Al observar la situación dominicana, y su fracaso en conseguir mejores estadios de desarrollo para todos, notamos enseguida que gran parte del problema ha radicado en la incapacidad del liderazgo político y empresarial para lograr consensos sobre los grandes temas nacionales.
La república nació con dos visiones antagónicas, una liberal que creía en la independencia, y otra conservadora que no tenía fe en los destinos nacionales.
La lucha suma cero entre los bandos que se disputaban nuestra pobreza llevó al país casi al borde del precipicio. Las únicas obras que se podían mostrar eran de desarrollo material fomentadas por la “ideología del progreso”, y no de institucionalidad del Estado.
Ajusticiado Trujillo, que supo acumular e invertir a través del despojo a todos los dominicanos, se abrió una ventana a la esperanza, pero de nuevo la incapacidad de los liderazgos políticos y económicos, con gran temor al cambio, nos retrotrajeron al “despotismo ilustrado”.
Con los gobiernos de los últimos 50 años hemos visto desaparecer los vestigios de un empresariado burgués y la entronización de una casta político-empresarial que vive del Estado y que, por tanto, no tiene vocación de consenso.
Will y Ariel Durant en “Las lecciones de la historia”, observaron que “cuando un grupo o civilización declinan, no lo hacen a través de místicas limitaciones de la vida corporativa, sino por medio del fracaso de sus líderes políticos o intelectuales en enfrentar los retos del cambio”.
Sin consenso es imposible el cambio democrático.
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