MORAL Y LUCES

MORAL Y LUCES

martes, 16 de agosto de 2016

DISCURSO DE BOSCH EN CAPOTILLO*




* “Discurso del presidente Juan Bosch en Capotillo, el 16 de agosto de 1963, con motivo de la celebración del Centenario del inicio de la Guerra de la Restauración”


 


Señores miembros de la Comisión pro Celebración del Centenario de la Restauración;
Autoridades civiles y militares;

Dominicanos:

Hace cien años, entre la medianoche y el amanecer del 15 al 16 de agosto, catorce héroes entre los cuales uno no ha dejado su nombre a la Historia y otro era español, entraron en este lugar de Capotillo Español a comenzar la guerra restauradora.

La República había pasado a ser colonia española, un año y cinco meses antes: el 28 de marzo de 1961; y un año y cuatro meses antes de ese 16 de agosto, es decir, el 18 de abril de 1861, habían llegado a tierra dominicana las primeras fuerzas españolas.

España era, por esos días, una de las potencias militares más grandes y aquí, en la vecindad de nuestro país, en el vecindario de mar y de islas, tenía a un lado a Cuba y a otro lado a Puerto Rico, desde donde podía en cualquier momento, enviar fuerzas poderosas a esta tierra dominicana.

Sin embargo, nuestro pueblo que no había participado en el hecho histórico de que la República dejara de ser República para pasar a ser territorio dependiente de España, ese pueblo nuestro no había medido el poderío español, no le importaba cuántos cañones, ni cuántos barcos de guerra, ni cuántos miles de hombres, ni cuántos oficiales bien preparados podían combatir aquí contra ellos, es decir contra el pueblo.

Y desde el momento mismo en que Pedro Santana, hasta entonces presidente de la República Dominicana, declaró que esta República dejaba de ser República para ser colonia española, desde ese momento el pueblo dominicano comenzó a combatir para restaurar su República.

Y      hubo, entre el 18 de marzo y el 16 de agosto, muchos mártires; y hubo preparado un gran movimiento que debió haber comenzado el 27 de febrero de 1863, y que fracasó cuatro días antes porque uno de los que estaban en el secreto, habiendo bebido más de la cuenta, habló, y las autoridades españolas supieron a tiempo que ese movimiento iba a comenzar el 27 de febrero.
Entre los catorce hombres del 16 de agosto —en la noche del 15 al 16— que en las sombras de la noche entraron en nuestro país, por este lugar que entonces se llamaba Capotillo Español, doce por lo menos habían tomado parte en el movimiento fracasado del 27 de febrero.

Una derrota

En la vida de los hombres de acción, sean guerreros, libertadores, sean políticos, sean agricultores, sean industriales, una derrota no significa sino eso: una derrota. Pero el año tiene 365 días y a la derrota de hoy pueden seguir 364 victorias, y por eso al hombre de acción, sea guerrero o libertador, sea político, sea agricultor, sea industrial, no se derrota nunca mientras esté vivo. Los dominicanos que comenzaron aquí la guerra restauradora, dan un ejemplo de ello. Habían tenido que huir unos meses antes, pero a partir del 16 de agosto, de ellos huyeron los españoles, ellos no volvieron a huir más, y los que desde aquí fueron de triunfo en triunfo pasando por los incendios de Guayubín, y de Santiago, y de Moca, hasta volver a colocar la bandera de la cruz blanca en el Homenaje de la Capital de la República, en señal de que habían restaurado esta Patria que Pedro Santana entregó, y que ellos rescataron y devolvieron al mundo de las naciones libres.

La Guerra Restauradora es el acontecimiento histórico más importante de la República Dominicana. Y es el más importante porque en él tomó parte directa, activa y principal el propio pueblo dominicano. No fue una guerra hecha por caudillos, fue una guerra hecha por el pueblo.

La guerra, como es claro, dio caudillos a los que probaron durante los catorce meses de la acción que eran más bravos, más capaces y más desinteresados al servicio de la causa de la libertad. Pero la guerra fue hecha por el pueblo, a tal extremo de que entre los presos del 27 de febrero de 1863 en Santiago, los había peones, y sastres, y zapateros, y las armas con que contaban eran especies arrancadas de las cercas de los campos, piedras y pedazos de madera que habían afilado como lanzas.

El pueblo fue el que entró en Santiago en septiembre, a principios de septiembre, a miles de hombres para sitiar la ciudad y quemarla antes que dejarla esclava en manos españoles. Del pueblo, de esa lucha de catorce meses contra un ejército bien disciplinado y bien equipado, salieron hombres de la categoría de Gregorio Luperón; salieron los hombres que desde 1865 hasta el final del siglo pasado, gobernaron en este país y lo hicieron progresar de manera asombrosa, porque la guerra restauradora no fue solamente una guerra para libertar a la República Dominicana y para restaurarla, sino que fue una guerra revolucionaria, y después que terminó, y los hombres que la dirigieron alcanzaron el Poder, de esa guerra salieron los ferrocarriles, y los cables interoceánicos, y los vapores y la luz eléctrica, y los centrales azucareros, las primeras manifestaciones de verdadero progreso que tuvo la República Dominicana.

Si esa guerra dio grandes hombres y produjo una revolución, y después se agotó para terminar en una tiranía, que fue la tiranía de Ulises Heureaux, a quien el pueblo llamaba Lilís, la responsabilidad de ese agotamiento y de esa tiranía final no puede caer sobre los hombros de quienes hicieron la guerra en Capotillo y la convirtieron después en un régimen progresista. Tiene que caer, así como la responsabilidad mayor de la guerra estuvo en el pueblo, la responsabilidad mayor del fracaso del régimen político que produjo la Restauración, está también en el pueblo, porque una democracia no se sostiene si no hay un pueblo que la practique y la defienda; no puede surgir un tirano donde haya un pueblo dispuesto a defender la libertad.

Gratitud

Hoy, a cien años de distancia, estamos aquí rindiendo homenaje a los héroes de Capotillo y somos conscientes de que si estamos en este momento hablando ante ustedes y ante la representación del ejército restaurador, que está ahí en frente, y ante todo el país que nos escucha, lo debemos también a los restauradores, porque si ellos no hubieran hecho libre esta República el pueblo no hubiera sido libre para elegir libremente un gobierno constitucional.

Es así como a la distancia de cien años el árbol que ellos sembraron está dando frutos. Frutos tardíos, porque en este país no debió haber ocurrido nunca, después de esa guerra de tantos sacrificios, de esa guerra tan heroica, de esa guerra tan hermosa, no debió de haber ocurrido nunca, repetimos, que el pueblo perdiera su libertad y que tuviera que celebrar, como si se tratara de un nacimiento de la Patria otra vez, el nacimiento de esa libertad y el ejercicio del derecho democrático, que le permite cada cuatro años decir: “A este queremos que nos gobierne, y no aquel, ni aquel otro, ni al de más allá”. Sin esa facultad, sin la facultad de elegir libremente, no hay soberanía popular, y si no hay soberanía popular, la democracia es una mentira.

La guerra restauradora la hizo el pueblo, y el pueblo ha tardado cien años en poder ir libremente a las urnas para escoger a quien él haya querido —el mejor o el peor, no importa— pero a quien él haya querido.

Cien años parece un tiempo muy largo. Si hubiéramos podido hacer esto desde entonces hasta hoy, con la riqueza de nuestra tierra, con la inteligencia natural de nuestro pueblo, con la bondad natural del pueblo, con la decencia natural del pueblo y con los hombres de extraordinaria capacidad, en todos los campos, que hemos dado, este país estaría hoy a la cabeza de los países de su tamaño de América Latina. No lo estamos, desdichadamente, pero tenemos que estarlo, debemos alcanzarlos.

La bandera de la cruz blanca flota en cielo libre pero no tiene todavía el lugar que le corresponde en este concierto de países latinoamericanos. No lo tiene, porque nuestro pueblo no ha podido alcanzar la posición que él desea y la posición que puede conquistar, si trabaja y es capaz de seguir el ejemplo de los catorce hombres que entraron por Capotillo Español para restaurar la libertad de la República.

Dominicanos:

Esta noche es hora de hablar de los sucesos políticos actuales. Esta es la hora de pensar unidos, en silencio y con gratitud en el ejemplo de los hombres gracias a los cuales nosotros podemos reunirnos hoy aquí, y nosotros podemos llamarnos dominicanos. Ellos se unieron resuelta y valientemente ante un enemigo poderoso; los dominicanos deben unirse y luchar resuelta y valientemente contra la miseria, contra la ignorancia, contra la maldad, contra la enfermedad. Ellos conquistaron la libertad nacional para todos los dominicanos y nosotros tenemos que darle a esa libertad nacional la sustancia necesaria para que nuestro pueblo pueda sentarse en primera fila entre los pueblos libres de América y pueda sentarse con justificado orgullo. Esa sustancia es la justicia social.

Cien años después de la lucha en acción el pueblo ha seguido uno detrás de otro, el obrero del campesino y el campe-sino del agricultor y el agricultor del abogado y el abogado del comerciante, el pueblo entero unido restauró esa República, cien años después nosotros no podemos sentarnos a disfrutar esa República (faltan aquí siete u ocho palabras que no se entendieron por defecto en la recepción) si no cumplimos con el deber de engrandecerla, luchando, enriqueciéndola, para que podamos disfrutar todos la libertad que ellos crearon y la justicia social que Dios, que está en los Cielos, demanda para los hombres en la Tierra.

BOSCH RECLAMA UNIDAD*

Estamos aquí, legisladores, ciudadanos, prelados, militares, niños y jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, pueblo y Gobierno y representantes de naciones extranjeras conmemorando un hecho que comenzó hace hoy un siglo: la guerra de los dominicanos para restaurar su República.
Si hemos de ser justos, la lucha conocida en nuestra historia con el nombre de Restauración comenzó desde el momento mismo en que el general Pedro Santana proclamó la anexión de nuestro país a la Corona española. Los mártires que dieron la sustancia de sus vidas para alimentar el coraje dominicano antes del 16 de agosto, van desde el ciego José Contreras hasta el epónimo Francisco del Rosario Sánchez; son gentes humildes de nombres desconocidos o Padres de la Patria; los hay que apenas se hacen entender en la lengua elemental de los campos cibaeños y los que al morir musitan sentencias en latín.

Pero el turbión de la lucha reventó de verdad en Capotillo Español el 16 de agosto de 1863 el empuje del pueblo. Entre los héroes de ese día hay uno cuyo nombre no recuerda nadie; y hay también un español, el corneta Angulo, como para que no fallara esa curiosa matemática del heroísmo que ha colocado en todo país de América a un hijo de España en cada combate por la libertad.

*   El Caribe, Santo Domingo, 17 de agosto de 1963, p. 8.

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