Según LA ONU los huertos comunitarios son una buena práctica de sostenibilidad urbana.
Alimentando otros modelos: cultivar entre las ruinas de la crisis
El auge de la agricultura en
nuestras ciudades es un símbolo del cambio de ciclo económico, la
efervescencia social y las iniciativas de autoorganización ciudadana.Por José Luis Fernández Casadevante
En nuestro libro "Raíces en el asfalto" reivindicamos la huertopía (hortus+topos), un lugar en el que los huertos echen raíces en el corazón de las ciudades.
Más de una treintena de solares han sido reconvertidos en huertos comunitarios
por entidades vecinales y ecologistas madrileñas, en una dinámica que
ha llegado a ser reconocida por Naciones Unidas como buena práctica en
sostenibilidad urbana.
Entre las iniciativas de Barcelona resulta llamativa la de un grupo de
jubilados de Nou Barris que han ido a juicio por montar hace cinco años
unos huertos en
los terrenos baldíos de la constructora de Carlos Nuñez, expresidente
del F.C. Barcelona en prisión por sobornar a técnicos de Hacienda.
La huerta valenciana maltratada por la presión urbanística encuentra aliados en los centenares dehuertos familiares
gestionados por asociaciones vecinales, que han brotado en los terrenos
baldíos de las inmobiliarias en quiebra, tanto en Benimaclet como en el
fallido megaproyecto de Sociópolis. Y podríamos seguir enumerando
decenas de experiencias por toda nuestra geografía, donde el monocultivo
de ladrillos en las ciudades está dejando paso a las verduras y
hortalizas.
El acelerado desarrollo urbanístico inducido por la burbuja inmobiliaria
ha tenido dramáticos impactos sociales (endeudamiento familiar y
municipal, desahucios, viviendas vacías...) y otros ambientales menos
destacados (artificialización de suelos agrícolas y zonas costeras, fragmentación de ecosistemas, expansión del urbanismo disperso y de las infraestructuras asociadas, aumento de los desequilibrios demográficos y de recursos...).
Un modelo territorial que ha obviado el valor estratégico y
multifuncional de los espacios agrarios periurbanos que producían
cultivos de proximidad, pues muchos fueron sucumbiendo ante la
especulación y el economicismo cortoplacista.
Entre 1987 y 2000 la artificialización del suelo sobre áreas agrarias
aumentó en un 30%, una tendencia que se reproduce en el conjunto de
Europa, donde el 77% de los crecimientos urbanos se ha producido sobre suelos agrícolas entre 1990 y 2000. Aunque había experiencias aisladas desde mediados de los años ochenta, el verdadero arraigo de la agricultura urbana se ha dado en los últimos años, adquiriendo especial presencia en la esfera pública y en la agenda política tras el 15M.
De hecho, en las microciudades surgidas entre las tiendas de campaña y
los toldos de lona de las acampadas de Madrid y Barcelona se reservó
espacio para montar huertos indignados.
El auge de la agricultura en
nuestras ciudades es un símbolo incuestionable del cambio de ciclo
económico, además de ser una de las muchas formas en las que se está
expresando la efervescencia social de los movimientos de protesta y las
iniciativas de autoorganización ciudadana.
Experiencias orientadas a devolver el valor de uso a muchos suelos que se encontraban en barbecho, a la espera de un nuevo ciclo especulativo. Las cifras son contundentes y muestran como la agricultura urbana
está dejando de ser algo testimonial: entre 2006 y 2014 el número de
ciudades o municipios que disponía de huertos urbanos ha pasado de 14 a
210, y las zonas de huertos han ascendido de 21 a 400 durante el mismo
periodo. Partiendo del impulso dado por los movimientos sociales para
situar el tema en la esfera pública, asistimos recientemente al arranque
de una nueva generación de políticas urbanas que han comenzado a
innovar en la relación entre agricultura y ciudad: procesos de
regularización de huertos comunitarios, aumento de los huertos escolares y de ocio, gestión participativa de vacíos urbanos, parques agrarios
periurbanos, diseño de estrategias alimentarias locales, etc. Incluso
sindicatos como CCOO han puesto en marcha huertos de formación para el
autoempleo en agricultura ecológica como el programa TREDAR, dedicado a
formar iniciativas de producción y consumo ligadas al sindicato.
Hoy que transitamos un cambio civilizatorio (crisis energética,
ecológica, económica, política...), la agricultura urbana emerge como
una herramienta imprescindible para rediseñar los asentamientos urbanos y
el sistema agroalimentario en clave de sustentabilidad y justicia
social.
Una forma práctica de demandar una nueva cultura del territorio,
explicitar la ecodependencia de los entornos urbanos, transformar los
imaginarios culturales, intensificar relaciones sociales, reabrir
discusiones sobre los usos del suelo o discutir la forma en que se van a
alimentar las ciudades en el futuro.
Una preocupación creciente que se ilustra en la Carta por una soberanía
alimentaria desde nuestros municipios, suscrita por ayuntamientos,
entidades de la economía solidaria y movimientos sociales. Y aunque
parece un fenómeno completamente novedoso, a lo largo de la historia
resulta recurrente la aparición de la agricultura urbana durante
periodos de emergencia: en las crisis económicas del siglo XIX o la Gran Depresión, en las guerras mundiales o en los colapsos sociourbanísticos más actuales.
Idealizados o temidos, los huertos urbanos siempre se han desarrollado
más cómodamente durante los tiempos convulsos que una vez recuperada la
normalidad, cuando nuevamente eran desplazados a los rincones de la
ciudad y olvidados por el planeamiento urbano. Y ese hilo invisible lo
hemos reconstruido en Raíces en el asfalto, un libro recién publicado
que nos habla de quienes han cultivado en los márgenes de la historia,
el urbanismo, la sociología o los movimientos sociales. Una narración
donde se mezclan la evolución de las teorías urbanas en su relación con
la agricultura, y la reconstrucción de los principales episodios en los
que movimientos sociales y comunidades urbanas volvieron a plantar entre
el asfalto.
Tiempos revueltos y tiempos de revuelta marcarán este itinerario en el
que nos acompañarán las motivaciones y apuestas políticas ocultas tras
el gesto de cultivar verduras en la ciudad.
Miramos al pasado con vocación de releer algunos episodios históricos de
forma que nos permitan usarlos en el presente, como lejanos e
inspiradores antecedentes que nos ayuden a proyectarnos hacia el futuro.
Acontecimientos que han permanecido ocultos como semillas en
la nieve, dispuestos a germinar cuando llegase el tiempo propicio para
interpelar al presente, como le gustaba decir a Colin Ward.
Dialogar de forma creativa con el pasado nos permite compartir nuestras
dudas e incertidumbres, afinar las preguntas que debemos hacernos, así
como reconocer que parte de las respuestas ya han sido dadas por
antepasados que tuvieron que hacer frente a retos de similares
magnitudes.
Lo que nos hace atractivo el pasado no es la nostalgia sino la necesidad
de avanzar propuestas, de prefigurar mínimamente discursos alternativos
que estén a la altura del presente.
Igual que Martin Luther King sabía que aunque el mundo se acabara mañana, él debía plantar hoy un árbol,
nosotros sabemos que, aunque la apuesta sea infructuosa, la agricultura
urbana anticipa elementos clave que debe contener cualquier proyecto de
futuro para la ciudad.
Reivindicamos la huertopía (hortus+topos), un lugar en el que los
huertos echen raíces en el corazón de las ciudades, reconociendo la
importancia estratégica que le corresponde a una agricultura orientada
al cuidado del territorio y las personas.
Ecoportal.net
El Diario
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