Por Atilio Boron*
Hay
discursos que sintetizan una época. El que pronunciara Winston Churchill en el
Westminster College, en Missouri, en marzo de 1946 es uno de ellos. Allí
popularizó la expresión “cortina de hierro” para caracterizar a la política de
la Unión Soviética en Europa y, según algunos historiadores, marcó con esa
frase el inicio de la Guerra Fría. Antes, en abril de 1917, un breve discurso
de Lenin al llegar de su exilio suizo a la Estación Finlandia de San
Petersburgo anunciaba, ante la sorpresa de su entusiasta audiencia animada por
los acordes de La Marsellesa, que la humanidad estaba pariendo una nueva etapa
histórica, pronóstico que habría de confirmarse en Octubre con el triunfo de la
Revolución Rusa. En Nuestra América, un papel semejante cumplió “La historia me
absolverá”, el célebre alegato con el que, en 1953, el joven Fidel Castro Ruz
se defendió de las acusaciones del dictador cubano Fulgencio Batista por el
asalto al Cuartel Moncada.
En esta línea habría que agregar el
discurso pronunciado por Vladimir Putin el 24 de
octubre de este año en el marco del XIº Encuentro Internacional de Valdai, una
asociación de políticos, intelectuales y gobernantes que anualmente se reúnen
para discutir sobre la problemática rusa y, en esta ocasión, la preocupante
situación mundial. [1] Las tres horas insumidas por
el discurso de Putin y su amplio
intercambio de opiniones con algunas personalidades de la política europea
-entre ellos el ex primer ministro de Francia, Dominique de Villepin y el ex
canciller de Austria Wolfgang Schuessel- o con académicos de primer nivel, como
el gran biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, fue convenientemente ignorado por
la prensa dominante. El líder ruso habló claro, sin medias tintas y abandonando
de partida el lenguaje diplomático. Es más, al inicio de su discurso recordó la
frase de uno de ellos que decía que “los diplomáticos tienen lenguas para no
decir la verdad” y que él estaba
allí para expresar sus opiniones de manera franca y dura para, como ocurriera
después, confrontarlas con las de sus incisivos interlocutores a quienes
también les hizo unas cuantas preguntas. Discurso ignorado, decíamos, porque en
él se traza un diagnóstico realista y privado de cualquier eufemismo para
denunciar el aparentemente incontenible deterioro del orden mundial y
los diferentes grados de responsabilidad que les cabe a los principales actores
del sistema. Como de eso no se debe hablar, y como el mundo tiene un líder
confiable y eficaz en los Estados Unidos piezas oratorias como las de Putin
merecen ser silenciadas sin más trámites. Un breve comentario en el New York
Times al día siguiente, con énfasis en algunos pasajes escogidos con
escandalosa subjetividad; algunas notas más con las mismas características en
el Washington Post y eso fue todo. El eco de ese discurso en América Latina,
donde la prensa en todas sus variantes está fuertemente controlada por
intereses norteamericanos, fue inaudible. Por contraposición, cualquier
discurso de un ocupante de la Casa Blanca que asegure que su país es una nación
“excepcional” o “indispensable”, o que difame a líderes o gobiernos que no caen
de rodillas ante el mandato estadounidense corre mucha mejor suerte y encuentra
amplísima difusión en los medios del “mundo libre”. ¿Qué dijo Putin en su
intervención? Imposible reseñar en pocas páginas su discurso y las respuestas a
los cuestionamientos hechos por los participantes. Pero, con el ánimo de estimular
una lectura de ese documento resumiríamos algunas de sus tesis como sigue a
continuación. Primero, ratificó sin pelos en la lengua que el sistema
internacional atraviesa una profunda crisis y que
contrariamente a relatos autocomplacientes -que en Occidente minimizan los
desafíos del momento- la seguridad colectiva
está en muy serio peligro y que el mundo se encamina hacia un caos global.
Opositores políticos quemados vivos en el sótano del Partido de las Regiones
por las hordas neonazis que se apoderaron del gobierno en Ucrania, el derribo del
vuelo MH17 de Malasya Airlines por parte de la aviación ucraniana y el Estado
Islámico decapitando prisioneros y blandiendo sus cabezas por la Internet son
algunos de los síntomas más aberrantes de lo que según un internacionalista
norteamericano, Richard N. Haass, es la descomposición del sistema
internacional que otros, situados en una postura teórica y política
alternativa, como Samir Amin, Immanuel Wallerstein, Chalmers Johnson y Pepe
Escobar, prefieren denominar “imperio del caos.” Esta ominosa realidad no se
puede ocultar con bellos discursos y con los trucos publicitarios a los cuales
son tan afectos Washington y sus aliados. El desafío es gravísimo y sólo podrá
ser exitosamente enfrentado mediante la cooperación internacional, sin
hegemonismos de ningún tipo. Segundo, en su exposición Putin aportó un
detallado análisis del decadente itinerario transitado desde la posguerra hasta
el fin de la Guerra%20Fr%C3%ADa'
title='Más artículos acerca de "Guerra Fría"'>Guerra Fría, el
surgimiento del fugaz unipolarismo norteamericano y, en su curva descendente
después del 11-S, las tentativas de mantener al actual (des)orden internacional
por la fuerza o el chantaje de las sanciones económicas como las aplicadas en
contra de Cuba por más de medio siglo, Irak, Irán, Corea del Norte, Siria,
Costa de Marfil y ahora Rusia. Un orden que se cae a pedazos y, como lo
anunciaba el título del Encuentro, que se debate entre la creación de nuevas
reglas o la suicida aceptación de la fuerza bruta como único principio
organizador del sistema internacional. De hecho nos hallamos ante un mundo sin
reglas o con reglas que existen pero que son pisoteadas por los actores más
poderosos del sistema, comenzando por Estados Unidos y sus aliados, que dan por
desahuciada a las Naciones Unidas sin proponer nada a cambio. La Carta de las
Naciones Unidas y las decisiones del Consejo de Seguridad son violadas, según
Putin, por el autoproclamado líder del mundo libre con la complicidad de sus
amigos creando así una peligrosa “anomia legal” que se convierte en campo
fértil para el terrorismo, la piratería y
las actividades de mercenarios que ora sirven a uno y luego acuden a prestar
sus servicios a quien le ofrece la mejor paga. Lo ocurrido con el Estado
Islámico es paradigmático en este sentido. Tercero, Putin recordó que las
transiciones en el orden mundial “por regla general fueron acompañadas si no
por una guerra global por una cadena de intensos conflictos de carácter local.”
Si hay algo que se puede rescatar del período de la posguerra fue la voluntad
de llegar a acuerdos y de evitar hasta donde fuese posible las confrontaciones
armadas. Hubo, por cierto, muchas, pero la temida guerra termonuclear pudo ser
evitada en las dos mayores crisis de la Guerra Fría: Berlín en 1961 y la de los
misiles soviéticos instalados en Cuba en 1962. Posteriormente hubo importantes
acuerdos para limitar el armamento nuclear. Pero esa voluntad negociadora ha
desaparecido. Lo que hoy prevalece es una política de acoso, de bullying,
favorecida por un hipertrofiado orgullo nacional con el cual se manipula a la
opinión pública que así justifica que el más fuerte –Estados Unidos- atropelle
y someta a los más débiles. Si bien no menciona el dato, en el trasfondo de su
discurso se perfila con claridad la preocupación por la desorbitada expansión del
gasto militar estadounidense que, según los cálculos más rigurosos, supera el
billón de dólares (o sea, un millón de millones de dólares) cuando al
desintegrarse la Unión Soviética los
publicistas del imperio aseguraron urbi et orbi que el gasto militar se
reduciría y que los así llamados “dividendos de la paz” se derramarían en
programas de ayuda al desarrollo y combate a la pobreza. Nada de eso tuvo
lugar. Cuarto, al declararse a sí mismos como vencedores de la Guerra Fría
la dirigencia norteamericana pensó que todo el viejo sistema construido a la
salida de la Segunda Guerra Mundial era un oneroso anacronismo. No propuso un
“tratado de paz”, en donde se establecieran acuerdos y compromisos entre
vencedores y vencidos, sino que Washington se comportó como un “nuevo rico”
que, embriagado por la desintegración de la Unión Soviética y su acceso a una
incontestada primacía mundial, actuó con prepotencia e imprudencia y cometió un
sinfín de disparates. Ejemplo rotundo: su continuo apoyo a numerosos
“combatientes de la libertad” reclutados como arietes para producir el “cambio
de régimen” en gobiernos desafectos y que a poco andar se convirtieron en
“terroristas” como los que el 11-S sembraron el horror en Estados Unidos o los
que hoy devastan a Siria e Irak. Para invisibilizar tan gigantescos errores la
Casa Blanca contó con “el control total de los medios de comunicación globales
(que) ha permitido hacer pasar lo blanco por negro y lo negro por blanco.” Y,
en un pasaje de su discurso Putin se pregunta: “¿Puede ser que la excepcionalidad
de los Estados Unidos y la forma como ejerce su liderazgo sean realmente una
bendición para todos nosotros, y que su continua injerencia en los asuntos de
todo el mundo esté trayendo paz, prosperidad, progreso, crecimiento, democracia
y simplemente tengamos que relajarnos y gozar? Me permito decir que
no.” Quinto, en diversos tramos de su alocución y del intercambio de
preguntas y respuestas con los participantes Putin dejó sentado muy claramente
que Rusia no se cruzará de brazos ante las amenazas que se ciernen sobre su
seguridad nacional. Utilizó para transmitir ese mensaje una elocuente metáfora
para referirse, indirectamente, a los planes de la NATO de rodear a Rusia con
bases militares y para responder a las inquietudes manifestadas por algunos de
los presentes acerca de una eventual expansión imperialista rusa. Dijo que en
su país se le tiene gran respeto al oso “amo y señor de la inmensidad de la
taiga siberiana, y que para actuar en su territorio ni se molesta en pedirle
permiso a nadie. Puedo asegurar que no tiene intenciones de trasladarse hacia
otras zonas climáticas porque no se sentiría cómodo en ellas. Pero jamás
permitiría que alguien se apropie de su taiga. Creo que esto está claro.” Esta
observación fue también una respuesta a una caracterización muy extendida en
Estados Unidos y Europa que menosprecia a Rusia -y antes a la Unión Soviética-
como “un Alto Volta (uno de los países más pobres y atrasados de África) con
misiles”. Sin dudas que el mensaje fue muy claro y despojado de eufemismos
diplomáticos, en línea con su confianza en la fortaleza de Rusia y su capacidad
para sobrellevar con patriotismo los mayores sacrificios, como quedó demostrado
en la Segunda Guerra Mundial. Dijo textualmente: “Rusia no se doblegará antes
las sanciones, ni será lastimada por ellas, ni la verán llegar a la puerta de
alguien para mendigar ayuda. Rusia es un país autosuficiente.” En
síntesis: se trata de uno de los discursos más importantes sobre el tema
pronunciado por un jefe de estado en mucho tiempo y esto por muchas razones.
Por su documentado y descarnado realismo en el análisis de la crisis del orden
mundial, en donde se nota un exhaustivo conocimiento de la literatura más
importante sobre el tema producida en Estados Unidos y Europa, refutando en los
hechos las reiteradas acusaciones acerca del “provincianismo” del líder ruso y
su falta de contacto con el pensamiento occidental. Por su valentía al llamar
las cosas por su nombre e identificar a los principales responsables de la
situación actual. Ejemplo: ¿quién arma, financia y recluta a los mercenarios
del EI? ¿Quién compra su petróleo robado de
Irak y Siria, y así contribuye a financiar al terrorismo que dicen combatir?
Preguntas estas que ni el saber convencional de las ciencias sociales ni los
administradores imperiales jamás se las formulan, al menos en público. Y que
son fundamentales para entender la naturaleza de la crisis actual y los
posibles caminos de salida. Y por las claras advertencias que hizo llegar a
quienes piensan que podrán doblegar a Rusia con sanciones o cercos militares,
como nos referíamos más arriba. Pero, a diferencia del célebre discurso de
Churchill, al no contar con el favor del imperio y su inmenso aparato
propagandístico camuflado bajo los ropajes del periodismo el notable discurso
de Putin ha pasado desapercibido, por ahora. A cien años del estallido de la
Primera Guerra Mundial y a veinticinco de la caída del Muro de Berlín Putin
arrojó el guante y propuso un debate y esbozó los lineamientos de lo que podría
ser una salida de la crisis. Ha pasado algo más de un mes y la respuesta de los
centros dominantes del imperio y su mandarinato ha sido un silencio total. Es
que no tienen palabras ni razones, sólo armas. Y van a continuar tensando las
cuerdas del sistema internacional hasta que el caos que están sembrando
revierta sobre sus propios países. Nuestra América deberá estar preparada para
esa contingencia.
Nota: [1] Desgraciadamente ese discurso
está sólo disponible en ruso y en inglés en el sitio web de la presidencia de
Rusia. Una traducción al castellano fue realizada por Iñaki para el blog http://salsarusa.blogspot.com.ar/2014/11/discurso-de-putin-en-valdai.html La
versión revisada y corregida de ese primer esfuerzo de traducción del discurso
de Putin se encuentra
disponible en www.atilioboron.com.ar *Dr.
Atilio Boron, director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
(PLED), Buenos Aires, Argentina. Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013. www.atilioboron.com.ar
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