Venezuela sumida en
la guerra civil
Por: Atilio Borón
Sectores de la oposición
generan violencia en Venezuela.
Desgraciadamente ahora le toca hablar a las armas, antes de que, como dijera en su tiempo Simón Bolívar, el chavismo tenga que reconocer que también él ha “arado en el mar” y que toda su esperanzadora y valiente empresa de emancipación nacional y social haya saltado por el aire y desaparecido sin dejar rastros. No hay que escatimar esfuerzo alguno para evitar tan desastroso desenlace.
Desgraciadamente ahora le toca hablar a las armas, antes de que, como dijera en su tiempo Simón Bolívar, el chavismo tenga que reconocer que también él ha “arado en el mar” y que toda su esperanzadora y valiente empresa de emancipación nacional y social haya saltado por el aire y desaparecido sin dejar rastros. No hay que escatimar esfuerzo alguno para evitar tan desastroso desenlace.
Siguiendo el guion
pautado por los expertos y estrategos de la CIA especializados en
desestabilizar y demoler gobiernos, en Venezuela la contrarrevolución produjo
un “salto de calidad”: del calentamiento de la calle, fase inicial del proceso,
se pasó a una guerra civil no declarada como tal pero desatada con inusual
ferocidad.
Ya no se trata de guarimbas, de ocasionales refriegas o de violentos
disturbios callejeros. Los ataques a escuelas, hospitales infantiles y
maternidades; la destrucción de flotas enteras de autobuses; los saqueos y los
ataques a las fuerzas de seguridad, inermes con sus cañones de agua y gases
lacrimógenos ante la ferocidad de los mercenarios de la sedición y el
linchamiento de un joven al grito de “chavista y ladrón” son síntomas
inequívocos que proclaman a los gritos que en Venezuela el conflicto ha
escalado hasta convertirse en una guerra civil que ya afecta a varias ciudades
y regiones del país. Si algo faltaba para caer en cuenta de la inédita gravedad
de la situación y de la determinación de las fuerzas sediciosas de consumar sus
designios hasta sus últimas consecuencias el emblemático incendio de la casa
natal del Comandante Hugo Chávez Frías pone doloroso fin a cualquier especulación
al respecto.
Sería ingenuo y
suicida pensar que la dinámica de este enfrentamiento, concebido para generar
una devastadora crisis humanitaria, puede ser otra cosa que el prólogo para una
“intervención humanitaria” del Comando Sur de Estados Unidos. Esta amenaza
exige de parte del gobierno bolivariano una respuesta rápida y contundente,
porque a medida que pase el tiempo las cosas irán empeorando. El patriótico y
democrático llamado del presidente Nicolás Maduro a una Constituyente sólo
sirvió para atizar la violencia y el salvajismo de la contrarrevolución. La
razón es bien clara: esta no quiere una solución política de la crisis que ella
misma ha creado. Lo que pretende es profundizar la disolución del orden social,
acabar con el gobierno chavista y aniquilar a toda su dirigencia, propinando un
brutal escarmiento para que en los próximos cien años el pueblo venezolano no
vuelva a tener la osadía de querer ser dueño de su destino. Los intentos de
acordar con un sector dialoguista de la oposición fracasaron por completo. No
por falta de voluntad del gobierno sino porque, y esa es la ominosa realidad,
la hegemonía de la contrarrevolución ha pasado, en la coyuntura actual, a manos
de su fracción terrorista y esta es comandada desde Estados Unidos. En Venezuela
se está aplicando, con metódica frialdad y bajo el permanente monitoreo de
Washington, el modelo libio de “cambio de régimen”, y sería fatal no tomar
conciencia de sus intenciones y sus consecuencias.
El gobierno
bolivariano ha ofrecido en innumerables ocasiones el ramo del olivo para
pacificar al país. No sólo su oferta fue desechada sino que la derecha golpista
escaló sus actividades terroristas. Ante ello, la única actitud sensata y
racional que le resta al gobierno del presidente Nicolás Maduro es proceder a
la enérgica defensa del orden institucional vigente y movilizar sin dilaciones
al conjunto de sus fuerzas armadas para aplastar la contrarrevolución y
restaurar la normalidad de la vida social. Venezuela es objeto no sólo de una
guerra económica, una brutal ofensiva diplomática y mediática sino que, ahora,
de una guerra no convencional que ha cobrado más de medio centenar de muertos y
producido ingentes daños materiales. “Plan contra plan”, decía Martí. Y si una
fuerza social declara una guerra contra el gobierno se requiere de éste una
respuesta militar. El tiempo de las palabras ya se agotó y sus resultados están
a la vista.
Y esto es así porque
lo que está en juego no sólo es la Revolución Bolivariana; es la misma
integridad nacional de Venezuela la que está amenazada por una dirigencia
antipatriótica y colonial que se arrastra en el estiércol de la historia para
implorar al jefe del Comando Sur y a los mandamases de Washington que acudan en
auxilio de la contrarrevolución. Si esta llegara a triunfar, ahogando en sangre
al legado del Comandante Chávez, Venezuela desaparecería como estado-nación
independiente y se convertiría, de facto, en el estado número 51 de Estados
Unidos, apoderándose mediante esta conspiración de la mayor riqueza petrolera
del planeta. Sería ocioso detenernos a elaborar el tremendo retroceso que tal
eventualidad tendría sobre toda Nuestra América. Queda muy poco tiempo, días
apenas, para erradicar esta mortal amenaza.
La absoluta y
criminal intransigencia de la oposición terrorista cierra cualquier otro camino
que no sea el de su completa y definitiva derrota militar. Desgraciadamente
ahora le toca hablar a las armas, antes de que, como dijera en su tiempo Simón
Bolívar, el chavismo tenga que reconocer que también él ha “arado en el mar” y
que toda su esperanzadora y valiente empresa de emancipación nacional y social
haya saltado por el aire y desaparecido sin dejar rastros. No hay que escatimar
esfuerzo alguno para evitar tan desastroso desenlace.
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