Juan Bosch
No acepto la tesis de que el hombre es
el producto de su propia psicología. Creo que la psicología humana es el
producto de la sociedad; que ésta ha hecho al hombre tal como lo conocemos
después de haber evolucionado a lo largo de millones de años. Podemos decir con
toda propiedad que desde que empezó a hablar, y por tanto a vivir en sociedad,
el hombre es socializado a partir de su nacimiento; la sociedad va formándolo a
su imagen y semejanza para que sea una de sus partes integrantes, y eso se da
lo mismo en una sociedad de recolectores que en una de cazadores, en la
esclavista, la feudal, la capitalista o en la socialista.
Toda sociedad va formando a sus miembros
desde el momento en que nacen, y lo hace a través de la madre, del padre, del
núcleo familiar, mediante una enseñanza que se va transmitiendo por medio de la
palabra o por presión de los acontecimientos cotidianos. Esa presión es la que
va creando la psicología de los seres humanos, lo que nos indica que la
psicología es obra de la sociedad y no ésta de aquélla, aunque, como sucede en
todo lo que vive, una influya en la otra y viceversa, para modificarse
mutuamente.
Los grandes hombres son productos
inmediatos de las crisis positivas y negativas de las sociedades en las cuales
se han formado y actúan, y digo crisis positivas y negativas porque no todas
tienen el mismo signo y además porque de igual manera que hay grandes hombres
positivos los hay que son o han sido grandes hombres negativos, que eso depende
de quienes los califican. Simón Bolívar, que fue positivo para los
hispanoamericanos fue todo lo contrario para la mayoría de los españoles, y
sobre todo para los que sacaban provecho de la existencia del imperio español.
El gran hombre aparece en los momentos
decisivos de la historia de su pueblo, esto es, cuando una crisis hace estallar
los moldes sociales en que ese pueblo ha estado viviendo, a veces durante
siglos; aparece entonces porque sus condiciones de carácter, que generalmente
han permanecido ocultas para todo el mundo y a menudo hasta para él mismo, le
permiten desarrollar una capacidad de acción u otras formas de expresión de su
personalidad que resultan ser las más adecuadas para dirigir a las masas en esa
hora de crisis, pero esas condiciones de carácter habían sido elaboradas en el
héroe por fuerzas de origen natural, como, por ejemplo, una determinada
conformación cerebral, combinada con las presiones de la sociedad en que se
había formado. Entre tales fuerzas ocupa un lugar decisivo lo que ahora
llamamos ideología, que es un producto neto de la sociedad, aún si se trata de
una parte de ella, como es la clase social de la persona que la comparte.
En suma, que el hombre no es producto de
sí mismo, de tales o cuales condiciones psicológicas, sino que es el producto
de su sociedad porque ésta es la fuente de la psicología de la persona; y a tal
extremo esto es así que en la sociedad de clases resulta fácil distinguir, a
través de sus expresiones psicológicas, al capitalista del obrero y a éste del
que le queda más cerca en términos clasistas, que es el bajo pequeño burgués
pobre y muy pobre.
En lo que se refiere a la vocación,
todavía la ciencia no ha llegado al punto de determinar cuál es su origen, pero
se sabe que son muchos los hombres y las mujeres que han sentido el llamado de
una vocación, a veces desde los años más tempranos. Las personas que sienten
ese llamado son capaces de hacer toda suerte de sacrificios para seguir el
impulso que llamamos vocación. Unas abandonan a sus familias y se van a correr
mundo en busca de ambientes en que puedan desarrollar las capacidades que les
permitan ser lo que quieren ser; las hay que viven aventuras fabulosas y se
juegan hasta la vida persiguiendo lo que creen que es su destino; y unas más,
otras menos, todas tienen una convicción profunda, sin saber por qué, de que
podrán hacer aquello que persiguen, y que haciéndolo se destacarán entre todos
los seres humanos; alcanzarán la gloria o el poder, pasarán a ser personajes
importantes e influyentes.
¿Dónde está el Origen de la vocación?
Sin duda en el cerebro humano. Ese
conjunto de materia orgánica que tenemos en la bóveda craneana está formado por
miles de millones de células nerviosas o neuronas. Entre ellas las hay que tienen
relación con el don de la palabra, con el de la vista o el olfato, y aunque el
fenómeno de la vocación no haya sido debidamente estudiado, sin duda hay
también, en el caso de las personas que sienten la vocación, las que emiten ese
mensaje poderoso de la vocación que lanza a la persona que lo siente a hacer
cualquier sacrificio para seguirlo.
¿Por qué viene ese mensaje del cerebro
de la persona que lo recibe? Porque antes de salir del cerebro éste había
recibido el impulso que dio origen a lo que acabaría siendo la vocación. Por
alguna vía, en los años de la infancia, al cerebro del músico llegaron los
sonidos de un instrumento, o el elogio de ese instrumento o de alguien que lo
tocaba, y por alguna vía llegó al cerebro de un niño la preocupación de una o
de más personas por los problemas políticos o la admiración por un héroe
popular; y en otros casos, las circunstancias llevaron a ejercer la carrera de
médico a un sujeto que no sintió la vocación de curar enfermos, pero a lo largo
del ejercicio de la profesión fue formándose en él una conciencia de su función
social que acabó moldeando su vida al grado de que sintió la necesidad de
consagrarse a la lucha contra la enfermedad y el sufrimiento físico.
Aplíquese lo dicho al caso de los
políticos, que pueden serlo por vocación pero también por formación como
resultado de su trabajo social, y veremos que desde cualquier punto de vista
que adoptemos, la sociedad hace al hombre como ente social, a veces de manera
directa y a veces de manera indirecta; a veces valiéndose de ese poderoso
impulso que llamamos vocación y a veces porque se impone esa especie de ley del
desarrollo social que enunciamos diciendo que en la medida en que el ser humano
va haciendo un trabajo ese trabajo va haciendo al ser humano.
Hablemos ahora del oficio del político,
esto es, de aquellas personas que se dedican a la actividad política y no hacen
otra cosa, al menos como tarea principal en sus vidas. Los que podríamos llamar
políticos de oficio aparecen en una sociedad cualquiera, lo mismo en la
esclavista griega o romana que en la feudal, la capitalista francesa o
norteamericana o la socialista de la Unión Soviética o de Cuba, como resultado
de la división social del trabajo, pues así como al médico le toca la tarea de
curar a los enfermos y a los maestros la de enseñar a los niños, así al
político le toca la de manejar el aparato del Estado, y para manejar ese
aparato hay que saber organizar y dirigir hombres agrupados en partidos,
sindicatos, asociaciones, actividad sumamente difícil, complicada, delicada,
porque en la Tierra no hay material más volátil que el ser humano.
En una sociedad de capitalismo tardío
como es la de la República Dominicana, la división social del trabajo es tan
lenta que es ahora, ya entrado en los últimos veinte años del siglo XX, cuando
comienzan a formarse los políticos dominicanos de oficio, y todavía en 1981
hallamos que en la clase dominante abundan las personas que consideran al
político de oficio como una plaga maligna de la cual se habla con palabras denigrantes.
En el país hay gentes que parecen políticos porque actúan en la vida pública,
pero ignoran de manera increíble qué es y cómo funciona el aparato del Estado,
y no entienden una palabra de la relación que hay entre la economía, la
sociología y hasta la historia y las funciones políticas. Pero ésa no es una
característica propia nada más de nuestro país. Lo es de la mayoría de los que
forman el llamado Tercer Mundo. En muchos de ellos la política es el escenario
donde se exhiben personas que andan en busca de su promoción social porque
detrás de ella está la promoción económica o están los privilegios que puede
proporcionar el Estado con su poder político y económico, como por ejemplo un
cargo de embajador en París o en Roma, ciudades donde la vida es dulce, para
decirlo con el lenguaje del cinematógrafo, y abundan las mujeres hermosas que
se sienten atraídas por los personajes exóticos.
El oficio de la política es tan
necesario y tan útil en una sociedad que sin él ninguna podría sostenerse sobre
sus propios pies. Mantener funcionando el aparato del Estado es un trabajo
arduo y tan eminentemente necesario que no hay manera de concebir la existencia
de una sociedad que no esté organizada en Estado, no importa cuál sea el tipo
de ese Estado. Y por otra parte, una clase dominante no puede convertirse en
una clase gobernante si no tiene a su disposición la cantidad y la calidad de
políticos de oficio que son indispensables para que el aparato del Estado
funcione en toda su capacidad, sin tropiezos que lo hagan tambalear y caer en
el desorden, espectáculo que hayamos con frecuencia excesiva en la historia de
los países de capitalismo tardío.
De los políticos que han llegado a la
política impulsados por la vocación salen los grandes guías de sus pueblos,
pero de los que ejercen concienzuda y pacientemente el oficio político depende
en gran medida la estabilidad social en cualquier régimen, puesto que no
estamos hablando de ningún sistema en particular sino de la política y su razón
de ser en forma abstracta; esto es, de los principios que la rigen en cualquier
tipo de sistema social y político de los varios que ha conocido la historia
humana.
No basta tener ideas; hay que hacerlas
realidad en lo grande y en lo minúsculo”. “El hombre no puede cumplir su
destino en la sociedad sino convierte sus ideas y sus deseos en hechos,
porque sólo los hechos tienen verdadero valor en la vida social”. Juan Bosch.
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