitan su mejor atención, es la referida a descubrimientos, a importantes hallazgos de la ciencia y a la evolución de la humanidad en el terreno del conocimiento científico. Una a una, va desgranando ante todos aquellas noticias que parecen no tener fin.
-Observen, esta es del 10 de diciembre, y dice… Esta otra es más vieja, del 14 de octubre, y escuchen lo que señala... Y esta otra, es recientísima, apenas de hace tres días, y afirma...
Cuando llevamos nueve horas y media de ser escuchadores de aquel inmenso protagonista de la tarde y la noche, de las mañanas, tardes, noches y madrugadas de más de cinco decenios de la cubanía, el Comandante, al fin, mandó a parar. Dijo unas palabras de agradecimiento y concluyó la extensa tertulia que los cubanos, tan dados a la titulación exagerada, denominaron "Encuentro por la Paz y la preservación del medio ambiente", aunque aquel título no correspondiera en ningún momento con los temas abordados y los objetivos buscados con la reunión citada.
-Cómo es que le han llamado a esto, dijo el Comandante casi en los finales del encuentro, mientras daba la vuelta a su sillón para leer el cartel colocado a sus espaldas.
Hay tiempo aún para fotos, y Fidel atiende todas las solicitudes con amabilidad, sin evidenciar cansancio. Han pasado diez horas y media desde que llegamos al Centro de Convenciones, donde ha tenido lugar el encuentro. Nada sólido, y líquido solo un vaso de agua, hemos ingerido durante todo este largo tramo. Acudimos todos presurosos al autobús. Fernández Retamar me pide mi móvil para llamar a su casa. Hacía tiempo, con toda seguridad, que no tenían los funcionarios cubanos una larga tenida con el Comandante. Casi, se habían desacostumbrado. Cuando llego al hotel, ya todos duermen. Encuentro sobre la mesa de la habitación un ramo de flores y un vino de mi entrañable Socorro Castellanos, la querida Cocó que cumple funciones diplomáticas en la capital cubana, que tan bien conoce. Y justo al lado, para mi sorpresa, con elegante envoltura, los dos gruesos volúmenes de "Guerrillero del tiempo", las conversaciones del líder histórico de la revolución cubana con Katiuska Blanco, con una tarjeta de saludos autografiada por el Comandante. Después de un buen baño, saco fortaleza y comienzo a leer las intervenciones en la presentación del libro, ocurrida apenas una semana antes del suceso que aquí narro, de los amigos Abel Prieto Jiménez y Miguel Barnet Lanza, insertadas en un folleto que acompaña los tomos citados. Ese día, como sentencia Katiuska en el primer capítulo de la obra, supe un poco más del hombre oculto tras las investiduras de la historia. El sueño me vence pensando que, unos a favor, otros en contra, unos rendidos ante su aplastante personalidad, otros consumidos por un largo tiempo de aversión y encono con sus ejecutorias, Fidel Castro, el Comandante, es un hombre-historia al que ningún observador de la conducta humana y del territorio de las vivencias del tiempo, puede soslayar.
La que ocurre en este mediodía cubano es pues, la segunda presencia pública del ex mandatario y hombre-fuerte de la revolución después del anuncio de su enfermedad y retiro. Lo hace frente a intelectuales latinoamericanos presentes en La Habana para asistir a su feria del libro.

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