Mis amigos alemanes, residentes en Leipzig, acaban de hacerme un regalo maravilloso. Tiene que ver con Stalingrado, la derrota nazi en la II Guerra Mundial y el inicio de la victoria sobre el fascismo.
Lo malo que han tenido los soviéticos es que no tuvieron mucho interés en que se conociesen las historias, militares y humanas, de lo que aconteció en esa guerra fuera del territorio de la URSS. Eso dejó el campo libre para que se reescribiese la Historia, con mayúsculas, de la mano de los falsificadores habituales: Hollywood y los académicos occidentales. Un ejemplo es la historia sorprendente, por ser única en el mundo, de "Las brujas de la noche", que os relaté hace más de dos años.
Sobre Hollywood no voy a hablar, solo os recordaré algo que publiqué hace mucho tiempo y que merecería la pena que releyeseis: lo titulaba "Otra de espías (y de imbéciles)" y añadía documentos originales del Ejército de Tierra y de la Marina de EEUU diciendo qué películas y documentales son los que hay que ver, cuáles no y cómo el Pentágono diseña unos guiones y censura otros de los que tiene en mente Hollywood. Ponía como ejemplos "Iron Man", "Gozdzilla", "Transformers" o "Supermán, el hombre de acero", entre otros muchos casos y no sólo de cine.
Pero sí voy a hablar de los académicos occidentales y de los historiadores. Al igual que la Academia de la Historia del Estado español (España, para otras latitudes) tardó cuatro años, desde el 2011 al 2015, en aceptar que Franco había sido un dictador, en otros lugares pasa lo mismo. La Historia la escriben los vencedores. Pero en la historia de la II Guerra Mundial con el principal vencedor, la Unión Soviética, no ocurrió lo mismo. Fue ninguneada (¡fantástica palabra mexicana!), su papel tergiversado y muy frecuentemente, manipulado hasta el bochorno.
Uno de los principales académicos occidentales sobre la batalla de Stalingrado es el británico Antony Beevor, que siempre ha defendido más a los nazis que a los soviéticos. Normal. Este personaje se ha atrevido a decir que no fue la batalla más importante de la II Guerra Mundial ni la que decidió esta guerra. Una de sus tesis principales es que la ejemplar resistencia de los soviéticos en Stalingrado se debió "al terror que sentían [los soldados] hacia los comisarios políticos, que ejecutaban a quien no combatiese". Y dijo que cerca de 13.000 soldados del Ejército Rojo habían sido fusilados por ello. La película "Enemigo a las puertas" abunda en esta tesis.
Como pasa siempre, tarde o temprano se conoce la verdad y ésta, como dijo Lenin (otros ponen esta frase en Gramsci, y otros en el francés Rolland), es siempre revolucionaria.
Durante años han estado casi desaparecidos unos papeles llamados "Protocolos de Stalingrado" que recogen testimonios de primera mano de los soldados soviéticos que combatieron y derrotaron a los nazis en esa ciudad. Ahora han aparecido -bueno, hace unos años, pero ahora han podido ser estudiados en profundidad- y se llega a conclusiones sorprendentes que ponen del revés las teorías académicas del "experto" Beevor. Quien habla de ellos es un académico alemán, Jochen Hellbeck, quien ha hurgado en esos papeles durante 15 años.
Por ejemplo, en lo relativo a las ejecuciones por no combatir. Según esos documentos, fueron 300, y no 13.000, los soldados soviéticos a quienes se les aplicó la pena. Coincidiréis conmigo en que es una diferencia sustancial. Luego alguien miente aquí, y no son los soviéticos. Gran parte de esos documentos fueron recopilados por la Comisión de la Historia de la Segunda Guerra Mundial, que dirigía Isaak Izrailevich, con la pretensión de que todos quienes participaron en esa gesta, la defensa de Stalingrado, fuesen soldados rasos u oficiales, expresasen pensamientos, sentimientos y experiencias de lo que allí ocurrió.
Las conclusiones son sorprendentes, como recogen los documentos. Hellbeck revela que los soldados soviéticos no tenían miedo a los comisarios políticos, al contrario. Dice que éstos "se esforzaron por motivar a los soldados y responder a sus inquietudes para aumentar su moral combativa", que "como comunistas devotos, consideraban que era una desgracia no ser el primero en llevar a los soldados a la batalla" y que, como consecuencia de sus actos, el número de miembros del Partido Comunista ascendió entre los meses de agosto y octubre de 1942 -los más duros de la batalla de Stalingrado- de los 28.500 a los 53.500, "lo cual dice mucho de su labor". Hellbeck ahonda y ahonda en ello y las conclusiones son tajantes y le llevan a dar todo un bofetón a Beevor al afirmar que "el Ejército Rojo era un ejército político". Pero Beevor no está solo, hay muchos otros historiadores, británicos y estadounidenses sobre todo, que insisten en la misma monserga de minimizar la importancia histórica de Stalingrado. Este hatajo de revisionistas históricos ha llegado a decir que "la valentía de los rusos [durante esa guerra] es un mito". De lo que no hablan es de cómo EEUU utilizó a más de 1.000 agentes de inteligencia nazis, expertos en la URSS, como "informantes" después de la II Guerra Mundial, según dicen los propios medios de propaganda estadounidenses.
Pero la verdad es la que es y siempre es revolucionaria. Este hatajo de payasos que van de historiadores no se molestarán en leer los "Protocolos de Stalingrado". Ni falta que hace.
Pero los testimonios que aparecen en ellos son esclarecedores. "El comisario Piotr Molchanov llegó a mi trinchera, en la que estaba casi solo, no veía a nadie a parte de mi vecino y camarada, y me saludó dándome ánimos; eso fue de una enorme importancia para mí porque no me sentí olvidado", dice uno de los soldados. Otro, de la División 38 de Fusileros, cuenta: "el comisario Izer Ayzenberg, recorría las trincheras con su maleta de agitación, como la llamaba. Llevaba folletos y libros, pero también juegos como el ajedrez y el dominó. Si había que hablar de política, se hablaba; si había que jugar, se jugaba. Eso era muy importante y nos daba una gran dosis de moral".
Otro dice que llegó a una posición en la que todos estaban muertos, con la piel y las uñas arrancadas. "A uno le habían quemado la cara y tenía en la sien derecha una herida hecha por una pieza de hierro al rojo vivo. Eso hizo que se acrecentase nuestro odio hacia el enemigo, hacia el invasor". Otro, francotirador, añade: "sólo teníamos ganas de matar alemanes, tantos como nos fuera posible. Cuando maté al primero me sentí muy mal, había matado a un ser humano, pero luego pensé en lo que hacían, en lo que habían hecho por los pueblos y aldeas y ya no tuve piedad. Siempre que podía les disparaba a la cabeza".
Los "Protocolos de Stalingrado" recogen cómo el general soviético Konstantin Rokossovsky ofreció al general alemán Von Paulus una rendición honrosa, pero que se negó a ello a instancias de Hitler. Pero ni siquiera hizo lo que Hitler suponía que iba a hacer, suicidarse.
Así lo cuenta el teniente coronel Leonid Vinokur, el primero en ver a Von Paulus: "se tumbó en la cama en cuanto entré, se quedó tumbado en su abrigo, con la gorra puesta. Tenía una barba incipiente de dos semanas y parecía haber perdido todo valor. La suciedad y los excrementos humanos y quién sabe qué otra cosa, hedían en la estancia. Había dos baños y un letrero en el que se leía que no se autorizaba su uso a los rusos [colaboradores, "hiwis", como despectivamente se les denominaba, apócrifo de la palabra alemana Hilfswillige que significa ayudantes voluntarios]. Se podía haber suicidado, pero tanto él como su equipo decidieron no hacerlo". El general Iván Burmakov, otro de los testigos de ese momento, dice: "eran tan cobardes que no tenían el valor de morir".
Stalingrado será siempre Stalingrado. Con todo lo que significa. En Rusia hay cada vez un mayor movimiento para que esta ciudad recupere su nombre y no sólo unos días al año, como ocurre ahora cuando se conmemora la fecha de la rendición del ejército nazi de Von Paulus.
Alemania se embarca ahora en otra carrera armamentística y agresiva. Debería aprender de la Historia, que no se puede ocultar mucho tiempo y la verdad acaba saliendo a la luz. Y siempre es revolucionaria.
Y si queréis ver una película rusa sobre Stalingrado, diferente y sorprendente, humana, aquí tenéis el enlace. Recomendarla por ahí.
El Lince
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