MORAL Y LUCES

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viernes, 4 de octubre de 2013

Libia, un tiempo después

LIbia

Libia parece detenida en el tiempo. Contrariamente a la gran cobertura “precisa” y constante de los medios masivos de comunicación en la operación de la OTAN para “liberar” al pueblo libio, después del asesinato de Muammar al-Gaddafi hace ya dos años a manos de los “rebeldes”, la nación aparenta estar en estado de coma. Hechos de última hora —el ataque a la embajada rusa y el informe de la ONU sobre el uso de la tortura en cárceles de ese país— vienen siendo destellos de una hemorragia interna que escapa de las prioridades de la prensa occidental.
 “El único camino al cielo es el camino al aeropuerto”, decía un letrero pintado en un muro en el paseo marítimo en Trípoli. Libia ha cambiado. En cierto modo, el cambio que pedía el presidente estadounidense, Barack Obama, para ese pueblo “oprimido por un régimen dictatorial”, tuvo éxito. Ahora gobierna un grupo de señores de la guerra, al estilo somalí, y con la huella de Iraq y Afganistán.
Diversas historias publicadas recientemente en la revista The Economist, narran lo que ha estado pasando en este último año. En la ausencia de un gobierno viable o de instituciones de seguridad nacional, las milicias armadas se han apoderado de las calles. Ciudades como Trípoli, se pasan semanas sin agua y servicio eléctrico. Los asesinatos y la corrupción se han elevado a niveles incalculables.
“Nadie está a salvo en Libia”, gritaba una cara desconocida entre la humilde multitud que había nacido en esa región del norte de África. No importa si ayudaste a repartir armas a la “rebelión”. No importa si financiaste toda la invasión, o si en persona entregaste las bombas que la OTAN dejó caer sobre la población civil. Libia no es país para viejos.
La mayoría de los expertos coincidieron en que la guerra contra Gaddafi tenía como objetivo principal apoderarse del petróleo de esa región. Como mismo lo vivieron países africanos por sus recursos naturales. Ahora Siria se siente en el pellejo de su vecino por lo que muchos llaman el recurso fundamental del siglo XXI, el gas. Sin embargo, la situación se les escapa de las manos.
Lo que vendría siendo el botín por su participación en la guerra contra el “dictador” Gaddafi,  pasó a manos de las milicias que controlan la mayoría de los campos de petróleo y la terminal de exportación. Todo el que estaba dispuesto a “ayudar” en la reconstrucción de Libia parece haberse esfumado. Magnates y negociantes franceses y británicos quienes esperaron ansiosos meses de bombardeos y destrucción de todo el patrimonio cultural libio, salieron del país luego del asesinato del embajador estadounidense y los ataques a varias embajadas y consulados extranjeros. La situación ha llegado a tal punto, que el mismísimo primer ministro libio, Ali Zidan, amenazó con bombardear cualquier cargamento petrolero que se dirija cerca de estos emplazamientos.
Lo mismo sucede al sur de Iraq, y ahora también al este de Siria. “Las milicias y las tribus locales controlan los campos de petróleo de Deir Al-Zour, refinan ellos mismos el petróleo a mano y lo venden ilegalmente”, dijo el periodista árabe Abdel Bari Atwan, del sitio web Global Research.
La situación es difícil, incluso para los propios políticos que tomaron el poder luego de arrebatarle el mando a Gaddafi. El pasado 4 de agosto dimitió el primer ministro de Libia Awadh al-Barassi. En su lugar, Ali Zeidan da codazos con las diferentes etnias que se reparten el país. El propio ministro del Interior —hasta el 18 de agosto— renunció luego de un cortísimo periodo en funciones, alegando el fracaso en hacer frente al descontento, la violencia, y en ganarse la confianza del pueblo o en financiar adecuadamente a las agencias del Estado para proporcionar los servicios más básicos.
Entre tanto, para el mundo, Libia permanece inamovible. La mayoría de los corresponsales abandonaron el país, o han muerto en el intento. Los asesinatos de políticos y periodistas, se han convertido en la noticia innata de los medio locales. Incluso, el coronel Yussef Ali al-Asseifar, encargado de investigar dichos asesinatos y darle fin a la corrupción que reina en el país, fue asesinado por una bomba colocada en su coche.
Algunas personas ven en esto, un periodo transitivo, una situación provisional que pasará y habrá al fin esa “paz” que occidente quería para el pueblo libio. No obstante, el fantasma de Iraq y Afganistán persigue convicciones. El pueblo dejó de creer en “intervenciones humanitarias” y hasta el propio gobierno, desde la voz del ministro de Exteriores libio Mohammad Abdel Azziz, mostró su rechazo el pasado 4 de septiembre a la intervención norteamericana a Siria, hecho que sorprendió a la comunidad internacional, cuando arremetió en una reunión especial de la Liga Árabe presidida por él para discutir los posibles ataques aéreos estadounidenses contra el gobierno de Bashar al-Assad.
¿Será que el gobierno Libio, arrepentido del negocio con sus amigos de occidente, no quiere el mismo futuro para sus vecinos? Al parecer, la opinión de quienes colocaron en el poder para dirigir Libia post-Gaddafi ha cambiado a consecuencia de las experiencias de su propio país tras la intervención militar occidental. Una experiencia que acompaña a Somalia, Mali, Afganistán, Iraq, entre otros tantos, y que Siria e Irán, no están dispuestas a sufrir en pellejo propio.
Han  transcurrido dos años desde la caída del líder libio y el hecho más importante que parece haber ocurrido en ese país, fue el ataque a la embajada estadounidense el pasado 11 de septiembre de 2012, en el cual perdieron la vida 4 personas, entre ellas, el embajador norteamericano Christopher Stevens. Un hecho en el que todavía están por ver los verdaderos motivos y las repercusiones futuras para el Oriente Medio.
Libia
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